[...] BERG.- Paréceme
que la primera vez que vi el sol fue en Seuilla, y en su Matadero,
que está fuera de la Puerta de la carne, por donde imaginara,
si no fuera por lo que después te diré, que mis padres
deuieron de ser alanos de aquellos que crían los ministros
de aquella confussión, a quien llaman giferos. El
primero que conocí por amo, fue vno llamado Nicolás
el Romo, moço robusto, doblado y colérico, como lo son
todos aquellos que exercitan la gifería.
Este tal Nicolás me enseñaua a mí y a otros cachorros,
a que, en compañía de alanos viejos, arremetiéssemos
a los toros y les hiziéssemos pressa de las orejas. Con mucha
facilidad salí vn águila en esto.
CIP.- No me marauillo, Bergança, que, como el hazer mal viene
de natural cosecha, fácilmente se aprende el hazerle.
BERG.- ¿Que se diría, Cipion hermano,
de lo que vi en aquel Matadero, y de las cosas exorbitantes que en
el passan? Primero has de presuponer que todos quantos en él
trabajan, desde el menor hasta el mayor, es gente ancha de conciencia,
desalmada, sin temer al rey ni a su justicia; los más amancebados;
son aues de rapiña carniceras. Mantiénense ellos y sus
amigas de lo que hurtan. Todas las mañanas que son días
de carne, antes que amanezca, están en el matadero gran cantidad
de mugerzillas y muchachos, todos con talegas, que, viniendo vazías,
bueluen llenas de pedaços de carne, y las criadas con criadillas
y lomos medio enteros. No ay res alguna que se mate, de quien no lleue
esta gente diezmos y primicias de lo mas sabroso y bien parado. Y
como en Seuilla no ay obligado de la carne, cada vno puede traer la
que quisiere, y la que primero se mata, o es la mejor, o la de más
baxa postura; y con este concierto, ay siempre mucha abundancia. Los
dueños se encomiendan a esta buena gente que he dicho, no para
que no les hurten, que esto es impossible, sino para que se moderen
en las tajadas y socaliñas que hazen en las reses muertas,
que las escamondan y podan como si fuessen sauzes o parras.
Pero ninguna cosa me admiraua mas, ni me parecía peor, que
el ver que estos giferos, con la misma facilidad matan a vn hombre,
que a vna vaca: por quítame allá essa paja, a dos por
tres meten vn cuchillo de cachas amarillas por la barriga de vna persona,
como si acocotassen vn toro. Por marauilla se passa día sin
pendencias y sin heridas, y, a vezes, sin muertes; todos se pican
de valientes, y aun tienen sus puntas de rufianes; no ay ninguno que
no tenga su ángel de guarda en la plaça de S. Francisco,
grangeado con lomos y lenguas de vaca. Finalmente, ohí dezir
a vn hombre discreto, que tres cosas tenía el rey por ganar
en Seuilla: la calle de la Caça, la Costanilla y el Matadero.
CIP.- Si en contar las condiciones de los
amos que has tenido, y las faltas de sus oficios, te has de estar,
amigo Bergança, tanto como esta vez, menester será pedir
al cielo nos conceda la habla siquiera por vn año, y aun temo
que, al paso que lleuas, no llegarás a la mitad de tu historia.
Y quiérote aduertir de vna cosa, de la qual veras la experiencia
quando te cuente los sucessos de mi vida, y es que los
cuentos, vnos encierran y tienen la gracia en ellos mismos, otros
en el modo de contarlos; quiero dezir, que algunos ay que, aunque
se cuenten sin preámbulos y ornamentos de palabras, dan contento:
otros ay que es menester vestirlos de palabras, y con demostraciones
del rostro y de las manos, y con mudar la voz, se hazen algo de nonada,
y de floxos y desmayados, se bueluen agudos y gustosos, y no
se te oluide este aduertimiento, para aprouecharte dél en lo
que te queda por dezir. BERG.- Yo lo haré
assi, si pudiere y si me da lugar la grande tentación que tengo
de hablar, aunque me parece que con grandíssima dificultad
me podré yr a la mano. CIP.- Vete a
la lengua, que en ella consisten los mayores daños de la humana
vida. BERG.- Digo, pues, que mi amo me enseñó
a lleuar vna espuerta en la boca, y a defenderla de quien quitármela
quisiesse. Enseñóme también la casa de su amiga,
y con esto se escusó la venida de su criada al matadero, porque
yo le lleuaua las madrugadas lo que él auía hurtado
las noches. Y vn día, que entre dos luzes yua yo diligente
a lleuarle la porción, ohí que me llamauan por mi nombre
desde vna ventana; alcé los ojos, y vi vna moça hermosa
en estremo; detúueme vn poco, y ella baxó a la puerta
de la calle y me tornó a llamar. Lleguéme a ella, como
si fuera a ver lo que me quería, que no fue otra cosa que quitarme
lo que lleuaua en la cesta y ponerme en su lugar vn chapín
viejo. Entonces dixe entre mí: «La carne se ha ydo a
la carne.» Dixome la moça, en auiéndome quitado
la carne: «Andad, [G]auilán, o como os llamays, y dezid
a Nicolás el Romo, vuestro amo, que no se fíe de animales,
y que del lobo vn pelo, y esse de la espuerta.» Bien pudiera
yo boluer a quitar lo que me quitó, pero no quise, por no poner
mi boca xifera y suzia en aquellas manos limpias y blancas.
