Literatura Española del Siglo XVI
8.- El Quijote 8.5.4.- Personajes [D. Quijote, descalabrado, cree ser personaje de romances, como Bartolo, el protagonista del Entremés de los Romances, y menciona la versión de la novelita de Abindarráez y la hermosa Jarifa incluida en la Diana de Montemayor] Capítulo V. Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero
Grabado de Gustave Doré (1867) Viendo, pues, que, en efeto, no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún paso de sus libros; y trújole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marqués de Mantua, cuando Carloto le dejó herido en la montiña, historia sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos; y, con todo esto, no más verdadera que los milagros de Mahoma. Ésta, pues, le pareció a él que le venía de molde para el paso en que se hallaba; y así, con muestras de grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra y a decir con debilitado aliento lo mesmo que dicen decía el herido caballero del bosque: —¿Donde estás,
señora mía, Y, desta manera, fue prosiguiendo el romance hasta aquellos versos que dicen: —¡Oh noble marqués
de Mantua, Y quiso la suerte que, cuando llegó
a este verso, acertó a pasar por allí un labrador de
su mesmo lugar y vecino suyo, que venía de llevar una carga
de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre allí tendido,
se llegó a él y le preguntó que quién
era y qué mal sentía que tan tristemente se quejaba.
Don Quijote creyó, sin duda, que aquél era el marqués
de Mantua, su tío; y así, no le respondió otra
cosa si no fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su
desgracia y de los amores del hijo del Emperante con su esposa, todo
de la mesma manera que el romance lo canta. —Señor Quijana —que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante—, ¿quién ha puesto a vuestra merced desta suerte? Pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna herida; pero no vio sangre ni señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecer caballería más sosegada. Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó hacia su pueblo, bien pensativo de oír los disparates que don Quijote decía; y no menos iba don Quijote, que, de puro molido y quebrantado, no se podía tener sobre el borrico, y de cuando en cuando daba unos suspiros que los ponía en el cielo; de modo que de nuevo obligó a que el labrador le preguntase le dijese qué mal sentía; y no parece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque, en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía. De suerte que, cuando el labrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mesmas palabras y razones que el cautivo Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mesmo modo que él había leído la historia en La Diana, de Jorge de Montemayor, donde se escribe; aprovechándose della tan a propósito, que el labrador se iba dando al diablo de oír tanta máquina de necedades; por donde conoció que su vecino estaba loco, y dábale priesa a llegar al pueblo, por escusar el enfado que don Quijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual, dijo: —Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa que he dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y haré los más famosos hechos de caballerías que se han visto, vean ni verán en el mundo. A esto respondió el labrador: —Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana. —Yo sé quién soy —respondió don Quijote—; y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron, se aventajarán las mías. En estas pláticas y en otras
semejantes, llegaron al lugar a la hora que anochecía, pero
el labrador aguardó a que fuese algo más noche, porque
no viesen al molido hidalgo tan mal caballero. Llegada, pues, la hora
que le pareció, entró en el pueblo, y en la casa de
don Quijote [...] |