Literatura Española del Siglo XVI

4.- Prosa del Primer Renacimiento

4.2.- El diálogo doctrinal y erasmista

4.2.3.- Andrés Laguna?: El viaje de Turquía (1557-58) [Fragmento]

Capítulo III. Las peregrinaciones

JUAN.- Una cosa se me acuerda que os quise hoy replicar cuando hablábamos de los hospitales, y habíaseme olvidado, y es: si fuese así que no hubiese hospitales, ¿qué harían tantos pobres peregrinos que van donde vos agora de Francia, Flandes, Italia y Alemania?, ¿dónde se podrían aposentar?
PEDRO.- El mejor remedio del mundo: los que tuviesen qué gastar, en los mesones, y los que no, que se estuviesen en sus tierras y casas, que aquélla era buena romería, y que de allí tuviesen todas las devociones que quisiesen con Santiago. ¿Qué ganamos nosotros con sus romerías, ni ellos tampoco, según la intención? Que el camino de Jerusalén ningún pobre le puede ir, porque al menos gasta cuarenta escudos y más, y por allá maldita la cosa les aprovecha pedir ni importunar.
MATA.- A fe que fray Pedro, que dice esto, que debe de traer aforrada la bolsa.
PEDRO.- Yo no pido, por cierto, limosna; y a trueco de no oír un «Dios te ayude» de quien sé que me puede dar, lo hurtaría si pudiese.
MATA.- Si no fuese porque favoreceréis a los de vuestro oficio, no os dejaría de preguntar qué tanto mérito es ir en romería, porque yo, por decir la verdad, no la tengo por la más obra pía de todas.
PEDRO.- Por eso no dejaré de decir lo que siento: porque mi romería va por otros nortes. La romería de Jerusalén, salvo el mejor juicio, tengo más por incredulidad que por santidad; porque yo tengo de fe que Cristo fue crucificado en el monte Calvario y fue muerto y sepultado y que le abrieron el costado con una lanza, y todo lo demás que la Iglesia cree y confiesa; pues ¿no tengo de pensar que el monte Calvario es un monte como otros, y la lanza como otras, y la cruz, que era entonces en uso como agora la horca, y que todo esto por si no es nada, sino por Cristo que padeció? Luego si hubiese tantas Jerusalenes y tantas cruces y lanzas y reliquias como estrellas en el cielo y arenas en la mar, todas ellas no valdrían tanto como una mínima parte de la hostia consagrada, en la cual se encierra el que hizo los cielos y la tierra, y a Jerusalén, y sus reliquias, y ésta veo cada día que quiero, que es más; ¿qué se me da de lo menos? Cuanto más que Dios sabe cuán poca paciencia llevan en el camino y cuántas veces se arrepienten y reniegan de quien hace jamás voto que no se pueda salir afuera. Lo mismo siento de Santiago y las demás romerías.
JUAN.- No tenéis razón de condenar las romerías, que son santas y buenas, y de Cristo leemos que apareció en ese hábito a Lucas y Cleofás.
PEDRO.- Yo no las condeno, ni nunca Dios tal quiera; mas digo lo que me parece y he visto por la luenga experiencia; y a los que allá van no se les muestra la mitad de lo que dicen; porque el templo de Salomón aunque den mil escudos no se le dejarán ver; ni demás de esto a los devotos no faltan algunos frailes modorros que les muestran ciertas piedras con unas pintas coloradas, en el camino del Calvario, las cuales dicen que son de la sangre de Cristo, que aún se está allí, y ciertas piedrecillas blancas, como de yeso, dicen que es leche de Nuestra Señora, y en una de las espinas está también cierta cosa roja en la punta que dicen que es de la misma sangre, y otras cosas que no quiero al presente decir; y éstas, como las sé, antes de muchos días lo sabréis. En lo que decís de la romería de Cristo y los apóstoles es cosa diferente; porque ellos iban la romería breve, y es que no tenían casa ni hogar, sino andarse tras su buen maestro y deprender el tiempo que les cabía; después, enseñar y predicar. Maravíllome yo de un teólogo como vos comparar la una romería con la otra.
MATA.- Que tampoco no se mataba mucho para estudiar, sino poco a poco cumplir el curso; para entre nosotros, no sabe tanta Teología como pensáis; mas yo quería saber cuál es la mejor romería.
JUAN.- Ninguna, si a Pedro de Urdemalas creemos.
PEDRO.- El camino real que lleva al cielo es la mejor de todas, y más breve, que es los diez mandamientos de la ley muy bien guardados a mazo y escoplo; y esto sin caminar ninguna legua se pueden cumplir todos. ¡Cuántos peregrinos reniegan y blasfeman, cuántos no oyen misa en toda la jornada, cuántos toman lo que hallan a mano!
MATA.- De manera que haciendo desde aquí lo que hombre pudiere según sus fuerzas, en la observancia de la ley de Dios, sin ir a Jerusalén ni Santiago, ¿se puede salvar?
PEDRO.- Muy lindamente.
MATA.- Pues no quería saber más de eso para estarme quedo y servir a Dios.
JUAN.- Quítese esta mesa y póngase silencio en las cosas de acá, que poco importa la disputa. Sepamos de la buena venida y de la significación del disfraz y de la ausencia pasada y de la merced que Dios nos ha hecho en dejarnos ver.
PEDRO.- Tiempo habrá para contarlo.
MATA.- Por amor de Dios, no nos tengáis suspensos ni colgados de los cabellos. Sacadnos de duda. [...]
MATA.- ¿Y qué habíamos de hacer de todo nuestro relicario? [Reliquias]
PEDRO.-¿Cuál?
MATA.- El que nos da de comer principalmente; ¿luego nunca le habéis visto? Pues en verdad no nos falta reliquia que no tengamos en un cofrecito de marfil; no nos falta sino pluma de las alas del arcángel San Gabriel.
PEDRO.- Esas, dar con ellas en el río.
MATA.- ¿Las reliquias se han de echar en el río? Grandemente me habéis turbado. Mirad no traiáis alguna punta de luterano desas tierras extrañas.
PEDRO.- No digo yo las reliquias, sino esas que yo no las tengo por tales.
MATA.- Por amor de Dios, no hablemos más sobre esto; los cabellos de Nuestra Señora, la leche, la espina de Cristo, el dinero, las otras reliquias de los santos, al río [...]
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Segunda Parte

