Literatura
Española del Siglo XVI
4.- Prosa del Primer Renacimiento
46 Letra para Mosén Rubín, valenciano y enamorado, en la cual se ponen los enojos que dan las enamoradas a sus amigos. Magnífico señor y viejo enamorado: En esta presente letra me escrebís
que de otros nuevos amores estáis agora enamorado, y que pues
os dixe la verdad en los primeros, os escriba mi parecer en estos
segundos, teniendo por cierto que os sabré tomar la sangre,
y aun atar la herida. Otra cosa quisiera yo, señor Mosén
Rubín, que me escribiérades, o que me pidiérades,
porque, hablando la verdad, esta materia de amores, ni vos estáis
ya en edad para seguirla, ni cabe en mi gravedad escrebirla. A mi
hábito, y a mi profesión, y a mi autoridad y gravedad
habéisle de pedir casos de confesiones, y no remedios de amores,
porque yo más he leído en el Hostiense, que amuestra
a confesar, que no en Ovidio, que enseña a enamorar. A la mi
verdad, señor Mosén Rubín, ni sois vos, ni soy
yo, a quien los amor es buscan y con quien ellos se regalan, porque
vos sois ya viejo, y yo soy religioso; de manera que a vos os sobra
la edad y a mí falta la libertad. Creedme, señor, y
no dudéis que no son amores, sino dolores; no alegría,
sino dentera; no gusto, sino tormento; no recreación, sino
confusión, cuando en el enamorado no hay mocedad, libertad
y liberalidad. Al hombre entrado ya en edad, y que de nuevo se remoza
y enamora, nunca le llamaban viejo enamorado, sino viejo ruin y loco,
y así Dios a mí me salve, que tienen razón, los
que se lo llaman, porque los pajares viejos y podridos más
son ya para estercolar que no para guardar. El dios Cupido y la diosa
Venus no quieren en su casa sino a mancebos que los puedan servir
y a liberales que sepan gastar, y a libres que puedan gozar, y a pacientes
que puedan sufrir, y a discretos que sepan hablar, y a secretos que
sepan callar, y a fieles que sepan agradescer, y animosos que sepan
perseverar. El que de estas condiciones no fuere dotado y priveligiado,
más sano consejo le será acabar en el campo que no enamorarse
en palacio, porque no hay en el mundo hombres tan maleventurados como
son los enamorados necios.
Al enamorado necio mofa dél su dama, burlan dél los vecinos, engáñanle los criados, pélanle las alcahuetas, cébase de palabrillas, emplea mal sus joyas, anda desvelado, créese de ligero y al fin hállase burlado. Todos los oficios y todas las sciencias desta vida se pueden aprender, si no es el oficio de saber amar, el cual ni le supo escrebir Salomón, ni pintar Asclepio, ni enseñar Ovidio, ni contar Helena, ni aun aprender Cleopatra, sino que de la escuela del corazón ha de salir y la pura discreción le ha de enseñar. [...] No más, sino que Nuestro
Señor sea en vuestra guarda y os guarde de mala amiga, y os
sane de vuestra gota.
De Madrid, a III de marzo de MDXXVII. 55 [...]¡Oh, triste de ti, marido,
que si topas con mujer generosa, has de sufrir su locura! Si topas
con alguna que es cuerda y mansa, no te la dieron sino en camisa.
Si te dan alguna que es muy rica, afréntaste de contar su parentela.
Si eliges muger hermosa, tienes malaventura en guardalla. Si te cupo
en suerte alguna que es fea, a pocos días huyes de casa y aun
apartas della cama. Si te prescias que tu muger es sabia y discreta,
también te quexas que es muy regalada y muy poco casera. Si
dices que tu muger es muy aliñada y casera, es por otra parte
tan brava, que no hay moza que la sufra. Si tienes vana gloria de
que tu muger sea honesta y guardada, muchas veces la aborresces porque
es de ti tan celosa. ¿Qué más quieres que te
diga, oh pobre casado?
Lo que digo allende de lo dicho, es que si a tu muger encierras en casa, nunca acaba de se quejar, y si sale cuando quiere, da a todos que decir. Si la riñes mucho, anda rostrituerta, y si no le dices nada, no hay quien con ella pueda. Si gasta por su mano, ¡ay de la hacienda!, y si gasta por la suya, o te ha de hurtar la bolsa, o vender algo de casa. Si siempre estás en casa, tiénete por sospechoso, y si vienes algo tarde, dice que eres travieso. Si la vistes bien, quiere salir a ser vista, y si no anda bien vestida, mándote mala cena y peor comida. Si le muestras mucho amor, tiénete en poco, y si en esto le tienes algún descuido, sospecha que en otra parte estás enamorado. Si le niegas lo que te pregunta, nunca cesa de te importunar, y si le descubres algún secreto, no lo sabe guardar. He aquí, pues, la ocasión, y aun la razón, por do si hay en un pueblo diez que sean bien casados, hay ciento que viven aborridos y arrepentidos, los cuales a la hora apartarían de sus mugeres casa y cama, si lo acabasen con la iglesia como lo acabarían con su consciencia. Si los matrimonios de los christianos fuesen como el matrimonio de los gentiles para que cada uno pudiese cuando quisiese hacer divorcio y alzarse a su mano, yo juro que más prisa hubiese la cuaresma a se descasar, que hay en el carnal a se casar. Que nadie se case sino con
su igual
Las reglas y consejos que yo quiero
dar aquí a los que se han de casar, y aun a los que son ya
casados, si no les aprovecharen para vivir mas contentos, a lo menos
aprovecharles han para ahorrar de muchos enojos. [...]
