Literatura Española del Siglo XVI

4.- Prosa del Primer Renacimiento

4.2.- El diálogo doctrinal y erasmista

4.2.3.4.- Cristóbal de Villalón: El Crotalón (1553?)

Octavo canto

Argumento del octavo canto del gallo

En el octavo canto que se sigue el auctor se finge haber sido monja, por notarles algunos intereses que en daño de sus conçiençias tienen. Concluye con una batalla de ranas en imitaçión de Homero.

GALLO. Yo me proferí ayer de te dezir lo que siendo monja passé, y sólo quiero reservar para mí de qué orden fue, porque no me saques por rastro. Pero quiero que sepas que éste es el género de gente más vano y más perdido y de menos seso que en el mundo hay: no entra en cuento de los otros estados y maneras de vivir, porque se preçia de mostrar en su habla, trato, traje, y conversaçión ser única y particular; lo que sueñan de noche tienen por revelaçión de Dios, y en despertando lo ponen por obra como si fuesse el prinçipal preçepto de su ley; dízense ser orden de religión, yo digo que es más confusión, y si algún orden tienen, es en el comer y dormir, y en lo que toca a religión es todo aire y liviandad, tan lexos de la verdadera religión de Cristo como de Hierusalén; no saben ni entienden sino en mantener parlas a las redes y locutorios; su prinçipal fundamento es hazerse de los godos y negar su proprio y verdadero linaxe. Y ansí luego que yo entré allí fue como las otras la más profana y ambiçiosa que nunca fue muger, y ansí porque mi padre era algo pobre publiqué que mi madre había tenido amistad con un caballero de donde me había habido a mí, y por desmentir la huella me mudé luego el nombre, porque yo me llamaba antes Marina, como mula falsa, y entrando en el monesterio me llamé Bernaldina, que es nombre estraño, y trabajé cuanto pude por llamarme doña Bernaldina, fingiendo la deçendençia y genealogía de mi prosapia y generaçión; y para esto me favoreçió mucho la abbadesa, que de puro miedo de mi mala condiçió [y desasosiego] me procuraba agradar. Acuérdome que un día envió un pariente mío a visitarme con un paje, y preguntándole la portera a quién buscaba respondió [el mochacho] que [buscaba] a Bernardina, y yo acaso estaba allí [junto a la puerta], y como le oí salí a él con aquella ansia que tenía que todos me llamassen doña [Bernardina] y díxele: «O, los diablos te lleven, rapaz, que no te cabe en esa boca un don donde cabe un pedaço de pan mayor que tú.» De lo cual di ocasión a todas cuantas estaban allí que se riesen de mi vanidad.
MIÇILO. Pues tu padre, ¿tenía antes don?
GALLO. Sí [tenía], pero teníale al fin del nombre.
MIÇILO. ¿Cómo es eso?
GALLO. Llamábase Francisco remendón. Ves allí el don al cabo. Mi mayor ocupaçión era enviar casi cada día a llamar los prinçipales y más honrados del pueblo buscando negoçios que tratar con ellos, y dilatábalos por los entretener; y de allí venía a fingirme pariente suyo por rodeos de conoçimiento o afinidad de alguno de su linaxe. Desta manera con todos los linajes de Castilla mostraba tener parte: con Mendoças, Manriques, Ulloas, Çerda, Vaçanes. El día que yo no tenía con quien librar a la red y locutorio me tenía por menos que muger, y si la abbadesa me negasse la liçençia me la iba a las tocas queriéndola mesar, y la llamaba peor de su nombre. Dos días en la semana enviaba por el confesor para me [confessar y] consolar, y desde que salíamos de comer hasta la noche nos estábamos en el confessonario tratando de vidas ajenas [Al márgen: "herético"], porque no se meneaba monja que yo no tuviese cuenta con ella. Otra vez me quexaba de la abbadessa que no me quería dar ninguna consolaçión, que estaba para me desesperar, o hazer de mí un hecho malo, y amenazábala con la visita. Aconteçíame a mí un mes no entrar en el coro a las horas fingiendo estar enferma de xaqueca, que es enfermedad de señoras, y para fingir este dolor hazía unos géneros de birretes portogueses afforrados en martas, o grana de Florençia, demandaba a mis servidores, devotos [y familiares]. Pues para sustentar mis locuras y intereses levanté un bando en el monesterio de los dos san Juanes, Evangelista y Baptista; y como yo tuve entendido que mis contrarias con quien yo tenía mis differençias y pundonores seguían al Evangelista, tomé yo con mis amigas la devoçión, [el apellido] y parçialidad del Baptista, no más de por contradezir, que de otra manera nunca tuve cuenta ni eché de ver cuál dellos mereçía más, ni cuál era mejor.

