4.- Prosa del Primer Renacimiento
4.2.- El diálogo doctrinal y
erasmista
4.2.3.- Andrés Laguna?: El viaje de
Turquía (1557-58) [Fragmento]
Capítulo III. Las peregrinaciones
JUAN.- Una cosa se me acuerda que
os quise hoy replicar cuando hablábamos de los hospitales, y
habíaseme olvidado, y es: si fuese así que no hubiese
hospitales, ¿qué harían tantos pobres peregrinos
que van donde vos agora de Francia, Flandes, Italia y Alemania?, ¿dónde
se podrían aposentar?
PEDRO.- El mejor remedio del mundo: los que tuviesen qué gastar,
en los mesones, y los que no, que se estuviesen
en sus tierras y casas, que aquélla era buena romería,
y que de allí tuviesen todas las devociones que quisiesen con
Santiago. ¿Qué ganamos nosotros con sus romerías,
ni ellos tampoco, según la intención? Que el camino de
Jerusalén ningún pobre le puede ir, porque al menos gasta
cuarenta escudos y más, y por allá maldita la cosa les
aprovecha pedir ni importunar.
MATA.- A fe que fray Pedro, que dice esto, que debe de traer aforrada
la bolsa.
PEDRO.- Yo no pido, por cierto, limosna; y a trueco de no oír
un «Dios te ayude» de quien sé que me puede dar,
lo hurtaría si pudiese.
MATA.- Si no fuese porque favoreceréis a los de vuestro oficio,
no os dejaría de preguntar qué tanto mérito es
ir en romería, porque yo, por decir
la verdad, no la tengo por la más obra pía de todas.
PEDRO.- Por eso no dejaré de decir lo que siento: porque mi romería
va por otros nortes. La romería de Jerusalén, salvo el
mejor juicio, tengo más por incredulidad
que por santidad; porque yo tengo de fe que Cristo fue crucificado
en el monte Calvario y fue muerto y sepultado y que le abrieron el costado
con una lanza, y todo lo demás que la Iglesia cree y confiesa;
pues ¿no tengo de pensar que el monte Calvario es un monte como
otros, y la lanza como otras, y la cruz, que era entonces en uso como
agora la horca, y que todo esto por si no es nada, sino por Cristo que
padeció? Luego si hubiese tantas Jerusalenes
y tantas cruces y lanzas y reliquias como
estrellas en el cielo y arenas en la mar, todas ellas no valdrían
tanto como una mínima parte de la hostia consagrada, en la cual
se encierra el que hizo los cielos y la tierra, y a Jerusalén,
y sus reliquias, y ésta veo cada día que quiero, que es
más; ¿qué se me da de lo menos? Cuanto más
que Dios sabe cuán poca paciencia llevan en el camino y cuántas
veces se arrepienten y reniegan de quien hace jamás voto que
no se pueda salir afuera. Lo mismo siento de Santiago y las demás
romerías.
JUAN.- No tenéis razón de condenar las romerías,
que son santas y buenas, y de Cristo leemos que apareció en ese
hábito a Lucas y Cleofás.
PEDRO.- Yo no las condeno, ni nunca Dios tal quiera; mas digo lo que
me parece y he visto por la luenga experiencia; y a los que allá
van no se les muestra la mitad de lo que dicen; porque el templo de
Salomón aunque den mil escudos no se le dejarán ver; ni
demás de esto a los devotos no faltan algunos frailes modorros
que les muestran ciertas piedras con unas pintas coloradas, en el camino
del Calvario, las cuales dicen que son de la sangre de Cristo, que aún
se está allí, y ciertas piedrecillas blancas, como de
yeso, dicen que es leche de Nuestra Señora, y en una de las espinas
está también cierta cosa roja en la punta que dicen que
es de la misma sangre, y otras cosas que no quiero al presente decir;
y éstas, como las sé, antes de muchos días lo sabréis.
En lo que decís de la romería de Cristo y los apóstoles
es cosa diferente; porque ellos iban la romería breve, y es que
no tenían casa ni hogar, sino andarse tras su buen maestro y
deprender el tiempo que les cabía; después, enseñar
y predicar. Maravíllome yo de un teólogo como vos comparar
la una romería con la otra.
MATA.- Que tampoco no se mataba mucho para estudiar, sino poco a poco
cumplir el curso; para entre nosotros, no sabe tanta Teología
como pensáis; mas yo quería saber cuál es la mejor
romería.
