7.4.4.5.- Una novela vinculada a Murcia: La
Gitanilla
La Gitanilla Franz Hals (1628)
Aquella mañana se levantó
el aduar y se fueron a alojar en un lugar
de la jurisdición de Murcia, tres leguas de la ciudad,
donde le sucedió a Andrés una desgracia que le puso
en punto de perder la vida. Y fue que, después de haber dado
en aquel lugar algunos vasos y prendas de plata en fianzas, como
tenían de costumbre, Preciosa y su abuela y Cristina, con
otras dos gitanillas y los dos, Clemente y Andrés, se alojaron
en un mesón de una viuda rica, la cual tenía una hija
de edad de diez y siete o diez y ocho años, algo más
desenvuelta que hermosa; y, por más señas, se llamaba
Juana Carducha. Ésta, habiendo visto bailar a las gitanas
y gitanos, la tomó el diablo, y se enamoró de Andrés
tan fuertemente que propuso de decírselo y tomarle por marido,
si él quisiese, aunque a todos sus parientes les pesase;
y así, buscó coyuntura para decírselo, y hallóla
en un corral donde Andrés había entrado a requerir
dos pollinos. Llegóse a él, y con priesa, por no ser
vista, le dijo:
-Andrés -que ya sabía
su nombre-, yo soy doncella y rica; que mi madre no tiene otro hijo
sino a mí, y este mesón es suyo; y amén desto
tiene muchos majuelos y otros dos pares de casas. Hasme parecido
bien: si me quieres por esposa, a ti está; respóndeme
presto, y si eres discreto, quédate y verás qué
vida nos damos.
Admirado quedó Andrés
de la resolución de la Carducha, y con la presteza que ella
pedía le respondió:
-Señora doncella, yo estoy
apalabrado para casarme, y los gitanos no nos casamos sino con gitanas;
guárdela Dios por la merced que me quería hacer, de
quien yo no soy digno.
No estuvo en dos dedos de caerse
muerta la Carducha con la aceda respuesta de Andrés, a quien
replicara si no viera que entraban en el corral otras gitanas. Salióse
corrida y asendereada, y de buena gana se vengara si pudiera. Andrés,
como discreto, determinó de poner tierra en medio y desviarse
de aquella ocasión que el diablo le ofrecía; que bien
leyó en los ojos de la Carducha que sin los lazos matrimoniales
se le entregara a toda su voluntad, y no quiso verse pie a pie y
solo en aquella estacada; y así, pidió a todos los
gitanos que aquella noche se partiesen de aquel lugar. Ellos, que
siempre le obedecían, lo pusieron luego por obra, y, cobrando
sus fianzas aquella tarde, se fueron.
La Carducha, que vio que en irse Andrés se le iba la mitad
de su alma, y que no le quedaba tiempo para solicitar el cumplimiento
de sus deseos, ordenó de hacer quedar a Andrés por
fuerza, ya que de grado no podía. Y así, con la industria,
sagacidad y secreto que su mal intento le enseñó,
puso entre las alhajas de Andrés, que
ella conoció por suyas, unos ricos corales y dos patenas
de plata, con otros brincos suyos; y, apenas habían
salido del mesón, cuando dio voces, diciendo que aquellos
gitanos le llevaban robadas sus joyas, a cuyas voces acudió
la justicia y toda la gente del pueblo.
Los gitanos hicieron alto, y todos juraban que ninguna cosa llevaban
hurtada, y que ellos harían patentes todos los sacos y repuestos
de su aduar. Desto se congojó mucho la gitana vieja, temiendo
que en aquel escrutinio no se manifestasen los dijes de la Preciosa
y los vestidos de Andrés, que ella con gran cuidado y recato
guardaba; pero la buena de la Carducha lo remedió con mucha
brevedad todo, porque al segundo envoltorio que miraron dijo que
preguntasen cuál era el de aquel gitano gran bailador, que
ella le había visto entrar en su aposento dos veces, y que
podría ser que aquél las llevase. Entendió
Andrés que por él lo decía y, riéndose,
dijo:
-Señora doncella, ésta
es mi recámara y éste es mi pollino; si vos halláredes
en ella ni en él lo que os falta, yo os lo pagaré
con las setenas, fuera de sujetarme al castigo que la ley da a los
ladrones.
Acudieron luego los ministros de
la justicia a desvalijar el pollino, y a pocas vueltas dieron con
el hurto, de que quedó tan espantado Andrés y tan
absorto, que no pareció sino estatua, sin voz, de piedra
dura.
