Literatura Española del Siglo XVI
5.- Prosa del Segundo Renacimiento: La novela 5.2.- La novela pastoril, bizantina y morisca
EL ABENCERRAJE [Completo]
El Abencerraje de Antonio de Villegas, Dirigido a la Magestad Real del Rey Don Phelippe, nuestro señor. Año de M. D. L. X. V. Este es un vivo retrato de virtud, liberalidad, esfuerço, gentile[z]a y lealtad, compuesto de Rodrigo de Narvaez, y el Abencerraje, y Xarifa, su padre, y el rey de Granad[a d]el qual, aunque los dos formaron y dibuxaron todo el cuerpo, los demas no dexaron de illustrar la tabla, y dar algunos rasguños en ella. Y como el precioso diamante engastado en oro, o en plata, o en plomo, siempre tiene su justo y cierto valor, por los quilates de su oriente: assi la virtud en qualquier dañado subjecto que assiente, resplandesce y muestra sus accidentes: bien que la esencia y efecto deella es como el grano que cayendo en la buena tierra, se acrescien ta, y en la mala se perdio. Dize el cuento, que en tiempo del infante don Fernando, que ganó a Antequera, fue un cavallero que se llamó Rodrigo de Narvaez, notable en virtud y hechos de armas. Éste peleando contra moros hizo cosas de mucho esfuerço: y particularmente en aquella empresa, y guerra de Antequera hizo hechos dignos de perpetua memoria: sino que esta nuestra España tiene en tan poco el esfuerço (por serle tan natural y ordinario) que le paresce, que quanto se puede hazer es poco: no como aquellos Romanos, y Griegos, que al hombre que se aventurava a morir una vez en toda la vida le hazian en sus escriptos inmortal, y le trasladavan en las estrellas. Hizo pues este cavallero tanto en servicio de su ley, y de su Rey, que después de ganada la villa, le hizo alcayde d'ella: para que pues auia sido tanta parte en ganalla lo fuesse en defendella. Hizole tambien alcayde de Alora, de suerte que tenía a cargo ambas fuerças, repartiendo el tiempo en ambas partes, y acudiendo siempre a la mayor necessidad. Lo mas ordinario residia en Alora, y allí tenía cinquenta escuderos hijosdalgo a los gajes del Rey, para la defensa y seguridad de la fuerça: y este numero nunca faltava, como los immortales del rey Darío, que en muriendo uno, ponían otro en su lugar. Tenían todos ellos tanta fee y fuerça en la virtud de su Capitán, que ninguna empresa se les hazía difícil: y assi no dexavan de ofender a sus enemigos, y defenderse dellos, y en todas las escaramuças que entravan salían vencedores, en lo qual ganavan honra y provecho, de que andavan siempre ricos. Pues una noche acabando de cenar, que hazía el tiempo muy sossegado, el alcayde dixo a todos ellos estas palabras: - Paresceme hijosdalgo (señores y hermanos míos) que ninguna cosa despierta tanto los coraçones de los hombres, como el continuo [e]xercicio de las armas: porque con él se cobra experiencia en las proprias, y se pierde miedo a las agenas. Y desto no ay para que yo traya testigos de fuera: porque vosotros soys verdaderos testimonios. Digo esto, porque han passado muchos días que no hemos hecho cosa que nuestros nombres acresciente, y sería dar yo mala cuenta de mí y de mi oficio, si teniendo a cargo tan virtuosa gente y valiente compañia dexasse passar el tiempo en balde. Paresceme (si os paresce) pues la claridad y seguridad de la noche nos combida, que será bien dar a entender a nuestros enemigos, que los valedores de Alora no duermen. Yo os he dicho mi voluntad, hágase lo que os paresciere. Ellos respondieron, que ordenasse,
que todos le seguirían. Y nombrando nueve dellos, los hizo
armar: y siendo armados, salieron por una puerta falsa que la fortaleza
tenía, por no ser sentidos: porque la fortaleza quedasse
a buen recado. Y yendo por su camino adelante, hallaron otro que
se dividía en dos. El alcayde les dixo:
- Ya podría ser, que yendo
todos por este camino, se nos fuesse la caça por este otro.
Vosotros cinco os yd por el uno, yo con estos quatro me yre por
el otro: y si acaso los unos toparen enemigos que no basten a vencer,
toque uno su cuerno, y a la señal acudirán los otros
en su ayuda.
Yendo los cinco escuderos por
su camino adelante, hablando en diversas cosas, el uno d'ellos dixo:
- Teneos compañeros, que
o yo me engaño, o viene gente.
