I, Crisi 6ª: "Estado del siglo"
—Otros muchos —prosiguió
el Quirón— se han subido a las nubes, y aun
hay quien no levantándose del polvo pretende tocar
con la cabeza en las estrellas; paséanse no pocos
por los espacios imaginarios, camaranchones de su presunción,
pero la mayor parte hallaréis acullá sobre
el cuerno de la luna, y aun pretenden subir más alto,
si pudieran.
—¡Tiene razón —voceó Andrenio—,
acullá están, allá los veo! Y aun allí
andan empinándose, tropezando unos y cayendo otros,
según las mudanzas suyas y de aquel planeta, que
ya les hace una cara, y ya otra; y aun ellos también
no cesan entre sí de armarse zancadillas, cayendo
todos con más daño que escarmiento.
—¡Hay tal locura! —repetía Critilo—.
¿No es la tierra su lugar propio del hombre, su principio
y su fin? ¿No les fuera mejor conservarse en este
medio, y no querer encararmarse con tan evidente riesgo?
¿Hay tal disparate?
—Sí lo es grande —dijo el semihombre—;
materia de harta lástima para unos, y de risa para
otros, ver que el que ayer no se levantaba de la tierra,
ya le parece poco un palacio; ya habla sobre el hombro el
que ayer llevaba la carga en él; el que nació
entre las malvas pide los artesones de cedro; el desconocido
de todos, hoy desconoce a todos; el hijo tiene el puntillo
de los muchos que dio su padre; el que ayer no tenía
para pasteles, asquea el faisán; blasona de linajes
el de conocido solar; el vos es señoría. Todos
pretenden subir y ponerse sobre los cuernos de la luna,
más peligrosos que los de un toro, pues estando fuera
de su lugar es forzoso dar abajo con ejemplar infamia.
Fuelos guiando a la Plaza Mayor,
donde hallaron paseándose gran multitud de fieras,
y todas tan sueltas como libres, con notable peligro de
los incautos: había leones, tigres, leopardos, lobos,
toros, panteras, muchas vulpejas; ni faltaban sierpes, dragones
y basiliscos.
—¿Qué es esto? —dijo turbado Andrenio—
, ¿dónde estamos? ¿Es ésta población
humana o selva ferina?
—No tienes que temer; que cautelarte, sí —dijo
el centauro.
—Sin duda que los pocos hombres que habían
quedado se han retirado a los montes —ponderó
Critilo— por no ver lo que en el mundo pasa, y que
las fieras se han venido a las ciudades y se han hecho cortesanas.
—Así es —repondió Quirón—.
El león de un poderoso, con
quien no hay poderse averiguar, el
tigre de un matador, el lobo de un ricazo, la vulpeja
de un fingido, la víbora de una ramera, toda bestia
y todo bruto han ocupado las ciudades; esas rúan
las calles, pasean las plazas y los verdaderos hombres de
bien no osan parecer, viviendo retirados dentro de los límites
de su moderación y recato.
—¿No nos sentaríamos en aquel alto —dijo
Andrenio— para poder ver cuando no gozar, con seguridad
y señorío?
—Eso no —respondió Quirón—.
No está el mundo para tomarlo de asiento.
—Pues arrimémonos aquí a una de estas
colunas —dijo Critilo.
—Tampoco, que todos son falsos los arrimos de esta
tierra: Vamos paseando y pasando.
Estaba muy desigual el suelo, porque a las puertas de los
poderosos, que son los ricos, había unos grandes
montones que relucían mucho.
—¡Oh qué de oro!
—dijo Andrenio. Y el Quirón:
—Advierte que no lo es todo
lo que reluce. Llegaron más cerca y conocieron
que era basura dorada. [...]
Asomaban ya por un cabo de la plaza ciertos personajes que
caminaban, de tan graves, con las cabezas hacia abajo por
el suelo, poniéndose del lodo, y los pies para arriba
muy empinados, echando piernas al aire, sin acertar a dar
un paso: antes, a cada uno caían, y aunque se maltrataban
harto, porfiaban en querer ir de aquel modo tan ridículo
como peligroso. Comenzó Andrenio a admirar y Critilo
a reír.
—Haced cuenta —dijo el Quirón—
que soñáis despiertos. ¡Oh qué
bien pintaba el Bosco!;
ahora entiendo su capricho. Cosas veréis increíbles.
