5.4.- Misceláneas y cuentos
5.4.2.- Los inicios del cuento
5.4.2.1.- Johan de Timoneda (h. 1520-1583)

JUAN DE TIMONEDA
PRIMERA PARTE DEL “SOBREMESA Y ALIVIO DE CAMINANTES”.
EN EL CUAL SE CONTIENEN MUY APACIBLES Y GRACIOSOS CUENTOS, Y DICHOS
MUY FACETOS. (1563)
SONETO A LOS LECTORES
¿Qué buscas, Sobremesa? -La prudencia.
Di, ¿para qué? -Para mis contecillos.
¿Aquésa? -Esa que sabrá sentillos.
¿Cómo? ¿Qué viste en ella? -Experiencia.
Mejor buscar sería la elocuencia,
que sigue, aguarda, apunta puntecillos.
Sin esas dos, el que querrá decillos
dirá su mesma y propia insuficiencia.
Por eso el decidor hábil, prudente,
tome de mí lo que le conviniere,
según con quien terná su pasatiempo.
Con esto dará gusto a todo oyente,
loor a mi autor, y al que leyere
deseo de me ver en algún tiempo.
EPÍSTOLA AL LECTOR
Curioso lector, como oír y ver y leer sean
tres causas principales (ejercitándolas) por do el hombre
viene a alcanzar toda ciencia, esas mesmas han tenido fuerza para
conmigo, en que me dispusiese a componer el libro presente, dicho
Sobremesa y Alivio de caminantes, en el cual se contienen diversos
y graciosos cuentos, afables dichos, y muy sentenciosos. Así
que fácilmente lo que yo en diversos años he oído,
visto y leído, podrás brevemente saber de coro , para
poder decir algún cuento de los presentes. Pero lo que más
importa para ti y para mí, porque no nos tengan por friáticos
, es que, estando en conversación, y quieras decir algún
cuentecillo, lo digas a propósito de lo que trataren. Y,
si en algunos he celado los nombres a quien acontecieron, ha sido
por celo de honestidad y quitar contiendas. Por tanto, así
por lo uno, como por lo otro, te pido perdón, el cual no
pienso que se me puede negar. Vale.
Cuento 1.- Un tamborinero tenía
una mujer tan contraria a su opinión, que nunca cosa que
le rogaba podía acabar con ella que la hiciese. Una vez,
yendo de un lugar para otro, porque había de tañer
en unos desposorios , con su tamborino encima, al pasar de un río,
díjole:
-Mujer, catad no tangáis el tamborino, que se espantará
el asno.
Como si dijera: «Tañeldo», en ser en el río,
sonó tamborino, y el asno, espantándose, púsose
en el hondo y echó vuestra mujer en el río. Y él
por bien que quiso ayudarle, no tuvo remedio. Viendo que se había
ahogado, fuela a buscar el río arriba. Díjole uno
que lo estaba mirando:
-Buen hombre, ¿qué buscáis?
Respondió:
-Mi mujer, que es ahogada, señor.
-¿Y contra río la habéis de buscar?
Dijo:
-Sí, señor, porque mi mujer siempre fue contraria
de mis opiniones.
Cuento 2.-
A un aldeano de Murcia trocábanle cierta heredad que tenía
a la orilla del río con otra que estaba dentro de cercado.
La mujer rogábale que lo hiciese, y el aldeano nunca quiso
conceder a su ruego. En este intermedio vino el río tan grande
, que hubieron de huir de la heredad, y, sobre todas las lástimas
que dijo la mujer, fue ésta:
-Dios vos lo perdone, marido, el no querer trocar la tierra; agora
conoceréis que vale más un palmo dentro, que dos defuera.
Cuento 3.- Habiendo cabido en
suerte a un honrado mancebo casarse con una viuda mal domada, y
él le diese del pan y del palo, ella fuese a quejar a sus
parientes. Los parientes, reprehendiendo al marido, que no había
de tratar así a su mujer, sino castigarla con buenas palabras,
ofreciéndoles que así lo haría, la destrabada
viuda regíase muy peor. El buen mancebo, por no quebrar su
promesa, tomó un palo y escribió a la una parte estas
palabras: Pater noster, y a la otra: Ave María; y, como ella
se desmandase, diole con él. Volviéndose a quejar,
y venidos los parientes, dijéronle que muy mal había
complido su palabra. Respondió el mancebo:
-Antes, señores, he complido lo que me mandastes, que no
la he castigado, sino con buenas palabras: pero leed lo que en este
palo está escrito.