En el margen izquierdo pone: "desvergüenza luterana contra la iglesia"

MIÇILO. ¡O gran vanidad!, ¡cuánto mejor fuera que trabajaras por imitar a cualquiera dellos en virtud y costumbres! [...]

Duodécimo Canto

Argumento del duodécimo canto del gallo

En el duodéçimo canto que sigue el auctor imitando a Luçiano en el diálogo que intituló Ícaro Menipo, finge subir al cielo y describe lo mucho que vio allá.

[...] GALLO. Pues tal es la vida de los hombres sin orden ni conçierto entre sí. Cada uno piensa, trata, habla y se exerçita según su condiçión particular y pareçer, mientra en el teatro deste mundo dura la representaçión desta farsa; y después de acabada (que se acaba con la muerte) todas las cosas vuelven en silençio y quietud; y todos desnudos de sus disfraçes que se vistieron para esta representaçión quedan iguales y semejantes entre sí, porque acabó la comedia, que mientra estuvieron en el teatro todo cuanto representaron era burla y risa; y lo que más me movía a escarnio era ver los grandes ánimos de prínçipes y reyes contender entre sí y poner en campo grandes exérçitos, y aventurar al peligro de muerte gran multitud de gentes por una pequeña provinçia, o por un reino, o por una çiudad; que hay diez y seis estrellas en el çielo, sin otras muchas que hay de admirable cantidad, que cada una dellas es çiento y siete vezes mayor que toda la tierra; y toda junta la tierra es tan pequeña que si la mirassen de acá abajo fixa en el çielo no la verían, y escarneçerían de sí mesmos viendo por tan poca cosa cómo entre sí contienden; y lo que más de llorar es, el poco cuidado y arrisco que ponen por ganar aquel reino celestial, un reino tan grande que a un solo punto del çielo corresponden diez mil leguas de la tierra. [...]

[...] Y passando por la región de Eolo, rey de los vientos, vimos una gran multitud de almas colgadas por los cabellos en el aire atadas las manos atrás, y muchos cuervos, grajos y milanos que vivas las comían los coraçones; y entre todas estaba con muy notable dolor una que con gran furia y crueldad la comían el coraçón y entrañas dos muy poderosos y hambrientos buitres, y pregunté a mi genio qué gente era aquélla, el cual me respondió que eran los ingratos que habían cumplido con sus amigos con el viento de palabras, pagándoles con engaño y muerte al tiempo de la neçesidad; y yo le importuné me dixesse quién fuesse aquella desdichada de alma que con tanto afán padeçía entre todas las otras, y él me respondió que era Andrónico, hijo del rey de Hungría, el cual entre todos los hombres del mundo fue más ingrato a la belleza de Drusila, hija del rey de Maçedonia; [...]

Decimooctavo Canto

Argumento del déçimo octavo canto

En el déçimo octavo canto o sueño que se sigue el auctor muestra los grandes daños que en el mundo se siguen por faltar la verdad [del mundo] de entre los hombres.

