Literatura Española del Siglo XVI

7.- CERVANTES

8.- El Quijote

8.5.7.- El Quijote de Avellaneda

8.5.7.2.- El Quijote de Avellaneda: personajes y estilo

ALONSO FERNÁNDEZ DE AVELLANEDA

5ª PARTE DEL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA Y SU ANDANTESCA CABALLERÍA (1614)

 

VI,XIV

[...]dijo don Quijote:
-Paréceme, señores, ya que habemos de estar aquí cuatro o seis horas, que pasemos el tiempo de la siesta con el entretenimiento de algún buen cuento sobre la materia que mejor los pareciere a vuesas mercedes.
Sentóse en esto Sancho, diciendo:
-Si no es más desto, yo les contaré riquísimos cuentos, que a fe que los sé lindos, a pedir de boca. Escuchen, pues, que ya comienzo: “Érase que se era, en buena hora sea, el mal que se vaya, el bien que se venga, a pesar de Menga. Érase un hongo y una honga que iban a buscar mar abajo reyes...”
-Quítate allá, bestia –dijo don Quijote-; que aquí el señor Bracamonte nos hará merced de dar principio a los cuentos con alguno digno de su ingenio, de Flandes o de la parte que mejor le pareciere.[...]

VI, XXI

No dejó Sancho con sus dislates ordinarios proseguir al canónigo los devotos encomios que iba diciendo de la santa cofradía del Rosario y de la Virgen Santísima, su singular patrona; porque, saliendo de través, dijo:
-Lindamente, señor ermitaño, ha departido y devisado la vida y muerte desa bendita monja y penitente fraile: juro, non de Dios, que diera cuanto tengo en las faltriqueras, que son cinco o seis cuartos, por sabella contar, de la suerte que la ha contado, a las mozas del horno de mi lugar; y desde aquí protesto que si Dios me diere algún hijo en Mari-Gutiérrez, que le tengo de inviar a estudiar a Salamanca, do, como este buen padre, aprenda teología, y poco a poco llegue por sus puntos contados a decorar toda la gramática y medecina del mundo; porque no quiero se quede tan grande asno como yo. Pero no piense el grandísimo bellaco gastar en el estudio la hacienda de su padre, yéndose a jugar con otros tales como él; que por las barbas que en la cara tengo, juro que le tengo de dar, si tal hace, con este cinto más azotes que caben higos en un serón de arroba.
Decía esto él quitándose el cinto y dando con él con una cólera desatinada en el suelo, repitiendo:
-Ser bueno, ser bueno; estudiar, estudiar mucho; en hora mala para él y para cuantos le valieren y me le quitaren de las manos.
Rieron mucho los circunstantes de su bobería, y no obstante su necia maldición, le tuvieron del brazo, diciendo:
-Baste ya, hermano Sancho; no más, por amor de Dios; que aún no está engendrado el rapaz que ha de llevar los azotes.
Con esto lo dejó diciendo:
-A fe que lo puede agradecer a vuestras mercedes; pero otra vez lo pagará todo junto: pase ésta por primilla.
Don Quijote dijo:
-¿Qué tontería es ésta, Sancho? Aún no tienes el hijo, ni aún esperanza de tenelle ¿y ya le azotas porque no va a la escuela?
...................................
-Por cierto –dijo un canónigo-, señor Sancho, que vuesa merced tiene bravo ingenio, y que gustaré no poco, y lo mismo creo harán todos estos señores, de oírle contar algún cuento igual a los que nos han referido el señor soldado y reverendo ermitaño, pues siendo tanta su memoria y habilidad, no dejará de ser el que nos contare muy curioso.