Viendo su agudeza, no tuvieron qué responder, sino volverse
a sus casas.
Cuento 4.- Viendo un labrador
que en una higuera que tenía en su heredad se habían
desesperado en ella, por discurso de tiempo, algunos hombres, teniéndolo
por mal agüero, determinó de cortarla. Pero antes de
esto, presumiendo de gracioso, hizo hacer un pregón por la
ciudad, que, si alguno había que se quisiese ahorcar en su
higuera, que se determinase dentro de tres días, porque la
quería cortar de su campo.
Cuento 22.- Un
rústico labrador, deseoso de ver el rey, pensando que era
más que hombre, despidióse de su amo pidiéndole
su soldada . El cual yendo a la corte, con el largo camino acabáronsele
las blanquillas. Allegado a la corte y visto el rey, viendo que
era hombre como él, dijo:
-¡Oh, pésete a la puta que no me parió, que
por ver un hombre he gastado lo que tenía, que no me queda
sino medio real en todo mi poder!
Y del enojo que tomó le empezó a doler una muela,
y, con la pasión y la hambre que le aquejaba, no sabía
qué medio se tomase, porque decía:
-Si yo me saco la muela, y doy este medio real, quedaré muerto
de hambre. Si me como el medio real, dolerme ha la muela.
Con esta contienda arrimóse a la tabla de un pastelero, por
írsele los ojos tras los pasteles que sacaba. Y acaso vinieron
a pasar por allí dos lacayos, y, como le viesen tan embebecido
en los pasteles, por burlarse de él, dijéronle:
-Villano, ¿qué tantos pasteles te atreverías
a comer de una comida?
Respondió:
-¡Pardiez , que me comiese quinientos!
Dijeron:
-¿Quinientos? ¡Líbrenos Dios del diablo!
Replicó:
-¿De eso se espantan vuesas mercedes? Aposta que me como
mil de ellos.
Ellos que no, y él que sí, dijeron:
-¿Qué apostarás?
-¿Qué, señores? Que, si no me los comiere,
que me saquéis esta primera muela.
El cual señaló la que le dolía. Contentos,
el villano empezó a jugar de diente, con el hambre que tenía,
muy a sabor. Ya que estuvo harto, paró y dijo:
-Yo he perdido, señores.
Los otros, muy regocijados y chacoteando, llamaron a un barbero
y se la sacaron, aunque el villano, fingidamente, hacía grandes
extremos. Y, por más burlarse de él decían:
-¿Habéis visto este necio de villano, que, por hartarse
de pasteles, se dejó sacar una muela?
Respondió él:
-Mayor necedad es la de vosotros, que me habéis muerto el
hambre y sacado una muela que toda esta mañana me dolía.
En oír esto, los que estaban presentes tomáronse a
reír de la burla que el villano les había hecho, y
los lacayos pagaron, y, de afrentados, volvieron las espaldas y
se fueron.
Cuento 32.- Por qué se dijo: Quitaré a vuestra
Señoría, y porné a él.
Tenía un gran señor, entre otros criados, uno muy
diligente en saber escribir todo lo que de nuevo acontecía,
así de burlas como de veras. Aconteció que, estando
el señor de sobremesa, mandóle que le trujese el libro
de las novedades; y, traído, vio en el principio de una hoja
que decía así:
-El duque mi señor hizo tal día tal necedad, en dar
quinientos ducados a un alquimista, para que con ellos fuese a Italia
a traer aparejos para hacer plata y oro.
Dijo entonces el señor:
-Y si vuelve, ¿qué tal quedarás tú?
Respondió el criado
¨-Si vuelve, quitaré a vuesa señoría y
porné a él.
Cuento 33.- Por qué
se dijo: No quiero servidor tan viejo.
Requebrándose un galán con una dama, le dijo:
-Desde agora protesto, señora mía, de seros muy servidor,
pues ha más de doscientos años que no he visto otra
tan hermosa como vos.
Respondió ella:
-No quiero servidor tan viejo.
Cuento 36.-
Por qué se dijo: Todo se andará.
Llevaban azotando a un ladrón, y rogaba al verdugo que no le
diese tanto en una parte, sino que mudase el golpear. Respondió
el verdugo:
- Callad, hermano, que todo se andará.
Cuento 42.- Por qué
se dijo: Si viniera solo, convidáramosle.
Un caballero entró en una venta solo, que llegaba de camino;
y uno de ciertos mercaderes que estaban comiendo díjole que
cómo se llamaba. Respondió, pensando librar mejor,
que don Juan Ramírez de Mendoza y de Guzmán. Dijo
el mercader:
- Si viniera solo vuesa merced, convidáramosle; mas para
tantos no hay aparejo.
