Literatura Española del Siglo XVII

QUEVEDO

[Silvas sobre relojes]

 

RELOX DE CAMPANILLA

El metal animado,
a quien mano atrevida, industriosa,
secretamente ha dado
vida aparente en máquina preciosa:
organizando atento
sonora voz a docto movimiento,
en quien, desconocido
espíritu secreto brevemente
en un orbe ceñido,
muestra el camino de la luz ardiente;
y con rueda importuna,
los trabajos del sol y de la luna;
y entre ocasos y auroras,
las peregrinaciones de las horas.
Máquina en que el artífice, que pudo
contar pasos al sol, horas al día,
mostró más providencia que osadía,
fabricando en metal disimuladas
advertencias sonoras repetidas,
pocas veces creídas,
muchas veces contadas.
Tú, que estás muy preciado
de tener el más cierto, el más limado,
con diferente oído,
atiende a su intención y a su sonido.
La hora irrevocable que dio llora,
prevén la que ha de dar y la que cuentas,
lógrala bien, que en una misma hora
te creces y te ausentas.

Si le llevas curioso,
atiéndele prudente,
que los blasones de la edad desmiente
y en traje de relox llevas contigo,
de el mayor enemigo,
espía
desvelada y elegante:
a ti tan semejante,
que presumiendo de abreviar ligera
la vida al sol, al cielo la carrera,
fundas toda esta máquina admirada
en una cuerda enferma y delicada;
que, como la salud en el más sano,
se gasta con sus ruedas y su mano.
Estima sus recuerdos,
teme sus desengaños,
pues ejecuta plazos de los años;
y en él te da secreto,
a cada sol que pasa, a cada rayo,
la muerte un contador, el tiempo un ayo.

 

EL RELOX DE SOL

¿Ves, Floro, que, prestando la aritmética
números a la docta geometría,
los pasos de la luz le cuenta al día?
¿Ves por aquella línea bien fijada
a su meridiano, y a su altura,
del sol la velocísima hermosura
con certeza espiada?
¿Agradeces curioso
el saber cuánto vives,
y la luz y las horas que recibes?
Empero, si olvidares estudioso,
con pensamiento ocioso,
el saber cuánto mueres,
ingrato a tu vivir, y morir eres:
pues tu vida, si atiendes su doctrina,
camina al paso que su luz camina.
No cuentes por sus líneas solamente
las horas, sino lógrelas tu mente,
pues en él recordada
ves tu muerte en tu vida retratada;
cuando tú, que eres sombra,
pues la santa verdad así te nombre,
como la sombra suya peregrino,
desde un número en otro tu camino
corres, y pasajero
te aguarda sombra el número postrero.

[La tercera silva, El reloj de arena, está en las principales antologías de poesía de los Siglos de Oro]

QUINTILLAS

Este polvo sin sosiego
a quien tal fatiga dan,
vivo y muerto, amor y fuego,
hoy derramado, ayer ciego,
y siempre en eterno afán;

este fue Fabio algún día,
cuando el incendio quería
que en polvo le desató,
y en el vidro amortajó
la ceniza, nunca fría.

A tal tormento tu amante
destinas, Floris traidora;
pues, ya polvo caminante,
corre el día cada hora
y la hora cada instante.

Quitóle tu crueldad,
dándole así monumento,
mal desmentida en piedad,
con vidro y con movimiento,
quietud y seguridad.

Reloj es el que yo vi
idolatrar tus auroras,
Floris, cuando me perdí;
no cuentes por él las horas,
sino sus penas por ti.

¡Oh horrible beldad!, a quien
te mira, si arde también,
pues su penar eternizas,
y después de las cenizas
vive aun, Floris, tu desdén.

GÓNGORA

MEDIDA DEL TIEMPO POR DIFERENTES RELOJES

1.Reloj de arena.

¿Qué importa, oh Tiempo tirano,
aquel calabozo estrecho
que de vidrio te hemos hecho
para tenerte en la mano,
si el detenerte es en vano,
y siempre de ti está ajena,
cuando más piensa que llena
nuestra vida, a cuya voz
huyes cual tiempo veloz,
y sordo, como en arena?

2.De campana.

¿Qué importan, porque te estés,
tantas ruedas diferentes,
si, gastándote en sus dientes,
vas más ligero después?
¿Qué importa calzar tus pies
de plomo, en pesos, si habitas
el viento y te precipitas
con la pesadumbre más,
y a veces de metal das
lo que callando nos quitas
?

3.De sol.

¡Con qué mano liberal,
si bien de hierro pesado,
las horas que nos bas dado
contando vas puntual!
El camino puntual
del desengaño más fuerte
señalas: y porque acierte
la vida ciega que pasa,
con sol le muestras su casa
por las sombras de la muerte.

4.De aguja y cuerda.

En engaste de marfil
tu retrato, ¡oh tiempo ingrato!
me sueles dar, si retrato
hay de cosa tan sutil;
una aguja en su viril,
él claro, ella inquïeta;
así es tu imagen perfeta,
y la de mi vida amada,
una hebra delicada,
a tus mudanzas sujeta.

5.Por el canto de las aves y animales.

Si escucho la voz del gallo
o al torpe animal consulto,
por su agreste canto inculto
en ninguno el tiempo hallo.
Mas si por mucho que callo
sólo señal conocida
escucho de su partida,
¿qué reloj de más concierto
[que no tener tiempo cierto]
para gobernar la vida?

6.De cuartos.

Vida miserable en quien
nunca de ti estamos hartos;
¿por qué por puntos y cuartos
quieres, tiempo, que te den?
Pero medirte así es bien,
pues ya la experiencia enseña
(o vela la vida, o sueña)
que no con mayor medida
se dividirá una vida
tan invisible y pequeña.

7.De agua.

¡Cuántos la industria ha buscado
ya, para medirte, modos!;
pero en vano, oh Tiempo, todos
los que sutil ha enseñado;
pues mano apenas te ha echado
cuando ya tu pie no alcanza;
medida ha hecho y balanza
del agua misma, y no dudo
que si medirte no pudo
podrá verte en su mudanza.

8.Para el pecho.

Tal vez en paredes de oro
te vi encerrado, y allí
armado también te vi
contra el pecho en quien te honoro.
Siempre eres, tiempo, tesoro;
pero, dime, ¿qué aprovecha
encerrarte en caja estrecha
y envolverte en oro, pues
huyes, tiempo, y, parto, ves,
huyendo, alcanzar tu flecha?

9.Por las estrellas.

Si quiero por las estrellas
saber, tiempo dónde estás,
miro que con ellas vas
pero no vuelves con ellas.
¿Adónde imprimes tus huellas
que con tu curso no doy?
Mas, ay, qué engañado estoy,
que vuelas, corres y ruedas;
tú eres, tiempo, el que te quedas,
y yo soy el que me voy.