4.- Prosa del Primer Renacimiento
4.2.- El diálogo doctrinal y
erasmista
4.2.2.- Alfonso de Valdés (1490-1532):
4.2.2.1.- Diálogo
de las cosas ocurridas en Roma o Diálogo de Lactancio y
un Arcediano (1529-30)
Argumento
Un caballero mancebo de la corte
del Emperador, llamado Lactancio, topó en la plaza de Valladolid
con un arcediano que venía de Roma en hábito de
soldado y, entrando en San Francisco, hablan sobre las cosas en
Roma acaecidas. En la primera parte, muestra Lactancio al Arcediano
cómo el Emperador ninguna culpa en ello tiene, y en la
segunda, cómo todo lo ha permitido Dios por el bien de
la cristiandad.
PERSONAJES
LACTANCIO.
ARCEDIANO.
PORTERO.
LACTANCIO.- [...] Y porque mejor
nos entendamos, pues la diferencia es entre el Papa y el Emperador,
quiero que me digáis, primero, qué oficio
es el del Papa y qué oficio es el del Emperador,
y a qué fin estas dignidades fueron instituidas.
ARCEDIANO.- A mi parecer, el
oficio del Emperador es defender sus súbditos y mantenerlos
en mucha paz y justicia, favoreciendo los buenos y castigando
los malos.
LACTANCIO.- Bien decís,
¿y el del Papa?
ARCEDIANO.- Eso es más
dificultoso de declarar, porque si miramos al tiempo de San Pedro,
es una cosa, y si al de ahora, otra.
LACTANCIO.- Cuando yo os pregunto
para qué fue instituida esta dignidad, entiéndese
que me habéis de decir la voluntad e intención del
que la instituyó.
ARCEDIANO.- A mi parecer, fue
instituida para que el Sumo Pontífice tuviese autoridad
de declarar la Sagrada Escritura, y para que enseñase al
pueblo la doctrina cristiana, no solamente con palabras, mas con
ejemplo de vida, para que con lágrimas y oraciones continuamente
rogase a Dios por su pueblo cristiano, y para que este tuviese
el supremo poder de absolver a los que hubiesen pecado y se quisiesen
convertir, y para declarar por condenados a los que en su mal
vivir estuviesen obstinados, y para que con continuo cuidado procurase
de mantener los cristianos en mucha paz y concordia, y, finalmente,
para que nos quedase acá en la tierra quien muy de veras
representase la vida y santas costumbres de Jesucristo, nuestro
Redentor; porque los humanos corazones más aína
se atraen con obras que con palabras. Esto es lo que yo puedo
colegir de la Sagrada Escritura. Si vos otra cosa sabéis,
decidla. [...]
LACTANCIO.- Por
muchas vías se sabe, y por no perder tiempo, mirad el principio
de la liga que hizo el Papa [Clemente VII]
con el Rey de Francia, y veréis claramente cómo
el Papa fue el promotor de ella, y siendo esta tan gran verdad,
que aun el mismo Papa lo confiesa, ¿paréceos ahora
a vos que era esto hacer lo que debía un Vicario de Jesucristo?
Vos decís que su oficio era poner
paz entre los discordes, y él sembraba guerra entre los
concordes. Decís que
su oficio era enseñar al pueblo con palabras y con obras
la doctrina de Jesucristo, y él les enseñaba todas
las cosas a ella contrarias. Decís
que su oficio era rogar a Dios por su pueblo, y él andaba
procurando de destruirlo. Decís
que su oficio era imitar a Jesucristo, y él en todo trabajaba
de serle contrario. Jesucristo fue pobre y humilde, y él,
por acrecentar no sé qué señorío temporal,
ponía toda la cristiandad en guerra. Jesucristo
daba bien por mal, y él, mal por bien, haciendo
liga contra el Emperador, de quien tantos beneficios había
recibido. No digo esto por injuriar al Papa; bien sé que
no procedía de él y que por malos consejos era a
ello instigado. [...]