-Yo les prometo a vuesas mercedes –dijo Sancho- que tocan tecla a la cual responderán más de dos docenas de flautas; porque sé los más lindos cuentos que se pueden imaginar; y si gustan, les contaré uno diez veces mejor que los referidos, aunque muy más corto y verdadero.
-Quítate allá, animalazo –dijo don Quijote-; ¿qué has de contar que sea de consideración? Saldrásnos a moler con una frialdad a mí y a estos señores, como me moliste en el bosque en que encontré con aquellos seis valerosos gigantes en figura de batanes, con la necia historia de Lope Ruiz, cabrerizo extremeño, y de su pastora Torralba, vagamunda perdida por sus pedazos, hasta seguirle enamorada dellos, después de reconocida y llorosa por los melindrosos desdenes con que le trató (ordinario efecto del amor en las mujeres, que buscadas huyen y huidas buscan), desde Portugal hasta las orillas del Guadiana, en las cuales atollaron sus cabras tu cuento, y mis narices con el mal olor con que atrevido las sahumaste.
-¡Malillo, pues, era el cuento! –dijo Sancho-; y a fe que me huelgo que vuesa merced se le acuerden tan bien sus circunstancias, para que por ellas y las del que agora referiré, si me dan grato silencio todos, conozca la diferencia que hay del uno al otro.
Rogaron todos a Don Quijote le dejase contar su cuento; y dándole él licencia para ello, y entonando Panza su voz, comenzó a decir:
“-Érase que se era, que en hora buena sea, y el mal para la manceba del abad, frío y calentura para la amiga del cura, dolor de costado para la ama del vicario, y gota de coral para el rufo del sacristán, hambre y pestilencia para los contrarios de la Iglesia.
-¿No lo digo yo –dijo Don Quijote-, que este animal es afrentabuenos y no ha de decir sino dislates? ¡Miren la arenga de los diablos que ha tomado para su cuento, tan larga como la Cuaresma!
-¿Pues son malos los arenques para ella, cuerpo de mi sayo? –dijo Sancho-. No me vaya vuesa merced a la mano, y verá si digo bien; ya me iba engolfando en lo mejor de la historia, y agora me la ha hecho desgarrar de la mollera; escuchen, si quieren, con Barrabás, pues yo les he escuchado a ellos.
Érase, como digo, volviendo a mi cuento, señores de mi alma, un Rey y una Reina, y este Rey y esta Reina estaban en su reino, todos al que era macho llamaban el Rey, y a la que era hembra la Reina. Este Rey y esta Reina tenían un aposento tan grande como aquel que en mi lugar tiene mi señor Don Quijote para Rocinante; en el cual tenían el Rey y la Reina muchos reales amarillos y blancos, y tantos, que llegaban hasta el techo. Yendo días y viniendo días, dijo el Rey a la Reina:
“-Ya ves, Reina deste Rey, los muchos dineros que tenemos; ¿en qué, pues, os parece sería bueno emplearlos, para que dentro de poco tiempo ganásemos muchos más y mercásemos nuevos reinos?
“Dijo luego la Reina al Rey:
“-Rey y señor, paréceme que sería bueno que los comprásemos de carneros.
“Dijo el Rey:
“-No, Reina, mejor sería que los comprásemos de bueyes.
“-No, Rey, -dijo la Reina-; mejor será, si bien lo miras, emplearlos en paños y llevarlos a la feria del Toboso.
“Anduvieron en esto haciendo varios arbitrios, diciendo la Reina no a cuanto el Rey decía si; y el Rey sí a cuanto la Reina decía no. A la postre, postre, vinieron ambos en que sería bueno ir con los dineros a Castilla la Vieja o tierra de Campos, do, por haber muchos gansos, los podrían emplear en ellos, mercándolos a dos reales; y añadía la Reina, que dio este consejo:
“-Y luego mercados, los llevaremos a vender a Toledo, do se venden a cuatro reales, y a pocos caminos multiplicaremos así infinitamente el dinero en breve tiempo.
“Al fin el Rey y la Reina llevaron todos sus dineros a Castilla en carros, coches, carrozas, literas, caballos, acémilas, machos, mulas, jumentos y otras personas deste compás.
-Tales como la suya serían todos –dijo Don Quijote-: ¡maldígate Dios a ti y a quien tiene paciencia para oírte!
-Ya es la segunda vez que me desbarata –replicó Sancho-, y creo que es de invidia de ver la gravedad de la historia y elegancia con que la refiero; y si eso es, déla por acabada.
Que no permitiese tal rogaron todos a Don Quijote, y a Sancho pidieron con instancia que prosiguiese. Hízolo, diciendo, porque estaba de buen humor:
“-Consideren, señores, con tanto real qué tantos gansos comprarían el Rey y la Reina; que yo sé de cierto que eran tantos, que tomaban más de veinte leguas: en fin, está España tal de gansos, cual estuvo el mundo de agua en tiempo de Noé.
-Y si fuera cuales estuvieron de fuego Sodoma y Gomorra y las demás ciudades –dijo Bracamonte-, cuáles quedaran los gansos, señor Panza?
-Para la mía buenos y bien asados, señor Bracamonte; pero ni eso fue, ni se me da nada, pues no me hallé en ello: lo que sé es que el Rey y la Reina iban con ellos por los caminos hasta que llegaron a un grandísimo río...
-Que, sin duda –dijo el Jurado- sería Manzanares, pues su grandísima puente segoviana muestra que antiguamente sería caudalosísimo.
-Solo sé –replicó Sancho- que por no haber en él pasadizo, llegados el Rey y la Reina a su orilla, dijo el uno al otro:
“-¿Cómo habemos de pasar agora estos gansos? Porque si los soltamos, se irán nadando por el río abajo, y no los podrá después coger el diablo de Palermo; por otra parte, si los queremos pasar en barcas, no los podremos recoger en un año.
“-Lo que me parece –dijo el Rey- es que hagamos hacer luego en este río una puente de palo, tan angosta, que solo pueda pasar por ella un ganso; y así, yendo uno tras otro, ni se nos descarriarán, ni tendremos trabajo de pasarlos todos juntos.
“Alabó la Reina la traza; y efectuada, comenzaron uno a uno a pasar los gansos.
Calló Sancho en esto; y Don Quijote le dijo:
-Pasa tú con ellos, con todos los diablos, y acabemos ya con su pasaje y con el cuento. ¿Para qué te paras? ¿Hásete olvidado?
No respondió palabra Sancho a su amo, lo cual visto por el ermitaño, le dijo:
-Pase vuesa merced, señor Sancho, adelante con el cuento; que en verdad que es lindísimo.
A esto respondió él, diciendo:
-Aguárdense, ¡cuerpo non de Cristo, y qué súpitos son! Dejen pasar los gansos, y pasará el cuento adelante.
-Dadlos por pasados –replicó uno de los canónigos.
-No, señor –dijo Sancho-: gansos que ocupan veinte leguas de tierra no pasan tan presto; y así resuélvase en que no pasaré adelante con mi cuento, ni lo puedo hacer con buena conciencia, hasta que los gansos no estén de uno en uno desotra parte del río, en que no tardarán más que un par de años, cuando mucho.
Con esto se levantaron del suelo, riendo todos como unos locos, sino Don Quijote, que le quiso dar a todos los diablos... (págs. 179-181)