[...] conoçimos una ballena de grandeza increíble, que en sola la frente con un pedaço de çerro que se nos descubría sobre las aguas del mar juzgábamos haber cuatro millas. Venía contra nosotros abierta la boca soplando muy fiera y espantosamente, que a diez millas hazía retener el navío con la furia de la ola que ella arroxaba de sí; de manera que viniendo ella de la parte del poniente, y caminando nosotros con próspero levante nos forçaba calmar, y aun volver atrás el camino. Venía desde lexos espumando y turbando el mar con gran alteraçión. Ya que estuvimos más çerca, que alcançamos a verla más en particular, pareçíansele los dientes de terrible grandeza, de hechura de [grandes] palas, blancos como el fino marfil. Venimos adelante a juzgar por la grandeza que se nos mostró sobre las aguas, ser de longura de dos mil leguas. Pues como nos vimos ya en sus manos y que no le podíamos evadir, començámonos a abraçar entre los compañeros y a darnos las manos con grandes lágrimas y alarido, porque víamos el fin de nuestra vida y compañía sin remedio alguno estar en aquel punto; y ansí dando ella un terrible empujón y abriendo la boca nos tragó, tan sin embaraço [ni estorbo] de dientes ni paladar que sin tocar en parte alguna, con gavia, velas y xarçia, y muniçión [y obras muertas], fuemos colados y sorbidos por la garganta de aquel monstruoso pez sin lisión alguna del navío hasta llegar a lo muy espaçioso del estómago, donde había unos campos en que cupieran otras veinte mil. Y como el navío encalló quedamos espantados de tan admirable suçeso, sin pensar qué podía ser, y aunque luego estuvimos algo obscuros porque cerró el paladar para nos tragar, pero después que nos tuvo dentro y se sosegó traía abierta la boca, de manera que por allí nos entraba bastante luz, y con el aire de su contino resolgar nos entretenía el vivir a mucho descanso y plazer. Pareçióme que ya que no quiso mi ventura que yo fuesse a las Indias por ver allá, que era ésta convenible comutaçión, pues fortuna nos forçaba en aquella cárçel a ver y gustar de admirables cosas que te contaré; [Locus amoenus] y mirando alrededor vimos muy grandes y espaciosos campos de frescas fuentes y arboledas de diversas y muy suaves flores y frutas; y ansí todos saltamos en tierra por gustar y ver aquellas estançias tan admirables. Començamos a comer de aquellas frutas y a beber de aquellas sabrosas y delicadas aguas, que nos fue muy suave refeçión. Estaban por allí infinitos pedaços de hombres, espinas y huesos de pescados, y otros enteros que nos empidían el andar; tablas [y] maderos de navíos, áncoras, gavias, másteles, xarçia, muniçión y artillería, hombres y otros muchos animales que tragaba por se mantener. Pero salidos adelante de aquella entrada a un grande espaçio que alcançamos a ver más de quinientas leguas, desde un alto monte vimos grandes llanos y campos muy fértiles, abundantes y hermosos: había muchas aves de diversos colores adornadas en sus plumas que eran de graçioso parecer; había águilas, garças papagayos, ruiseñores, sirgueros y otras espeçies, differençias de graçiosas aves de mucha hermosura. Pues proveyendo que algunos compañeros se quedasen a la guarda del navío, y dexándoles la neçesaria provisión, la mayor cantidad de nosotros fuemos de acuerdo que fuéssemos a descubrir la tierra [por la reconoçer]. Discurriendo, pues, por aquella deleitosa y fertilíssima tierra, al fin de dos días, casi al puesto del sol, desçendiendo de una alta montaña a un valle de mucha arboleda, llegamos a un río que con mucha abundançia y frecuençia corría vino muy suave, [Jauja] tan hondo y tan caudaloso que por muchas partes podían navegar navíos muy gruesos, del cual començamos a beber y a gustar, y algunos de nuestros compañeros se començaron de la bebida a vençer, y se nos quedaban dormidos por allí que no los podíamos llevar. Todas las riberas de aquel suave y graçioso río estaban llenas de muy grandes y fertilíssimas çepas cargadas de muy copiosas vides, [con sus] pámpanos y racimos muy sabrosos y de gran gusto; de los cuales començamos a cortar y comer, y tenían algunas de aquellas çepas figura y imagen de mugeres que hablando en nuestra lengua natural nos convidaban con agraçiadas palabras a comer dellas, prometiéndonos mucho dulçor. Pero a todos aquellos que convençidos de sus ruegos y halagos llegaban a gustar de su fruto los dormían y prendían allí, que no eran libres para se mover y las dexar, ni los podíamos arrancar de allí. Destas, de su frecuente manar, destilada un contino licor que hazía ir al río muy caudaloso; aquí en esta ribera hallamos un padrón de piedra de dos estados alto