Literatura Española del Siglo XVI

5.4.- Misceláneas y cuentos

5.4.1.2.- Antonio de Torquemada: Jardín de flores curiosas (1570)

TRATADO TERCERO.

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BERNARDO.- Muchas cosas acaecen en el mundo semejantes a las que habéis contado que ponen en muy grande admiración, así por ser espantosas, como por no poderse entender la causa de ellas; y de éstas es una, que a mí me contaron en Bolonia, que acaeció a un Juan Vázquez de Ayola, la cual averigüé acá en España ser muy gran verdad.

LUIS.- Yo he oído esto muchas veces por tan cierto, que ninguna duda ponen en ello; pero no me acuerdo bien, y así, os ruego que nos lo digáis.

BERNARDO.- Yo lo diré como me lo dijeron, y dícenme que en Bolonia y en España hay grandes testimonios de ello. Y fue así, que este Ayola, siendo mancebo, él y otros dos compañeros suyos españoles determinaron de irse a estudiar Derechos a aquella Universidad, donde pensaban aprovecharse, como otros muchos han hecho; y llegados a ella, no hallaban posada a donde cómodamente pudiesen estar para lo que tocaba a su estudio; y andándola buscando, toparon con unos tres o cuatro gentiles hombres bolonienses, a los cuales preguntaron si por ventura tenían noticia de alguna buena posada donde pudiesen acogerse, porque eran extranjeros y llegaban entonces de España. El uno de ellos les respondió que si querían buena casa donde posasen, que él se la hacía dar si por ella les llevasen dineros: y entonces les señaló una casa principal y muy grande que en la misma calle estaba cerrada, diciendo que aquella les darían, y que no tuviesen de ello duda. Los españoles quedaron confusos, pareciéndoles que hacían escarnio de ellos; pero otro de los bolonienses les dijo : “Este gentilhombre está burlando; porque sabed, señores, que aquella casa que dice, ha más de doce años que está cerrada, sin que ninguno se atreva a vivir en ella, y esto es por unas visiones y fantasmas espantables que allí se han visto y se ven muchas veces, de manera que su propio dueño la ha dejado por perdida, y no hay persona que se atreva a quedar allí una noche”. El Ayola, oyendo lo que decía, le respondió: “Si no hay mas que eso, dénos las llaves, que estos mis compañeros y yo viviremos en ella, venga lo que viniere." Los bolonienses, viendo su determinación, le dijeron que si querían que les harían dar las llaves, y muchas gracias con ellas. Y hallándolos firmes en su determinación, se fueron con ellos adonde estaba el dueño de la casa, el cual, poniéndoles muchos temores, y viendo que se reían de lo les decían, les abrió la casa, y aun les ayudó con algunas cosas de las necesarias para poderla habitar, y ellos buscaron lo demás que les faltaba, y así, tomaron sus aposentos, que salían a una sala principal; y una mujer de fuera de la casa les guisaba la comida, que dentro no hallaban quien se atreviese a servirlos. Todos los de Bolonia estaban a la mira de lo que sucedería a los españoles, los cuales se burlaban de ellos porque en más treinta días ni vieron ni oyeron cosa ninguna, y tenían por muy cierto que era burla todo lo que les decían. Pero al fin de este tiempo, habiéndose acostado una noche dos y estando durmiendo, el Ayola se quedó estudiando y se descuidó hasta que ya era media noche; y a esta hora oyó un gran estruendo y ruido, que parecía de muchas cadenas que se meneaban, y alterándose algo, dijo entre sí: “Sin duda ninguna, éstas deben ser las visiones que dicen haber en esta casa.” Y estuvo determinado de despertar a sus compañeros; y queriendo hacerlo, parecióle que parecería falta de ánimo, y que lo mejor sería que él sólo fuese a ver lo que era; y escuchando más atentamente, entendió que el ruido de las cadenas venía por la escalera principal de la casa, que salía a unos corredores fronteros de la sala, y encomendándose a Dios muy de corazón, y santiguándose muchas veces, tomó una espada y una rodela, y en la otra mano el candelero con la vela encendida, y de esta manera salió y se puso en medio de la sala, porque las cadenas, aunque era grande el estruendo que hacían, parecían venir muy despacio. Y estando así, vio asomar por la puerta de la escalera una visión espantosa y que le hizo respeluzar los cabellos y erizar todo el cuerpo, porque era un cuerpo de un hombre grande, que traía sólo los huesos compuestos, sin carne ninguna