Literatura Española del Siglo XVI

7.- CERVANTES

8.- El Quijote

8.5.7.- El Quijote de Avellaneda

8.5.7.1.- Cervantes frente al Quijote de Avellaneda

2ª parte
Prólogo al lector

Válame Dios, y con quanta gana deues de estar esperando aora, lector illustre, o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganças, riñas y vituperios del autor del segundo don Quixote, digo de aquel que dizen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona. Pues en verdad que no te he dar este contento, que puesto que los agrauios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla; quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atreuido; pero no me passa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo aya.
Lo que no he podido dexar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si huuiera sido en mi mano auer detenido el tiempo que no passasse por mí, o si mi manquedad huuiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos passados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga, y es esto en mí de manera, que si aora me propusieran y facilitaran vn impossible, quisiera antes auerme hallado en aquella facción prodigiosa que sano aora de mis heridas sin auerme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al de dessear la justa alabança, y hase de aduertir que no se escriue con las canas, sino con el entendimiento, el qual suele mejorarse con los años.
He sentido también que me llame inuidioso, y que, como a ignorante, me descriua qué cosa sea la inuidia; que en realidad de verdad, de dos que ay yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada; y siendo esto assí, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio, y si él lo dixo, por quien parece que lo dixo, engañóse de todo en todo; que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. Pero, en efecto, le agradezco a este señor autor el dezir que mis Nouelas son más satíricas que exemplares, pero que son buenas; y no lo pudieran ser si no tuuieran de todo.
Paréceme que me dizes que ando muy limitado y que me contengo mucho en los términos de mi modestia, sabiendo que no se ha añadir aflición al afligido, y que la que deue de tener este señor sin duda es grande, pues no ossa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si huuiera hecho alguna trayción de lesa magestad. Si por ventura llegares a conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agrauiado; que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que vna de las mayores es ponerle a vn hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir vn libro con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros quanta fama, y para confirmación desto quiero que en tu buen donayre y gracia le cuentes este cuento.
Auía en Seuilla vn loco que dio en el más lo gracioso disparate y tema que dio loco en el mundo. Y fue que hizo vn cañuto de caña puntiagudo en el fin, y, en cogiendo algún perro en la calle, o en qualquiera otra parte, con el vn pie le cogía el suyo, y el otro le alçaua con la mano, y como mejor podía le acomodaua el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo como una pelota, y, en teniéndolo desta suerte, le daua dos palmaditas en la barriga y le soltaua, diziendo a los circunstantes, que siempre eran muchos: «¿Pensarán vuestras mercedes aora que es poco trabajo inchar vn perro?» «¿Pensará vuestra merced aora que es poco trabajo hazer vn libro?»

-Y si este cuento no le quadrare, dirasle, lector amigo, éste, que también es de loco y de perro.
Auía en Córdoua otro loco que tenía por costumbre de traer encima de la cabeça vn pedaço de losa de mármol, o vn canto no muy liuiano, y, en topando algún perro descuydado, se le ponía junto, y a plomo dexaua caer sobre él el peso. Amohináuase el perro y, dando ladridos y aullidos, no paraua en tres calles.
Sucedió, pues, que entre los perros que descargó la carga, fue vno vn perro de vn bonetero, a quien quería mucho su dueño. Baxó el canto, diole en la cabeça, alçó el grito el molido perro, violo y sintiólo su amo, assió de vna vara de medir y salió al loco, y no le dexó huesso sano; y cada palo que le daua dezía: «Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro?»
Y, repitiéndole el nombre de podenco muchas vezes, embió al loco echo vna alheña. Escarmentó el loco y retiróse, y en mas de vn mes no salió a la plaça, al cabo del qual tiempo boluió con su inuención y con mas carga. Llegáuase donde estaua el perro y, mirándole muy bien de hito en hito y, sin querer ni atreuerse a descargar la piedra, dezía: «Este es podenco; guarda». En efeto, todos quantos perros topaua, aunque fuessen alanos o gozques, dezía que eran podencos, y assí, no soltó mas el canto.
Quiçá de esta suerte le podrá acontecer a este historiador, que no se atreuerá a soltar mas la presa de su ingenio en libros que, en siendo malos, son mas duros que las peñas.
Dile también que de la amenaza que me haze, que me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da vn ardite; que acomodándome al entremés famoso de la Perendenga, le respondo que me viua el Veynteyquatro mi señor, y Christo con todos. Viua el gran Conde de Lemos, cuya christiandad y liberalidad bien conocida contra todos los golpes de mi corta fortuna me tiene en pie, y víuame la suma caridad del illustrissimo de Toledo don Bernardo de Sandoual y Rojas, y siquiera no aya emprentas en el mundo, y siquiera se impriman contra mí más libros que tienen letras las coplas de Mingo Rebulgo. Estos dos príncipes, sin que los solicite adulación mía, ni otro género de aplauso, por sola su bondad, han tomado a su cargo el hazerme merced y fauorecerme; en lo que me tengo por más dichoso y más rico que si la fortuna por camino ordinario me huuiera puesto en su cumbre. La honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso: la pobreza puede anublar a la nobleza, pero no escurecerla del todo; pero como la virtud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconuenientes y resquicios de la estrecheza, viene a ser estimada de los altos y nobles espiritus, y, por el consiguiente, fauorecida.
Y no le digas más, ni yo quiero dezirte más a ti, sino aduertirte que consideres que esta segunda parte de don Quixote que te ofrezco, es cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quixote dilatado y, finalmente, muerto y sepultado, por que ninguno se atreua a leuantarle nueuos testimonios, pues bastan los passados, y basta también que vn hombre honrado aya dado noticia destas discretas locuras, sin querer de nueuo entrarse en ellas; que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, haze que no se estimen, y la carestía, aun de las malas, se estima en algo. Oluídaseme de dezirte, que esperes el Persiles que ya estoy acabando y la segunda parte de Galatea.