sobre la tierra, en el cual estaban unas letras griegas escriptas que mostraban ser de gran antigüedad, que dezían haber sido éste el peregrinaje de Bacho. Passado este graçioso río por algunas partes que se podía vadear, y subida una pequeña cuesta que ponía differençia entre este valle de Bacho, desçendimos a otro no menos deleitoso y de gran sabor, de cuyo gusto y dulçor nos pareçía beber aquella bebida que dezían los hombres [antiguos] ser de los dioses por su grande y admirable gusto, a la cual llamaron el néctar y ambrosía. Éste tenía una prodigiosa virtud de su naturaleza, que si alguno escapado del río de Bacho pudiesse llegar a beber deste licor era maravillosamente consolado y sano de su embriaguez, y era restituido en su entero y primero juizio, y aun mejorado sin comparación. Aquí bebimos hasta hartar, y volvimos por los compañeros y cual a braço, cual acuestas y cual por su pie, los truximos allí, y sanos caminamos con mucho plazer. No lexos desta suave y salutífera ribera vimos salir humo, y mirando más con atençión vimos que se descubrían unas caserías pobres y pajizas, de lo cual nos alegramos mucho por ver si habitaba por allí alguna gente como nosotros, con que en aquella prisión y mazmorra nos pudiéssemos entender y consolar; porque en la verdad nos pareçía ser aquello una cosa fantaseada, o de sueño, o que por el rasgo nos la describía algún ingenioso pintor. Pues con esta agonía que por muchos días nos hazía andar sin comer ni beber, sin nos defatigar, llegamos çerca de aquellas casas, y luego en la entrada hallamos una vieja de edad increíble, porque en rostro, meneo y color lo monstró ser ansí. Estaba sentada entre dos muy perenales fuentes, de la una de las cuales manaba un muy abundante caño de miel, y de la otra corría otro caño muy fértil y gruesso de leche muy cristalino, las cuales dos fuentes bajadas a un vallico que estaba junto allí se mezclaban y hazían ambas un río caudal. Estaba la dueña ançiana con una vara en la mano, con la cual con gran descuido hería en la fuente que tenía a su mano derecha que corría leche, y a cada golpe hazía unas campanillas, las cuales corriendo por el arroyo adelante se hazían muy hermosos requesones, nazulas, natas y quesos como ruedas de molino, los cuales todos cuando llegaban por el arroyo abajo, donde se mezclaba la fuente del miel, se hazían de tanto gusto y sabor que no se puede encareçer. Había en este río peçes de diversas formas que tenían sabor del miel y leche. Y como nosotros la vimos espantámonos por pareçernos una prodigiosa visión, y ella por el semejante en vernos [como] vista súbita y no acostumbrada se paró. Pues cuando volvimos en nosotros, y con esfuerço cobramos el huelgo que con el espanto habíamos perdido, la saludamos con mucha humildad, dubdosos si nos entendiesse nuestra lengua, y ella luego con apazible semblante dando a entender que nos conoçía por de una naturaleza nos correspondió con la mesma salutaçión, y luego nos preguntó: «Dezid hijos, ¿cuál ventura os ha traído en esta tierra, o cuál hado o suerte os cençerró en esta cárçel y mazmorra?» A la cual yo respondí: «Señora, no sabemos hasta agora dezir si nuestra buena o mala fortuna nos ha traído aquí, que aún no hemos bien reconoçido el bien o mal que en esta tierra hay; sólo sabemos ser tragados en el mar por un fiero y espantoso pez, donde lançados creemos que somos muertos, y para esperiençia o más çertidumbre desto, nos salimos por estos campos por ver quién habitaba por aquí; y ha querido Dios que os encontrássemos, y esperamos que será para nuestra consolaçión, pues vemos no ser nosotros solos los encarçelados aquí. Agora querríamos de ti, señora, saber quién eres, qué hazes aquí, si eres naçida del mar o si eres natural de la tierra como nosotros; y si de alguna parte de divinidad eres comunicada prophetízanos nuestra buena, o mala ventura, porque prevenidos nos haga menor mal.» Respondió la buena dueña: «Ninguna cosa os diré hasta que en mi casa entréis, porque veo que venís fatigados. Sentaros heis y comeréis, que una hija mía donzella hermosa que aquí tengo os lo guisará y aparejará». Y como éramos todos moços y nos habló de hija donzella y de comer, todos nos regoçijamos en el coraçón, y ansí entrando la buena vieja en su casa dixo con una voz algo alta cuanto bastaba su natural: «Hija, sal acá, apareja a esta buena gente de comer.» Luego como entramos y nos sentamos en unos poyos que estaban por allí salió una donzella de la más bella hermosura y dispusiçión que nunca naturaleza humana crió; la cual, aunque debajo de paños y vestidos pobres y desarrapados representaba çelestial dignidad, porque