como se pinta la muerte, y por las piernas y alrededor del cuerpo venía atado con aquellas cadenas que traía arrastrando; y parándose, estuvieron quedos el uno y el otro, mirándose un poco; y cobrando el Ayola algún ánimo con ver que aquella visión no se movía, la comenzó a conjurar con las mejores palabras y más santas que el miedo le dio lugar, para que le dijese qué era lo que quería o buscaba, y si le había menester para alguna cosa, que, como él lo entendiese, no faltaría punto de todo lo que fuese en su mano. La visión puso los brazos en cruz, y mostrando agradecerle lo que le decía, parecía que se le encomendaba. Ayola le tornó a decir que si quería que fuese con ella a alguna parte, que se lo dijese; la visión bajó la cabeza y señalóle hacia la escalera donde había venido. El Ayola le dijo: “Pues anda, comienza a caminar, que yo te seguiré adonde quieras que quisieres.” Y con esto, la visión comenzó a volverse donde había venido, yendo de mucho espacio, porque las cadenas no la dejaban andar más aprisa. Ayola la siguió; y llegando al medio de la escalera, o porque viniese algún viento, o que turbado de verse solo con tal compañía la vela topase en alguna cosa, se le mató, y entonces de creer es que su turbación y espanto serían muy mayor; pero esforzándose cuanto pudo, dijo a la visión: “Ya ves que la vela se me ha muerto: yo vuelvo a encenderla: tú me esperas aquí, yo volveré luego.” Y con esto se fue adonde el fuego estaba, y encendióla, y dio la vuelta, y halló la visión en el mismo lugar donde la había dejado; y caminando el uno y el otro, pasaron toda la casa y llegaron a un corral, y de ahí a una huerta grande, en la cual la visión entró, y Ayola tras ella, y porque en medio estaba un pozo, temió que la visión volviendo a él le hiciese algún daño, y paróse; pero la visión, volviendo a él, le hizo señas que fuese hacia una parte de la huerta; y así, caminando ambos juntos, ya que estaban en medio de ella, la visión, súbitamente, desapareció. El Ayola, quedando solo, comenzó a llamarla y conjurarla, haciendo grandes protestaciones que viese si quería de él alguna cosa, que estaba aparejado para cumplirla, y que por él no quedaría; y aunque estuvo un poco esperando, como no la pudo ver más, se volvió y despertó a sus compañeros, que estaban durmiendo, los cuales le vieron tan alterado y mudada la color, que pensaron que se le acababa la vida; y esforzándole con darle de una conserva que comiese y a beber un poco de vino, le hicieron acostar y le preguntaron qué había. Él les contó todo lo que por él pasara, rogándoles que no dijesen cosa ninguna, porque no serían creídos. Y como éstas son cosas que pueden mal encubrirse, alguno de ellos lo dijo en alguna parte, que fue causa de publicarse por toda la ciudad, de manera que vino a oídos del Gobernador, el cual quiso averiguar la verdad, y debajo de muy solemne juramento mandó al Ayola que declarase todo lo que había visto. Él lo hizo así, diciendo la verdad de ello. El Gobernador le preguntó si atinaría a la parte donde la visión le había desaparecido. Ayola le dijo que sí, porque como la huerta estaba llena de hierba, él había arrancado cinco o seis puños de ella y los había dejado allí por señal. El Gobernador y otros muchos que allí estaban lo fueron a ver, y hallando un montoncillo hecho de la hierba, sin quitarse de allí, hizo venir a algunos hombres con azadones y les mandó que comenzasen a cavar para abajo, por ver si allí descubrirían algún secreto; y no hubieron ahondado mucho, cuando encontraron una sepultura, y en ella la misma visión con todas las señas que Ayola había declarado; lo cual fue causa de que se le diese verdadero crédito de todo lo que había contado; y queriendo entender qué cuerpo era aquel que con aquellas cadenas estaba allí sepultado, y con mayor estatura que ninguna de la común de los otros hombres, no se halló quien supiese dar razón de ello, aunque algunos cuentos antiguos de los antecesores del dueño de aquella casa. El Gobernador hizo luego llevarlo y sepultarlo en una iglesia, y de allí adelante no se vieron ni oyeron más las visiones y estruendo que solían. El Ayola se volvió en España, y según me han certificado, por ser buen letrado, fue proveído de oficios reales, y no ha mucho tiempo que un hijo suyo servía en un corregimiento de una ciudad muy principal. (págs.267-271)