-¿No sospeché yo
bien? -dijo a esta sazón la Carducha-. ¡Mirad con qué
buena cara se encubre un ladrón tan grande!
El alcalde, que estaba presente,
comenzó a decir mil injurias a Andrés y a todos los
gitanos, llamándolos de públicos ladrones y salteadores
de caminos. A todo callaba Andrés, suspenso e imaginativo,
y no acababa de caer en la traición de la Carducha.[...]
[...] Finalmente,
con la sumaria del caso y con una gran cáfila de gitanos,
entraron el alcalde y sus ministros con otra mucha gente armada
en Murcia, entre los cuales iba Preciosa, y el pobre Andrés,
ceñido de cadenas, sobre un macho y con esposas y piedeamigo.
Salió toda Murcia a ver los presos, que ya se tenía
noticia de la muerte del soldado. Pero la hermosura de Preciosa
aquel día fue tanta, que ninguno la miraba que no la bendecía,
y llegó la nueva de su belleza a los oídos de la señora
corregidora, que por curiosidad de verla hizo que el corregidor,
su marido, mandase que aquella gitanica no entrase en la cárcel,
y todos los demás sí. Y a Andrés le pusieron
en un estrecho calabozo, cuya escuridad, y la falta de la luz de
Preciosa, le trataron de manera que bien pensó no salir de
allí sino para la sepultura. Llevaron a Preciosa con su abuela
a que la corregidora la viese, y, así como la vio, dijo:
-Con razón la alaban de hermosa.
Y, llegándola a sí, la abrazó tiernamente,
y no se hartaba de mirarla, y preguntó a su abuela que qué
edad tendría aquella niña.
-Quince años -respondió la gitana-, dos meses más
a menos.
-Esos tuviera agora la desdichada de mi Costanza. ¡Ay, amigas,
que esta niña me ha renovado mi desventura! -dijo la corregidora.
Tomó en esto Preciosa las manos de la corregidora, y, besándoselas
muchas veces, se las bañaba con lágrimas y le decía:
-Señora mía, el gitano que está preso no tiene
culpa, porque fue provocado: llamáronle ladrón, y
no lo es; diéronle un bofetón en su rostro, que es
tal que en él se descubre la bondad de su ánimo. Por
Dios y por quien vos sois, señora, que le hagáis guardar
su justicia, y que el señor corregidor no se dé priesa
a ejecutar en él el castigo con que las leyes le amenazan;
y si algún agrado os ha dado mi hermosura, entretenedla con
entretener el preso, porque en el fin de su vida está el
de la mía. Él ha de ser mi esposo, y justos y honestos
impedimentos han estorbado que aun hasta ahora no nos habemos dado
las manos. Si dineros fueren menester para alcanzar perdón
de la parte, todo nuestro aduar se venderá en pública
almoneda, y se dará aún más de lo que pidieren.
Señora mía, si sabéis qué es amor, y
algún tiempo le tuvistes, y ahora le tenéis a vuestro
esposo, doleos de mí, que amo tierna y honestamente al mío.
En todo el tiempo que esto decía, nunca la dejó las
manos, ni apartó los ojos de mirarla atentísimamente,
derramando amargas y piadosas lágrimas en mucha abundancia.
Asimismo, la corregidora la tenía a ella asida de las suyas,
mirándola ni más ni menos, con no menor ahínco
y con no más pocas lágrimas. Estando en esto, entró
el corregidor, y, hallando a su mujer y a Preciosa tan llorosas
y tan encadenadas, quedó suspenso, así de su llanto
como de la hermosura. Preguntó la causa de aquel sentimiento,
y la respuesta que dio Preciosa fue soltar las manos de la corregidora
y asirse de los pies del corregidor, diciéndole:
-¡Señor, misericordia, misericordia! ¡Si mi esposo
muere, yo soy muerta! Él no tiene culpa; pero si la tiene,
déseme a mí la pena, y si esto no puede ser, a lo
menos entreténgase el pleito en tanto que se procuran y buscan
los medios posibles para su remedio; que podrá ser que al
que no pecó de malicia le enviase el cielo la salud de gracia.
Con nueva suspensión quedó el corregidor de oír
las discretas razones de la gitanilla, y que ya, si no fuera por
no dar indicios de flaqueza, le acompañara en sus lágrimas.
En tanto que esto pasaba, estaba la gitana vieja considerando grandes,
muchas y diversas cosas; y, al cabo de toda esta suspensión
y imaginación, dijo:
-Espérenme vuesas mercedes, señores míos, un
poco, que yo haré que estos llantos se conviertan en risa,
aunque a mí me cueste la vida.
