3.2.3.- Francisco de Medrano (1570-1607)
SONETOS
1
Veré al tiempo tomar de
ti, señora,
por mí venganza, hurtando tu hermosura;
veré el cabello vuelto en
nieve pura,
que el arte y juventud encrespa y dora;
y en vez de rosas,
con que tiñe ahora
tus mejillas la edad, ay, mal segura,
lilios sucederán en la madura,
que el pesar quiten y la envidia a Flora.
Mas cuando a tu belleza el
tiempo ciego
los filos embotare, y el aliento
a tu boca hurtare soberana,
bullir verás mi herida, arder
el fuego:
que ni muere la llama, calmo el viento;
ni la herida, embotado el hierro, sana.
La idea formulada
en este soneto se puede ver apuntada, como en tantas otras ocasiones,
en el soneto XII de Petrarca, que puedes leer si pinchas aquí.
2
No sé cómo, ni
cuándo, ni qué cosa
sentí, que me llenaba de dulzura:
sé que llegó a mis brazos la hermosura,
de gozarse conmigo codiciosa.
Sé que llegó, si bien, con temerosa
vista, resistí apenas su figura:
luego pasmé, como el que en noche escura
perdido el tino, el pie mover no osa.
Siguió un gran gozo a aqueste pasmo, o
sueño
—no sé cuándo, ni cómo,
ni qué ha sido—
que lo sensible todo puso en calma.
Ignorallo es saber;
que es bien pequeño
el que puede abarcar solo el sentido,
y éste pudo caber en sola l'alma.
3. A Don Juan de Arguijo, contra el artificio
Cansa la vista el artificio humano,
cuanto mayor más presto: la más clara
fuente y jardín compuestos dan en cara
que nuestro ingenio es breve y nuestra mano.
Aquel, aquel descuido soberano
de la Naturaleza, en nada avara,
con luenga admiración suspende y para
a quien lo advierte con sentido sano.
Ver cómo corre eternamente
un río,
cómo el campo se tiende en las llanuras,
y en los montes se añuda y se reduce,
grandeza es siempre nueva y grata, Argío;
tal, pero, es el autor que las produce:
¡oh Dios, inmenso en todas sus criaturas!
4 SONETO XXVI. A las ruinas de Itálica,
que ahora llaman Sevilla la Vieja, junto a las quales está
su eredamiento Mirarbueno
Estos de pan llevar campos ahora,
fueron un tiempo Itálica. Este llano
fue templo. Aquí a Teodosio, allí a Trajano
puso estatuas su patria vencedora.
En este cerco fueron Lamia y Flora
llama y admiración del vulgo vano;
en este cerco el luchador profano
del aplauso esperó la voz sonora.
¡Cómo feneció todo, ay!;
mas erguidas,
a pesar de fortuna y tiempo, vemos
estas y aquellas piedras combatidas.
Pues si vencen la edad y los extremos
del mal, piedras calladas y sufridas,
suframos, Amarilis, y callemos.