Y metiéndose entre una
arboleda, que junto al camino se hazía, oyeron ruydo. Y mirando
con mas atención, vieron venir por donde ellos yvan un gentil
moro en un cavallo ruano: él era grande de cuerpo, y hermoso
de rostro, y parescía muy bien a cavallo. Traya vestida una
marlota de carmesí, y un albornoz de damasco d'el mismo color,
todo bordado de oro y plata. Traya el braço derecho regaçado
y labrada en él una hermosa darna, y en la mano una gruessa
y hermosa lança de dos hierros. Traya una [a]darga y cimitarra,
y en la cabeça una toca tunezí, que dándole
muchas bueltas por ella, le servía de hermosura y defensa
de su persona. En este hábito venía el moro, mostrando
gentil continente: y cantando un cantar que él compuso en
la dulce membrança de sus amores, que dezía:
Nascido en Granada, criado en Cartama: enamorado en Coyn, frontero de Alora. Aunque a la musica faltava el arte, no faltava al moro contentamiento: y como traya el coraçón enamorado, a todo lo que dezía dava buena gracia. Los escuderos trasportados en verle, erraron poco de dexarle passar, hasta que dieron sobre él. Él viéndose salteado, con ánimo gentil bolvió por sí, y estuvo por ver lo que harían. Luego, de los cinco escuderos los quatro se apartaron, y el uno le acometió: mas como el moro sabía mas de aquel menester, de una lançada dio con él y con su cavallo en el suelo. Visto esto de los quatro que quedavan los tres le acometieron, paresciéndoles muy fuerte: de manera que ya contra el moro eran tres Christianos, que cada uno bastava para diez moros, y todos juntos no podían con este solo. Allí se vio en gran peligro: porque se le quebró la lança, y los escuderos le davan mucha priessa: mas fingiendo que huya, puso las piernas a su cavallo, y arremetió al escudero que derribara: y como una ave se colgó de la silla, y le tomó su lança, con la qual bolvió a hazer rostro a sus enemigos, que le yvan siguiendo (pensando que huya) y diose tan buena maña que a poco rato tenía de los tres los dos en el suelo. El otro que quedava, viendo la necessidad de sus compañeros, tocó el cuerno, y fue a ayudarlos. Aquí se travó fuertemente la escaramuça: porque ellos estavan afrontados de ver que un cavallero les durava tanto, y a él le yva más que la vida en defenderse dellos. A esta hora le dio uno de los dos escuderos una lançada en un muslo, que a no ser el golpe en soslayo, se le passara todo. Él con rabia de verse herido, bolvió por sí: y diole una lançada, que dio con él y con su cavallo muy mal herido en tierra. Rodrigo de Narvaez, barruntando la necessidad en que sus compañeros estavan, atravessó el camino, y como traya mejor cavallo se adelantó: y viendo la valentía del moro quedó espantado porque de los cinco escuderos tenía los quatro en el suelo y el otro casi al mismo punto. Él le dixo: - Moro vente a mi, y si tu me
vences yo te asseguro de los demás.
Y començaron a travar
brava escaramuça: mas como el alcayde venía de refresco,
y el moro y su cavallo estavan heridos, dávale tanta priessa,
que no podía mantenerse: mas viendo que en sola esta batalla
le yva la vida y contentamiento, dio una lançada a Rodrigo
de Narvaez, que a no tomar el golpe en su darga, le huviera muerto.
Él en rescibiendo el golpe, arremetió a él,
y diole una herida en el braço derecho, y cerrando luego
con él, le travó a braços: y sacándole
de la silla, dio con él en el suelo. Y yendo sobre él,
le dixo:
- Cavallero, date por vencido,
si no matarte he.
- Matarme bien podrás,
dixo el moro, que en tu poder me tienes: mas no podrá vencerme,
sino quien una vez me venció.
El alcayde no paró en
el mysterio con que se dezían estas palabras, y usando en
aquel punto de su acostumbrada virtud, le ayudó a levantar
porque de la herida que le dio el escudero en el muslo, y de la
del braço, aunque no eran grandes, y del gran cansancio y
cayda, quedó quebrantado: y tomando de los escuderos aparejo,
le ligó las heridas. Y hecho esto, le hizo subir en un cavallo
de un escudero, porque el suyo estava herido: y bolvieron el camino
de Alora. Y yendo por él adelante hablando en la buena disposición
y valentía del moro, él dio un grande y profundo sospiro:
y habló algunas palabras en Algaravia, que ninguno entendió.
Rodrigo de Narvaez yva mirando su buen talle y dispusición,
acordávasele de lo que le vio hazer: y parecíale que
tan gran tristeza en ánimo tan fuerte no podía proceder
de sola la causa que allí parescía. Y por informarse
del, le dixo:
- Cavallero, mirad que el prisionero que en la prisión pierde el ánimo, aventura el derecho de la libertad. Mirad que en la guerra los cavalleros han de ganar y perder: porque los más de sus trances estan subjectos a la fortuna: y paresce flaqueza que quien hasta aquí ha dado tan buena muestra de su esfuerço, la dé aora tan mala. Si sospirays del dolor de las llagas, a lugar vays do sereys bien curado. Si os duele la prisión, jornadas son de guerra a que estan subjectos quantos la siguen. Y si teneys otro dolor secreto fialde de mí, que yo os prometo como hijodalgo de hazer por remediarle lo que en mí fuere. El moro, levantando el rostro,
que en el suelo tenia, le dixo:
- ¿Cómo os llamays,
cavallero, que tanto sentimiento mostrays de mi mal?
Él
le dixo:
- A mí llaman Rodrigo
de Narvaez, soy Alcayde de Antequera y Alora.
El moro tornando el semblante
algo alegre, le dixo:
- Por cierto aora pierdo parte
de mi quexa: pues ya que mi fortuna me fue adversa, me puso en vuestras
manos, que aunque nunca os vi, sino aora, gran noticia tengo de
vuestra virtud y expiriencia de vuestro esfuerço: y porque
no os parezca que el dolor de las heridas me haze sospirar y también
porque me paresce, que en vos cabe qualquier secreto, mandad apartar
vuestros escuderos, y hablaros he dos palabras.