Capítulo XXIII: Descripción de Constantinopla.

JUAN.- ¿Cuánto tiene de cerco Constantinopla?
PEDRO.- Tendrá cinco leguas.
MATA.- ¿Todo poblado?
PEDRO.- Todo lo está; mas en unas partes no tanto como en otras. De largo tiene desde el cerraje del Gran Turco hasta la puerta de Andrinópoli, donde están los palacios del emperador Constantino, dos leguas y media.
MATA.- Bien se cansará quien tiene que negociar.
PEDRO.- No hace, porque le llevarán por mar por cuatro ásperos, y le traerán con toda la carga que quisiere llevar o traer. Está la ciudad hecha un triángulo; lo más ancho es a la parte de la canal, donde está el Gran Turco, y lo que está a la puerta de Andrinópoli es una punta muy estrecha.
JUAN.- ¿Qué cosas tiene memorables?
PEDRO.- Pocas, porque los turcos, con no ser amigos de ellas, las han gastado y derribado todas; muy pocas casas ni edificios hay buenos, sino todo muy común, sacando las cuatro mezquitas principales y los palacios y algunas casas de los bajás. El mejor edificio y la casa que más hay que ver en toda la ciudad es el Baziztan, que es una claustra hecha debajo de tierra, toda de cal y canto, por miedo del fuego; muy espaciosa, en la cual están todos los joyeros que hay en la ciudad y se hacen todas las mercancías de cosas delicadas, como sedas, brocados, oro, plata, pedrerías.
MATA.- ¿Todos los que venden eso tienen allí dentro sus casas?
PEDRO.- Menester sería para eso hacer dentro una ciudad. Ninguno tiene otro que la tienda, y este Baziztan tiene cuatro puertas, a las cuales van a dar cuatro calles muy largas y anchas, en las cuales consiste todo el trato, no digo de Constantinopla, sino de todo el imperio; a cualquier hora que quisiéredes pasar os será tan dificultoso romper como un ejército; cuanto por allí camináredes tiene de ser de lado; no tengáis miedo, aunque nieve, de haber frío.
MATA.- ¡Qué buen cortar de bolsas será ahí!
PEDRO.- Hartas se cortan, pero a los turcos no hay que cortar sino meterles la mano en la fratiquera, que todos la traen, y sacar lo que hay. Las joyas y riquezas que allí dentro hay, ¿quién lo podrá decir? Tiendas muchas de pedrería fina veréis, que a fe de buen cristiano las podréis medir a celemines y aun a hanegas. Hilo de oro y cosas de ello labradas, vale muy barato. Aquella joyería que veis en la plaza de Medina del Campo verlo heis todo en una sola tienda. Platería mejor y más caudalosa que la de nuestra corte, aunque no comen en plata. En fin no sé qué os decir, sino que es todo oro y plata y seda y más seda, y no querrá nadie imaginar cosa de comprar que no la halle dentro. Cosa de paños y telas y armería, y especiería, se vende en las otras cuatro calles. A cada puerta de este Baziztan hay dos genízaros de guarda, que tienen cuenta con los que entran y salen.
JUAN.- ¿Es grande?
PEDRO.- Tendrá de cerco media legua.
JUAN.- Harto es.
PEDRO.- La mayor grandeza de Constantinopla es que después de vista toda hay otro tanto que ver debajo.
JUAN.- ¿En qué?
PEDRO.- Las bóvedas, que cuasi toda se puede andar cuan grande es, con columnas de mármol y piedra y ladrillo dentro, y no tendréis necesidad de bajaros para andar debajo, que bien tiene de alto cada una treinta y cuarenta pies, y hay muchas de estas bóvedas que tienen una legua de largo y ancho y las columnas hacen dentro calles estrechas.
JUAN.- Cierto que no sé qué haría si pensase que lo decíais de veras.
PEDRO.- No curéis de más, sino haced cuenta que lo veis todo como os digo.
JUAN.- ¿A qué propósito se hizo eso?