LACTANCIO.- [...]Pues cuanto
a los españoles e italianos, que vos llamáis infieles,
si el mal vivir queréis decir que es infidelidad, ¿qué
más infieles que vosotros? ¿Dónde se hallaron
más vicios, ni aun tantos,
ni tan públicos, ni tan sin castigo como en aquella corte
romana? ¿Quién nunca hizo tantas crueldades y abominaciones
como el ejército del Papa
en tierras de coloneses? Si los del Emperador son infieles porque
viven mal, ¿por qué no lo serán los vuestros,
que viven peor? Si a vosotros os es lícito hacer guerra
con gente que tenéis por infieles, ¿por qué
no nos será lícito a nosotros defendernos con gente
que no tenemos por infieles? ¿Qué niñería
es esa? Lo que vosotros hacéis contra
el Emperador no lo hacéis contra él, sino contra
su ejército, y lo que el ejército hace contra vosotros
no lo hace el ejército, sino el Emperador.
2ª parte
[...]LACTANCIO.- Pues veis aquí:
Dios es padre de todos nosotros, y dionos por maestro al Romano
Pontífice, para que de él y de los que cabo él
estuviesen aprendiésemos a vivir como cristianos. Y como
los vicios de aquella corte romana fuesen tantos, que infeccionaban
los hijos de Dios, y no solamente no aprendían de ellos
la doctrina cristiana, mas una manera de vivir a ella muy contraria,
viendo Dios que ni aprovechaban los profetas, ni los evangelistas,
ni tanta multitud de santos doctores como en los tiempos pasados
escribieron vituperando los vicios y loando las virtudes, para
que los que mal vivían se convirtiesen a vivir como cristianos,
buscó nuevas maneras para atraerlos a que hiciesen lo que
eran obligados, y, allende otros muchos buenos maestros y predicadores
que ha enviado en otros tiempos pasados, envió
en nuestros días aquel excelente varón Erasmo Roterodamo,
que con mucha elocuencia, prudencia y modestia en diversas obras
que ha escrito, descubriendo los vicios y engaños de la
corte romana y, en general, de todos los eclesiásticos,
parecía que bastaba para que los que mal en ella vivían
se enmendasen, siquiera de pura vergüenza de lo que se decía
de ellos. Y como esto ninguna cosa os aprovechase, antes
los vicios y malas maneras fuesen de cada día creciendo,
quiso Dios probar a convertirlos por otra manera, y permitió
que se levantase aquel fray Martin Luter,
el cual no solamente les perdiese la vergüenza, declarando
sin ningún respeto todos sus vicios, mas que apartase muchos
pueblos de la obediencia de sus prelados, para que, pues no os
habíais querido convertir de vergüenza, os convirtieseis
siquiera por codicia de no perder el provecho que de Alemania
llevabais, o por ambición de no estrechar tanto vuestro
señorío si Alemania quedase casi, como ahora está,
fuera de vuestra obediencia.
ARCEDIANO.- Bien, pero ese fraile
no solamente decía mal de nosotros, mas también
de Dios en mil herejías que ha escrito.
LACTANCIO.- Decís verdad,
pero si vosotros remediarais lo que él
primero con mucha razón decía y no le provocarais
con vuestras descomuniones, por aventura nunca él se desmandara
a escribir las herejías que después escribió
y escribe, ni hubiera habido en Alemania tanta perdición
de cuerpos y de ánimas como después a esta causa
ha habido. [...]
LACTANCIO.- Pues veis ahí:
como vosotros no quisisteis oír las honestas reprensiones
de Erasmo, ni menos las deshonestas injurias de Luter, busca Dios
otra manera para convertiros, y permitió que los soldados
que saquearon a Roma con don Hugo y los coloneses hiciesen aquel
insulto de que vos os quejáis, para que viendo que todos
os perdían la vergüenza y el acatamiento que os solían
tener, siquiera por temor de perder las vidas os convirtieseis,
pues no lo queríais hacer por temor de perder las ánimas;
pero como eso tampoco aprovechase, viendo Dios que no quedaba
ya otro camino para remediar la perdición de sus hijos,
ha hecho ahora con vosotros lo que vos decís que haríais
con el maestro de vuestros hijos que os los infeccionase con sus
vicios y no se quisiese enmendar. [...]