El Alcayde los hizo apartar:
y quedando solos el moro, arrancando un gran sospiro, le dixo:
- Rodrigo de Narvaez, alcayde tan nombrado de Alora, esta[te] atento a lo que te dixere, y verás si bastan los casos de mi fortuna a derribar un coraçón de un hombre captivo. A mí llaman Abindar[r]aez el moço, a diferencia de un tio mío hermano de mi padre, que tiene el mismo nombre. Soy de los Abencerrajes de Granada, de los quales muchas vezes avrás oydo dezir: y aunque me bastava la lastima presente, sin acordar las passadas, todavia te quiero contar esto. Huvo en Granada un linage de cavalleros, que llamavan los Abencerrajes, que eran flor de todo aquel reyno: porque en gentileza de sus personas, buena gracia, disposición, y gran esfuerço, hazían ventaja a todos los demás, eran muy estimados del rey y de todos los cavalleros, y muy amados y quistos de la gente común. En todas las escaramuças que entravan, salían vencedores: y en todos los regozijos de cavalleria se señalavan. Ellos inventavan las galas y los trages. De manera que se podía bien dezir, que en exercicio de paz y de guerra, eran regla y ley de todo el reyno. Dízese, que nunca huvo Abencerraje escasso, ni covarde, ni de mala disposición. No se tenía por Abencerraje el que no servía dama, ni se tenía por dama la que no tenía Abencerraje por servidor. Quiso la fortuna enemiga de su bien, que de esta excelencia cayessen de la manera que oyrás. El Rey de Granada hizo a dos de estos Cavalleros, los que mas valían, un notable & injusto agravio, movido de falsa información, que contra ellos tuvo. Y quísose dezir (aunque yo no lo creo) que estos dos, y a su instancia otros diez, se conjuraron de matar al Rey y dividir el Reyno entre sí, vengando su injuria. Esta conjuración, siendo verdadera, o falsa, fue descubierta: y por no escandalizar el Rey el reyno, que tanto los amava, los hizo a todos una noche degollar: porque a dilatar la injusticia, no fuera poderoso de hazella. Ofresciéronse al Rey grandes rescates por sus vidas: mas el aun escuchallo no quiso. Quando la gente se vio sin esperança de sus vidas, començo de nuevo a llorarlos. Llorávanlos los padres que los engendraron, y las madres que los parieron; llorávanlos las damas a quien servían, y los cavalleros con quien se acompañavan. Y toda la gente común alçava un tan grande y continuo alarido, como si la ciudad se entrara de enemigos: de manera que si a precio de lagrymas se huvieran de comprar sus vidas, no murieran los Abencerrajes tan miserablemente. Vees aqui en lo que acabó tan esclarescido linage, y tan principales Cavalleros como en el avía: considera quanto tarda la fortuna en subir un hombre y quan presto le derriba. Quanto tarda en crescer un arbol, y quan presto va al fuego. Con quanta dificultad se edifica una casa, y con quanta brevedad se quema. ¡Quantos podrían escarmentar en las cabeças destos desdichados!: pues tan sin culpa padecieron con público pregón, siendo tantos y tales y estando en el favor del mismo rey, sus casas fueron derribadas, sus heredades enajenadas y su nombre dado en el reyno por traydor. Resultó deste infelice caso, que ningún Abencerraje pudiesse vivir en Granada, salvo mi padre y un tio mío que hallaron innocentes deste delicto: a condición que los hijos que les nasciesse[n] embiassen a criar fuera de la ciudad, para que no bolviessen a ella, y las hijas casassen fuera del reyno. Rodrigo de Narvaez, que estava mirando con quanta passión le contava su desdicha, le dixo: - Por cierto cavallero, vuestro
cuento es estraño, y la sinrazón que a los Abencerrajes
se hizo fue grande, porque no es de creer que siendo ellos tales
cometiessen trayción.
- Es como yo lo digo, dixo el.
Y aguardad más y vereys cómo desde allí todos
los bencerrajes deprendimos a ser desdichados.
Yo salí al mundo del vientre de mi madre y por cumplir mi padre el mandamiento del Rey, embióme a Cartama al Alcayde que en ella estava, con quien tenía estrecha amistad. Éste tenía una hija, casi de mi edad, a quien amava mas que a sí: porque allende de ser sola y hermosíssima, le costó la muger que murió de su parto. Esta, y yo, en nuestra niñez, siempre nos tuvimos por hermanos (porque assí nos oyamos llamar). Nunca me acuerdo aver passado hora que no estuviéssemos juntos. Juntos nos criaron, juntos andávamos, juntos comíamos y bevíamos. Nasciónos desta conformidad un natural amor que fue siempre creciendo con nuestras hedades. Acuérdome que entrando una siesta en la huerta, que dizen de los jazmines, la hallé sentada junto a la fuente, componiendo su hermosa cabeça. Miréla vencido de su hermosura, y parescióme a Salmacis: y dixe entre mí: "O quién fuera Trocho para parescer ante esta hermosa diosa". No sé cómo me pesó de que fuesse mi hermana: y no aguardando más fuyme a ella: y quando me vio, con los braços abiertos me salió a rescebir, y sentándome junto a sí, me dixo: - Hermano, ¿cómo
me dexastes tanto tiempo sola?
Yo la respondí:
- Señora mía: porque
ha gran rato que os busco, y nunca hallé quien me dixesse
do estávades, hasta que mi coraçón me lo dixo.
Mas dezidme aora, ¿qué certinidad teneys vos de que
seamos hermanos?
- Yo, dixo ella, no otra, mas
del grande amor que te tengo, y ver que todos nos llaman hermanos.
- Y si no lo fuéramos,
dixe yo, ¿quisiérasme tanto?
- ¿No ves, dixo ella,
que a no serlo, no nos dexara mi padre andar siempre juntos y solos?
- Pues si esse bien me avian
de quitar, dixe yo, mas quiero el mal que tengo.
Entonces ella encendiendo su
hermoso rostro en color, me dixo:
- Y qué pierdes tú
en que seamos hermanos?
- Pierdo a mí y a vos,
dixe yo.
- Yo no te entiendo, dixo ella,
mas a mí me paresce que solo serlo, nos obliga a amarnos
naturalmente.
- A mí, sola vuestra hermosura
me obliga, que antes essa hermandad paresce que me resfría
algunas vezes.
Y con esto baxando mis ojos,
de empacho de lo que le dixe, vila en las aguas de la fuente al
proprio como ella era: de suerte que donde quiera que bolvía
la cabeça hallava su imagen, y en mis entrañas la
más verdadera. Y dezíame yo a mí mismo (y pesárame
que alguno me lo oyera): "Si yo me anegasse aora en esta fuente,
donde veo a mi señora, quánto más desculpado
moriría yo que Narciso! Y si
ella me amasse como yo la amo, qué dichoso sería yo!