PEDRO.- Allí se tuerce la seda e hilo que es menester para el servicio de la ciudad, y tienen sus lumbreras que de trecho en trecho salen a la calle.
MATA.- En mi vida tal cosa oí.
PEDRO.- Oídlo agora. Dos puertas principales sé yo por donde muchas veces entré a verlo, como si fuesen unos palacios.
JUAN.- ¿Qué calles tiene las más principales?
PEDRO.- No hay turco allá que lo sepa. Todos van poco más o menos como en las horas del reloj. Lo que más cuentan es por las cuatro mezquitas principales. «¿A dónde vive fulano bajá?» Responderos ha: «En soltán Mahameto», por lo cual se entiende media legua de más a menos; o en «Soltán Bayazete», que es otra mezquita. Si queréis para comprar o vender saber calles, toda las cosas tienen su orden donde las hay: Taucbazar, donde se venden las gallinas; Balucbazar, la pescadería; Coinbazar, donde se venden los carneros, y otras cosas de esta manera.
MATA.- ¿Valen caras las aves?
PEDRO.- Una gallina pelada y aderezada vale un real, y un capón, el mejor que hallen, real y medio. En las plazas de aquellas mezquitas hay muchos charlatanes que están con las culebras y lagartos a uso de Italia, herbolarios muchos, y gente que vende carne momia en tanta cantidad que podrán cargar naves de solo ello, y muchas tiendas de viejas que no tienen otra cosa en ellas sino una docena de habas y ganan largo de comer.
JUAN.- ¿A qué?
PEDRO.- A echar suertes con ellas, como las gitanas que dicen la buena ventura. Son tan supersticiosos los griegos y turcos, que creen cuanto aquellas dicen. En Atmaidan, que es la plaza que está enfrente de las casas de Ibraim Bajá y Zinan Bajá, hay una aguja como la de Roma; pero es más alta y está mejor asentada, la cual puso el emperador Teodosio, según dicen unos versos que en ella están, griegos y latinos. Junto a ésta está una sierpe de metal con tres cabezas, puesta derecha, tan alta como un hombre a caballo la toque con la mano. Hay a par de estas otra aguja más alta, pero no de una pieza, como la otra, sino de muchas piedras bien puestas. Lo primero que yendo de acá topamos de Constantinopla se llama Iedicula, las Siete Torres, donde están juntas siete torres fuertes y bien hechas. Dicen que solían estar llenas de dinero. Yo entré en dos de ellas, y no vi sino heno. En aquella parte se mata la mayor parte de la carne que se gasta en la ciudad, y de allí se distribuye a las carnicerías, que me haréis decir que son tantas como casas tiene Burgos. Grande realeza es ver la nieve que se gasta todo el tiempo que no hace frío, y cuán barata vale, de lo cual no hay menos tiendas que carnicerías. Aquellos que tienen las tabernas de las sorbetas que beben los turcos, cada uno tiene un peñón de ello en el tablero, y si queréis beber, por un maravedí os dará la sorbeta que pidiéredes, agra o dulce o agridulce, y con un cuchillo le echará la nieve que fuere menester para enfriarla; la cantidad de un gran pan de jabón de nieve darán por dos maravedís. Toda la que en una casa de señor se puede gastar darán por medio real. Esto dura hasta el mes de septiembre; de allí adelante traen unos tablones de hielo, como lápidas, que venden al precio de la nieve.
JUAN.- ¿Cómo la conservan?
