Literatura Española del Siglo XVII

07.- GRACIÁN

2.- El criticón

2.2.3.- Madrid ("Gran Babilonia", "teatro augusto de las letras")

I, Crisi 6ª: "Estado del siglo"

—Otros muchos —prosiguió el Quirón— se han subido a las nubes, y aun hay quien no levantándose del polvo pretende tocar con la cabeza en las estrellas; paséanse no pocos por los espacios imaginarios, camaranchones de su presunción, pero la mayor parte hallaréis acullá sobre el cuerno de la luna, y aun pretenden subir más alto, si pudieran.
—¡Tiene razón —voceó Andrenio—, acullá están, allá los veo! Y aun allí andan empinándose, tropezando unos y cayendo otros, según las mudanzas suyas y de aquel planeta, que ya les hace una cara, y ya otra; y aun ellos también no cesan entre sí de armarse zancadillas, cayendo todos con más daño que escarmiento.
—¡Hay tal locura! —repetía Critilo—. ¿No es la tierra su lugar propio del hombre, su principio y su fin? ¿No les fuera mejor conservarse en este medio, y no querer encararmarse con tan evidente riesgo? ¿Hay tal disparate?
—Sí lo es grande —dijo el semihombre—; materia de harta lástima para unos, y de risa para otros, ver que el que ayer no se levantaba de la tierra, ya le parece poco un palacio; ya habla sobre el hombro el que ayer llevaba la carga en él; el que nació entre las malvas pide los artesones de cedro; el desconocido de todos, hoy desconoce a todos; el hijo tiene el puntillo de los muchos que dio su padre; el que ayer no tenía para pasteles, asquea el faisán; blasona de linajes el de conocido solar; el vos es señoría. Todos pretenden subir y ponerse sobre los cuernos de la luna, más peligrosos que los de un toro, pues estando fuera de su lugar es forzoso dar abajo con ejemplar infamia.
Fuelos guiando a la Plaza Mayor, donde hallaron paseándose gran multitud de fieras, y todas tan sueltas como libres, con notable peligro de los incautos: había leones, tigres, leopardos, lobos, toros, panteras, muchas vulpejas; ni faltaban sierpes, dragones y basiliscos.
—¿Qué es esto? —dijo turbado Andrenio— , ¿dónde estamos? ¿Es ésta población humana o selva ferina?
—No tienes que temer; que cautelarte, sí —dijo el centauro.
—Sin duda que los pocos hombres que habían quedado se han retirado a los montes —ponderó Critilo— por no ver lo que en el mundo pasa, y que las fieras se han venido a las ciudades y se han hecho cortesanas.
—Así es —repondió Quirón—. El león de un poderoso, con quien no hay poderse averiguar, el tigre de un matador, el lobo de un ricazo, la vulpeja de un fingido, la víbora de una ramera, toda bestia y todo bruto han ocupado las ciudades; esas rúan las calles, pasean las plazas y los verdaderos hombres de bien no osan parecer, viviendo retirados dentro de los límites de su moderación y recato.
—¿No nos sentaríamos en aquel alto —dijo Andrenio— para poder ver cuando no gozar, con seguridad y señorío?
—Eso no —respondió Quirón—. No está el mundo para tomarlo de asiento.
—Pues arrimémonos aquí a una de estas colunas —dijo Critilo.
—Tampoco, que todos son falsos los arrimos de esta tierra: Vamos paseando y pasando.
Estaba muy desigual el suelo, porque a las puertas de los poderosos, que son los ricos, había unos grandes montones que relucían mucho.
—¡Oh qué de oro! —dijo Andrenio. Y el Quirón:
—Advierte que no lo es todo lo que reluce. Llegaron más cerca y conocieron que era basura dorada. [...]
Asomaban ya por un cabo de la plaza ciertos personajes que caminaban, de tan graves, con las cabezas hacia abajo por el suelo, poniéndose del lodo, y los pies para arriba muy empinados, echando piernas al aire, sin acertar a dar un paso: antes, a cada uno caían, y aunque se maltrataban harto, porfiaban en querer ir de aquel modo tan ridículo como peligroso. Comenzó Andrenio a admirar y Critilo a reír.