LIBRO PRIMERO DEL “BUEN
AVISO”, DE JOAN DE TIMONEDA, DE APACIBLES DICHOS,Y MUY SENTIDOS
Y PROVECHOSOS PARA LA CONVERSACIÓN HUMANA. (1564)
EPÍSTOLA AL BENIGNO LECTOR
Amantísimo lector: En días pasados
imprimí primera y segunda parte de El Sobremesa y Alivio
de Caminantes, y, como este tratado haya sido muy acepto a muchos
amigos y señores míos, me convencieron que imprimiese
el libro presente, llamado Buen Aviso y Portacuentos, adonde van
encerrados y puestos extraños y muy facetos dichos. Por lo
cual te ruego que lo recibas, olvidando el desdén y desabrimiento
de murmuradores, con aquel amor y voluntad que acostumbro presentarte
semejantes obrecillas, para que, con mayor ánimo y esfuerzo,
pueda proceder en otros más importantes y mejores, a servicio
de Dios. Amén.
Vale.
Cuento 2.- Deseoso de saber un
príncipe el discurso de su vida, llamó un hombre anciano,
que presumía saber quiromancia, y, mostrándole la
mano, le dijo que dentro de tres años había de morir.
El príncipe, como con esta imaginación anduviese triste,
preguntóle su maestro la causa de ello. Diciéndosela,
dijo:
-Vuestra Alteza sepa que el que tal relación le dio, no puede
dejar de ser un grandísimo asno, pero llámenle.
Llamado que fue, preguntóle el maestro:
-¿Tú has conocido en mirar la mano del príncipe
que ha de morir dentro de tres años?
Respondiéndole que sí, díjole:
-Pues mírate la tuya, que yo quiero saber tu fin.
Habiéndosela mirado, respondió que había de
morir de allí a cincuenta años. En esto el maestro
echó mano a una daga que traía, y diole de tal manera,
que le mató. El príncipe, muy alborotado, reprehendiéndole
que por qué había hecho aquello, respondió:
-Porque viese vuestra Alteza la necedad de este hombre, que quiso
adevinar la muerte ajena y no supo acertar la suya.
Con matarle, desterró,
del príncipe su conceto,
del mundo tan mal objeto.
Cuento 15.- Un recién casado,
el primer día que trujo el capazo de la carne, diola a su
mujer, diciendo:
- Aparejad el comer.
Como ella se descuidase, viniendo el marido, y no hallándolo
aparejado, asó la carne y puso la mesa, y asentóse
en ella, sin dejar asentar a su mujer, y, cortando la carne, decía:
-Esto será para quien la ganó, y esto para quien la
compró, y esto para quien la adrezó , y esto para
quien la mesa paró.
Y comiósela toda. Otro día, dándole el capazo
de la carne, la mujer la guisó. Viniendo el marido, no hallando
puesta la mesa, la puso, y, asentado, tampoco sufrió que
la mujer se asentase. Y, cortando la carne, decía:
-Esto será para quien la ganó, y esto para quien lo
compró, y esto para quien lo guisó, y esto para quien
la mesa paró .
Y puso la cuarta parte debajo de un plato. Ido, comió la
mujer lo que halló, diciendo:
-A fe que mañana yo pare la mesa, porque tenga tanta parte
como mi marido.
Otro día, dándole el capazo de la carne, la guisó
y paró la mesa. Venido el marido y asentado, hízola
sentar a su costado, y, cortando la carne, dijo:
-Esto para quien lo ganó, y esto para quien lo compró,
y esto para quien lo guisó, y esto para quien la mesa paró.
Y, a la postre, púsola toda junta en un plato, diciendo:
-Come conmigo, mujer,
pues os veo trabajar;
que en el placer y pesar
iguales hemos de ser.
Cuento 26.- Estando un honrado
viejo muy congojado y aflicto , porque su hijo y nuera le trataban
mal, después que les había hecho donación de
lo que tenía, le vino a consolar otro viejo, su compadre,
muy sagaz, diciendo:
-¿Queréis que os sirvan y honren como de primero?
Tomad una cajuela que tengo en mi posada, compadre, y henchilda
de arena, y diréis a vuestro hijo que son ciertos dineros
que os han restituido en ella, y vos, de noche, tomaréis
de estas castellanas de latón, y contaréis con ellas,
haciendo ruido, de modo que os puedan sentir estando en vuestra
cámara encerrado.
