7.- CERVANTES
7.4.5.- El Persiles y Segismunda
A don Pedro Fernández
de Castro
Conde de Lemos, de Andrade, de Villalva; Marqués de Sarria,
Gentilhombre de la Cámara de su Magestad, Presidente del Consejo
supremo de Italia, Comendador de la Encomienda de la Zarça,
de la Orden de Alcántara.
Aqvellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que
comiençan:
«Puesto ya el pie en el estriuo»,
quisiera yo no vinieran tan a pelo
en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras las
puedo començar, diziendo:
«Puesto ya el pie en el estriuo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, esta te escriuo.»
Ayer me dieron la estremavnción,
y oy escriuo ésta; el tiempo es breue, las ansias crecen, las
esperanças menguan, y, con todo esto, lleuo la vida sobre el
desseo que tengo de viuir, y quisiera yo ponerle coto hasta
besar los pies a vuessa excelencia: que podría ser fuesse tanto
el contento de ver a vuessa excelencia bueno en España, que
me voluiesse a dar la vida. Pero si está decretado que la aya
de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, y, por lo menos,
sepa vuessa excelencia este mi desseo, y sepa que tuuo en mí
vn tan aficionado criado de seruirle, que quiso passar aun mas allá
de la muerte mostrando su intención. Con todo esto, como en
profecía, me alegro de la llegada de vuessa excelencia, regozíjome
de verle señalar con el dedo, y realégrome de que salieron
verdaderas mis esperanças, dilatadas en la fama de las bondades
de vuessa excelencia. Todauía me quedan
en el alma ciertas reliquias y assomos de las Semanas del
jardín y del famoso Bernardo. Si a dicha, por
buena ventura mía, que ya no sería ventura, sino milagro,
me diesse el cielo vida, las verá, y con ellas fin de La
Galatea, de quien sé está aficionado vuessa excelencia;
y con estas obras, continuando mi desseo, guarde Dios a vuessa excelencia
como puede. De Madrid, a diez y nueue de abril de mil y seyscientos
y diez y seys años.
Criado de vuessa excelencia,
Miguel de Ceruantes.
Prólogo
Svcedió, pues, lector amantíssimo,
que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquiuias,
por mil causas famoso, vna por sus illustres linages, y otra por sus
illustríssimos vinos, sentí que a mis espaldas venía
picando con gran priessa vno que, al parecer, traía desseo
de alcançarnos, y aun lo mostró dándonos vozes
que no picássemos tanto. Esperámosle, y llegó
sobre vna borrica vn estudiante pardal, porque todo venía vestido
de pardo, antiparas, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida
y con trenças yguales; verdad es no traía mas de dos,
porque se le venía a vn lado la valona por momentos, y el traía
sumo trabajo y cuenta de endereçarla. Llegando a nosotros,
dixo:
-¿Vuessas mercedes van a alcançar algún oficio
o prebenda a la corte, pues allá está Su Illustrissima
de Toledo y Su Magestad, ni más ni menos, según la priessa
con que caminan, que en verdad que a mi burra se le ha cantado el
victor de caminante más de vna vez?
A lo qual respondió vno de mis compañeros:
-El rozín del señor Miguel de Ceruantes tiene la culpa
desto, porque es algo que pasilargo.
Apenas huuo oido el estudiante el nombre de Ceruantes, quando, apeándose
de su caualgadura, cayéndosele aquí el coxín
y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaua,
arremetió a mí, y, acudiendo assirme de la mano yzquierda,
dixo:
-¡Sí, sí; este es el manco sano, el famoso todo,
el escritor alegre, y, finalmente, el regozijo de las Musas!
Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanças,
parecióme ser descortesía no corresponder a ellas; y
assí, abrazándole por el cuello, donde le eché
a perder de todo punto la valona, le dixe:
-Esse es vn error donde han caído muchos aficionados ignorantes;
yo, señor, soy Ceruantes, pero no el regozijo de las Musas,
ni ninguna de las demás baratijas que ha dicho. Vuessa merced
vuelua a cobrar su burra, y suba, y caminemos en buena conuersación
lo poco que nos falta del camino.
Hízolo assí el comedido estudiante, tuuimos algún
tanto mas las riendas, y con paso assentado seguimos nuestro camino,
en el qual se trató de mi enfermedad, y el buen estudiante
me deshaució al momento, diziendo:
-Esta enfermedad es de ydropesía, que no la sanará toda
el agua del mar Océano que dulcemente se beuiesse. Vuessa merced,
señor Ceruantes, ponga tassa al beuer, no oluidándose
de comer, que con esto sanará, sin otra medicina alguna.
-Esso me han dicho muchos -respondí yo-; pero assí puedo
dexar de beuer a todo mi beneplácito, como si para sólo
esso huuiera nacido. Mi vida se va acabando, y, al paso de las efeméridas
de mis pulsos, que, a mas tardar, acabarán su carrera este
domingo, acabaré yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado
vuessa merced a conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme
agradecido a la voluntad que vuessa merced me ha mostrado.