Y si la fortuna nos permitiesse vivir siempre juntos, qué
sabrosa vida sería la mía". Diziendo esto levantéme,
y bolviendo las manos a unos jazmines, de que la fuente estava rodeada,
mezclándolos con arrayán, hize una hermosa guirnalda,
y poniéndola sobre mi cabeça me bolví a ella
coronado y vencido. Ella puso los ojos en mí (a mi parescer)
más dulcemente que solía, y quitándomela, la
puso sobre su cabeça. Parescióme en aquel punto más
hermosa que Venus, quando salió
al juyzio de la mançana, y bolviendo el rostro a mí,
me dixo:
- ¿Qué te paresce
aora de mí, Abindarraez?
Yo la dixe:
- Parésceme que acabays
de vencer el mundo, y que os coronan por reyna y señora del.
Levantándose me tomó
por la mano, y me dixo:
- Si esso fuera, hermano, no
perdiérades vos nada.
Yo sin la responder la seguí
hasta que salimos de la huerta. Esta engañosa vida traximos
mucho tiempo, hasta que ya el amor por vengarse de nosotros nos
descubrió la cautela, que como fuymos creciendo en edad ambos
acabamos de entender que no eramos hermanos. Ella no sé lo
que sintió al principio de saberlo: mas yo nunca mayor contentamiento
recebí aunque después acá lo he pagado bien.
En el mismo punto que fuymos certificados desto, aquel amor limpio
y sano que nos teníamos, se començó a dañar
y se convertió en una raviosa enfermedad, que nos durará
hasta la muerte. Aquí no huvo primeros movimientos que escusar,
porque el principio destos amores fue un gusto y deleyte fundado
sobre bien: mas después no vino el mal por principios, sino
de golpe y todo junto, ya yo tenía mi contentamiento puesto
en ella, y mi alma hecha a medida de la suya. Todo lo que no vía
en ella me parecía feo, escusado y sin provecho en el mundo.
Todo mi pensamiento hera en ella. Ya en este tiempo nuestros pasatiempos
heran differentes; ya yo la mirava con recelo de ser sentido, ya
tenía invidia del sol que la tocava. Su presencia me lastimava
la vida, y su ausencia me enflaquescía el coraçón.
Y de todo esto creo que no me devía nada, porque me pagava
en la misma moneda. Quiso la fortuna, embidiosa de nuestra dulce
vida, quitarnos este contentamiento en la manera que oyrás.
El Rey de Granada, por mejorar en cargo al alcayde de Cartama, embióle a mandar, que luego dexasse aquella fuerça, y se fuese a Coyn (que es aquel lugar frontero del vuestro) y que me dexasse a mí en Cartama en poder del alcayde que a ella viniesse. Sabida esta desastrada nueva por mi señora y por mí, juzgad vos (si algun tiempo fuystes enamorado) lo que podríamos sentir. Juntámonos en un lugar secreto a llorar nuestro apartamiento. Yo la llamava "señora mía", "alma mía", "solo bien mío" (y otros dulces nombres que el amor me enseñava.) "Apartándose vuestra hermosura d'mí, ¿ternéys alguna vez memoria deste vuestro captivo?" Aquí las lágrymas y sospiros atajavan las palabras. Yo esforçándome para dezir mas, malparía algunas razones turbadas de que no me acuerdo, porque mi señora llevó mi memoria consigo. Pues quién os contasse las lástimas que ella hazía (aunque a mí siempre me parescían pocas.) Dezíame mil dulces palabras, que hasta aora me suenan en las orejas; y al fin, porque no nos sintiessen, despedímonos con muchas lágrymas y solloços, dexando cada uno al otro por prenda un abraçado, con un sospiro arrancado de las entrañas. Y porque ella me vio en tanta necessidad y con señales d'muerto me dixo: - Abindarraez, a mí se
me sale el alma en apartarme de ti: y porque siento de ti lo mismo,
yo quiero ser tuya hasta la muerte, tuyo es mi coraçón,
tuya es mi vida, mi honra, y mi hazienda; y en testimonio desto,
llegada a Coyn, donde aora voy con mi padre, en teniendo lugar de
hablarte, o por ausencia o indisposicion suya (que ya desseo) yo
te avisaré. Yrás donde yo estuviere, y allí
yo te daré lo que solamente llevo conmigo, debajo de[l] nombre
de esposo, que de otra suerte ni tu lealtad, ni mi ser lo consentirían,
que todo lo demás muchos días ha que es tuyo.
Con esta promessa mi coraçón
se sossegó algo y beséla las manos por la merced que
me prometía. Ellos se partieron otro día, yo quedé
como quien caminando por unas fragosas y ásperas montañas,
se le eclypsa el sol. Comencé a sentir su ausencia ásperamente
buscando falsos remedios contra ella. Mirava las ventanas do se
solía poner, las aguas do se vañava, la cámara
en que dormía, el jardín do reposava la siesta. Andava
todas sus estaciones y en todas ellas hallava representación
de mi fatiga. Verdad es, que la esperança que me dio de llamarme,
me sostenía: y con ella engañava parte de mis trabajos,
aunque algunas vezes de verla alargar tanto me causava mayor pena,
y holgara que me dexara del todo desesperado: porque la desesperación
fatiga hasta que se tiene por cierta, y la esperança hasta
que se cumple el desseo. Quiso mi ventura, que esta mañana
mi señora me cumplió su palabra, embiándome
a llamar con una criada suya, de quien se fiava: porque su padre
era partido para Granada, llamado del rey para bolver luego. Yo
resuscitado con esta buena nueva apercebime, y dexando venir la
noche por salir más secreto, púseme en el habito que
me encontrastes, por mostrar a mi señora el alegría
de mi coraçón: y por cierto no creyera yo que bastaran
cient cavalleros juntos a tenerme campo, porque traya mi señora
comigo, y si tú me venciste, no fue por esfuerço (que
no es possible) sino porque mi corta suerte, o la determinación
del cielo, quisieron atajarme tanto bien. Assí, que, considera
tú aora, en el fin de mis palabras, el bien que perdí,
y el mal que tengo. Yo yva de Cartama a Coyn breve jornada (aunque
el desseo la alargava mucho) el mas hufano Abencerraje
que nunca se vió, yva a llamado de mi señora, a ver
a mi señora, a gozar de mi señora, y a casarme con
mi señora. Veome aora herido, captivo, y vencido: y lo que
más siento que el término y coyuntura de mi bien se
acaba esta noche. Déxame pues, Christiano, consolar entre
mis sospiros, y no los juzgues a flaqueza: pues lo fuera muy mayor
tener ánimo para sufrir tan riguroso trance.