Dicho y hecho. En sentir que el viejo tenía dineros, el hijo
y la nuera le hacían mil caricias y fiestas, y le servían
y honraban, poniéndole a cabecera de mesa. En fin, siendo
muerto el buen viejo, no hallaron en la cajuela sino arena, y esta
copla fijada en ella:
Por el bulto, peso y son,
que de ti, arca, ha salido,
fui honrado y mantenido,
y vuelto en mi posesión.
Cuento 27.- Un caballero, teniendo
dos hijos, enviólos a estudiar a Salamanca, y, al cabo de
algunos años, determinó de enviar por ellos. Venidos
en su presencia, suplicó a cierto doctor que les preguntase,
para ver lo que habían deprendido , los cuales apartó
en cierto retrete y, preguntándoles, les dijo:
-¿Qué quiere decir: Femina mas que genus ?
Respondió el primero:
-Señor, que la hembra es más que gente.
-¿Y: Nullo mostrante, reponunt; mascula sunt tibi quasi ?
Respondió el segundo:
-Que ninguno puede mostrar dónde ha puesto, si no es el macho,
que le sabe la casa.
Riéndose de sus respuestas, dijo:
-¿En qué gastastes el tiempo?
Respondió el mayor:
-Yo, en saber nadar, señor.
-¿Así que nadar sabes?
Y, preguntando al otro si lo sabía, dijo que no. Con esta
relación salieron en presencia del padre, el cual preguntó:
-¿Saben algo esos mozos?
Respondió:
-Señor, el uno nada, el otro no nada .
Entendiendo la significación del vocablo, dijo:
-Eso pasa. Bien me agrada,
y les cumple estudiar,
pues vemos que el uno nada,
sin l’otro saber nadar.
Cuento 28.- Por casar un honrado
hombre con mujer de estrado y almohadilla , cada vez que le traía
el comer, se le hacía de mal el aparejarlo en tanta manera,
que cada día le importunaba que le comprase una esclava. Y,
como su posibilidad no bastase, daba queja de ello a los padres de
ella, y, viendo el poco caso que hacían de su querella, hizo
pintar a un pintor en telilla una esclava con un rétulo que
la llamase Margarita, y, trayéndola a casa, dijo:
- Señora mujer, alegráos, que ya os he comprado una
esclava. Hela aquí.
La cual fijó a la puerta de la cocina y, trayendo la comida,
dijo, de manera que lo oyese su mujer:
-Mira, Margarita, que guises esto cual a ti se confía.
La mujer, haciendo el sordo, no tocó nada. Vuelto el marido,
y hallándolo del modo que lo dejó, descolgó vuestra
pintura, y púsola sobre las espaldas de su mujer, y, con un
palo que traía escondido, empezó de sacudir, diciendo:
- Perra Margarita, de aquí adelante haréis lo que yo
os mando.
De tal manera le dio, que la dejó bien molida. Dando parte
la mujer a su padre de la facecia , le respondió:
-Si el marido se desmanda,
hija, es causa tu regalo.
¿Quiéreslo hacer bueno de malo?:
haz siempre lo que te manda:
harás que no mande el palo .
El PATRAÑUELO (1567)
Patraña 6ª.
 
A causa de cien cruzados,
que halló un hombre en un saquillo,
fue servido de un asnillo
y más de veinte ducados.
Un tiratierra, habiéndose
levantado muy de mañana para ejercitar su pobre oficio, yendo
cargados sus asnos vido en medio de la calle un talegón;
dándole con el pie, vido que eran dineros, y que a gran priesa
venía uno de a caballo en busca dellos. Para mejor cogerlos
a su salvo, echóle la tierra encima. Como juntase el mercader
y le dijese:
-Buen hombre ¿habéisme visto un talegón que
se me ha caído, con cierta cuantidad de moneda?
Le respondió:
-¡Dejadme, cuerpo de tal, con vuestra talega o talegón,
que harto tengo que ver en volver a cargar esta tierra que me ha
echado el asno!
Ido el mercader, cargó el astucioso hombre su tierra con
el talegón, y llevándolo a casa, él y su mujer,
de muy regocijados se pusieron a contar los dineros, y de ver que
eran cruzados de oro de Portugal, regostáronse con ellos
de tal manera que, no habiendo sentimiento, se les cayó uno
detrás de la caja que estaban contando, y vueltos en el talegón
como estaban, alzólos la mujer.
El mercader, por parte del alcalde, mandó publicar que cualquier
que se hubiese hallado un talegón con cien cruzados de oro,
que los manifestase y que darían diez por buen hallazgo.
