MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA
El cuento europeo y España
01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo". La disciplina clericalis en Europa Cuento II.- El amigo íntegro
Candaules, rey de Lidia, perdió la corona y la vida por un capricho singular. Enamorado sobremanera de su esposa, y creyendo poseer la mujer más hermosa del mundo, tomó una resolución bien impertinente. Tenía entre sus guardias un oficial de toda su confianza llamado Gyges, con quien solía comunicar los negocios más serios de Estado. Un día, muy de propósito se puso a encarecerle y levantar hasta las estrellas la belleza extremada de su mujer, y no pasó mucho tiempo sin que el apasionado Candaules (como que estaba decretada por el cielo su fatal ruina) hablase otra vez a Gyges en estos términos: —Veo, amigo, que por más
que te lo pondero, no quedas bien persuadido de cuán hermosa
es mi mujer, y conozco que entre los hombres se da menos crédito
a los oídos que a los ojos. Pues bien, yo haré de modo
que ella se presente a tu vista con todas sus gracias, tal como Dios
la hizo.
Al oír esto Gyges, exclama
lleno de sorpresa:
—¿Qué discurso,
señor, es éste, tan poco cuerdo y tan desacertado? ¿me
mandaréis por ventura que ponga los ojos en mi Soberana? No,
señor; que la mujer que se despoja una vez de su vestido, se
despoja con él de su recato y de su honor. Y bien sabéis
que entre las leyes que introdujo el decoro público, y por
las cuales nos debemos conducir, hay una que prescribe que, contento
cada uno con lo suyo, no ponga los ojos en lo ajeno. Creo fijamente
que la Reina es tan perfecta como me la pintáis, la más
hermosa del mundo; y yo os pido encarecidamente que no exijáis
de mí una cosa tan fuera de razón.
Con tales expresiones se resistía
Gyges, horrorizado de las consecuencias que el asunto pudiera tener;
pero Candaules replicóle así:
—Anímate, amigo, y
de nadie tengas recelo. No imagines que yo trate de hacer prueba de
tu fidelidad y buena correspondencia, ni tampoco temas que mi mujer
pueda causarte daño alguno, porque yo lo dispondré todo
de manera que ni aun sospeche haber sido vista por ti. Yo mismo te
llevaré al cuarto en que dormimos, te ocultaré detrás
de la puerta, que estará abierta. No tardará mi mujer
en venir a desnudarse, y en una gran silla, que hay inmediata a la
puerta, irá poniendo uno por uno sus vestidos, dándote
entre tanto lugar para que la mires muy despacio y a toda tu satisfacción.
Luego que ella desde su asiento volviéndote las espaldas se
venga conmigo a la cama, podrás tú escaparte silenciosamente
y sin que te vea salir.
Viendo, pues, Gyges que ya no podía
huir del precepto, se mostró pronto a obedecer. Cuando Candaules
juzga que ya es hora de irse a dormir, lleva consigo a Gyges a su
mismo cuarto, y bien presto comparece la Reina. Gyges, al tiempo que
ella entra y cuando va dejando después despacio sus vestidos,
la contempla y la admira, hasta que vueltas las espaldas se dirige
hacia la cama. Entonces se sale fuera, pero no tan a escondidas que
ella no le vea. Instruida de lo ejecutado por su marido, reprime la
voz sin mostrarse avergonzada, y hace como que no repara en ello;
pero se resuelve desde el momento mismo a vengarse de Candaules, porque
no solamente entre los Lydios, sino entre casi todos los bárbaros,
se tiene por grande infamia el que un hombre se deje ver desnudo,
cuanto más una mujer.
Entretanto, pues, sin darse por entendida, estúvose toda la noche quieta y sosegada; pero al amanecer del otro día, previniendo a ciertos criados, que sabía eran los más leales y adictos a su persona, hizo llamar a Gyges, el cual vino inmediatamente sin la menor sospecha de que la Reina hubiese descubierto nada de cuanto la noche antes había pasado, porque a menudo solía presentarse siendo llamado de orden suya. Luego que llegó, le habló de esta manera: —No hay remedio, Gyges; es
preciso que escojas, en los dos partidos que voy a proponerte, el
que más quieras seguir. Una de dos: o me has de recibir por
tu mujer, y apoderarte del imperio de los Lydios, dando muerte a Candaules,
o será preciso que aquí mismo mueras al momento, no
sea que en lo sucesivo le obedezcas ciegamente y vuelvas a contemplar
lo que no te es lícito ver. No hay más alternativa que
esta; es forzoso que muera quien tal ordenó, o aquel que, violando
la majestad y el decoro, puso en mí los ojos estando desnuda.
Atónito Gyges, estuvo largo rato sin responder, y luego le suplicó del modo más enérgico no quisiese obligarle por la fuerza a escoger ninguno de los dos extremos. Pero viendo que era imposible disuadirla, y que se hallaba realmente en el terrible trance o de dar muerte a su señor, o de recibirla él mismo de mano servil, quiso más matar que morir, y le preguntó de nuevo: —Decidme, señora,
ya que me obligáis contra toda mi voluntad a dar la muerte
a vuestro esposo, ¿cómo podremos acometerle?
—¿Cómo? —le
responde ella—, en el mismo sitio que me prostituyó desnuda
a tus ojos; allí quiero que le sorprendas dormido.
Concertados así los dos y venida que fue la noche, Gyges, a quien durante el día no se le perdió nunca de vista, ni se le dio lugar para salir de aquel apuro, obligado sin remedio a matar a Candaules o morir, sigue tras de la Reina, que le conduce a su aposento, le pone la daga en la mano, y le oculta detrás de la misma puerta. Saliendo de allí Gyges, acomete y mata a Candaules dormido; con lo cual se apodera de su mujer y del reino juntamente. Apoderado así Gyges del reino, fue confirmado en su posesión por el oráculo de Delfos. Porque como los lydios, haciendo grandísimo duelo del suceso trágico de Candaules, tomasen las armas para su venganza, juntáronse con ellos en un congreso los partidarios de Gyges, y quedó convenido que si el oráculo declaraba que Gyges fuese rey de los Lidios, reinase en hora buena, pero si no, que se restituyese el mando a los Heraclidas. El oráculo otorgó a Gyges el reino, en el cual se consolidó pacíficamente, si bien no dejó la Pythia de añadir que se reservaba a los Heraclidas su satisfacción y venganza, la cual alcanzaría al quinto descendiente de Gyges; vaticinio de que ni los Lydios ni los mismos reyes después hicieron caso alguno, hasta que con el tiempo se viera realizado [con Creso, quinto descendiente de Gyges].
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