JUAN.- Ninguna, si a Pedro de Urdemalas creemos.
PEDRO.- El camino real que lleva al cielo es la mejor de todas, y más
breve, que es los diez mandamientos de la ley muy bien guardados a mazo
y escoplo; y esto sin caminar ninguna legua se pueden cumplir todos.
¡Cuántos peregrinos reniegan y blasfeman, cuántos
no oyen misa en toda la jornada, cuántos toman lo que hallan
a mano!
MATA.- De manera que haciendo desde aquí lo que hombre pudiere
según sus fuerzas, en la observancia de la ley de Dios, sin ir
a Jerusalén ni Santiago, ¿se puede salvar?
PEDRO.- Muy lindamente.
MATA.- Pues no quería saber más de eso para estarme quedo
y servir a Dios.
JUAN.- Quítese esta mesa y póngase silencio en las cosas
de acá, que poco importa la disputa. Sepamos de la buena venida
y de la significación del disfraz y de la ausencia pasada y de
la merced que Dios nos ha hecho en dejarnos ver.
PEDRO.- Tiempo habrá para contarlo.
MATA.- Por amor de Dios, no nos tengáis suspensos ni colgados
de los cabellos. Sacadnos de duda. [...]
MATA.- ¿Y qué habíamos
de hacer de todo nuestro relicario? [Reliquias]
PEDRO.-¿Cuál?
MATA.- El que nos da de comer principalmente;
¿luego nunca le habéis visto? Pues en verdad no nos falta
reliquia que no tengamos en un cofrecito de marfil; no nos falta sino
pluma de las alas del arcángel San Gabriel.
PEDRO.- Esas, dar con ellas en el
río.
MATA.- ¿Las reliquias se han
de echar en el río? Grandemente me habéis turbado. Mirad
no traiáis alguna punta de luterano desas tierras extrañas.
PEDRO.- No digo yo las reliquias,
sino esas que yo no las tengo por tales.
MATA.- Por amor de Dios, no hablemos
más sobre esto; los cabellos de Nuestra Señora, la leche,
la espina de Cristo, el dinero, las otras reliquias de los santos, al
río [...]
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Segunda Parte
Capítulo XXIII: Descripción de
Constantinopla.
JUAN.- ¿Cuánto tiene de cerco Constantinopla?
PEDRO.- Tendrá cinco leguas.
MATA.- ¿Todo poblado?
PEDRO.- Todo lo está; mas en unas partes no tanto como en otras.
De largo tiene desde el cerraje del Gran Turco hasta la puerta de
Andrinópoli, donde están los palacios del emperador
Constantino, dos leguas y media.
MATA.- Bien se cansará quien tiene que negociar.
PEDRO.- No hace, porque le llevarán por mar por cuatro ásperos,
y le traerán con toda la carga que quisiere llevar o traer.
Está la ciudad hecha un triángulo; lo más ancho
es a la parte de la canal, donde está el Gran Turco, y lo que
está a la puerta de Andrinópoli es una punta muy estrecha.
JUAN.- ¿Qué cosas tiene memorables?
PEDRO.- Pocas, porque los turcos, con no ser amigos de ellas, las
han gastado y derribado todas; muy pocas casas ni edificios hay buenos,
sino todo muy común, sacando las cuatro mezquitas principales
y los palacios y algunas casas de los bajás. El mejor edificio
y la casa que más hay que ver en toda la ciudad es el Baziztan,
que es una claustra hecha debajo de tierra, toda de cal y canto, por
miedo del fuego; muy espaciosa, en la cual están todos los
joyeros que hay en la ciudad y se hacen todas las mercancías
de cosas delicadas, como sedas, brocados, oro, plata, pedrerías.
MATA.- ¿Todos los que venden eso tienen allí dentro
sus casas?
PEDRO.- Menester sería para eso hacer dentro una ciudad. Ninguno
tiene otro que la tienda, y este Baziztan tiene cuatro puertas, a
las cuales van a dar cuatro calles muy largas y anchas, en las cuales
consiste todo el trato, no digo de Constantinopla, sino de todo el
imperio; a cualquier hora que quisiéredes pasar os será
tan dificultoso romper como un ejército; cuanto por allí
camináredes tiene de ser de lado; no tengáis miedo,
aunque nieve, de haber frío.