Venido a noticia del tiratierra, díjolo a su mujer; ella
no queriéndoselos dar en ninguna manera, él, con buenas
palabras, inducióla que de más consciencia y más
provecho les sería tomar diez ducados de hallazgo, que los
cien cruzados no siendo suyos, y así, se los dio. El buen
hombre, venido delante del alcalde, manifestó los dineros,
los cuales, vista la presente, libró en poder del mercader,
habiendo dado sus testigos y razón satisfactoria que eran
suyos. Y como el mercader los reconosciese y hallase uno menos,
dijo:
-Mire vuestra señoría que aquí no hay sino
noventa y nueve cruzados, y los míos son ciento. ¿Cómo
quiere que se determine el negocio?
Pensando el alcalde que no fuese maña del mercader por no
pagar el hallazgo prometido, dijo:
-¡Sus! Ya lo entiendo, que no deben ser esos los vuestros
dineros. Volvédselos al buen hombre.
Vueltos, más por fuerza que por grado, fuese el tiratierra
muy alegre a su casa, y antes que a ella llegase, encontró
con un aguador, gran amigo suyo, que se le había caído
el asno en un lodo, y rogándole que se lo ayudase a levantar,
tomóle de la cola, y tirando della quedósele en las
manos, por do el aguador empezó a dar voces:
-¡Don traidor! ¡Pagadme mi asno que me habéis
derrabado!
El tiratierra, medio turbado de lo que le había acontecido,
dando a huir encontró con una mujer preñada, de tal
manera que cayó, y fue asido del porquerón , y la
mujer, del encuentro, malparió, vista la presente.
Así, que asido el tiratierra, y detrás dél
el amo del asno, que se lo pagase porque se lo había derrabado,
y la nescia demanda del marido, porque se afligía en extremo,
diciendo que de qué manera podía sentenciar su señoría
que su mujer estuviese preñada como se estaba, oídas
las partes, dio por sentencia: que en cuanto a la demanda del asno,
que se lo llevase el tiratierra a su casa, y que se sirviese dél
fasta en tanto que le saliese la cola; y porquel marido reprochó
de qué suerte sentenciaría que su mujer estuviese
preñada como se estaba, sentenció que se la llevase
el tiratierra a su casa y que trabajase de volvérsela preñada,
con tal que su mujer fuese contenta. La cual se4ntencia fue muy
aprobada y reída del pueblo, y obedecida, aunque le pesase,
del insipiente marido. Viniéndose el tiratierra a su casa,
alegre y regocijado por verse señor de dineros y de asno
y de mujer nueva, salió la mujer a recebille, diciendo:
-¿Qué es esto, marido?
Respondió:
-Ventura, mujer; toma este talegón que los cruzados son nuestros.
Pidióle más:
-¿Y el asno?
-También es ventura, porque me ha de servir fasta que le
salga la cola.
Replicóle:
-¿Y la mujer?
Respondió:
-También es ventura, pues la tengo de volver preñada
a su marido.
-¿Cómo de volver preñada? –dijo la mujer-
¿A eso llamáis ventura? No es sino desventura. ¿Dos
mandadoras en una casa?
Respondió el marido:
-Catad, mujer, que el juez lo ha mandado.
-¡Aunque lo mande y lo remande! –dijo la mujer-. Yo
soy la que mando en mi casa y ¿por el siglo de mi madre!
Tal no entre de las puertas adentro.
Despidiéndola, como el marido della la hubiese seguido, ya
presumiendo lo que se podía seguir, cobró su mujer
muy satisfecho y contento. A cabo de días, tornó el
mercader a suplicar al alcalde, dando otros testigos de fe y de
creencia, cómo eran suyos los cruzados, por lo cual mandó
llamar al tiratierra y que trajese el talegón con los cruzados.
Traídos, mandó el alcalde que se los diese. Dijo el
tiratierra al punto que se los dio, pensando que tampoco los recibiría:
-Mire, señor, que no hay sino ochenta, porque los otros se
han gastado en alhajas de mi casa.
Respondió el mercader:
-Ochenta o setenta, dad acá, que no quiero contallos, que
más vale tuerto que ciego, que yo los recibo por ciento.
Anda con Dios.
Contentas las partes, cada cual se fue a su posada.
Oyendo el aguador que todos habían cobrado sus haciendas,
así el mercader sus dineros como el otro su mujer, paresció
delante del alcalde suplicando que le mandase restituir el asno,
que él era contento de rescebille derrabado, ansí
como estaba. Proveído, cobró su asno, y el tiratierra
se quedó con veinte ducados, y libre de los querellantes.
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