LACTANCIO.- Venid acá:
¿no vale más un cuerpo vivo que ciento muertos?
ARCEDIANO.- Sí.
LACTANCIO.- Luego muy
más grave fue la muerte de los cuatro mil hombres que decís
que no el saco de las reliquias.
ARCEDIANO.- ¿Por qué?
LACTANCIO.- Porque las reliquias
son cuerpos muertos y los hombres eran vivos, y me habéis
confesado que vale más uno que ciento.
ARCEDIANO.- Verdad decís,
pero aquellos cuerpos eran santos y estos otros no.
LACTANCIO.- Tanto peor; que las
ánimas de los santos no sienten el mal tratamiento que
se hace a sus cuerpos, porque están ya beatificados, y
estas otras sí, porque muriendo en pecado se van al infierno,
y muere juntamente el ánima y el cuerpo.
ARCEDIANO.- Así es, pero
también es recia cosa que veamos en nuestros días
una osadía y desacato tan grande.
LACTANCIO.- Decís muy
gran verdad; mas mirad que no sin causa Dios ha permitido esto
por los engaños que se hacen con estas reliquias por sacar
dinero de los simples, porque hallaréis muchas reliquias
que os las mostrarán en dos o tres lugares. Si vais a Dura,
en Alemania, os mostrarán la cabeza de Santa Ana, madre
de Nuestra Señora, y lo mismo os mostrarán en León
de Francia. Claro está que lo uno o lo otro es mentira,
si no quieren decir que Nuestra Señora tuvo dos madres
o Santa Ana dos cabezas. Y siendo mentira, ¿no es gran
mal que quieran engañar la gente y tener en veneración
un cuerpo muerto que quizá es de algún ahorcado?
Veamos: ¿cuál tendríais por mayor inconveniente:
que no se hallase el cuerpo de Santa Ana o que por él os
hiciesen venerar el cuerpo de alguna mujer de por ahí?
ARCEDIANO.- Más querría
que ni aquel ni otro ninguno pareciese que no que me hiciesen
adorar un pecador en lugar de un santo. [...]
ARCEDIANO.- Así Dios me
valga, que vos me habéis muy bien satisfecho a todas mis
dudas, y estoy muy maravillado de ver cuán ciegos estamos
todos en estas cosas exteriores, sin tener respeto a las interiores.
LACTANCIO.- Tenéis muy
gran razón de maravillaros, porque a la verdad es muy gran
lástima de ver las falsas opiniones en que está
puesto el vulgo, y cuán lejos estamos todos de ser cristianos,
y cuán contrarias son nuestras obras a la doctrina de Jesucristo,
y cuán cargados estamos de supersticiones;
y a mi ver todo procede de una pestilencial avaricia y de una
pestífera ambición que reina ahora entre cristianos
mucho más que en ningún tiempo reinó. ¿Para
qué pensáis vos que da el otro a entender que una
imagen de madera va a sacar cautivos y que, cuando vuelve, vuelve
toda sudando, sino para atraer el simple vulgo a que ofrezcan
a aquella imagen cosas de que él después se puede
aprovechar? Y no tiene temor de Dios de engañar así
la gente. ¡Como si Nuestra Señora,
para sacar un cautivo, hubiese menester llevar consigo una imagen
de madera! Y siendo una cosa ridícula, créelo
el vulgo por la autoridad de los que lo dicen. Y de esta manera
os dan otros a entender que si hacéis decir tantas misas,
con tantas candelas, a la segunda angustia hallaréis lo
que perdiereis o perdisteis. ¡Pecador de mí! ¿No
sabéis que en aquella superstición no puede dejar
de intervenir obra del diablo? Pues interviniendo, ¿no
valdría más que perdieseis cuanto tenéis
en el mundo, antes que permitir que en cosa tan santa se entremeta
cosa tan perniciosa? En esta misma cuenta entran las nóminas
que traéis al cuello para no morir en fuego ni en agua,
ni a manos de enemigos, y encantos, o ensalmos que llama el vulgo,
hechos a hombres y a bestias. No sé
dónde nos ha venido tanta ceguedad en la cristiandad que