CIP.- Hiziste muy bien, por ser prerrogatiua de la
hermosura que siempre se le tenga respecto. BERG.-
Assí lo hize yo, y assí me boluí a mi amo, sin
la porción y con el chapín. Parecióle que boluí
presto; vio el chapín, imaginó la burla, sacó
vno de cachas, y tiróme vna puñalada, que, a no desuiarme,
nunca tú oyeras aora este cuento, ni aún otros muchos
que pienso contarte. Puse pies en poluorosa, y, tomando el camino
en las manos y en los pies, por detrás de San Bernardo, me
fuy por aquellos campos de Dios, adonde la fortuna quisiesse lleuarme.
Aquella noche dormí al cielo abierto,
y otro día me deparó la suerte vn hato o rebaño
de ouejas y carneros. Assí como le vi, creí que auía
hallado en él el centro de mi reposo, pareciéndome ser
propio y natural oficio de los perros guardar ganado, que es obra
donde se encierra vna virtud grande, como es amparar y defender de
los poderosos y soberuios los humildes y los que poco pueden. Apenas
me huuo visto vno de tres pastores que
el ganado guardauan, quando, diziendo: «To, to», me llamó,
y yo, que otra cosa no desseaua, me llegué a él, baxando
la cabeça y meneando la cola. Trúxome la mano por el
lomo, abrióme la boca, escupióme en ella, miróme
las pressas, conoció mi edad, y dixo a otros pastores que yo
tenía todas las señales de ser perro de casta. Llegó
a este instante el señor del ganado, sobre vna yegua ruzia
a la gineta, con lança y adarga, que mas parecía atajador
de la costa, que señor de ganado. Preguntó al pastor:
«¿Que perro es este, que tiene señales de ser
bueno?» «Bien lo puede vuessa merced creer», respondió
el pastor, «que yo le he cotejado bien, y no ay señal
en el que no muestre y prometa que ha de ser vn gran perro. Agora
se llegó aquí, y no sé cuyo sea, aunque sé
que no es de los rebaños de la redonda.» «Pues
assí es», respondió el señor, «ponle
luego el collar de Leonzillo, el perro que se murió, y denle
la ración que a los demás, y acaríciale, por
que tome cariño al hato y se quede en él.»
En diziendo esto, se fue, y el pastor me puso luego al cuello vnas
carlancas llenas de puntas de azero, auiéndome dado primero
en vn dornajo gran cantidad de sopas en leche. Y assimismo me puso
nombre, y me llamó Barzino. Vime
harto, y contento con el segundo amo y con el nueuo oficio. Mostréme
solícito y diligente en la guarda del rebaño, sin apartarme
dél sino las siestas, que me yua a passarlas, o ya a la sombra
de algún árbol, o de algún ribazo o peña,
o a la de alguna mata, a la margen de algún arroyo, de los
muchos que por allí corrían. Y estas horas de mi sossiego
no las passaua ociosas, porque en ellas ocupaua la memoria en acordarme
de muchas cosas, especialmente en la vida que auía tenido en
el Matadero, y en la que tenía mi amo, y todos los como él,
que están sujetos a cumplir los gustos impertinentes de sus
amigas. ¡O que de cosas te pudiera dezir aora, de las que aprendí
en la escuela de aquella xifera dama de mi amo! Pero aurelas de callar,
porque no me tengas por largo y por murmurador. CIP.-
Por auer oydo dezir que dixo vn gran poeta de los antiguos, que era
difícil cosa el no escriuir sátiras, consentiré
que murmures vn poco de luz, y no de sangre; quiero dezir, que señales
y no hieras, ni des mate a ninguno en cosa señalada, que no
es buena la murmuración, aunque haga reyr a muchos, si mata
a vno: y si puedes agradar sin ella, te tendré por muy discreto.
BERG.- Yo tomaré tu consejo, y esperaré
con gran desseo que llegue el tiempo en que me cuentes tus sucessos;
que, de quien tan bien sabe conocer y enmendar los defetos que tengo
en contar los míos, bien se puede esperar que contará
los suyos de manera que enseñen y deleyten a vn mismo punto.