Y así, con ligero paso, se salió de donde estaba,
dejando a los presentes confusos con lo que dicho había.
En tanto, pues, que ella volvía, nunca dejó Preciosa
las lágrimas ni los ruegos de que se entretuviese la causa
de su esposo, con intención de avisar a su padre que viniese
a entender en ella. Volvió la gitana con un pequeño
cofre debajo del brazo, y dijo al corregidor que con su mujer y
ella se entrasen en un aposento, que tenía grandes cosas
que decirles en secreto. El corregidor, creyendo que algunos hurtos
de los gitanos quería descubrirle, por tenerle propicio en
el pleito del preso, al momento se retiró con ella y con
su mujer en su recámara, adonde la gitana, hincándose
de rodillas ante los dos, les dijo:
-Si las buenas nuevas que os quiero dar, señores, no merecieren
alcanzar en albricias el perdón de un gran pecado mío,
aquí estoy para recebir el castigo que quisiéredes
darme; pero antes que le confiese quiero que me digáis, señores,
primero, si conocéis estas joyas.
Y, descubriendo un cofrecico donde venían las de Preciosa,
se le puso en las manos al corregidor, y, en abriéndole,
vio aquellos dijes pueriles; pero no cayó [en] lo que podían
significar. Mirólos también la corregidora, pero tampoco
dio en la cuenta; sólo dijo:
-Estos son adornos de alguna pequeña criatura.
-Así es la verdad -dijo la gitana-; y de qué criatura
sean lo dice ese escrito que está en ese papel doblado.
Abrióle con priesa el corregidor y leyó que decía:
Llamábase la niña doña Constanza de Azevedo
y de Meneses; su madre, doña Guiomar de Meneses, y su padre,
don Fernando de Azevedo, caballero del hábito de Calatrava.
Desparecíla día de la Ascensión del Señor,
a las ocho de la mañana, del año de mil y quinientos
y noventa y cinco. Traía la niña puestos estos brincos
que en este cofre están guardados.
Apenas hubo oído la corregidora las razones del papel, cuando
reconoció los brincos, se los puso a la boca, y, dándoles
infinitos besos, se cayó desmayada. Acudió el corregidor
a ella, antes que a preguntar a la gitana por su hija, y, habiendo
vuelto en sí, dijo:
-Mujer buena, antes ángel que gitana, ¿adónde
está el dueño, digo la criatura cuyos eran estos dijes?
-¿Adónde, señora? -respondió la gitana-.
En vuestra casa la tenéis: aquella gitanica que os sacó
las lágrimas de los ojos es su dueño, y es sin duda
alguna vuestra hija; que yo la hurté en Madrid de vuestra
casa el día y hora que ese papel dice.
Oyendo esto la turbada señora, soltó
los chapines, y desalada y corriendo salió a la sala
adonde había dejado a Preciosa, y hallóla rodeada
de sus doncellas y criadas, todavía llorando. Arremetió
a ella, y, sin decirle nada, con gran priesa le desabrochó
el pecho y miró si tenía debajo de la teta izquierda
una señal pequeña, a modo de lunar blanco, con que
había nacido, y hallóle ya grande, que con el tiempo
se había dilatado. Luego, con la misma celeridad, la descalzó,
y descubrió un pie de nieve y de marfil, hecho a torno, y
vio en él lo que buscaba, que era que los dos dedos últimos
del pie derecho se trababan el uno con el otro por medio con un
poquito de carne, la cual, cuando niña, nunca se la habían
querido cortar por no darle pesadumbre. El pecho, los dedos, los
brincos, el día señalado del hurto, la confesión
de la gitana y el sobresalto y alegría que habían
recebido sus padres cuando la vieron, con toda verdad confirmaron
en el alma de la corregidora ser Preciosa su hija. Y así,
cogiéndola en sus brazos, se volvió con ella adonde
el corregidor y la gitana estaban.
Iba Preciosa confusa, que no sabía a qué efeto se
habían hecho con ella aquellas diligencias; y más,
viéndose llevar en brazos de la corregidora, y que le daba
de un beso hasta ciento. Llegó, en fin, con la preciosa carga
doña Guiomar a la presencia de su marido, y, trasladándola
de sus brazos a los del corregidor, le dijo:
-Recebid, señor, a vuestra hija Costanza, que ésta
es sin duda; no lo dudéis, señor, en ningún
modo, que la señal de los dedos juntos y la del pecho he
visto; y más, que a mí me lo está diciendo
el alma desde el instante que mis ojos la vieron. [...]