casi hemos caído en una manera de gentilidad. El
que quiere honrar un santo, debería trabajar de seguir
sus santas virtudes, y ahora, en lugar de esto, corremos toros
en su día, allende de otras liviandades que se hacen, y
decimos que tenemos por devoción de matar cuatro toros
el día de San Bartolomé, y si no se los matamos,
hemos miedo que nos apedreará las viñas. ¿Qué
mayor gentilidad queréis que esta? ¿Qué se
me da más tener por devoción matar cuatro toros
el día de San Bartolomé que de sacrificar cuatro
toros a San Bartolomé? No me parece mal que el vulgo se
recree con correr toros, pero paréceme que es pernicioso
que en ello piense hacer servicio a Dios o a sus santos, porque,
a la verdad, de matar toros a sacrificar toros yo no sé
que haya diferencia. ¿Queréis ver otra semejante
gentilidad, no menos clara que esta? Mirad cómo hemos
repartido entre nuestros santos los oficios que tenían
los dioses de los gentiles. En lugar de dios Marte, han
sucedido Santiago y San Jorge; en lugar de Neptuno, San Telmo;
en lugar de Baco, San Martín; en lugar de Eolo, Santa Bárbara;
en lugar de Venus, la Madalena. El cargo de Esculapio hemos repartido
entre muchos: San Cosme y San Damián tienen cargo de las
enfermedades comunes; San Roque y San Sebastián, de la
pestilencia; Santa Lucía, de los ojos; Santa Apolonia,
de los dientes; Santa Águeda, de las tetas; y por otra
parte, San Antonio y San Eloy, de las bestias; San Simón
y Judas, de los falsos testimonios; San Blas, de los que estornudan.
No sé yo de qué sirven estas invenciones y este
repartir de oficios, sino para que del todo parezcamos gentiles
y quitemos a Jesucristo el amor que en él solo deberíamos
tener, vezándonos a pedir a otros lo que a la verdad él
solo nos puede dar. Y de aquí viene que piensan otros porque
rezan un montón de salmos o manadas de rosarios, otros
porque traen un hábito de la Merced, otros porque no comen
carne los miércoles, otros porque se visten de azul o naranjado,
que ya no les falta nada para ser muy buenos cristianos, teniendo
por otra parte su envidia y su rencor y su avaricia y su ambición
y otros vicios semejantes tan enteros, como si nunca oyesen decir
qué cosa es ser cristiano.
Puedes leer el
diálogo completo aquí:
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/dialogo-de-las-cosas-acaecidas-en-roma--0/html/fede2498-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html
4.2.2.2.- Diálogo de Mercurio y Carón
(1529-30) [Fragmentos]
CARÓN. Soi contento, pero
mira también tú aquella ánima con quánta
sober[u]ia viene. Algún sátrapa deue ser. Vamos a hablarla,
que luego tornaremos a nuestra plática. Dime, ánima pecadora,
¿quién eres?
ÁNIMA. De los más nombrados
predicadores que houo en mis días.
Nunca me puse a predicar que la yglesia no estuuiese llena de gente.
CARÓN. ¿Qué
arte tenías para esso[?]
ÁNIMA. Fingía
en público sanctidad por ganar crédito con el pueblo
y quando subía en el púlpito procuraua de endereçar
mis reprehensiones de manera que no tocassen a los que estauan presentes,
porque como sabes, ninguno huelga que le digan
las verdades.
CARÓN. Dessa manera no aprouechaua
tu sermón sino para que el malo perseuerasse con mayor obstinación
en sus vicios.
ÁNIMA. Ni aun yo quería
otra cosa.
CARÓN. ¿Por qué?
ÁNIMA. Mira, hermano, si yo
les dixera las verdades, quiçá se quisieran conuertir
y viuir como christianos, y fuera menester que de pura vergüença
hiziera yo otro tanto; y desto me quería yo bien guardar.
CARÓN. De manera que so color
de predicar Jesuchristo predicauas Sathanás.