Pero anudando el roto hilo de mi cuento, digo, que en aquel silencio
y soledad de mis siestas, entre otras cosas, consideraua que no deuía
de ser verdad lo que auía oydo contar de la
vida de los pastores, a lo menos de aquellos que la dama de
mi amo leía en vnos libros, quando yo yua a su casa, que todos
tratauan de pastores y pastoras, diziendo que se les passaua toda
la vida cantando, y tañendo con gaytas, çampoñas,
rabeles y chirumbelas, y con otros instrumentos extraordinarios. Deteníame
a oyrla leer, y leía cómo el pastor de Anfriso
cantaua estremada y diuinamente, alabando a la simpar Belisarda,
sin auer en todos los montes de Arcadia árbol en cuyo tronco
no se huuiesse sentado a cantar desde que salía el Sol en los
braços de la Aurora, hasta que se ponía en los de Tetis,
y aún, después de auer tendido la negra noche por la
faz de la tierra sus negras y escuras alas, él no cessaua de
sus bien cantadas y mejor lloradas quexas. No se le quedaua entre
renglones el pastor Elicio, mas enamorado
que atreuido, de quien dezía que, sin atender a sus amores,
ni a su ganado, se entraua en los cuydados agenos. Dezía también,
que el gran pastor de Fílida,
vnico pintor de vn retrato, auía sido mas confiado, que dichoso.
De los desmayos de Sireno, y arrepentimiento
de Diana, dezía, que daua gracias
a Dios y a la sabia Felicia, que con su agua encantada deshizo aquella
maquina de enredos y aclaró aquel laberinto de dificultades.
Acordáuame de otros muchos libros que deste jaez la auía
oydo leer, pero no eran dignos de traerlos a la memoria. CIP.-
Aprouechándote vas, Bergança, de mi auiso; murmura,
pica, y passa, y sea tu intención limpia, aunque la lengua
no lo parezca. BERG.- En estas materias nunca
tropieza la lengua, si no cae primero la intención. Pero si
acaso por descuydo, o por malicia, murmurare, responderé a
quien me reprehendiere, lo que respondió Mauleon, poeta tonto
y académico de burla de la academia de los Imitadores, a vno,
que le preguntó que qué quería dezir Deum
de Deo, y respondió que dé donde diere.
CIP.- Essa fue respuesta de vn simple; pero
tú, si eres discreto, o lo quieres ser, nunca has de dezir
cosa de que deuas dar disculpa; di adelante. BERG.-
Digo que todos los pensamientos que he dicho, y muchos más,
me causaron ver los diferentes tratos y exercicios, que mis pastores,
y todos los demás de aquella marina tenían, de aquellos
que auía oydo leer que tenían los pastores de los libros;
porque si los míos cantauan, no eran canciones
acordadas y bien compuestas, sino vn «Cata
el lobo do va, Iuanica», y otras cosas semejantes, y
esto no al son de chirumbelas, rabeles o gaytas,
sino al que hazía el dar vn cayado
con otro, o al de algunas tejuelas puestas entre
los dedos, y no con vozes delicadas,
sonoras, y admirables, sino con vozes roncas,
que solas, o juntas, parecía, no que cantauan, sino que gritauan
o gruñían. Lo más del día se les passaua
espulgándose, o remendando
sus abarcas, ni entre ellos se nombrauan Amarilis,
Fílidas, Galateas, y Dianas, ni auía Lisardos,
Lausos, Iacintos, ni Riselos; todos eran Antones,
Domingos, Pablos, o Llorentes, por donde vine a entender lo
que pienso que deuen de creer todos, que todos aquellos
libros son cosas soñadas y bien escritas, para entretenimiento
de los ociosos, y no verdad alguna; que, a serlo, entre mis
pastores huuiera alguna reliquia de aquella felizíssima
vida, y de aquellos amenos prados, espaciosas seluas, sagrados montes,
hermosos jardines, arroyos claros y cristalinas fuentes, y de aquellos
tan honestos, quanto bien declarados requiebros, y de aquel desmayarse
aquí el pastor, allí la pastora, acullá resonar
la çampoña del vno, acá el caramillo del otro.
CIP.- Basta, Bergança, buelue a tu senda, y camina.
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7.4.4.1.- Antecedentes: El Baldo castellano
Alberto Blecua puso de manifiesto el parecido del Coloquio con un relato autobiográfico, de Falcheto, que aparece en un raro libro de caballerías de 1542, La Trapesonda o 4º libro de Reinaldos de Montalbán. No obstante, ambos se parecen a El asno de oro de Apuleyo. Puedes leer el texto en el PDF que tienes a continuación