“Confieso, Cielos, que las culpas
mías
todas son herejías,
pues siendo yo cristiano bautizado,
y creyendo por fe que hay Uno solo,
le dije dios a Apolo,
ojo del cielo, intenso y carretero,
y unas veces cantor y otras lucero:
y subiendo de punto esta lisonja,
invocando su nombre le pedía
favor, aliento y guía,
llamándole celeste y sacro,
soberano y eterno,
siendo un triste pobrete del infierno.
»Cuando el niño rapaz, desnudo y ciego,
siendo yo salamandra de su fuego,
al campo de mi pecho trasladaba
las flechas de su aljaba,
haciéndome su ardor que idolatrase
y a una mujer por ídolo adorase,
añadiendo delitos a delitos,
la dije cielo y diosa en mis escritos,
y a sus negros cabellos,
(marañas de Mandinga), lazos bellos,
soberano tesoro,
bellos rayos del sol, madejas de oro. [Mayor
pecado que la idolatría son las metáforas
tópicas, mentirosas]
ALONSO DE CASTILLO Y SOLÓRZANO
(1584?-1648?)
Romance a la boca de una
dama
Aquel niño, aquel gigante,
inquietud y paz del siglo,
eternamente vendado
como pierna de mendigo;
el que con sus flechas y arco
hace en el orbe más tiros
que novicio cazador
o guarnicionero primo,
dejada aquesta menestra,
de que el rapaz está ahíto,
con la boca de Lisarda
emprender quiere homicidios.
¿Quien pensara que tuviera
tal multitud de captivos,
tal copia de enamorados
un manducante postigo?
Naturaleza, gran sastre,
con pocas puntadas hizo
dos ribetes de clavel,
si no son de grana vivos.
Dos encendidos rubíes
obstentaba en dos distritos,
si acaso no nos engaña
la materia de los cirios.
Sabeos espira olores,
tan perennes y continuos,
que bastan a desmentir
cuando ajos haya comido.
Mucho hace en conservarse
con olor tan puro y fino
quien tiene en su vecindad
las fuentes del romadizo.
Perlas del Sur son sus dientes
y cada perla un hechizo,
exceptando las que son
del socorro elefantino.
Hombres que libres estáis,
huid aqueste peligro,
porque es sirte en la mujer
el más hermoso orificio.