ÁNIMA. Yo no sé qué
cosa es predicar Iesuchristo ni jamás aprendí otra arte
sino ésta, y con ella he viuido más a mi sabor que vn
papa.
CARÓN. Pues paga el pasage,
que allá te mostrarán a qué sabor has de viuir
de aquí adelante.
ÁNIMA. ¿Yo,
passage? ¡Como si no supiesses tú que los frayles somos
exemptos!
CARÓN. Exemios vosotros quanto
quisierdes en el mundo, que aquí o me pagarás o me dexarás
el ábito.
ÁNIMA. ¿El ábito?
De muy buena voluntad. ¡Oxalá me lo houieras quitado en
el mundo!
CARÓN. ¿Pesáuate
de traerlo?
ÁNIMA. Assí burlando.
CARÓN. ¿Por qué?
ÁNIMA. ¿Piensas que
es poco trabajo hauer todavía de fingir sanctidad contra su voluntad?
CARÓN. Agora serás
quito desse trabajo. ¿Qué te parece Mercurio? Agora no
me marauillo que viuan tan mal los christianos, pues tienen tales predicadores.
Dime ¿hay muchos semejantes a éste?
MERCURIO. Más que sería
menester.
CARÓN. Acá les mostraremos
cómo han de predicar. Y tú, prosigue adelante. [...]
Luca Giordano: La barca de Caronte(1684-1686)
ÁNIMA. ¡Ha, barquero!
Pássanos.
CARÓN. ¿Estás
solo y dizes «pássanos» como si fuéssedes
muchos?
ÁNIMA. ¿Tú no
vees que soy obispo?
CARÓN. ¿Y pues?
ÁNIMA. Los obispos, por guardar
nuestra grauedad, hablamos en número plural.
CARÓN. Sea mucho de enhorabuena,
y tú, ¿sabes qué cosa es ser obispo?
ÁNIMA. ¡Mira si lo sé,
hauiéndolo sido veinte años!
CARÓN. Pues por tu fe que
me lo digas.
ÁNIMA. Obispo es traer vestido
vn roquete blanco, dezir missa con vna mitra en la cabeça y guantes
y anillos en las manos, mandar a los clérigos del obispado, defender
las rentas dél y gastarlas a su
voluntad, tener muchos criados, seruirse
con salua y dar beneficios.
CARÓN. Dessa manera, ni San
Pedro ni alguno de los apóstoles fueron obispos, pues
ni se vestían roquetes, ni traýan mitras, ni guantes,
ni anillos, ni tenían rentas que gastar ni que defender, pues
aun esso que tenían dexaron para seguir a Jesuchristo, ni tenían
con qué mantener criados, ni se seruían con salua. ¿Quieres
que te diga yo qué cosa es ser obispo? Yo te lo diré:
Tener grandíssimo cuidado de aquellas ánimas
que le son encomendadas, y si menester fuere, poner la vida por cada
vna dellas. Predicarles ordinariamente,
assí con buenas palabras y doctrina como con exemplo de vida
muy santa, y para esto saber y entender toda la Sacra Escriptura, tener
las manos muy limpias de cosas mundanas,
orar continuamente por la salud de su pueblo,
proueerlo de personas sanctas, de buena doctrina y vida que les administren
los sacramentos, socorrer a los pobres
en sus necessidades, dándoles de balde lo que de balde recibieron.
ÁNIMA. Nunca yo oý
dezir nada desso ni pensé que tenía menester para ser
obispo más de lo que te dixe. Yo me precié siempre de
tener mi tabla muy abundante para los que venían a comer comigo.
MERCURIO. ¿Quien? ¿Pobres?
ÁNIMA. ¿Pobres? Gentil
cosa sería que vn pobre se sentasse a la mesa de vn obispo.
MERCURIO. De manera que si viniera
Jesuchristo a comer contigo, ¿no
lo sentaras a tu mesa porque era pobre?
ÁNIMA. No, si viniera mal
vestido.
MERCURIO. ¿Teniendo tú
lo que tenías por amor dél, ¿no le quisieras dar
de comer a tu mesa? ¿Parécete éssa gentil cosa?
