4.3.3.5.- EL SUEÑO
DE LA MUERTE [La visita de los chistes] (1621-22)

[...] Entre estas demandas y respuestas, fatigado
y combatido (sospecho que fue cortesía del sueño piadoso
más que de natural), me quedé dormido. Luego que,
desembarazada, el alma se vio ociosa sin la traba de los sentidos
exteriores, me embistió de esta manera la comedia
siguiente, y así la recitaron mis potencias a oscuras siendo
yo para mis fantasías auditorio y teatro.
Fueron entrando unos médicos
a caballo en unas mulas con gualdrapas negras; parecían
tumbas con orejas [...] Alrededor venía gran chusma y caterva
de boticarios, con espátulas
desenvainadas y jeringas en ristre [...] Venían todos vestidos
de recetas [...] Luego seguían los cirujanos,
cargados de pinzas, tientas, cauterios, tijeras, navajas, sierras,
limas tenazas y lancetines. Entre ellos se oía una voz muy
dolorosa a mis oídos, que decía: "¡Corta,
arranca, abre, sierra, despedaza, pica, punza, agigota, rebana,
descarna y abrasa!" [...] En tanto, vinieron unos demonios
con unas cadenas de muelas y dientes, haciendo bragueros, y en esto
conocí que eran sacamuelas,
el oficio más maldito del mundo, pues no sirven sino de despoblar
bocas y adelantar la vejez [...]
En esto entró una
que parecía mujer, muy galana y llena de coronas,
cetros, hoces, abarcas, chapines, tiaras, caperuzas, mitras, monteras,
brocados, pellejos, seda, oro, garrotes, diamantes, serones, perlas
y guijarros. Un ojo abierto y otro cerrado, vestida
y desnuda de todas colores; por un
lado era moza y por el otro era vieja;
unas veces venía despacio y
otras aprisa; parecía que estaba
lejos y estaba cerca,
y cuando pensé que empezaba a entrar estaba ya a mi cabecera.
Yo me quedé como hombre que le pregunta qué es cosi
y cosa, viendo tan extraño ajuar y tan desbaratada compostura.
No me espantó; suspendióme, y no sin risa, porque
bien mirado era figura donosa. Preguntéle
quién era y díjome:
-La Muerte.
-¿La Muerte?
Quedé pasmado, y apenas abrigué en el corazón
algún aliento para respirar, y muy torpe de lengua, dando
trasiegos con las razones, la dije:
-¿Pues a qué vienes?
-Por ti -dijo.
-¡Jesús mil veces! Muérome, según eso.
-No te mueres -dijo ella-. Vivo has de venir
conmigo a hacer una visita a los difuntos, que pues han venido
tantos muertos a los vivos, razón será que vaya un
vivo a los muertos y que los muertos sean
oídos. ¿Has oído decir que yo ejecuto
sin embargo? Alto; ven conmigo.
Perdido de miedo le dije:
-¿No me dejarás vestir?
-No es menester -respondió-, que conmigo nadie va vestido,
ni soy embarazosa. Yo traigo los trastos de todos, porque vayan
más ligeros.
Fui con ella donde me guiaba, que no sabré decir por dónde,
según iba poseído del espanto. En el camino la dije:
-Yo no veo señas de la muerte, porque a ella nos la pintan
unos huesos descarnados con su guadaña.
Paróse y respondió:
-Eso no es la muerte, sino los muertos o lo que queda de los vivos.
Esos huesos son el dibujo sobre que se labra el cuerpo del hombre;
la muerte no la conocéis, y sois vosotros
mismos vuestra muerte, tiene la cara de cada uno de vosotros
y todos sois muertes de vosotros mismos; la calavera es el muerto
y la cara es la muerte y lo que llamáis
morir es acabar de morir y lo que llamáis nacer es empezar
a morir y lo que llamáis vivir es morir viviendo,
y los huesos es lo que de vosotros deja la muerte y lo que le sobra
a la sepultura. Si esto entendierais así, cada uno de vosotros
estuviera mirando en sí su muerte cada día y la ajena
en el otro, y vierais que todas vuestras casas están llenas
de ella y que en vuestro lugar hay tantas
muertes como personas, y no la estuvierais aguardando, sino
acompañándola y disponiéndola. Pensáis
que es huesos la muerte y que hasta que veáis venir la calavera
y la guadaña no hay muerte para vosotros, y primero sois
calavera y huesos que creáis que lo podéis ser. [...]