En esto, llegamos a la puente de Toledo, y yo entré por ella,
y el se apartó a entrar por la de Segouia. Lo que se dirá
de mi sucesso, tendrá la fama cuydado, mis amigos gana de dezilla,
y yo mayor gana de escuchalla. Tornéle a abraçar, voluióseme
[a] ofrecer, picó a su burra, y dexóme tan mal dispuesto
como él yua cauallero en su burra, a quien auía dado
gran ocasión a mi pluma para escriuir donayres; pero no son
todos los tiempos vnos. Tiempo vendrá, quiçá,
donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta y
lo que sé conuenía. ¡A Dios,
gracias; a Dios, donayres; a Dios, regozijados amigos; que yo me voy
muriendo, y desseando veros presto contentos en la otra vida!.
Capitvlo diez y ocho del primer libro
Donde Mauricio sabe por la astrología
vn mal sucesso que les auino en el mar
[...]
-Todo es malo -dixo Transila-. Cada qual por su camino va a parar
a su perdición.
-El que nosotros aora hazemos -dixo Ladislao- próspero y felice
ha de ser, según el viento se muestra fauorable, y el mar tranquilo.
-Assí se mostraua esta passada noche -dixo la bárbara
Constança-; pero el sueño del señor Mauricio
nos puso en confusión y alboroto tanto, que ya yo pensé
que nos auía sorbido el mar a todos.
-En verdad, señora -respondió Mauricio-, que, si yo
no estuuiera enseñado en la verdad católica, y me acordara
de lo que dize Dios en el Leuitico: «No
seáis agoreros, ni deis crédito a los sueños,
porque no a todos es dado el entenderlos», que me atreuiera
a juzgar del sueño que me puso en tan gran sobresalto, el qual,
según a mi parecer, no me vino por algunas de las causas de
donde suelen proceder los sueños, que, quando no son reuelaciones
diuinas o ilusiones del demonio, proceden, o de los muchos
manjares, que suben vapores al cerebro,
con que turban el sentido común, o ya de aquello que el hombre
trata más de día. Ni el
sueño que a mí me turbó cae debaxo de la obseruación
de la astrología, porque, sin guardar puntos ni obseruar astros,
señalar rumbos ni mirar imágenes, me pareció
ver visiblemente que, en vn gran palacio de madera, donde estáuamos
todos los que aquí vamos, llouían rayos del cielo que
le abrían todo, y, por las bocas que hazían, descargauan
las nubes, no sólo vn mar, sino mil mares de agua; de tal manera,
que, creyendo que me yua anegando, comencé a dar vozes y a
hazer los mismos ademanes que suele hazer el que se anega; y aun no
estoy tan libre deste temor, que no me queden algunas reliquias en
el alma. Y como sé que no ay mas cierta
astrología que la prudencia, de quien nacen los acertados
discursos, ¿qué mucho que, yendo nauegando en vn nauío
de madera, tema rayos del cielo, nubes del ayre y aguas de la mar?
Pero lo que más me confunde y suspende, es que, si algún
daño nos amenaza, no ha de ser de ningún elemento que
destinada y precisamente se disponga a ello, sino de vna traición,
forjada, como ya otra vez he dicho, en algunos lasciuos pechos.
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Capitvlo sexto del tercero
libro
Seys leguas se aurían alongado
de Talauera, quando delante de si vieron que caminaua vna
peregrina, tan peregrina, que yua sola, y escusóles
el darla vozes a que se detuuiesse, el auerse ella sentado sobre la
verde yerua de vn pradezillo, o ya combidada
del ameno sitio, o ya obligada del cansancio. Llegaron a ella, y hallaron
ser de tal talle, que nos obliga a descriuirle:
la edad, al parecer, salía de los términos de la mocedad
y tocaua en las márgenes de la vejez; el rostro daua en rostro,
porque la vista de vn lince no alcançara a verle las narizes,
porque no las tenía sino tan chatas y llanas, que con vnas
pinças no le pudieran assir vna brizna de ellas; los ojos les
hazían sombra, porque más salían fuera de la
cara que ella; el vestido era vna esclauina rota que le besaua los
calcañares, sobre la qual traía vna muceta, la mitad
guarnecida de cuero, que, por roto y despedaçado, no se podía
distinguir si de cordouán o si de badana fuesse; ceñíase
con vn cordón de esparto, tan abultado y poderoso, que mas
parecía gumena de galera, que cordón de peregrina; las
tocas eran bastas, pero limpias y blancas; cubríale la cabeça
vn sombrero viejo, sin cordón ni toquilla, y los pies vnos
alpargates rotos; y ocupáuale la mano vn bordón hecho
a manera de cayado, con vna punta de azero al fin; pendíale
del lado yzquierdo vna calabaça de más que mediana estatura,
y apesgáuale el cuello vn rosario, cuyos padrenuestros eran
mayores que algunas bolas de las con que juegan los muchachos al argolla.
En efeto: toda ella era rota, y toda penitente,
y, como después se echó de ver, toda de mala condición.
Si quieres leer la novela
completa puedes hacerlo en la dirección de abajo
http://miguelde.cervantes.com/pdf/Los%20trabajos%20de%20Persiles%20y%20Sigismunda.pdf