ÁNIMA. Déxate desso.
¿Cómo hauía de venir Iesuchristo a comer conmigo?
Esso es hablar en lo escusado.
MERCURIO. No dize él que lo
que se haze a vn pobrezillo se haze con él y lo que se dexa de
hazer con vn pobrezillo se dexa de hazer con él? ¿Paré[
]cete que era gentil cosa tener llena tu mesa de truhanes y lisongeros
que representauan a Sathanás y no admitir los pobrezillos que
representauan a Jesuchristo, hauiéndote sido dados aquellos bienes
que gastauas para mantener los pobres de que tú no hazías
cuenta, y para reprehender los viciosos que sentauas a tu mesa?
ÁNIMA. Tanbién a los
pobres hazía dar de comer en la calle lo que sobraua a mí
y a mis criados.
MERCURIO. Pues por cierto que tenían
ellos a tu renta más derecho que tus criados.
ÁNIMA. ¿Por qué?
Sé que los pobres no me seruían a mí.
MERCURIO. Y las rentas de los obispos,
sí que no fueron instituidas para sus criados, sino que con ellas
mantuuiessen los pobres.
ÁNIMA. Nunca
me dixeron nada desso.
MERCURIO. Pues, ¿por qué
no lo leýas tú?
ÁNIMA. A esso me andaua. ¿No
tenía harto que hazer en mis pleytos, con que cobré muchas
rentas y preheminencias que tenía perdidas mi yglesia y en andar
a caça y buscar buenos perros, açores y halcones para
ella?
MERCURIO. Por cierto, tú empleauas
muy bien tu tiempo en cosas muy conuenientes a tu dignidad. Veamos,
¿y los beneficios, a quién los dauas?
ÁNIMA. ¿A quién
los hauía de dar sino a mis criados, en recompensa de seruicios?
MERCURIO. Y éssa, ¿no
era sim[o]nía?
ÁNIMA. Ya no se usa otra cosa.
Entre ciento no verás dar vn beneficio sino por seruicios o por
fauor.
MERCURIO. Y aun con esso, tal está
como está la christiandad, no dándose los beneficios por
méritos, sino por fauor o seruicios. Pues veamos, ¿no
os mandó Jesuchristo que diéssedes de balde lo que de
balde recebistes?
ÁNIMA. Assí lo dizen,
pero a mí nunca me dieron nada de valde.
MERCURIO. ¿Y el obispado?
ÁNIMA. Bien caro me costó
de seruicios y aun de dineros. Y hauiéndome costado tan caro,
¿querías tú que diesse sus emolumentos de balde?
Sí por cierto, a esso me andaua yo.
MERCURIO. ¿Predicauas?
ÁNIMA. Sé que los obispos
no predican; hartos frayles hay que predican por ellos.
MERCURIO. ¿Ayunauas?
ÁNIMA. El ayuno no se hizo
sino para los necios y pobres. ¿Querías tú que
comiesse pescado para enfermarme y no poder después gozar de
mis passatiempos?
MERCURIO. ¿Cómo moriste?
ÁNIMA. Yendo a Roma sobre
mis pleitos, me ahogué en la mar con quantos conmigo yuan, y
esto me haze agora tener miedo de entrar en esta barca.
CARÓN. Pues entra: no hayas
miedo, que allá te mostrarán qué cosa es ser tal
obispo.
ÁNIMA. Vna cosa te quiero
rogar. Que si viniere por aquí vna dama
muy hermosa que se llama Lucrecia, le des mis encomiendas y la
hayas por encomendada.
CARÓN. ¿Quién
es essa Lucrecia?
ÁNIMA. Teníala yo para
mi recreación, y soi cierto que como sepa mi muert[e], luego
se matará.
CARÓN. Calla ya, que no
le faltará otro obispo[.]
ÁNIMA. Hazlo, por mi amor,
si por dicha viniere[.]
CARÓN. Soy contento. ¿Qué
te parece Mercurio? ¿Qué tal deue andar el ganado con
tales pastores?
MERCURIO. Pues es verdad que hai
pocos destos tales.
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