Literatura Española del Siglo XVI

7.- CERVANTES

7.3.- TEATRO

7.3.4.- Los entremeses

7.3.4.2.- La guarda cuidadosa [fragmento]

Entra un ZAPATERO con unas chinelas pequeñas nuevas en la mano, y, yendo a entrar en casa de CRISTINA, detiénele el SOLDADO

SOLDADO. Señor bueno, ¿busca vuesa merced algo en esta casa?

ZAPATERO. Sí busco.

SOLDADO. ¿Y a quién, si fuere posible saberlo?

ZAPATERO. ¿Por qué no? Busco a una fregona que está en esta casa, para darle estas chinelas que me mandó hacer.

SOLDADO. ¿De manera que vuesa merced es su zapatero?

ZAPATERO. Muchas veces la he calzado.

SOLDADO. ¿Y hale de calzar ahora estas chinelas?

ZAPATERO. No será menester; si fueran zapatillos de hombre, como ella los suele traer, sí calzara.

SOLDADO. ¿Y éstas, están pagadas, o no?

ZAPATERO. No están pagadas; que ella me las ha de pagar agora.

SOLDADO. ¿No me haría vuesa merced una merced, que sería para mí muy grande, y es que me fiase estas chinelas, dándole yo prendas que lo valiesen, hasta desde aquí a dos días, que espero tener dineros en abundancia?

ZAPATERO. Sí haré, por cierto: venga la prenda, que, como soy pobre oficial, no puedo fiar a nadie.

SOLDADO. Yo le daré a vuesa merced un mondadientes, que le estimo en mucho, y no le dejaré por un escudo. ¿Dónde tiene vuesa merced la tienda, para que vaya a quitarle?

ZAPATERO. En la calle Mayor, en un poste de aquellos, y llámome Juan Juncos.

SOLDADO. Pues, señor Juan Juncos, el mondadientes es éste, y estímele vuesa merced en mucho, porque es mío.

ZAPATERO. Pues, ¿una biznaga, que apenas vale dos maravedís, quiere vuesa merced que estime en mucho?

SOLDADO. ¡Oh, pecador de mí! No la doy yo sino para recuerdo de mí mismo; porque, cuando vaya a echar mano a la faldriquera y no halle la biznaga, me venga a la memoria que la tiene vuesa merced y vaya luego a quitalla; sí, a fe de soldado, que no la doy por otra cosa; pero, si no está contento con
ella, añadiré esta banda y este antojo; que al buen pagador no le duelen prendas.

ZAPATERO. Aunque zapatero, no soy tan descortés que tengo de despojar a vuesa merced de sus joyas y preseas; vuesa merced se quede con ellas, que yo me quedaré con mis chinelas, que es lo que me está más a cuento.

SOLDADO. ¿Cuántos puntos tienen?

ZAPATERO. Cinco escasos.

SOLDADO. Más escaso soy yo, chinelas de mis entrañas, pues no tengo seis reales para pagaros; ¡chinelas de mis entrañas! Escuche vuesa merced, señor zapatero, que quiero glosar aquí de repente este verso, que me ha salido medido: Chinelas de mis entrañas.

ZAPATERO. ¿Es poeta vuesa merced?

SOLDADO. Famoso, y agora lo verá; estéme atento.

"Chinelas de mis
entrañas, glosa."

Es Amor tan gran tirano,
que, olvidado de la fe
que le guardo siempre en vano,
hoy, con la funda de un pie,
da a mi esperanza de mano.
Éstas son vuestras hazañas,
fundas pequeñas y hurañas;
que ya mi alma imagina
que sois, por ser de Cristina,
chinelas de mis entrañas.

ZAPATERO. A mí poco se me entiende de trovas; pero éstas me han sonado tan bien, que me parecen de Lope, como lo son todas las cosas que son o parecen buenas.

SOLDADO. Pues, señor, ya que no lleva remedio de fiarme estas chinelas, que no fuera mucho, y más sobre tan "dulces prendas, por mi mal halladas," llévelo, a lo menos, de que vuesa merced me las guarde hasta desde aquí a dos días, que yo vaya por ellas; y por ahora, digo, por esta vez, el señor zapatero no ha de ver ni hablar a Cristina.

ZAPATERO. Yo haré lo que me manda el señor soldado, porque se me trasluce de qué pies cojea, que son dos: el de la necesidad y el de los celos.

SOLDADO. Ése no es ingenio de zapatero, sino de colegial trilingüe.

ZAPATERO. ¡Oh, celos, celos, cuán mejor os llamaran duelos, duelos!