Rodrigo de Narvaez quedó espantado y apiadado del estraño acontescimiento del moro: y paresciéndole que para su negocio, ninguna cosa le podría dañar mas que la dilación, le dixo: - Abindarraez, quiero que veas
que puede más mi virtud, que tu ruyn fortuna. Si tú
me prometes como cavallero de bolver a mi prisión dentro
de tercero día, yo te daré libertad para que sigas
tu camino: porque me pesaría de atajarte tan buena empresa.
El moro quando lo oyó,
se quiso de contento echar a sus pies, y le dixo:
- Rodrigo de Narvaez, si vos
esso hazeys, avreys hecho la mayor gentileza de coraçón
que nunca hombre hizo, y a mi me dareys la vida. Y para lo que pedís,
tomad de mí la seguridad que quisiéredes, que yo lo
cumpliré. El Alcayde llamó a sus escuderos, y les
dixo:
- Señores fiad de mí
este prisionero, que yo salgo fiador de su rescate.
Ellos dixeron que ordenasse a
su voluntad. Y tomando la mano derecha entre las dos suyas al moro,
le dixo:
- Vos ¿prometeysme como
Cavallero de bolver a mi castillo de Alora a ser mi prisionero dentro
de tercero día?
Él
le dixo:
- Sí prometo.
- Pues yd con la buena ventura,
y si para vuestro negocio teneys necessidad de mi persona, o de
otra cosa alguna, también se hará.
Y diziendo que se lo agradescía,
se fue camino de Coyn a mucha priessa. Rodrigo de Narvaez y sus
escuderos se bolvieron a Alora, hablando en la valentía y
buena manera de el Moro.
Y con la priessa que el Abencerraje
llevava, no tardó mucho en llegar a Coyn, yéndose
derecho a la fortaleza, como le era mandado, no paró hasta
que halló una puerta que en ella avía: y deteniéndose
allí, començó a reconoscer el campo, por ver
si avía algo de que guardarse, y viendo que estava todo seguro,
tocó en ella con el cuento de la lança, que esta era
la señal que le avía dado la dueña. Luego ella
misma le abrió, y le dixo:
- ¿En qué os aveis
detenido, señor mio? que vuestra tardança nos ha puesto
en gran confusión. Mi señora ha rato que os espera:
apeaos y subireys donde está.
Él se apeó, y puso
su cavallo en un lugar secreto, que allí halló. Y
dexa[n]do lança con su darga y cimitarra, llevándole
la dueña por la mano, lo más passo que pudo, por no
ser sentido de la gente del castillo, subió por una escalera,
hasta llegar al aposento d'la hermosa Xarifa (que assí se
llamava la dama.) Ella que ya avía sentido su venida, con
los braços abiertos le salió a rescebir. Ambos se
abraçaron, sin hablarse palabra, del sobrado contentamiento.
Y la dama le dixo:
- En que os aveys detenido, señor
mio? que vuestra tardança me ha puesto en gran congoxa y
sobresalto.
- Mi señora, dixo él,
vos sabeys bien que por mi negligencia no avrá sido: mas
no siempre succeden las cosas como los hombres dessean.
Ella le tomó por la mano,
y le metió en una camara secreta. Y sentándose sobre
una cama que en ella avía, le dixo:
- He querido, Abindarraez, que
veays en que manera cumplen las captivas de amor sus palabras porque
desde el día que os la di por prenda de mi coraçón,
he buscado aparejos para quitárosla. Yo os mandé venir
a este mi castillo a ser mi prisionero, como yo lo soy vuestra,
y hazeros señor de mi persona, y de la hazienda de mi padre,
debaxo de nombre de esposo, aunque esto, segun entiendo, será
muy contra su voluntad, que como no tiene tanto conoscimiento de
vuestro valor y experiencia d'vuestra virtud como yo, quisiera darme
marido más rico: mas yo, vuestra persona y mi contentamiento
tengo por la mayor riqueza del mundo.
Y diziendo esto baxó la
cabeça, mostrando un cierto empacho
d'averse descubierto tanto. El moro la tomó entre sus braços,
y besándola muchas vezes las manos por la merced que le hazía,
la dixo:
- Señora mía, en pago d'tanto bien como me aveys ofrescido, no tengo que daros que no sea vuestro, sino sola esta prenda, en señal que os rescibo por mi señora y esposa. Ilustraciones de Valeria Gallo Y llamando a la dueña
se desposaron. Y siendo desposados se acostaron en su cama, donde
con la nueva experiencia encendieron más el fuego de sus
coraçones. En esta conquista passaron muy amorosas obras
y palabras, que son más para contemplación, que para
escriptura. Tras esto al moro vino un profundo pensamiento, y dexando
llevarse del dio un gran sospiro. La dama no pudiendo sufrir tan
grande ofensa d'su hermosura y voluntad con gran fuerça de
amor le bolvió a sí, y le dixo:
- ¿Qués esto Abindarraez?
paresce que te has entristecido con mi alegría: yo te oyo
sospirar rebolviendo el cuerpo a todas partes: pues si yo soy todo
tu bien y contentamiento, ¿cómo me dezías por
quien sospiras? y si no lo soy, ¿porqué me engañaste?