Cap. LXXII.

De cómo don Quijote y Sancho llegaron a su aldea

Todo aquel día, esperando la noche, estuvieron en aquel lugar y mesón don Quijote y Sancho; el uno, para acabar en la campaña rasa la tanda de su disciplina, y el otro, para ver el fin della, en el cual consistía el de su deseo. Llegó en esto al mesón un caminante a caballo, con tres o cuatro criados, uno de los cuales dijo al que el señor dellos parecía:
-Aquí puede vuestra merced, señor don Álvaro Tarfe, pasar hoy la siesta: la posada parece limpia y fresca.
Oyendo esto don Quijote, le dijo a Sancho:
-Mira, Sancho: cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte de mi historia, me parece que de pasada topé allí este nombre de don Álvaro Tarfe.
-Bien podrá ser -respondió Sancho-. Dejémosle apear; que después se lo preguntaremos.
El caballero se apeó, y, frontero del aposento de don Quijote, la huéspeda le dio una sala baja, enjaezada con otras pintadas sargas, como las que tenía la estancia de don Quijote. Púsose el recién venido caballero a lo de verano, y saliéndose al portal del mesón, que era espacioso y fresco, por el cual se paseaba don Quijote, le preguntó:
-¿Adónde bueno camina vuestra merced, señor gentilhombre?
Y don Quijote le respondió:
-A una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural. Y vuestra merced, ¿dónde camina?
-Yo, señor -respondió el caballero-, voy a Granada, que es mi patria.
-¡Y buena patria! -replicó don Quijote-. Pero dígame vuestra merced, por cortesía, su nombre; porque me parece que me ha de importar saberlo más de lo que buenamente podré decir.
-Mi nombre es don Álvaro Tarfe -respondió el huésped.
A lo que replicó don Quijote:
-Sin duda alguna pienso que vuestra merced debe de ser aquel don Álvaro Tarfe que anda impreso en la segunda parte de la Historia de don Quijote de la Mancha, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno.
-El mesmo soy -respondió el caballero-, y el tal don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba; y en verdad en verdad que le hice muchas amistades, y que le quité de que no le palmease las espaldas el verdugo, por ser demasiadamente atrevido.
-Y dígame vuestra merced, señor don Álvaro, ¿parezco yo en algo a ese tal don Quijote que
vuestra merced dice?

-No, por cierto -respondió el huésped-: en ninguna manera.
-Y ese don Quijote -dijo el nuestro-, ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?
-Sí traía -respondió don Álvaro-; y aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.
-Eso creo yo muy bien -dijo a esta sazón Sancho-, porque el decir gracias no es para todos; y ese Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente; que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas; y si no, haga vuestra merced la experiencia, y ándese tras de mí, por lo menos un año, y verá que se me caen a cada paso, y tales y tantas, que sin saber yo las más veces lo que me digo, hago reír a cuantos me escuchan; y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está presente, que es mi amo; todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro, Sancho Panza es burlería y cosa de sueño.
-¡Por Dios que lo creo -respondió don Álvaro-, porque más gracias habéis dicho vos, amigo, en cuatro razones que habéis hablado que el otro Sancho Panza en cuantas yo le oí hablar, que fueron muchas! Más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso, y tengo por sin duda que los encantadores que persiguen a don Quijote el bueno han querido perseguirme a mí con don Quijote el malo. Pero no sé qué me diga; que osaré yo jurar que le dejé metido en la casa del Nuncio, en Toledo, para que le curen, y agora remanece aquí otro don Quijote, aunque bien diferente del mío.
-Yo -dijo don Quijote-, no sé si soy bueno; pero sé decir que no soy el malo; para prueba de lo cual quiero que sepa vuestra merced, mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza; antes, por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas desa ciudad, no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su mentira; y así, me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única. Y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto. Finalmente, señor don Álvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos. A vuestra merced suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar, de que vuestra merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquel que vuestra merced conoció.
-Eso haré yo de muy buena gana -respondió don Álvaro-, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiempo, tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones; y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado.
-Sin duda -dijo Sancho- que vuestra merced debe de estar encantado como mi señora Dulcinea del Toboso, y pluguiera al cielo que estuviera su desencanto de vuestra merced en darme otros tres mil y tantos azotes como me doy por ella, que yo me los diera sin interés alguno.
-No entiendo eso de azotes -dijo don Álvaro.
Y Sancho le respondió que era largo de contar; pero que él se lo contaría si acaso iban un mesmo camino.
Llegóse en esto la hora de comer; comieron juntos don Quijote y don Álvaro. Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Álvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced cómo no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquel que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas.
Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse; con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras. Muchas de cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Álvaro y don Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción, de modo que desengañó a don Alvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dio a entender que debía de estar encantado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios don Quijotes.
Llegó la tarde, partiéronse de aquel lugar, y a obra de media legua se apartaban dos caminos diferentes, el uno que guiaba a la aldea de don Quijote y el otro el que había de llevar don Álvaro. En este poco espacio le contó don Quijote la desgracia de su vencimiento y el encanto y el remedio de Dulcinea, que todo puso en nueva admiración a don Álvaro, el cual, abrazando a don Quijote y a Sancho, siguió su camino, y don Quijote el suyo [...]