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ANTONIO.- Muchas cosas han sucedido y suceden cada día en el mundo que sería temeridad pensar de llegar a lo hondo y último de lo secreto, aunque podemos sacar por el rastro parte de la verdad que hay en ellas; y siempre habemos de pensar que nos queda alguna cosa encubierta; y de éstas es una que sucedió a un caballero en nuestra España, que por ser en infamia y perjuicio suyo y de un monasterio de religiosas, no diré el nombre de él, ni tampoco del pueblo donde aconteció; y fue que este caballero, siendo muy rico y muy principal, trataba amores con una monja, la cual, para poderse ver con él, le dijo que hiciese unas llaves conformes a las que tenían las puertas de la iglesia, y que ella también haría de manera que por un torno que había para el servicio de la sacristía y otras cosas pudiese salir donde ambos podrían cumplir sus ilícitos y abominables deseos. El caballero, muy contento de lo que estaba ordenado, hizo hacer dos llaves, para una puerta que estaba en un portal grande de la iglesia, y otra para la puerta de la misma iglesia. Y porque el monasterio estaba algo lejos del pueblo, él se fue al medio de una noche que hacía muy oscura en un caballo, sin llevar ninguna compañía, porque su negocio fuese más secreto; y dejado arrendado el caballo en cierta parte conveniente, se fue al monasterio, y en abriendo la primera puerta, vio que la de la iglesia estaba abierta, y que dentro había muy gran claridad y resplandor de hachas y velas encendidas, y que sonaban voces como de personas que estaban cantando y haciendo el oficio de un difunto. Él se espantó, y se llegó a ver lo que era; y mirando a todas partes, vio que la iglesia estaba llena de frailes y clérigos, que eran los que estaban cantando aquellas obsequias, y en medio de sí tenían un túmulo muy alto cubierto de luto, y alrededor de él estaba muy gran cantidad de cera que ardía; y así mismo los frailes v clérigos y otras muchas personas que con ellos estaban tenían en las manos sus velas encendidas, y de lo que mayor espanto recibió fue de que no conocía a ninguno; y después de haber estado un buen rato mirando, llegóse cerca de uno de los clérigos, y preguntóle quién era aquel difunto por quien le hacían aquellas honras, y el clérigo le respondió que se había muerto un caballero que se llamaba... nombrando el mismo nombre que el caballero tenía, y que le estaban haciendo el entierro. El caballero se rió, respondiéndole: “Ese caballero vivo es, y así vos os engañáis.” El clérigo le tornó a decir: “Más engañado estáis vos, porque cierto él es muerto, y está aquí para sepultarse”, y con esto tornó a su canto. El caballero, muy confuso de lo que le había dicho, se llegó a otro, al cual le hizo la misma pregunta, y le respondió lo mismo, afirmándolo tan de veras, que le hizo quedar muy espantado; y sin esperar más, se salió de la iglesia, y cabalgando en su caballo se comenzó a volver para su casa, y no hubo dado la vuelta cuando dos mastines muy grandes y muy negros le comenzaron a acompañar, uno de una parte y otro de la otra, y por mucho que hizo y los amenazó con la espada, no quisieron partirse de él, hasta que llegó a su puerta, adonde se apeó, y entró dentro; y saliendo sus criados y servidores, que le estaban esperando, se maravillaron de verle venir tan demudado y la color tan perdida, entendiendo que le había acaecido alguna cosa, se lo preguntaron, persuadiéndole con gran instancia a que se lo dijese. El caballero se lo fue contando todo particularmente, hasta entrar en su cámara, donde acabando de decir todo lo que había pasado, entraron los dos mastines negros, y dando asalto en él, le hicieron pedazos y le quitaron la vida, sin que pudiese ser socorrido; y así salió verdad lo de las obsequias que en vida le estaban haciendo(págs. 272-4).

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