si has allado alguna falta en mi persona, pon los ojos en mi voluntad,
que basta para encubrir muchas: y si sirves otra dama dime quien
es para que la sirva yo: y si tienes otro dolor secreto de que yo
no soy ofendida, dímelo, que o yo moriré, o te libraré
dél. El Abencerraje corrido de lo que avía hecho,
y paresciéndole que no declararse, era ocasión d'gran
sospecha, con un apassionado sospiro la dixo:
- Señora mía, si
yo no os quisiera más que a mí, no huviera hecho este
sentimiento: porque el pesar que comigo traya, sufríale con
buen animo, quando yva por mi solo: mas aora que me obliga a apartarme
d'vos no tengo fuerças para sufrirle, y assí entendereys
que mis sospiros se causan más de sobra de lealtad que de
falta della. Y porque no estéys mas suspensa sin saber de
qué, quiero deziros lo que passa.
Luego le contó todo lo
que avía succedido: y al cabo la dixo:
- De suerte señora, que
vuestro captivo lo es también del alcayde de Alora, yo no
siento la pena de la prisión, que vos enseñastes mi
coraçón a sufrir: mas vivir sin vos, tendría
por la misma muerte. La dama con buen semblante, le dixo:
- No te congoxes, Abindarraez,
que yo tomo el remedio de tu rescate a mi cargo: porque a mí
me cumple más. Yo digo assí, que qualquier cavallero
que diere la palabra de bolver a la prisión, cumplirá
con embiar el rescate que se le puede pedir: y para esto ponedle
vos mismo el nombre que quisierdes, que yo tengo las llaves de las
riquezas de mi padre, yo os las porné en vuestro poder, embiad
de todo ello lo que os paresciere. Rodrigo d'Naruaez es buen cavallero,
y os dio una vez libertad, y le fiastes este negocio, que le obliga
aora a usar de mayor virtud: yo creo que se contentará con
esto, pues teniéndoos en su poder ha de hazer lo mismo.
El Abencerraje la respondió:
- Bien parece, señora
mia, que lo mucho que me queréys nos dexa que me aconsejéys
bien; por cierto no cayré yo en tan gran yerro porque si
quando venía a verme con vos que yva por mi solo estava obligado
a cumplir mi palabra, aora que soy vuestro se me a doblado la obligación.
Yo bolveré a Alora y me porné en las manos del Alcayde
della y tras hazer yo lo que devo, haga él lo que quisiere.
- Pues nunca Dios quiera, dixo
Xarifa, que yendo vos a ser preso quede yo libre, pues no lo soy;
yo quiero acompañaros en esta jornada, que ni el amor que
os tengo, ni el miedo que he cobrado a mi padre de averle offendido
me consentirán hazer otra cosa.
El moro llorando de contentamiento
la abraçó y le dixo:
- Siempre vays, señora
mía, acrescentandome las mercedes; hágase lo que vos
quisierdes que assí lo quiero yo.
Ycon este acuerdo aparejando
lo necessario, otro día de mañana se partieron llevando
la Dama el rostro cubierto por no ser conoscida. Pues yendo por
su camino adelante hablando en diversas cosas, toparon un hombre
viejo; la dama le pregunto donde yva. Él la dixo:
- Voy a Alora a negocios que
tengo con el alcayde della, que es el más honrado y virtuoso
cavallero que yo jamas ví.
Xarifa se holgo mucho de oyr
esto, paresciéndole que pues todos hallavan tanta virtud
en este cavallero, que también la hallarían ellos
que tan necessitados estavan della. Y bolviendo al caminante, le
dixo:
- Dezid hermano, ¿sabeys
vos d'esse cavallero alguna cosa que aya hecho notable?
- Muchas sé, dixo él,
mas contaros he una por donde entendereys todas las demás.
Este cavallero fue primero alcayde de Antequera, y allí anduvo
mucho tiempo enamorado de una dama muy hermosa, en cuyo servicio
hizo mil gentilezas que son largas de contar: y aunque ella conoscía
el valor deste cavallero amava a su marido tanto, que hazía
poco caso dél. Acontesció assí, que un día
de verano acabando de cenar, ella y su marido se baxaron a una huerta
que tenían dentro de casa: y él llevava un gavilán
en la mano, y lançándole a unos páxaros, ellos
huyeron, y fueronse a socorrer a una çarça, y el gavilán,
como astuto, tirando el cuerpo afuera, metió la mano, y sacó
y mató muchos dellos. El cavallero le cebó, y bolvió
a la dama, y la dixo:
- ¿Qué os paresce
señora del astucia con que el gavilan encerró los
paxaros, y los mató? pues hagoos saber, que cuando el alcayde
de Alora escaramuça con los moros, assí los sigue,
y assí los mata.
Ella fingiendo no le conoscer,
le pregunto quien era.
- Es el mas valiente y virtuoso
cavallero, que yo hasta oy vi.
Y començó a hablar
dél muy altamente, tanto que a la dama le vino un cierto
arrepentimiento, y dixo:
- ¡Pues cómo! ¡los
hombres están enamorados deste Cavallero, y que no lo esté
yo de él, estándolo él de mí! Por cierto
yo estaré bien disculpada de lo que por él hiziere
pues mi marido me ha informado de su derecho.