—Haced cuenta —dijo el Quirón— que soñáis despiertos. ¡Oh qué bien pintaba el Bosco!; ahora entiendo su capricho. Cosas veréis increíbles. Advertid que los que habían de ser cabezas por su prudencia y saber, esos andan por el suelo, despreciados, olvidados y abatidos; al contrario, los que habían de ser pies por no saber las cosas ni entender las materias, gente incapaz, sin ciencia ni experiencia, esos mandan. Y así va el mundo, cual digan dueñas: mejor fuera dueños. No hallaréis cosa con cosa. Y a un mundo que no tiene pies ni cabeza, de merced se le da el descabezado.
No bien pasaron éstos, que todos pasan, cuando venían otros, y eran los más y que se preciaban de muy personas. Caminaban hacia atrás, y a este modo todas sus acciones las hacían al revés.
—¡Qué otro disparate! —dijo Andrenio—. Si tales caprichos hay en el mundo, llámese casa de orates hermanados.
—¿No nos puso —ponderó Critilo— la próvida naturaleza los ojos y los pies hacia delante para ver por dónde andamos y andar por donde vemos con seguridad y firmeza? Pues ¿cómo estos van por donde no ven y no miran por dónde van?
—Advertid —dijo Quirón— que los más de los mortales, en vez de ir adelante en la virtud, en la honra, en el saber, en la prudencia y en todo, vuelven atrás. Y así, muy pocos son los que llegan a ser personas: cual y cual, un conde de Peñaranda. ¿No veis aquella mujer lo que forceja, cejando en la vida? No querría pasar de los veinte, ni aquella otra de los treinta, y en llegando a un cero se hunden allí, como en trampa de los años, sin querer pasar adelante; aún mujeres no quieren ser: siempre niñas. Mas ¡cómo estira dellas aquel vejezuelo coxo, y la fuerza que tiene! ¿No veis cómo las arrastra llevándolas por los cabellos? Con todos los de aquella otra se ha quedado en las manos, todos se los ha arrancado. ¡Qué puñada le ha pegado a la otra! No la ha dejado diente. Hasta las cejas las harta de años. ¡Oh qué mala cara le hacen todas!
Aguarda, ¿mujeres? —dijo Andrenio—, ¿dónde están? ¿Cuáles son?, que yo no las distingo de los hombres. ¿Tú no me dijiste, ¡oh Critilo!, que los hombres eran los fuertes y las mujeres las flacas, ellos hablaban recio y ellas delicado, ellos vestían calzón y capa, y ellas basquiñas? Yo hallo que todo es al contrario, porque, o todos son ya mujeres, o los hombres son los flacos y afeminados; ellas, las poderosas: Ellos tragan saliva, sin osar hablar, y ellas hablan tan alto, que aun los sordos las oyen; ellas mandan el mundo, y todos se les sujetan. Tú me has engañado.
—Tienes razón —aquí suspirando Critilo—, que ya los hombres son menos que mujeres. Más puede una lagrimilla mujeril que toda la sangre que derramó el valor, más alcanza un favor de una mujer que todos los méritos del saber. No hay vivir con ellas, ni sin ellas. Nunca más estimadas que hoy: todo lo pueden y todo lo pierden. Ni vale haberlas privado la atenta naturaleza del decoro de la barba, ya para nota, ya para dar lugar a la vergüenza, y todo no basta.
—Según eso —dijo Andrenio—, ¿el hombre no es el rey del mundo, sino el esclavo de la mujer?
—Mirad —respondió el Quirón—, él es el rey natural, sino que ha hecho a la mujer su valido, que es lo mismo que decir que ella lo puede todo. Con todo eso, para que las conozcáis, aquéllas son que cuando más han de menester el juicio y el valor, entonces les falta más. Pero sean excepción de mujeres las que son más que hombres: la gran Princesa de Rosano y la excelentísima señora Marquesa de Valdueza.

Más admiración les causó uno que, yendo a caballo en una vulpeja, caminaba hacia atrás, nunca seguido, sino torciendo y revolviendo a todas partes; y todos los del séquito, que no eran pocos, procedían del mismo modo, hasta un perro viejo que de ordinario le acompañaba.
—¿Veis a éste? —advirtió Quirón—; pues yo os aseguro que no se mueve de necio [un Caco de a política].

Rubens. Quirón y Aquiles (1630-5)

Rubens: Quirón y Aquiles (1630-5)