por los ojos, rostro, boca y frente echaba un resplandor que a mirarla no nos podíamos sufrir, porque nos hería con unos rayos de mayor fuerça que los del sol, que como tocaban el alma éramos ansí como pavesa abrasados, y rendidos nos postramos a la adorar. Pero ella haziéndonos muestra con la mano, con una divina magestad nos apartaba de sí, y mandándonos sentar con una presta diligençia nos puso uvas y [otras] frutas muchas y suaves, y de unos muy sabrosos peçes; de que perdiendo el miedo que por la reverençia teníamos a tan alta magestad comimos y bebimos de un preçioso vino cuanto nos fue menester; y después que se levantó la mesa, y la vieja nos vio sosegados, començó a regocijarnos y a demandarnos le contássemos nuestro camino y suçeso; y yo como vi que todos mis compañeros callaban y me dexaban la mano en el hablar, la conté muy por estenso nuestro deseo y cobdiçia con que vivíamos muchos años en la tierra, y nuestra junta y conjuraçión, hasta el estado en que estábamos allí, y después le dixe: «Agora tú, madre bienaventurada, te suplicamos nos digas si es sueño esto que vemos, quién sois vosotras y cómo entrastes aquí.» Con una alhagüeña humildad que de contentarnos mostraba tener deseo dixo: [Cuento de la Bondad y la Verdad] «¡O hijos y huéspedes amados, todos pareçe que tenemos la mesma fortuna, pues por juizio y voluntad de Dios somos laçados aquí aunque por diversas ocasiones como oiréis. Sabed que yo soy la Bondad si la habéis oído dezir por allá; que me crió Dios en la eternidad de su ser, y esta mi hija es la Verdad que yo engendré, hermosa, graçiosa, apazible y afable, parienta muy cercana del mesmo Dios; de su cogeta a ninguno desagradó, ni desabrió si primero me quisiesse a mí. Enviónos Dios del çielo al mundo siendo naçidas allá, y todos los que me reçebían a mí no la podían a ella desechar, pero amada y querida la amaban como a sí; y ansí moramos entre los primeros hombres en las casas de los prínçipes [y] reyes, que con nosotras gobernaban y regían sus repúblicas en paz, quietud y prosperidad; ni había maliçia, cobdiçia, ni poquedad que a engaño tuviesse muestra. Andábamos muy regaladas, sobrellevadas y tenidas de los hombres: el que más nos podía hospedar, y tenía en su casa, se tenía por más rico, más poderoso y más valeroso. Andábamos vestidas y adornadas de preciosas joyas y muy alto brocado. No entrábamos en casa donde no nos diessen [abundantemente] de comer y beber, y pessábales porque no reçibíamos más; tanto era su buen deseo de nos tener. Topábamos cada día a la Riqueza y [a la] Mentira por las calles por los lodos arrastradas, baldonadas y escarneçidas, que todos los hombres por nuestra devoción y amistad gritaban y corrían, y las echaban de su conversaçión y compañía como a enemigas de su contento y prosperidad. De lo cual estas dos falsarias y malas compañeras reçebían grande injuria y vituperio, y con rabia muy canina buscaban los medios posibles para se satisfazer; juntábanse cada día en consulta [ambas] y echábanse a pensar y tratar cualesquiera caminos, favoreçiéndose de muchos amigos que traían entre los hombres encubiertos y solapados que no osaban pareçer de vergüença de nuestros amigos. Estas malditas bastaron en tiempo a juntar gran parte de gente que por industria de una dueña pariente suya que se llama Cobdiçia los persuadieron ir a descubrir aquellas tierras de las Indias, donde vosotros dezís que íbades caminando, de donde tanto tesoro salió. Éstas se las enseñaron y guiaron, dándoles después industria, ayuda y favor como pudiessen en estas tierras traer grandes piezas y cargas de oro y de plata, y joyas preçiosas que de los de aquella tierra estaban menospreçiadas y holladas reconoçiendo su poco valor. Estas perversas dueñas los forçaron a aquel trabajo teniendo por averiguado que estos tesoros les serían bastante medio para entretener su opinión y desarraigarnos del común conçebimiento nuestra amistad con la cual estábamos nosotras enseñoreadas en la mayor parte de la gente hasta allí; y ansí fue que como fueron aquellos hombres que ellas enviaron en aquellas partes y començaran a enviar tesoros de grande admiraçión, luego començaron todos a gustar y a poseer grandes rentas y hazienda; y ansí andando estas dos falsas hermanas [con aquella parienta casi] de casa en casa les hizieron [a todos] entender que no había otra nobleza, ni otra feliçidad sino ser rico un hombre, y que el que no poseía en su casa [a la riqueza] era ruin y vil; y ansí se fueron todos corrompiendo y depravando en tanta manera que no se hablaba ni se trataba otra cosa en particular ni en común. Ya, desdichadas de nosotras, no