XXXII

[...]Levantóse, acabadas estas razones, el Archipámpano de su asiento, temeroso de que tras ellas no descargase Don Quijote algún diluvio de cuchilladas sobre todos (que se podía temer del, según se iba poniendo en cólera); y llegándose a su mujer, le preguntó qué le parecía del valor de amo y criado; y celebrándolos ella por piezas de rey, le dijo don Carlos: “Pues lo mejor falta por ver a vuesa alteza, que es la reina Cenobia; y, si no, dígalo Sancho.” El cual replicó, mirando a las damas circunstantes: “Par diez, señoras, que pueden vuesas mercedes ser lo que mandaren; pero en Dios y en mi conciencia le juro que las excede a todas en mil cosas la reina Segovia: porque, primeramente, tiene los cabellos blancos como un copo de nieve, y sus mercedes los tienen tan prietos como el escudero negro mi contrario; pues en la cara, ¡no se las deja atrás! Juro non de Dios que la tiene más grande que una rodela, más llena de arrugas que gregüescos de soldado, y más colorada que sangre de vaca; salvo que tiene medio jeme mayor la boca que vuesas mercedes, y más desembarazada, pues no tiene dentro della tantos huesos ni tropiezos para lo que pusiere en sus escondrijos; y puede ser conocida dentro de Babilonia, por la línea equinoccial que tiene en ella; las manos tiene anchas, cortas y llenas de verrugas; las tetas largas, como calabazas tiernas de verano. Pero ¿para qué me canso de pintar su hermosura, pues basta decir della que tiene más en un pie que todas vuesas mercedes juntas en cuantos tienen? Y parece, en fin, a mi señor Don Quijote pintipintada, y aún dice della, él, que es más hermosa que la estrella de Venus al tiempo que el sol se pone; si bien a mí no me parece tanto.”
Como medianoche era por hilo, los gallos querían cantar. Celebraron mucho todos el dibujo que Sancho había hecho de la reina Cenobia, y rogaron a don Carlos la trajese allí el día siguiente a la misma hora; y prometiéndolo él, y llamando al titular su cuñado, que estaba apartado a un lado apaciguando a Don Quijote, les suplicaron a ambos les dejasen aquella noche en casa a Sancho. Condescendieron con los ruegos del Archipámpano, y en particular Don Quijote, a quien el titular, don Álvaro y don Carlos dijeron no podía contradecir: tras lo cual, despidiéndose todos de sus altezas, se volvieron a su casa con el acompañamiento que habían venido, y con no poco consuelo de Don Quijote, por ver empezaban ya a conocerle y temerle los de la corte.

XXXIV

“[...]Mas, porque no te alabes de que entré contigo en batalla con ventaja, estando armado de todas piezas y tú de sola tu espada, quiero, para mayor demostración de cuan poco te estimo, desarmarme y pelear contigo en cuerpo, y sólo también con espada; que aunque la tuya, como se ve, es más grande y ancha que la mía, por eso es ésta regida y gobernada de mejor y más valerosa mano que la tuya.” Volvióse a Sancho tras esto, diciéndole: “Levántate, mi fiel escudero, y ayúdame a desarmar; que presto verás la destruición que deste gigante, tu enemigo y mío hago.” Levantóse Sancho respondiéndole: “¿No sería, señor, mejor que todos los que en esta sala estamos, que somos más de docientos, le arremetiésemos juntos, y unos le asiesen de los arrapiezos, otros de las piernas, otros de la cabeza y otros de los brazos, hasta hacelle dar en el suelo una gran gigantada, y después le metiésemos por las tripas todas cuantas espadas tenemos, cortándole la cabeza, después los brazos, y tras esto las piernas? Que le aseguro que, si después me dejan a mí con él, le daré más coces que podrán coger en sus faltriqueras, y me lavaré las manos en su alevosa sangre.” “Haz lo que te digo, Sancho —replicó Don Quijote—; que no ha de ser el negocio como tú piensas.” En fin, Sancho le desarmó, quedando el buen hidalgo en cuerpo y feísimo, porque como era alto y seco y estaba tan flaco, el traer de las armas todos los días, y aun algunas noches, le tenían consumido y arruinado, de suerte que no parecía sino una muerte hecha de la armazón de huesos que suelen poner en los cimenterios que están en las entradas de los hospitales. Tenía sobre el sayo negro señalados el peto, espaldar y gola, y la demás ropa, como jubón y camisa. medio pudrida de sudor; que no era posible menos de quien tan tarde se desnudaba. Cuando Sancho vio a su amo de aquella suerte, y que todos se maravillaban de ver su figura y flaqueza, le dijo: “Por mi ánima le juro, señor Caballero Desamorado, que me parece cuando le miro, según está de flaco y largo, pintiparado un rocinazo viejo de los que echan a morir al prado.”