4.4.3.3.- El sueño
del infierno [Las zahúrdas
de Plutón]
VIRGILIO: LA ENEIDA
(29-19 a.C.). Canto VI
Así le contestó
la sibila [de Cumas]:
[…] Todo el centro del Averno está poblado de selvas
que rodea el Cocito con su negra corriente. Mas, si un tan grande
amor te mueve, si tanto afán tienes de cruzar dos veces
el lago Estigio, de ver dos veces el negro Tártaro, y estás
decidido a probar la insensata empresa, oye lo que has de hacer
ante todo. Bajo la opaca copa de un árbol se oculta un
ramo, cuyas hojas y flexible tallo son de oro, el cual está
consagrado a la Juno infernal; todo el bosque
le oculta y las sombras le encierran entre tenebrosos valles,
y no es dado penetrar, en las entrañas de la tierra sino
al que haya desgajado del árbol
la áurea rama; la hermosa Proserpina tiene dispuesto que
sea ese el tributo que se lleve. [vv.131- 143]
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No lejos de aquí se extienden en todas direcciones los
llamados Campos Llorosos, donde secretas veredas que circundan
una selva de mirtos, ocultan a los
que consumió en vida el cruel amor, y que ni aun en muerte
olvidan sus penas; en aquellos sitios ve Eneas a Fedra, a Procis
y a la triste Erifile, enseñando las heridas que le hiciera
su despiadado hijo, y a Evadne [se arrojó
a la pira funeraria de su esposo] y a Pasífae, a
quienes acompañan Laodamia [se suicidó
para seguir a su esposo al Hades] y Céneo , mancebo
en otro tiempo, y ahora mujer, restituida por el hado a su primitiva
forma [violada por Poseidón, le pidió
ser varon invulnerable].
Entre ellas vagaba por la gran selva la fenicia Dido, abierta
aún en su pecho la reciente herida. [vv. 440- 451]
Traducción
de Eugenio de Ochoa