teníamos dónde nos acoger, ni de quién nos favorezer; ninguno nos conoçía, [ni] amparaba, ni reçebía, y ansí andábamos a sombra de texados aguardando a que fuesse de noche para salir a reconoçer amigos, no osando salir de día, porque nos habían avisado algunos que andaban estas dos traidoras buscándonos con gran compañía para nos afrontar do quiera que nos topassen, prinçipalmente si fuesse en lugar solo y sin testigos; y ansí nosotras, madre y hija, nos fuemos a quexar a los señores del Consejo real, diziendo que estas falsarias se habían entremetido en la república muy en daño y corruptela della, y porque a la sazón estaban consultando açerca de remediar la gran carestía que había en todas las cosas del reino, les mostramos [con argumentos muy claros y infalibles], ser la causa habernos echado todos de sí, [la Bondad y Verdad, madre y hija], y haber estas perversas hermanas, Riqueza y Mentira, y la Cobdiçia; las cuales si se remediaban y se echaban fuera, nos ofreçíamos [y obligábamos] a volver todas las cosas a su primer valor [y] antiguo, y que en otra manera verían cómo neçesariamente irían las cosas de peor en peor; y nos quexamos que nos amenaçaban que nos habían de matar porque ansí éramos avisadas, que con sus amigos y aliados que eran ya muchos nos andaban buscando procurando de nos haber. Y los señores del Consejo nos oyeron muy bien y se apiadaron de nuestra fortuna y nos mandaron dar carta de amparo, y que diéssemos informaçión cómo aquéllas nos andaban a buscar para nos afrontar, y que harían justizia. Y con esto nos salimos del Consejo, y yendo por una ronda pensado ir más seguras por no nos encontrar con nuestros enemigos, fuemos espiadas y salteadas en medio de aquella ronda, y saliendo a nosotras nos tomaron por los cabellos a ambas, y truxiéronnos por el polvo y lodo gran rato arrastrando, y diéronnos todos cuantos en compañía llevaban muchas coçes, puñadas y bofetadas, que por ruin se tenía el que por lo menos no llevaba en las manos un buen golpe de cabellos, o un pedaço de la ropa que vestíamos; en fin, nos dexaron con pensamiento que no podíamos [mucho] vivir. Y ansí como de sus manos nos vimos sueltas, cogiendo nuestros andrajos, cubriéndonos lo más honestamente que pudimos nos salimos de la çiudad, no curando de informar a justiçias, temiéndonos que en el entretanto que informábamos nos tornarían a encontrar, y nos acabarían aquellas malvadas; y ansí pensando que en aquellas tierras de Indias nuevas quedaban sin aquellos tesoros, y las gentes eran simples y nuevas en la religión, que nos acogerían allá, embarcamos en una nao; y agora paréçenos que pues la tierra no nos quiere sufrir nos ha tomado en sí el mar, y ha echado esta bestia que tragándonos nos tenga presas aquí, rotas y despedaçadas como veis.» Y maravillándonos todos deste aconteçimiento, las pregunté cómo era posible ser en tan breve tiempo desamparadas de sus amigos, que en toda la çiudad ni en otros pueblos comarcanos no hallasen de quién se amparar y socorrer. A lo cual la hija sospirando, como acordándose de la fatiga y miseria en que en aquel tiempo se vio, dixo: «O huésped dichoso, si el coraçón me sufriesse a te contar en particular la prueba que de nuestros amigos hize, admirarte has de ver las fuerças que tuvieron aquellas malvadas; témome que acordándome de tan grande injuria fenezca yo hoy. Tú sabrás que entre todos mis amigos yo tenía un sabio y ançiano juez, el cual engañado por estas malvadas y aborreçiéndome a mí, por augmentar en gran cantidad su hacienda, torcía de cada día las leyes, pervertiendo todo el derecho canónico y çevil, y porque un día se lo dixe, dándome un empujón por me echar de sí, me metió la vara por un ojo que [casi] me lo sacó, y mi madre me le tornó a dereçar; y porque a un escribano que escribía ante él le dixe que passaba el arançel me respondió que si por la tassa del arançel en la paga de los derechos se hubiese de seguir no ganaría para çapatos, ni para pan; y porque le dixe que por qué interlineaba los contratos, enojándose me tiró con la pluma un tildón por el rostro, que me hizo esta señal que ves aquí que tardó un mes en se me sanar. Y de allí me fue a casa de un mercader y demandéle me diesse un poco de paño de que me vestir, y él luego me lo puso en el mostrador, en el cual, aunque de mi naturaleza yo tenía ojos más perspicaces que de linçe, no le podía ver, y rogándole que me diesse un poco de más luz se enojó; demandéle el preçio rogándole [que] tuviesse respecto a nuestra amistad, y luego me mostró un papel que con gran juramento afirmó ser aquél el verdadero valor y coste que le tenía, y que por nuestra amistad lo pagasse por allí; y yo afirmé ser aquéllos lexos de mí, y porque no me entendió esta palabra que le dixe me preguntó qué dezía, al cual yo repliqué que aquél creía yo ser el costo cargando cada vara de aquel paño cuantas gallinas y pasteles, vino, puterías y juegos y desórdenes habían hecho él y sus criados en la feria, y por el camino de ir y venir allá.