Otro dia
adelante se ofresció que el marido fue fuera de la ciudad
y no pudiendo la dama sufrirse en sí embióle llamar
con una criada suya. Rodrigo de Narvaez estuvo en poco de tornarse
loco de plazer aunque no dio crédito a ello acordándosele
de la aspereza que siempre le avía mostrado. Mas con todo
esso a la hora concertada muy a recado fue a ver la Dama que le
estava esperando en un lugar secreto y allí ella echó
de ver el yerro que avía hecho y la vergüença
que passava en requerir aquel de quien tanto tiempo avía
sido requerida; pensava también en la fama que descubre todas
las cosas, temía la inconstancia de los hombres y la offensa
del marido y todos estos inconvenientes (como suelen) aprovecharon
de vencerla más, y passando por todos ellos le rescibió
dulcemente y le metió en su cámara donde passaron
muy dulzes palabras, y en fin dellas le dixo:
- Señor Rodrigo de Narvaez,
yo soy vuestra de aquí adelante sin que en mi poder quede
cosa que no lo sea, y esto no lo agradezcays a mí que todas
vuestras passiones y diligencias falsas, o verdaderas, os aprovecharan
poco comigo, mas agradesceldo a mi marido que tales cosas me dixo
d'vos que me han puesto en el estado en que aora estoy.
Tras esto le contó quanto
con su marido avía passado y al cabo le dixo:
- Y cierto, señor, vos
deveys a mi marido mas que él a vos.
Pudieron tanto estas palabras
con Rodrigo de Narvaez que le causaron confusión y arrepentimiento
del mal que hazía a quien dél dezía tantos
bienes y apartándose afuera, dixo:
- Por cierto, señora,
yo os quiero mucho y os querré de aqui adelante mas nunca
Dios quiera que a hombre que tan afficionadamente ha hablado en
mí haga yo tan cruel daño. Antes de oy más
he de procurar la honra de vuestro marido como la mía propria
pues en ninguna cosa le puedo pagar mejor el bien que de mí
dixo.
Y sin aguardar mas, se bolvió
por donde avía venido. La dama devió de quedar burlada:
y cierto (señores) el cavallero, a mi parescer usó
de gran virtud y valentía pues venció su misma voluntad.
El Abencerraje y su dama quedaron
admirados del cuento: y alabándole mucho, él dixo,
que nunca mayor virtud avía visto d'hombre. Ella respondió:
- Por dios señor, yo no
quisiera servidor tan virtuoso: mas él devia estar poco enamorado,
pues tan presto se salió afuera: y pudo más con él
la honra del marido que la hermosura de la muger. Y sobre esto dixo
otras muy graciosas palabras. Luego llegaron a la fortaleza: y llamando
a la puerta, fue abierta por las guardas, que ya tenían noticia
de lo passado. Y yendo un hombre corriendo a llamar al alcayde le
dixo:
- Señor, en el castillo
está el moro que venciste, y trae consigo una gentil dama.
Al alcayde le dio el coraçón
lo que podia ser y baxó abaxo. El Abencerraje tomando su
esposa de la mano, se fue a él, y le dixo:
- Rodrigo de Narvaez, mira si
te cumplo bien mi palabra, pues te prometí de traer un preso,
y te trayo dos, que el uno basta para vencer otros muchos. Ves aquí
mi señora, juzga si he padescido con justa causa. Rescibenos
por tuyos, que yo fío mi señora y mi honra de ti.
Rodrigo de Narvaez holgó
mucho de verlos, y dixo a la dama:
- Yo no se qual de vosotros deve mas al otro: mas yo devo mucho a los dos. Entrad y reposareys en esta vuestra casa: y tenelda de aqui adelante por tal, pues lo es su dueño. Y con esto se fueron a un aposento
que les estava aparejado y de ay a poco comieron: porque venian
cansados del camino. Y el alcayde preguntó al Abencerraje:
- Señor ¿qué
tal venís de las heridas?
- Paresceme, señor, que
con el camino las trayo enconadas, y con algun dolor.
La hermosa Xarifa muy alterada,
dixo:
- ¿Que es esto señor,
heridas teneys vos de que yo no sepa?
- Señora, quien escapó
de las vuestras, en poco terná otras: verdad es que de la
escaramuça de la otra noche saqué dos pequeñas
heridas, y el camino y no averme curado me avrán hecho algun
daño.
- Bien será, dixo el Alcayde,
que os acosteys y verná un çurujano que ay en el castillo.
Luego la hermosa Xarifa le començó a desnudar con
grande alteración y viniendo el maestro y viendole, dixo
que no hera nada, y con un ungüento que le puso le quitó
el dolor y de ay a tres días estuvo sano. Un día acaesció
que acabando de comer el Avencerraje dixo estas palabras:
- Rodrigo de Narvaez, según
eres discreto en la manera de nuestra venida entenderás lo
demás; yo tengo esperança que este negocio que está
tan dañado se ha de remediar por tus manos: esta dueña
es la hermosa Xarifa, de quien te huve dicho es mi señora
y mi esposa; no quiso quedar en Coyn, de miedo d'aver offendido
a su padre, todavía se teme deste caso; bien sé que
por tu virtud te ama el Rey, aunque eres Christiano, suplícote
alcances dél que nos perdone su padre, por aver hecho esto
sin que él lo supiesse, pues la fortuna lo traxo por este
camino.
El Alcayde les dixo:
- Consolaos, que yo os prometo
de hazer en ello quanto pudiere.
Y tomando tinta y papel, escrivio
una carta al Rey, que dezía assi:
Carta de Rodrigo de Narvaez Alcayde de Alora, para el Rey de Granada: Muy alto y muy poderoso rey de Granada. Rodrigo d'Narvaez, alcayde
de Alora tu servidor, beso tus reales manos: y digo assí,
Que el Abencerraje Abindarraez el moço, que nascio en Granada,
y se crió en Cartama en poder de el Alcayde de ella, se enamoró
de la hermosa Xarifa su hija. Después tú por hazer
merced al alcayde, le passaste a Coyn. Los enamorados por assegurarse,
se desposaron entre sí. Y llamado él por ausencia
del padre, que contigo tienes, yendo a su fortaleza, yo le encontré
en el camino, y en cierta escaramuça que con él tuve,
en que se mostró muy valiente, le gané por mi prisionero.