MATA.- ¡Qué buen cortar de bolsas será ahí!
PEDRO.- Hartas se cortan, pero a los turcos no hay que cortar sino
meterles la mano en la fratiquera, que todos la traen, y sacar lo
que hay. Las joyas y riquezas que allí dentro hay, ¿quién
lo podrá decir? Tiendas muchas de pedrería fina veréis,
que a fe de buen cristiano las podréis medir a celemines y
aun a hanegas. Hilo de oro y cosas de ello labradas, vale muy barato.
Aquella joyería que veis en la plaza de Medina del Campo verlo
heis todo en una sola tienda. Platería mejor y más caudalosa
que la de nuestra corte, aunque no comen en plata. En fin no sé
qué os decir, sino que es todo oro y plata y seda y más
seda, y no querrá nadie imaginar cosa de comprar que no la
halle dentro. Cosa de paños y telas y armería, y especiería,
se vende en las otras cuatro calles. A cada puerta de este Baziztan
hay dos genízaros de guarda, que tienen cuenta con los que
entran y salen.
JUAN.- ¿Es grande?
PEDRO.- Tendrá de cerco media legua.
JUAN.- Harto es.
PEDRO.- La mayor grandeza de Constantinopla es que después
de vista toda hay otro tanto que ver debajo.
JUAN.- ¿En qué?
PEDRO.- Las bóvedas, que cuasi toda se puede andar cuan grande
es, con columnas de mármol y piedra y ladrillo dentro, y no
tendréis necesidad de bajaros para andar debajo, que bien tiene
de alto cada una treinta y cuarenta pies, y hay muchas de estas bóvedas
que tienen una legua de largo y ancho y las columnas hacen dentro
calles estrechas.
JUAN.- Cierto que no sé qué haría si pensase
que lo decíais de veras.
PEDRO.- No curéis de más, sino haced cuenta que lo veis
todo como os digo.
JUAN.- ¿A qué propósito se hizo eso?
PEDRO.- Allí se tuerce la seda e hilo que es menester para
el servicio de la ciudad, y tienen sus lumbreras que de trecho en
trecho salen a la calle.
MATA.- En mi vida tal cosa oí.
PEDRO.- Oídlo agora. Dos puertas principales sé yo por
donde muchas veces entré a verlo, como si fuesen unos palacios.
JUAN.- ¿Qué calles tiene las más principales?
PEDRO.- No hay turco allá que lo sepa. Todos van poco más
o menos como en las horas del reloj. Lo que más cuentan es
por las cuatro mezquitas principales. «¿A dónde
vive fulano bajá?» Responderos ha: «En soltán
Mahameto», por lo cual se entiende media legua de más
a menos; o en «Soltán Bayazete», que es otra mezquita.
Si queréis para comprar o vender saber calles, toda las cosas
tienen su orden donde las hay: Taucbazar, donde se venden las gallinas;
Balucbazar, la pescadería; Coinbazar, donde se venden los carneros,
y otras cosas de esta manera.
MATA.- ¿Valen caras las aves?
PEDRO.- Una gallina pelada y aderezada vale un real, y un capón,
el mejor que hallen, real y medio. En las plazas de aquellas mezquitas
hay muchos charlatanes que están con las culebras y lagartos
a uso de Italia, herbolarios muchos, y gente que vende carne momia
en tanta cantidad que podrán cargar naves de solo ello, y muchas
tiendas de viejas que no tienen otra cosa en ellas sino una docena
de habas y ganan largo de comer.
JUAN.- ¿A qué?
PEDRO.- A echar suertes con ellas, como las gitanas que dicen la buena
ventura. Son tan supersticiosos los griegos y turcos, que creen cuanto
aquellas dicen. En Atmaidan, que es la plaza que está enfrente
de las casas de Ibraim Bajá y Zinan Bajá, hay una aguja
como la de Roma; pero es más alta y está mejor asentada,
la cual puso el emperador Teodosio, según dicen unos versos
que en ella están, griegos y latinos. Junto a ésta está
una sierpe de metal con tres cabezas, puesta derecha, tan alta como
un hombre a caballo la toque con la mano. Hay a par de estas otra
aguja más alta, pero no de una pieza, como la otra, sino de
muchas piedras bien puestas. Lo primero que yendo de acá topamos
de Constantinopla se llama Iedicula, las Siete Torres, donde están
juntas siete torres fuertes y bien hechas. Dicen que solían
estar llenas de dinero. Yo entré en dos de ellas, y no vi sino
heno. En aquella parte se mata la mayor parte de la carne que se gasta
en la ciudad, y de allí se distribuye a las carnicerías,
que me haréis decir que son tantas como casas tiene Burgos.