MIÇILO. Y lo mesmo es en todos cuantos offiçios hay en la república, que no hay quien supla las costas, comer y beber, juegos y puterías de los offiçiales [en la feria y do quiera que están; y halo de pagar el que dellos va a comprar].
GALLO. De lo cual reçibió tanta injuria que tomando de una vara con que medir en la tienda me dio un palo en la cabeça que me hirió mal, y después tendida en el suelo me dio más de mil, que si no me socorrieran las gentes que pasaban, que me libraron de sus manos, me acabara la vida con su rabiosa furia; y quedó jurando que si me tomaba en algún lugar o volvía más allí, que me acabaría, y ansí yo nunca más volví allá. De allí me llevó mi madre a un çirujano, al cual rogó con gran piedad que me curasse, y él le dixo que mirasse que le había de pagar, porque la cura sería larga y tenía hijos y muger que mantener, y porque no teníamos qué le dar, me lo untó mi madre con un poco de açeite rosado, y en dos días se me sanó. Fueme por todos aquellos que hasta entonçes yo había tenido en mi familiaridad, y hallélos tan mudados que ya casi no los conoçía sino por el nombre, porque había muchos que yo tenía en mi amistad [que eran] armeros, malleros, lançeros, espeçieros, y en otros géneros de offiçios llanos y humildes contentos con poco, que no se quería apartar del regaço de mi madre, unidos comigo; los cuales agora aquellas falsarias los tenían encantados, locos, soberbios y muy fuera de sí, muy sublimados en grandes riquezas de cambios y mercaderías, [puestos ya] en [grandes] honras de regimientos [con hidalguías fingidas y compuestas] ocupados en exerçiçios de caballeros, en justas y juegos de cañas, [gastando con gran prodigalidad la hazienda y sudor de los pobres miserables. Éstos] en tanta manera se estrañaron de mí que no los osé hablar, porque acaso airados no me hiriessen y vituperassen como habían hecho otros. Y porque pareçe que los eclesiásticos habían de permaneçer en la verdadera religión y que me acogerían, me fue a la iglesia mayor, donde concurren los saçerdotes y cleriçía, donde solía yo tener muchos amigos; y andando por ella a buscar clérigos no hallé sino grandes cuadrillas de monas o ximios que me espantaron; los cuales con sus roquetes, sobrepelliçes y capas de coro andaban paseándose por allí, y otros cantando en el coro. Maravillábame que unos tan graçiosos animalejos criados en la montaña imitassen tan al natural todos los offiçios y exerçiçios de saçerdotes a lo menos en lo exterior; y viniendo a mirarlos debajo de aquellos vestidos y ornamentos benditos descubrían el vello, golosina; latroçinio, cocar y mofar, rustiçidad y fiereza que tienen en la montaña. [cuento] Acordéme haber leído de aquel rey de Egipto, de quien escribe Luçiano que quiso enseñar a dançar una gran cuadrilla de ximios o monas, y para esto los vistió todos de grana, y andando un día metidos en el teatro en su dança con un maestro de aquel exerçiçio, al cual los encomendó, se allegó a lo ver un philósopho que conoçía bien el natural de aquel animalexo, y echóles unas nuezes en el medio del corro donde andaban dançando, y los ximios como conoçieron ser nuezes, fruta apropiada a su golosina, desamparando el teatro, corro y maestro se dieron a tomar de la fruta, y mordiendo y arañando a todos los que en el espectáculo estaban, rasgando sus vestidos echaron a huir [a la montaña]. Y aún yo no lo pude creer que aquéllos eran verdaderos ximios o monas, si no me llegara a uno que representó más sanctidad y dignidad, al cual tentándole con la tenta en lo interior, rogándole que pues era saçerdote y me pareçía más religioso, me dixesse una missa por mis defuntos, y púsele la pitança en la mano, y él muy hinchado me dio con el dinero en los ojos diziendo que él no dezía missa en todo el año, y que se mantenía él y una gran familia que tenía de la renta de su dignidad; y como yo le oí aquello no pude disimular tan bárbaro género de hipocresía y soberbia, viendo que siendo mona representaba una persona tan digna y tan reverenda en la iglesia de Dios, [que dezían ser arçediano]. [Fábula] Acordéme de aquel asno cumano, el cual viéndose un día vestido de una piel de león, quería pareçer león asombrando con grandes roznidos a todos, hasta que vino uno de aquellos cumanos que con