Y contándome su caso, apiadándome dél le hize
libre por dos días: él se fue a ver con su esposa,
de suerte que en la jornada perdió la libertad, y ganó
el amiga. Viendo ella que el Abencerraje bolvía a mi prision
se vino con él y assí están aora los dos en
mi poder.
Suplícote que no te ofenda el nombre de Abencerraje, que yo sé que éste y su padre fueron sin culpa en la conjuración que contra tu real persona se hizo: y en testimonio dello viven. Suplico a tu real alteza, que el remedio destos tristes se reparta entre ti y mi. Yo les perdonaré el rescate, y les soltaré graciosamente. Solo harás tú que el padre della los perdone y resciba en su gracia. Y en esto cumplirás con tu grandeza, y harás lo que de ella siempre esperé. Escripta la carta, despachó un escudero con ella, que llegado ante el rey, se la dio: el qual sabiendo cuya era, se holgó mucho, que a este solo Christiano amava por su virtud y buenas maneras. Y como la leyó, bolvió el rostro al alcayde de Coyn, que allí estava y llamándole a parte, le dixo: - Lee esta carta, que es del
alcayde de Alora.
Y leyendola, rescibió
grande alteración. El rey le dixo:
- No te congoxes, aunque tengas
porqué, sábete que ninguna cosa me pedirá el
alcayde de Alora que yo no lo haga. Y assí te mando que vayas
luego a Alora y te veas con él, y perdones tus hijos, y los
lleves a tu casa, que en pago deste servicio a ellos y a ti haré
siempre merced.
El moro lo sintió en el
alma: mas viendo que no podía passar el mandamiento de el
Rey, bolvió de buen continente, y dixo que assi lo haría
como su alteza lo mandava. Y luego se partió a Alora donde
ya sabían del escudero todo lo que avía passado, y
fue de todos rescebido con mucho regozijo y alegría. El Abencerraje
y su hija parescieron ante el con harta vergüença, y
le besaron las manos. Él los rescibió muy bien, y
les dixo:
- No se trate aquí de
cosa passada, yo os perdono averos casado sin mi voluntad, que en
lo demás, vos hija escogistes mejor marido que yo os pudiera
dar.
El alcayde todos aquellos días
les hazía muchas fiestas: y una noche acabando de cenar en
un jardín, les dixo:
- Yo tengo en tanto aver sido
parte para que este negocio aya venido a tan buen estado, que ninguna
cosa me pudiera hazer mas contento: y assí digo, que sola
la honra de averos tenido por mis prisioneros quiero por rescate
de la prisión. De oy más vos, señor Abindarraez,
soys libre de mí para hazer de vos lo que quisierdes.
Ellos le besaron las manos por
la merced y bien que les hazía: y otro día por la
mañana partieron de la fortaleza, acompañándolos
el Alcayde parte del camino. Estando ya en Coyn gozando sossegada
y seguramente el bien que tanto avían desseado, el padre
les dixo:
- Hijos, aora que con mi voluntad
soys señores de mi hazienda, es justo que mostreys el agradescimiento
que a Rodrigo de Narvaez se deve, por la buena obra que os hizo:
que no por aver usado con vosotros de tanta gentileza ha de perder
su rescate, antes le meresce muy mayor. Yo os quiero dar seys mil
doblas zaenes, embiádselas, y tenelde de aquí adelante
por amigo, aunque las leyes sean diferentes.
Abindarraez le besó las
manos y tomándolas con quatro muy hermosos cavallos y quatro
lanças con los hierros y cuentos de oro, y otras quatro dargas,
las embió al alcayde de Alora, y le escrivió assí:
Carta del Abencerraje Abindarráez, al Alcayde de Alora Si piensas Rodrigo de Narvaez, que con darme libertad en tu castillo, para venirme al mio, me dexaste libre, engáñaste, que quando libertaste mi cuerpo, prendiste mi coraçón (las buenas obras, prisiones son de los nobles coraçones). Y si tú por alcançar honra y fama acostumbras hazer bien a los que podrías destruyr, yo por parescer a aquellos donde vengo, y no degenerar de la alta sangre de los Abencerrajes, antes coger y meter en mis venas toda la que dellos se vertió, estoy obligado a agradescerlo, y servirlo. Rescibirás de esse breve presente la voluntad de quien le embía, que es muy grande y de mi Xarifa: otra tan limpia y leal, que me contento yo de ella. El alcayde tuvo en mucho la grandeza
y curiosidad del presente: y rescibiendo dél los cavallos
,y lanças, y dargas, escrivio a Xarifa assi:
Carta de el Alcayde de Alora, a la hermosa Xarifa Hermosa Xarifa. No ha querido Abindarraez dexarme gozar de el verdadero triumpho de su prisión, que consiste en perdonar y hazer bien: y como a mí en esta tierra nunca se me ofresció empresa tan generosa, ni tan digna de Capitan Español, quisiera gozarla toda y labrar della una estatua para mi posteridad y descendencia. Los cavallos y armas rescibo yo para ayudarle a defender de sus enemigos [¡¡¡¡¡¡]. Y si en embiarme el oro se mostró cavallero generoso, en rescebirlo yo paresciera cobdicioso mercader: yo os sirvo con ello en pago de la merced que me hezistes en serviros de mí en mi castillo. Y también señora yo no acostumbro robar damas, sino servirlas y honrarlas. Y con esto les bolvió
a embiar las doblas. Xarifa las rescibió, y dixo:
- Quien pensare vencer a Rodrigo
de Narvaez, de armas, y cortesía, pensara mal.
De esta manera quedaron los unos de los otros muy satisfechos y contentos, y travados con tan estrecha amistad, que les duró toda la vida.
[Esta novelita se basa en romances fronterizos, auque los que se nos conservan son contemporáneos o incluso posteriores. Pincha aquí si quieres leer algunos] |
Tumba de Rodrigo de Narváez en S. Sebastián (Antequera)