Que la muger sea muy vergonzosa
y no muy parlera [...]
Que la muger sea recogida y
poco ocasionada [...]
Que la muger casada no sea
soberbia y brava [...]
Que los maridos no sean demasiadamente
celosos [...]
Que si entre los que son casados
pasaren enojos, no han de dar parte de ellos a los vecinos
Es también saludable consejo
que de tal manera se hayan el marido y la muger en sus diferencias
y enojos, que no den parte dellos a sus vecinos, pues saben que si
los quieren mal, tornan placer, y si los quieren bien, tendrán
qué decir. Hay hombres tan mal mirados, y mugeres tan mal sufridas,
en que ni ellos saben reñir sino voceando, ni ellas responder
les sino gritando; por manera que el oficio de sus vecinos es apaciguarlos
entre semana, y oír sus quexas el día de fiesta. Qéxase
el marido diciendo que su muger es brava, y. que no hay demonio que
con ella pueda. Quéxase también que es celosa y sospechosa,
y que no puede con ella hacer vida. Quéxase también
que es impaciente y deslenguada, y que cada paso le deshonrra. Quéxase
también que su muger es flaca, fea, enferma, y que gasta cuanto
tiene en curarla. Quéxase también que es regalada, perezosa,
dormilona, y que no se levanta hasta medio día. Quéxase
tarnbién que es sucia, desaliñada y descuidada, y que
las cosas de su casa ni las sabe allegar, ni menos guardar.
Quéxase también que
su muger es parentera, comadrera, callejera, y si una vez toma la
puerta, hasta ver estrellas en el cielo no torna a casa. Por otra
parte, las pobres mugeres, como no tienen fuerzas para se vengar,
aprovéchanse de las lenguas para se quexar. Quéxase
la muger de su marido que es triste, cetrino y malencónico,
y que de puro mal acondicionado, ni cabe con los vecinos, ni le pueden
sufrir los criados. Quéxase de su marido que es bravo, soberbio
y mal sufrido, y que muchas veces que se le enciende la cólera,
a las mozas apalea, y aun a ella destoca. Quéxase también
que la baldona de fea y de villana, de sucia y de judía, y
que algunas veces dice tantas y tan grandes lástimas, que se
le rompen las entrañas y se le arrancan los ojos de lágrimas.
Quéxase también que no le consiente ir a ver a sus padres,
ni visitar a sus parientes, y que de puro malicioso, no la dexa salir
de casa, y manda que a media misa vaya a la iglesia. Quéxase
también que su marido es celoso y sospechoso, sin tener ocasión
ni menos razón, y que por este fin ni la dexa salir a la puerta,
ni poner a la ventana, ni vestir una ropa, ni tocar una toca, ni hablar
con nadie una palabra, sino que ha de estar guardada como una doncella,
y abscondida como monja. [...]
Que los maridos provean de
lo necesario a sus casas [...]
Que los maridos no deben llevar
a sus casas personas sospechosas [...]
Que las mugeres deben aprender
a amasar y cocer
Es también saludable consejo
que las mugeres casadas aprendan y sepan regir muy bien sus casas;
es a saber, amasar, cocer, labrar, barrer, cocinar y coser; porque
son cosas tan necesarias, que sin ellas no pueden ellas mismas vivir,
ni menos a sus maridos contentar. Suetonio Tranquillo dice que Augusto,
el emperador, mandó aprender a sus hijas las infantas todos
los oficios con que una muger se puede mantener, y de que se debe
presciar, de manera que todo lo que vestían ellas, lo hilaban
y texían. Por grande que sea en estado, y por generosa que
sea en sangre, y por estimada que sea en riqueza una gran señora,
tan bien le paresce en la cinta una rueca, como paresce al caballero
la lanza, y al sacerdote la estola. [...]
Una muger que es moza, es sana,
es libre, es hermosa, es desenvuelta y es holgazana, ¿qué
es lo que piensa, arrellanada sobre una almohada? Lo que ella hace
es ponerse muy despacio a pensar qué forma tendrá en
se libertar y perder, de manera que engañe a todos diciendo
que es muy buena, y por otra parte goze a su placer de la vida. ¡Qué
placer es de ver a una muger levantarse de mañana, andar revuelta,
la toca desprendida, las faldas prendidas, las mangas alzadas, sin
chapines los pies, riñendo a las mozas, despertando a los mozos
y vistiendo a sus hijos! ¡Qué placer es verla hacer su
colada, lavar su ropa, ahechar su trigo, cerner su harina, amasar
su masa, cocer su pan, barrer su casa, encender su lumbre, poner su
olla y, después de haber comido, tomar su almohadilla para
labrar o su rueca para hilar! No hay en el mundo marido, por loco
y insensato que sea, que no le parezca su muger mucho mejor el sábado
cuando amasa, que no el domingo cuando se afeita. No estoy bien con
las mugeres que no saben otra cosa sino acostarse a la una, levantarse
a las once, comer a las doce, y parlar hasta la noche, y más
y allende desto, no saben sino armar una cama a do se echen, y aderezar
un estrado a do negocien; de manera que las tales no nascieron sino
para comer y dormir, holgar y parlar. [...]
No más sino que Nuestro
Señor sea en vuestra guarda.
De Granada, a IIII de mayo de MDXXIIII años. |