un gran leño nudoso le hirió tan fuertemente que le desengañó haziéndole entender que era asno y no león, y ansí le abajó su soberbia y locura; y ansí yo no me pude contener que no le dixesse: «Pues señor, ¿el arçedianazgo depone el saçerdoçio que no podáis dezir missa?»; y él se enojó tanto que me convino huir de la iglesia, porque ya miraba por sus criados que me hiriessen.» En estos y semejantes cuentos nos estuvimos gran parte del día hasta que su madre le mandó que no proçediesse adelante porque reçebía dello mucha pena; y yo enamorado della me ofreçía su perpetuo serviçio pareçiéndome que en el mundo no había cosa más perfeta que desear, y ansí pensé si querría, por vivir en aquella soledad y prisión, dárseme por muger; [pero no me atreví hasta mirarlo mejor]. Y ansí nos salimos todos en su compañía por aquellos campos, fuentes y praderías por tomar solaz, porque eran aquellas estançias llenas de gusto y deleite, no había por allí planta alguna que no fuesse de dulçura admirable por ser regadas por aquellas dos fuentes de leche y miel. En esta conversaçión y compañía nos tuvieron muchos días muy a nuestro contento, y acordándonos de nuestros compañeros que dexamos en el navío pensamos que sería bueno irlos a buscar y traerlos a aquella deleitosa estançia, porque gozassen de tanta gloria, y ansí demandando licençia a la madre y hija, guiándonos como por señas [al camino], volvimos por los visitar prometiendo volvernos luego a su compañía; y ansí començamos a caminar, y passando aquellos dulçes y sabrosos ríos venimos al de Bacho, el cual passando por los vados, hallamos ya casi por moradores naturales a nuestros compañeros, casados con aquellas çepas que dixe estar por aquellas riberas, que tenían figura y natural de mugeres, de las cuales no los podimos desapegar sin gran dificultad y trabajo, porque los tenían ya cogidos con gran affiçión. Pero con gran cuidado trabajamos despegarlos de allí, y porque nos temimos no açertar a la casa de la Verdad, acordamos probar a salir de aquella prisión y cárçel, pensando que si saliésemos con ello sería una cosa admirable, y que terníamos más que contar que de las Indias, [si allá fuéramos], ni de los siete milagros del mundo; y ansí pensé una industria que çierto nos valió, y fue que yo hize poner a punto de navegar todo el navío, y compañeros, y hize luego embarcar todo lo neçesario para caminar, y cuando todo estuvo a punto hezimos ingenios con que llegamos el navío hasta meterle por la garganta de la ballena, y como la juntamos al pecho que le ocupamos la entrada al paladar nos lançamos todos en el navío, y con fuertes arpones, lanças, picas y alabardas començamos a herirla en la garganta; y como aconteçe a cualquiera de nosotros si tiene en la garganta alguna espina que acaso tragó de algún pez que le fatiga, que comiença de toser por la arrancar, ansí la ballena cuanto más la heríamos más se afligía con toser, y a cada tos nos echaba çincuenta leguas por la garganta adelante, porque çierto nosotros la dábamos gran congoja y fatiga que no podía sosegar, y tanto continuó su toser que nos lançó por la boca a fuera muy lexos de sí sin algún daño ni lisión; y como escarmentada y temerosa del pasado tormento y pena, huyó de nosotros pensando haber escapado de un gran mal; y ansí dando todos muchas graçias a Dios guiamos por volver a nuestra España deseosos de desengañar a todos que se ha ido la Verdad huyendo de la tierra; por lo cual no te maravilles, Miçilo, si no te la dixo tu vezino Demophón, y si no la vieres ni oyeres en el mundo de hoy más.
MIÇILO. ¡O soberano Dios, qué me has contado hoy!, ¿que es posible, gallo, que está hoy el mundo sin la Verdad?
GALLO. Como oyes me aconteçió.
MIÇILO. Por cierto cosa es de admiraçión y me pareçe que si el mundo está algún tiempo ansí, en breve se destruirá y se acabará de perder. Por tanto, supliquemos con lágrimas de grande affecto a Dios nos quiera restituir en tan soberano bien de que somos privados hasta aquí. Y agora, pues es venido el día, dexa lo demás para el canto que se siguirá.

FIN DEL DÉCIMO OCTAVO CANTO

Félix de Bracquemond (1833-1914)

Si quieres leer el libro completo puedes hacerlo en la dirección de abajo

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-crotalon--0/html/

También puedes leer unos fragmentos del diálogo de Luciano El gallo si pinchas aquí, o leerlo completo junto con Ícaro Menipo (que también influye en este diálogo de Valdés) en la edición que ya te recomendé a propósito del Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés:

http://bib.us.es/guiaspormaterias/ayuda_invest/derecho/dialogosMoralesDeLuciano.htm