Alcé los ojos y vi la Muerte en su trono y a los lados muchas
muertes. Estaba la muerte de amores,
la muerte de frío, la muerte
de hambre, la muerte de miedo
y la muerte de risa, todas con diferentes
insignias. La muerte de amores estaba
con muy poquito seso. Tenía, por estar acompañada,
porque no se le corrompiesen por la antigüedad, a Píramo
y Tisbe embalsamados, y a Leandro y
Hero y a Macías en cecina,
y algunos portugueses derretidos. Mucha gente vi que estaba ya para
acabar debajo de su guadaña y a puros milagros del interés
resucitaban. En la muerte de frío
vi a todos los obispos y prelados y a los más eclesiásticos,
que como no tienen mujer ni hijos ni sobrinos que los quieran, sino
a sus haciendas, estando malos cada uno carga en lo que puede, y
mueren de frío. La muerte de miedo
estaba la más rica y pomposa y con acompañamiento
más magnífico, porque estaba toda cercada de gran
número de tiranos y poderosos,
por quien se dijo: Fugit impius, nemine persequente. Estos
mueren a sus mismas manos y sus sayones son sus conciencias y ellos
son verdugos de sí mismos, y solo un bien hacen en el mundo,
que matándose a sí de miedo, recelo y desconfianza,
vengan de sí propios a los inocentes. Estaban con ellos los
avarientos, cerrando cofres y arcones
y ventanas, enlodando resquicios, hechos sepulturas de sus talegos
y pendientes de cualquier ruido del viento, los ojos hambrientos
de sueño, las bocas quejosas de las manos, las almas trocadas
en plata y oro. La muerte de risa era
la postrera, y tenía un grandísimo cerco de confiados
y tarde arrepentidos. Gente que vive como si no hubiere justicia
y muere como si no hubiere misericordia. Estos son los que diciéndoles:
«Restituid lo mal llevado»,
dicen: «Es cosa de risa»; «Mirad que
estáis viejo y que ya no tiene
el pecado qué roer en vos: dejad la mujercilla que embarazáis
inútil, que cansáis enfermo; mirad que el mismo diablo
os desprecia ya por trasto embarazoso y la misma culpa tiene asco
de vos», responden: «Es cosa de risa»,
y que nunca se sintieron mejores. Otros hay que están enfermos,
y exhortándolos a que hagan testamento, que se confiesen,
dicen que se sienten buenos y que han estado de aquella manera mil
veces. Estos son gente que están en el otro mundo y aún
no se persuaden a que son difuntos. Maravillóme esta visión,
y dije, herido del dolor y conocimiento:
-¿Dionos Dios una vida sola y tantas
muertes?; ¿de una manera se
nace y de tantas se muere? Si yo vuelvo al mundo, yo procuraré
empezar a vivir.
En esto estaba cuando se oyó una voz que dijo tres veces:
-¡Muertos, muertos, muertos!
Con eso se rebulló en el suelo y todas las paredes, y empezaron
a salir cabezas y brazos y bultos extraordinarios.
Pusiéronse en orden con silencio.
-Hablen por su orden -dijo la Muerte.
Luego salió uno con grandísima cólera y prisa,
y se vino para mí, que entendí que me quería
maltratar, y dijo:
-¡Vivos de Satanás!: ¿qué me queréis,
que no me dejáis, muerto y consumido? ¿Qué
os he hecho, que sin tener parte en nada, me disfamáis en
todo y me echáis la culpa de lo que no sé?
-¿Quién eres -le dije con una cortesía temerosa-
que no te entiendo?
-Soy yo -dijo- el malaventurado Juan de
la Encina, el que habiendo muchos años que estoy
aquí, toda la vida andáis, en haciéndose un
disparate o en diciéndole vosotros, diciendo: «No
hiciera más Juan de la Encina», «Daca los disparates
de Juan de la Encina». Habéis de saber que para
hacer y decir disparates todos los hombres sois Juan de la Encina,
y que este apellido de Encina es muy largo en cuanto a disparates.
[...]