Grande realeza es ver la nieve que se gasta todo el tiempo que no
hace frío, y cuán barata vale, de lo cual no hay menos
tiendas que carnicerías. Aquellos que tienen las tabernas de
las sorbetas que beben los turcos, cada uno tiene un peñón
de ello en el tablero, y si queréis beber, por un maravedí
os dará la sorbeta que pidiéredes, agra o dulce o agridulce,
y con un cuchillo le echará la nieve que fuere menester para
enfriarla; la cantidad de un gran pan de jabón de nieve darán
por dos maravedís. Toda la que en una casa de señor
se puede gastar darán por medio real. Esto dura hasta el mes
de septiembre; de allí adelante traen unos tablones de hielo,
como lápidas, que venden al precio de la nieve.
JUAN.- ¿Cómo la conservan?
PEDRO.- En Turquía hay grandes montañas, y allí
tiene el Gran Señor unas cuevas todas cubiertas muy grandes;
y cada año las hinchen, y como lo traen por mar, y con poca
prisa se deshace, danlo barato, y no se puede vender otro sino lo
del Gran Turco, hasta que no haya más que vender de ello. Bien
le vale, con cuan barato es, cada año treinta mil ducados.
Particulares lo cogen también en Galata y Constantinopla y
ganan bien con ello; pero aunque es tierra fría, no nieva todos
los años. Los turcos son muy amigos de flores, como las damas
de Génova, y darán por traer en los tocados una flor
cuanto tienen, y a este respecto hay tiendas muchas de solas flores
en el verano, que valdrán quinientos ducados. Mirad la magnificencia
de Constantinopla: una columna está muy alta y gruesa, toda
historiada al romano, en una parte de la ciudad que se llama Abratbazar,
donde las mujeres tienen cada semana un mercado, que yo creo que costó
cien mil ducados. Puede por dentro subirse por un caracol. En resolución,
mirando todas las cualidades que una buena ciudad tiene de tener,
digo que, hecha comparación a Roma, Venecia, Milán y
Nápoles, París y León, no solamente es mala comparación
compararla a éstas, pero paréceme, vistas por mí
todas las que nombradas tengo, que juntas en valor y grandeza, sitio
y hermosura, tratos y provisión, no son tanto juntas, hechas
una pella, como sola Constantinopla; y no hablo con pasión
ni informado de sola una parte, sino oídas todas dos, digo
lo que dicho tengo, y si las más particularidades os hubiese
de decir, había necesidad de la vida de un hombre que sólo
en eso se gastase. Si algunas otras cosillas rezagadas se os quedan
de preguntad, mirad, señores, que es largo el año, y
a todas os responderé. Habed misericordia entre tanto de mí.
Contentaos de lo hablado, que ya no me cabe la lengua en la boca,
y los oídos me zurrean de llena la cabeza de viento.
MATA.- Si más hay que preguntar no lo dejo sino por no saber
qué, y desde aquí me aparto dando en rehenes que se
me ha agotado la ciencia del preguntar, no me maravillando que estéis
cansado de responder, pues yo lo estoy de preguntar.
JUAN.- En todo y por todo me remito a todo lo que Mátalas dice,
que cierto yo me doy por satisfecho, sin ofrecerse otra cosa a que
me poder responder.
PEDRO.- Agora que os tengo a entrambos rendidos, quiero de oficio,
como hacen en Turquía, deciros algunas cosas de las que vuestros
entendimientos no han alcanzado a preguntar, pasándoseles por
alto y no para que haya en ellas demandas y respuestas, sino con suma
brevedad, y lo primero sea de una manera de hermandad que usan, por
la cual se llaman hermanos de sangre, y es que cuando entre dos hay
grande amistad, para perpetuarla con mucha solemnidad se hieren cada
uno un dedo de su mano cuanto salga alguna sangre, y chupa el uno
la sangre de el otro, y desde aquel punto ya son hermanos y tales
se llaman, y no menos obras se hacen; y esto no sólo turco
con turco, sino turco con cristiano y judío.
MATA.- ¿Quién cree que no queda Pedro bien emparentado
en Turquía, cuanto más si al tiempo del nuevo parentesco
había banquetes?
JUAN.- Mas si sufría también ser hermano de las damas,
cuántas debe de dejar, y aun plegue a Dios que no las haya
engañado, que tan buen alcahuete me parece el chupar de la
sangre como el no saber las lenguas.
PEDRO.- También quiero deciros del luto de los cerqueses, que
es una gente cristiana tal cual dentro la mar Negra, no lejos del
río Tanais, que se venden unos a otros a precio de cosas viles,
como los negros, y aun padres hay que venden las hijas doncellas.
De éstos hay muchos en Constantinopla que facilísimamente
se hacen turcos, y allí vi el luto; que cuando muere el padre
se cortan una oreja, y cuando la madre o el hermano la otra, y así
no es afrenta grande el estar desorejado.
MATA.- Bien queda estaba la liebre si no la levantara nadie; mas agora
se ofrece la postrera pregunta: ¿Si es hacia esa parte el preste
Juan de las Indias, de quien tantas cosas nos dicen por acá
los peregrinos de Jerusalén, y más de su elección
milagrosa con el dedo de Santo Tomás?
PEDRO.- Así le ven todos ésos como Juan nuestro compadre
a Jerusalén, ni tiene qué hacer con el camino. Sabed
en dos palabras que es burla llamarle preste Juan, porque no es sacerdote
ni trae hábitos de ello, sino un rey que se llama el preto
Juan, y los que le ponen, describiendo la Asia en las tablas de ella,
no saben lo que se hacen; por una parte confina con el reino de Egipto
y por otra del reino de Melinde; por la parte occidental confina con
los etíopes interiores; por la de oriente con la mar Bermeja,
y de esto da testimonio el rey Manuel de Portugal en la epístola
al papa León décimo. Difiere de la iglesia romana en
algunas ceremonias, como la griega. El año de 1534 enviaron
a Portugal doctores que aprendiesen la lengua española, los
cuales declararon, cuando la supieron, el uso de sus sacramentos.
Dicen lo primero que San Filipo les predicó el Evangelio, y
que constituyeron los apóstoles que se pudiesen casar los sacerdotes,
y si tomaren algún clérigo o obispo con hijo bastardo,
pierde por el mismo caso todos sus beneficios. Bautízanse cada
año el día de la Epifanía, no porque lo tengan
por necesario, sino por memoria y conmemoración del bautismo
de Jesucristo: «Et quotidie accipiunt corpus Christi».
Tienen su confesión y penitencia, aunque no extremaunción
ni confirmación. En el punto que pecan van a los pies del confesor;
no comulgan los enfermos, porque a nadie se puede dar el sacramento
fuera de la iglesia. Los sacerdotes viven de sus manos y sudor, porque
no hay rentas, sino cosa de mortuorios. Dicen una sola misa; santifican
el sábado como los judíos; eligen un patriarca de la
orden de Santo Antonio Eremita, cuyo oficio es ordenar; no tienen
moneda propia, sino peregrina de otros reinos, sino oro y plata por
peso.
JUAN.- Ya, ya comenzaba a hacer de mi oficio como vos del vuestro
y cerrar toda nuestra plática, cuando a propósito del
preste Juan, el preto Juan, como decía, me vino a la memoria
el arca de Noé. Deseo saber si cae a esa parte y qué
cosa es, porque todos los que vienen nos la pintan cada cual de su
manera.
PEDRO.- La misma pintura y retrato os pueden dar que los pintores
de Dios padre y de San Miguel, a quien nunca vieron. En Armenia la
alta, junto a una ciudad que se llama Agorre, hay unas altísimas
montañas, donde está; pero es imposible verse ni nadie
la vio, tanta es la niebla que sobre ella está perpetuamente,
y nieve tiene sobre sí veinte picas en alto. Ella, en fin,
no se puede ver ni sabemos si es arca ni armario ni nave; antes mi
parecer es que debía de ser barca, y de allí vino la
invención del navegar a los hombres, y es cosa que lleva camino
serlo, pues había de andar sobre las aguas, y Beroso, escritor
antiguo, la llama así; y cierto yo tengo para mí que
fue el primero Noé que enseñó navegar. Esta tierra
cae debajo el señorío del Sofi, que es rey de Persia.
Tiene este reino muy buenas ciudades, principalmente Hechmeazin, donde
reside su patriarca, como acá Roma; Taurez, donde tiene su
corte el Sofi, que se llama Alaziaquin. Año de 1558 mató
su hijo por reinar; Cara, Hemet, Bidliz tienen cada diez mil casas;
Hazu, cinco mil; Urfa, cinco mil casas, y otras mil ciudades. No difiere
la Iglesia de los armenios de la romana tanto como la griega, y así
nuestro Papa les da licencia que puedan decir por acá misas
cuando vienen a Santiago, porque sacrifican con hostia y no con pan
levado, como los griegos. Cerca de este está el Gurgistan,
que llaman el Gorgi, un rey muy poderoso, cristiano, sujeto a la Iglesia
griega, y tiene debajo de sí nueve reinos. En este reino ni
en el de el Sofi no consienten vivir judíos. Tampoco me olvido
yo de las cosas como Mátalas. Deseo saber qué es lo
que apuntasteis de vuestro oficio, que yo ya tengo más deseo
de escuchar que de hablar.
JUAN.- Por tema del sermón tomo el refrán del vulgo:
que del predicador se ha de tomar lo que dice, y no lo que hace; y
en recompensa de la buena obra que al principio me hicisteis de apartarme
de mi mala vida pasada, quiero, representando la venidera, que hagáis
tal fin cuales principios habéis llevado, y todo se hará
fácilmente menospreciando los regalos de acá que son
muy venenosos e infeccionan más el alma que todas las prisiones
y ramos de infieles. Puédese colegir de toda la pasada vida
la obligación en que estáis de servir a Dios y que ningún
pecado venial hay que no sea en vos mortal, pues para conocerlos sólo
vos bastáis por juez. Simónides, poeta, oyendo un día
a Pausanias, rey de Lacedemonia, loarse cuán prósperamente
le habían sucedido todas las cosas, y como burlándose
preguntó alguna cosa dicha sabiamente, aconsejole que no se
olvidase de que era hombre. Esta respuesta doy yo sin demandármela,
Filipo, rey de Macedonia, teniendo nueva de tres cosas que prósperamente
le habían sucedido en un día, puestas las manos y mirando
al cielo dijo: «¡Oh, fortuna, págame tantas felicidades
con alguna pequeña desventura!», no ignorando la grande
envidia que la fortuna tiene de los buenos sucesos. Teramenes, uno
de los treinta tiranos, habiendo sólo escapado cuando se le
hundió la casa con mucha gente, y teniéndole todos por
beato, con gran clamor: «¡Oh fortuna! -dice-, ¿para
cuándo me guardas?» No pasó mucho tiempo que no
le matasen los otros tiranos. Grande ingratitud usaríais para
con Dios si cada día no tuvieseis delante todas esas mercedes
para darle gracias por ellas, y aun me parece que no hay más
necesidad, para quererle y amarle mucho, de representarlas en la memoria,
y será buena oración y meditación, haciendo de
este mundo el caso que él merece, habiendo visto en tan pocos
años por experiencia los galardones que a los que más
le siguen y sirven da, y cómo a los que le aborrecen es de
acero que no se acaba, y a los que no de vidrio, que falta al mejor
tiempo. Comparaba muy bien Platón la vida del hombre al dado,
que siempre tiene de estar deseando buena suerte, y con todo eso se
ha de contentar con la que cayere. Eurípides jugó del
vocablo de la vida como merecía. La vida, dice, tiene el nombre;
mas el hecho es trabajo. ¿Habéis aprendido, como San
Pablo, contentaros con lo que tenéis, como dice en la carta
a los filipenses? Sé ser humilde y mandar, haber hambre y hartarme,
tener necesidad y abundar de todas las cosas; todas las cosas puedo
en virtud de Cristo, que me da fuerzas; ¿qué guerra
ni paz, hambre o pestilencia bastará a privaros de una quieta
y sosegada vida, y que no estiméis en poco todas las cosas
de Dios abajo? Mas como hablando San Pablo con los romanos: ¿por
ventura la angustia, la aflicción, la persecución, la
hambre, el estar desnudo, el peligro? Persuadido estoy ya, dice, que
ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados
y potestades, ni lo presente ni por venir, ni lo alto ni lo bajo,
ni criatura ninguna nos podrá apartar del amor y afición
que tengo a Dios.
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completo puedes hacerlo en la dirección de abajo
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