4.- Prosa del Primer Renacimiento
4.2.- El diálogo doctrinal
y erasmista
4.2.3.4.- Cristóbal de Villalón:
El Crotalón (1553?)
Luciano (s.II d.C.): Diálogo
del Sueño o El gallo, fuente del diálogo de
Valdés [fragmentos]
5 GALLO. — Ignoras, Micilo,
la causa de todo ello y lo conveniente a cada forma de existencia.
Antes yo no comía habas porque era filósofo, mas ahora
puedo comerlas, pues se trata de un alimento propio de aves, que no
nos está prohibido. Y ahora, si lo deseas, escucha
cómo de ser Pitágoras me he convertido en lo que soy,
y en cuántas existencias he vivido primero, y el beneficio
que he obtenido de cada cambio.
MICILO. — Cuéntalo, que tu relato ha de resultarme gratísimo;
[...]
15 GALLO. — Porque la ignorancia, Micilo, te ha engañado,
al igual que al común de los hombres, en lo referente a
los ricos. Ellos —apréndelo bien—
viven una existencia mucho más desgraciada que la nuestra:
te lo digo yo, que he sido sucesivamente pobre y rico, y he experimentado
toda forma de vida. Dentro de poco, tú mismo vas a saberlo
todo.
MICILO. — Sí, por Zeus: ya es hora de que me cuentes
tus transmigraciones y lo que aprendiste en cada existencia.
GALLO. — Escucha y aprende de entrada que no he visto a nadie
vivir una existencia más feliz que la tuya.
MICILO. — ¿Que la mía, gallo? ¡Así
se te dé a ti, ya que me obligas a maldecirte! Pero explícame
cómo, empezando por ser Euforbo,
te transformaste en Pitágoras,
y así sucesivamente hasta ser gallo. Pues es de suponer que
hayas visto y sufrido mucho en tus múltiples existencias.[...]
MICILO. — Y yo, admirable amigo, ¿quién era antes
de esta existencia? Respóndeme primero a esto: ¿también
yo he transmigrado como tú?
GALLO. — Así es, en efecto.
MICILO. — ¿Quién era, pues, si puedes responderme?
Siento deseos de saberlo.
GALLO. — ¿Tú? Una hormiga
india, de esas que desentierran oro.
MICILO. — ¡Y no osar, desdichado de mí, ahorrar
siquiera unas partículas para traerlas de aquella vida a ésta!
¿Y qué seré en el futuro? Dímelo, que
tú probablemente lo sabes. Si es algo bueno, subiré
ahora mismo y me colgaré del clavo en que te posas.
GALLO. — No hay posibilidad alguna de que lo sepas. [...]
17 Cuando yo era Euforbo —vuelvo
a mi relato— combatí en Troya y fui muerto por Menelao,
y un tiempo después penetré en Pitágoras. Entretanto
había estado en pie aguardando, sin hogar, hasta que Mnesarco
me lo construyó.
MICILO. — ¿Sin comer, pobre amigo, y sin beber?
GALLO. — Sí, en efecto, y no me era necesario, que ello
no sirve sino al cuerpo.
MICILO. — Bien, háblame primero
del sitio de Troya. ¿Ocurría todo como lo cuenta
Homero?
GALLO. — ¿Cómo iba él a saberlo, Micilo,
si mientras se desarrollaban los hechos él era
camello en la Bactria?. Yo me atrevería a decirte que
allí no ocurrió nada extraordinario,y que Ayante no
era tan grande ni la propia Helena tan hermosa
como se cree. La vi: era blanquecina y tenía un largo
cuello —habríase dicho que era hija de un cisne—;
por lo demás, era muy mayor, de
la misma edad aproximadamente que Hécuba; [...]
MICILO. —[...] 19 Y, después dedespojarte de las vestiduras
de Pitágoras, ¿qué otro ser asumiste a continuación?
GALLO. — El de Aspasia, la cortesana de
Mileto.
MICILO. — ¡Vaya historia! Entre otras formas, también
ha sido mujer nuestro Pitágoras. Así, hubo un
tiempo en que tú también ponías huevos, nobilísimo
gallo, te acostabas con Pericles, tenías hijos de él,
cardabas lana, hacías punto y ejercías el oficio de
cortesana. [...]
MICILO. — ¿Qué me dices? ¿Qué experiencia
vital te resultó más placentera? ¿Cuando eras
hombre o cuando Pericles te poseía? [...] ¿Y en qué
hombre o mujer te convertiste tras ser Aspasia?
GALLO. — En el cínico Crates.
MICILO. — ¡Por los Dioscuros! ¡Qué
diferencia! ¡De cortesana en filósofo!
GALLO. — Luego fui rey, a continuación
pobre, poco después sátrapa,
luego caballo, chova
[cuervo], rana y otras innumerables formas
—largo sería enumerarlas todas—. Últimamente
he sido gallo repetidas veces, pues me
agrada este tipo de existencia; y, habiendo pertenecido a muchos,
pobres y ricos, al fin vivo contigo, y me río cada día
cuando invocas a los dioses y te lamentas por tu pobreza, mientras
admiras a los ricos por desconocimiento
de sus desdichas. En verdad, si supieras los cuidados que les afligen,
te reirías de ti mismo por haber creído en un principio
que la riqueza otorga una superior felicidad. [...]