Advertid que los que habían de ser cabezas por su
prudencia y saber, esos andan por el suelo, despreciados,
olvidados y abatidos; al contrario, los que habían
de ser pies por no saber las cosas ni entender las materias,
gente incapaz, sin ciencia ni experiencia, esos mandan.
Y así va el mundo, cual digan dueñas: mejor
fuera dueños. No hallaréis cosa con cosa.
Y a un mundo que no tiene pies ni cabeza, de merced se le
da el descabezado.
No bien pasaron éstos, que todos pasan, cuando venían
otros, y eran los más y que se preciaban de muy personas. Caminaban hacia atrás, y a este modo todas sus acciones
las hacían al revés.
—¡Qué otro disparate! —dijo Andrenio—.
Si tales caprichos hay en el mundo, llámese casa
de orates hermanados.
—¿No nos puso —ponderó Critilo—
la próvida naturaleza los ojos y los pies hacia delante
para ver por dónde andamos y andar por donde vemos
con seguridad y firmeza? Pues ¿cómo estos
van por donde no ven y no miran por dónde van?
—Advertid —dijo Quirón— que los
más de los mortales, en vez de ir adelante en la
virtud, en la honra, en el saber, en la prudencia y en todo,
vuelven atrás. Y así, muy pocos son los que
llegan a ser personas: cual y cual, un conde de Peñaranda.
¿No veis aquella mujer lo que forceja, cejando en
la vida? No querría pasar de los veinte, ni aquella
otra de los treinta, y en llegando a un cero se hunden allí,
como en trampa de los años, sin querer pasar adelante;
aún mujeres no quieren ser:
siempre niñas. Mas ¡cómo estira
dellas aquel vejezuelo coxo, y la fuerza que tiene! ¿No
veis cómo las arrastra llevándolas por los
cabellos? Con todos los de aquella otra se ha quedado en
las manos, todos se los ha arrancado. ¡Qué
puñada le ha pegado a la otra! No la ha dejado diente.
Hasta las cejas las harta de años. ¡Oh qué
mala cara le hacen todas!
—Aguarda, ¿mujeres? —dijo Andrenio—,
¿dónde están? ¿Cuáles
son?, que yo no las distingo de los hombres. ¿Tú
no me dijiste, ¡oh Critilo!, que los hombres eran
los fuertes y las mujeres las flacas, ellos hablaban recio
y ellas delicado, ellos vestían calzón y capa,
y ellas basquiñas? Yo hallo que todo es al contrario,
porque, o todos son ya mujeres, o
los hombres son los flacos y afeminados; ellas, las poderosas:
Ellos tragan saliva, sin osar hablar, y ellas hablan tan
alto, que aun los sordos las oyen; ellas mandan el mundo,
y todos se les sujetan. Tú me has engañado.
—Tienes razón —aquí suspirando
Critilo—, que ya los hombres son menos que mujeres.
Más puede una lagrimilla mujeril
que toda la sangre que derramó el valor, más
alcanza un favor de una mujer que todos los méritos
del saber. No hay vivir con ellas, ni sin ellas. Nunca más
estimadas que hoy: todo lo pueden y todo lo pierden. Ni
vale haberlas privado la atenta naturaleza del decoro de
la barba, ya para nota, ya para dar lugar a la vergüenza,
y todo no basta.
—Según eso —dijo Andrenio—, ¿el
hombre no es el rey del mundo, sino el esclavo de la mujer?
—Mirad —respondió el Quirón—,
él es el rey natural, sino que ha hecho a la mujer
su valido, que es lo mismo que decir que ella lo puede todo.
Con todo eso, para que las conozcáis, aquéllas
son que cuando más han de menester el juicio y el
valor, entonces les falta más. Pero sean excepción
de mujeres las que son más que hombres: la gran Princesa
de Rosano y la excelentísima señora Marquesa
de Valdueza.
Más admiración
les causó uno que, yendo a
caballo en una vulpeja, caminaba hacia atrás, nunca
seguido, sino torciendo y revolviendo a todas partes; y
todos los del séquito, que no eran pocos, procedían
del mismo modo, hasta un perro viejo que de ordinario le
acompañaba.
—¿Veis a éste? —advirtió
Quirón—; pues yo os aseguro que no se mueve
de necio [un Caco de a política].

Rubens: Quirón y Aquiles (1630-5)