[...] Vistióse don Juan los vestidos de camino que allí
había traído la gitana; volviéronse las prisiones
y cadenas de hierro en libertad y cadenas de oro; la tristeza de
los gitanos presos, en alegría, pues otro día los
dieron en fiado. Recibió el tío del muerto la promesa
de dos mil ducados, que le hicieron porque bajase de la querella
y perdonase a don Juan, el cual, no olvidándose de su camarada
Clemente, le hizo buscar; pero no le hallaron ni supieron dél,
hasta que desde allí a cuatro días tuvo nuevas ciertas
que se había embarcado en una de dos galeras de Génova
que estaban en el puerto de Cartagena,
y ya se habían partido.
Dijo el corregidor a don Juan que tenía por nueva cierta
que su padre, don Francisco de Cárcamo,
estaba proveído por corregidor de aquella ciudad,
y que sería bien esperalle, para que con su beneplácito
y consentimiento se hiciesen las bodas. Don Juan dijo que no saldría
de lo que él ordenase, pero que, ante todas cosas, se había
de desposar con Preciosa. Concedió licencia el arzobispo
para que con sola una amonestación se hiciese. Hizo
fiestas la ciudad, por ser muy bienquisto el corregidor,
con luminarias, toros y cañas el día del desposorio;
quedóse la gitana vieja en casa, que no se quiso apartar
de su nieta Preciosa.
Llegaron las nuevas a la Corte del caso y casamiento de la gitanilla;
supo don Francisco de Cárcamo ser su hijo el gitano y ser
la Preciosa la gitanilla que él había visto, cuya
hermosura disculpó con él la liviandad de su hijo,
que ya le tenía por perdido, por saber que no había
ido a Flandes; y más, porque vio cuán bien le estaba
el casarse con hija de tan gran caballero y tan rico como era don
Fernando de Azevedo. Dio priesa a su partida, por llegar presto
a ver a sus hijos, y dentro de veinte días
ya estaba en Murcia, con cuya llegada se renovaron los gustos,
se hicieron las bodas, se contaron las vidas, y los
poetas de la ciudad, que hay algunos, y muy buenos, tomaron
a cargo celebrar el extraño caso, juntamente con la sin igual
belleza de la gitanilla. Y de tal manera escribió
el famoso licenciado Pozo, que en sus versos durará la fama
de la Preciosa mientras los siglos duraren.
[¿Damián Salucio del Poyo? (1530?-1614?);
no se ha conservado nada suyo sobre La gitanilla]
Olvidábaseme de decir cómo la enamorada mesonera descubrió
a la justicia no ser verdad lo del hurto de Andrés el gitano,
y confesó su amor y su culpa, a quien no respondió
pena alguna, porque en la alegría del hallazgo de los desposados
se enterró la venganza y resucitó la clemencia.
Puedes leer la
novela completa si pinchas abajo:
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-gitanilla--0/html/
La
Gitanilla, como otras novelas
ejemplares, gozó de notoriedad también fuera de nuestras
fronteras.
En 1843 se estrenó
en Londres la ópera The Bohemian Girl, de Michael
William Balfe, con el siguiente argumento:
Un noble polaco, Thaddeus, se une a una banda de
gitanos y salva a Arline, la hija de seis años del conde
Arnheim, de un ciervo. Su amigo gitano Devilshoof rapta a Arline.
Doce años después, Arline sólo recuerda vagamente
su noble pasado. Ella y Thaddeus están enamorados, pero la
Reina de los gitanos también está enamorada de él
y coloca un medallón robado sobre Arline. La arrestan y la
llevan delante del Conde y éste descubre una cicatriz en
el brazo de la gitana, originada por la herida que le causó
el ciervo y reconoce a la joven gitana como su hija desaparecida.
Thaddeus irrumpe en el castillo a través de una ventana y
pide su mano; el conde acepta, tras descubrir que se trata de un
noble polaco exiliado, y no un gitano. La Reina de los gitanos intenta
matar a Arline con un mosquete y secuestrar a Thaddeus, pero resulta
accidentalmente muerta en el forcejeo.
Como ves, tiene
los elementos básicos del argumento de la novela cervantina,
junto con otros bastante diferentes, más propios de una opereta
romántica. Si pinchas abajo podrás ver y oír
una versión operística del tema más conocido,
"I Dreamt I Dwelt in Marble Halls", cantado por la gran
soprano estadounidense Jessye Norman y otra versión moderna,
cantada por Enya hace unos años: