1.2.3.- [Limitado] / Inaprensible
(Cerrado / Abierto)
La cortina y el velo
Calderón: El mágico prodigioso
(1637) Acto 3º, versos 430 y ss.
Antonio Corradini (1688-1752): Pudicizia velata.
(Cappella Sansevero, Nápoles)
Sale la que hace a JUSTINA,
con manto, como turbada, por una puerta, y éntrase huyendo
por la otra, y va tras ella CIPRIANO, turbado, y CLARÍN,
turbado, dando vueltas con miedo.
FIGURA: Ya escucho;
que, forzada de tus voces,
aquestos montes discurro.
¿Qué me quieres? ¿Qué me quieres,
Ciprïano?
CIPRIANO: ¡Estoy confuso!
FIGURA: Y pues que ya...
CIPRIANO: ¡Estoy absorto!
FIGURA: ...he venido...
CIPRIANO: ¿Qué me turbo?
FIGURA: ...de la suerte...
CIPRIANO: ¿Qué me espanto?
FIGURA: ....que me halló el amor,...
CIPRIANO: ¿Qué dudo?
FIGURA: ...donde me llamas...
CIPRIANO: ¿Qué temo?
FIGURA: ...y así con la fuerza cumplo
del encanto, a lo intrincado
del monte tu vista huyo.
Cúbrese el rostro con el manto, y vase
CIPRIANO: Espera, aguarda, Justina.
Mas ¿qué me asombro y discurro?
Seguiréla, y este monte,
donde mi ciencia la trujo,
teatro será frondoso,
ya que no tálamo rudo,
del más prodigioso amor
que ha visto el cielo.
Vase
CLARÍN: Abernuncio
de mujer que viene a ser
novia, y viene oliendo a humo.
Pero debió de cogerla
del encanto lo absoluto
soplando alguna colada
o cociendo algún menudo.
Mas no. ¡En cocina y con manto!
De otra suerte la disculpo.
Sin duda debe de ser
--ahora he dado en el punto--
que una honrada nunca huele
mejor cogida de susto.
Ya la ha alcanzado, y con ella,
de aqueste valle en lo inculto,
luchando a brazos enteros
--que a brazos partidos juzgo
que hiciera mal en luchar
el amante más forzudo--
a este mismo sitio vuelven.
Desde aquí acechar procuro;
que deseo saber cómo se hace
una fuerza en el mundo.
Escóndese, y sale CIPRIANO, trayendo abrazada una persona
cubierta con manto y con vestido parecido al de JUSTINA, que es
fácil, siendo negro este manto y vestido; y han de venir
de suerte que con facilidad se quite todo y quede un esqueleto,
que ha de volar o hundirse, como mejor pareciere, como se haga con
velocidad; si bien será mejor desaparecer por el viento.
CIPRIANO: Ya, bellísima Justina,
en este sitio que, oculto,
ni el sol le penetra a rayos
ni a soplos el aire puro,
ya es trofeo tu belleza
de mis mágicos estudios;
que por conseguirte, nada
temo, nada dificulto.
El alma, Justina bella,
me cuestas; pero ya juzgo,
siendo tan grande el empleo,
que no ha sido el precio mucho.
Corre a la deidad el velo,
no entre pardos, no entre oscuros
celajes se esconda el sol;
sus rayos ostente rubios.
Descúbrela, y ve el cadáver
Mas--¡ay infeliz!--¿qué veo?
Un yerto cadáver mudo
entre sus brazos me espera!
¿Quién en un instante pudo,
en facciones desmayadas
de lo pálido y caduco,
desvanecer los primores
de lo rojo y lo purpúreo?
ESQUELETO: Así, Cipriano, son
todas las glorias del mundo.
Desaparece, y sale CLARÍN, huyendo,
y abrázase con él CIPRIANO
CLARÍN: (Si alguien ha menester miedo,
yo tengo un poco y un mucho.)
CIPRIANO: Espera, fúnebre sombra.
Ya con otro fin te busco.
CLARÍN: Pues yo soy fúnebre cuerpo.
¿No echas de verlo en el bulto?
CIPRIANO: ¿Quién eres?
CLARÍN: Yo estoy de suerte
que aun quien soy creo que dudo.
CIPRIANO: ¿Viste en lo raro del viento
o del centro en el profundo
yerto un cadáver, dejando
en señas de polvo y humo
desvanecida la pompa
que llena de adornos trujo?
CLARÍN: Ahora sabes que estoy
sujeto a los infortunios
de acechador.
CIPRIANO: ¿Qué se hizo?
CLARÍN: Deshízose luego al punto.
CIPRIANO: Busquémosle.
CLARÍN: No busquemos.
CIPRIANO: Sus desengaños procuro.
CLARÍN: Yo no, señor.
[En el momento más dramático
de la obra, cuando Cipriano se enfrenta al desengaño barroco,
Clarín, el gracioso, hace chistes, mezclándose así
lo trágico y lo cómico]
Sale el DEMONIO