00.1.a.-
Giges (Cicerón: Los oficios)

(El rey Candaules: Jean León Gerome,
1859)
[En esta versión se
prescinde de la historia de amistad imprudente que aparece en
Herodoto]
Cap.VIII
[...]Porque ven los hombres los provechos de las cosas con sus
errados juicios, y no ven el castigo, no ya de las leyes, que
muchas veces quebrantan, sino de su propia torpeza, que aún
es más cruel. Por lo cual deben ser excluidos del comercio
de los demás, como impíos y perversos, todos aquellos
que se paran a deliberar si seguirán el camino de lo
bueno o aquel que saben los conduce a lo malo; pues en el mismo
dudar hay ya delito, aun cuando no lleguen al efecto. Y así,
nunca deberemos pararnos en aquellas cosas en que la misma deliberación
es pecado, y además se ha de apartar de todas las deliberaciones
cualquiera esperanza u opinión de ocultar la obra mala.
Porque debemos estar en la firme inteligencia (si algún
progreso hemos hecho en la filosofía) que no es lícito
obrar cosa alguna con avaricia, con liviandad, con injusticia
ni incontinencia, aun cuando pudiéramos ocultarlo de
los dioses y de los hombres.
CAPÍTULO IX.- Nunca
se ha de obrar mal, aunque nadie lo pueda ver ni sospechar
A este propósito introduce muy bien Platón a aquel
famoso Giges,que habiéndose hecho grandes aberturas en
la tierra por las continuas lluvias, se entró por una
hondonada, y vio (según dice la fábula) un caballo
de bronce con unas ventanas en los lados. El las abrió
y advirtió que había dentro un cadáver
de extraordinaria grandeza, con un anillo de oro en un dedo;
quitósele, y se le puso él; lo cual hecho se volvió
a la majada con los demás pastores, pues él guardaba
los ganados del rey. Allí notó que cuando
volvía la piedra del anillo hacia la palma de la mano,
sin ser visto de nadie, el veía y registraba todo;
y que volviendo a su lugar el anillo, volvía él
también a ser visto de los demás. Así que,
valiéndose de este secreto del anillo, penetró
hasta el tálamo de la reina; y ayudado de ella, dio muerte
al rey su señor, quitó del medio a los que le
pareció le habían de estorbar sus intentos, y
ejecutó todo esto sin haber sido nunca visto de persona
alguna; y así de repente vino a ser rey de Lidia por
beneficio del anillo. Si este mismo anillo se pusiera en manos
de un sabio, no creería que le era lícito obrar
mal, más que si no le tuviera. Porque los hombres de
bien aman las cosas honestas, pero no las oscuras ni ocultas.
Pero algunos filósofos, no tanto
por malicia como por poca sutileza, reprenden a Platón
en este lugar, diciendo que este cuento es una fábula
inventada a su gusto, como si él defendiera que
sucedió así, ni que pudo suceder. Toda la fuerza
de este ejemplo y, por decirlo así, el alma del anillo
es: si no hubiera de saber persona humana, ni aun sospechar
siquiera, la acción que te interesa en riquezas, o en
poder, o en dominio, o liviandad, y habiendo de estar oculta
siempre a los hombres y a los dioses, ¿la ejecutarías?
Dicen que no puede suceder un caso semejante, aunque pueden
muy bien. Pero pregunto: si lo que tienen por imposible pudiera
darse, ¿qué harían? Mas ellos porfían
neciamente que no puede ser y se cierran en ello;[...]