PEDRO.- En Turquía hay grandes montañas, y allí tiene el Gran Señor unas cuevas todas cubiertas muy grandes; y cada año las hinchen, y como lo traen por mar, y con poca prisa se deshace, danlo barato, y no se puede vender otro sino lo del Gran Turco, hasta que no haya más que vender de ello. Bien le vale, con cuan barato es, cada año treinta mil ducados. Particulares lo cogen también en Galata y Constantinopla y ganan bien con ello; pero aunque es tierra fría, no nieva todos los años. Los turcos son muy amigos de flores, como las damas de Génova, y darán por traer en los tocados una flor cuanto tienen, y a este respecto hay tiendas muchas de solas flores en el verano, que valdrán quinientos ducados. Mirad la magnificencia de Constantinopla: una columna está muy alta y gruesa, toda historiada al romano, en una parte de la ciudad que se llama Abratbazar, donde las mujeres tienen cada semana un mercado, que yo creo que costó cien mil ducados. Puede por dentro subirse por un caracol. En resolución, mirando todas las cualidades que una buena ciudad tiene de tener, digo que, hecha comparación a Roma, Venecia, Milán y Nápoles, París y León, no solamente es mala comparación compararla a éstas, pero paréceme, vistas por mí todas las que nombradas tengo, que juntas en valor y grandeza, sitio y hermosura, tratos y provisión, no son tanto juntas, hechas una pella, como sola Constantinopla; y no hablo con pasión ni informado de sola una parte, sino oídas todas dos, digo lo que dicho tengo, y si las más particularidades os hubiese de decir, había necesidad de la vida de un hombre que sólo en eso se gastase. Si algunas otras cosillas rezagadas se os quedan de preguntad, mirad, señores, que es largo el año, y a todas os responderé. Habed misericordia entre tanto de mí. Contentaos de lo hablado, que ya no me cabe la lengua en la boca, y los oídos me zurrean de llena la cabeza de viento.
MATA.- Si más hay que preguntar no lo dejo sino por no saber qué, y desde aquí me aparto dando en rehenes que se me ha agotado la ciencia del preguntar, no me maravillando que estéis cansado de responder, pues yo lo estoy de preguntar.
JUAN.- En todo y por todo me remito a todo lo que Mátalas dice, que cierto yo me doy por satisfecho, sin ofrecerse otra cosa a que me poder responder.
PEDRO.- Agora que os tengo a entrambos rendidos, quiero de oficio, como hacen en Turquía, deciros algunas cosas de las que vuestros entendimientos no han alcanzado a preguntar, pasándoseles por alto y no para que haya en ellas demandas y respuestas, sino con suma brevedad, y lo primero sea de una manera de hermandad que usan, por la cual se llaman hermanos de sangre, y es que cuando entre dos hay grande amistad, para perpetuarla con mucha solemnidad se hieren cada uno un dedo de su mano cuanto salga alguna sangre, y chupa el uno la sangre de el otro, y desde aquel punto ya son hermanos y tales se llaman, y no menos obras se hacen; y esto no sólo turco con turco, sino turco con cristiano y judío.
MATA.- ¿Quién cree que no queda Pedro bien emparentado en Turquía, cuanto más si al tiempo del nuevo parentesco había banquetes?
JUAN.- Mas si sufría también ser hermano de las damas, cuántas debe de dejar, y aun plegue a Dios que no las haya engañado, que tan buen alcahuete me parece el chupar de la sangre como el no saber las lenguas.
PEDRO.- También quiero deciros del luto de los cerqueses, que es una gente cristiana tal cual dentro la mar Negra, no lejos del río Tanais, que se venden unos a otros a precio de cosas viles, como los negros, y aun padres hay que venden las hijas doncellas. De éstos hay muchos en Constantinopla que facilísimamente se hacen turcos, y allí vi el luto; que cuando muere el padre se cortan una oreja, y cuando la madre o el hermano la otra, y así no es afrenta grande el estar desorejado.
MATA.- Bien queda estaba la liebre si no la levantara nadie; mas agora se ofrece la postrera pregunta: ¿Si es hacia esa parte el preste Juan de las Indias, de quien tantas cosas nos dicen por acá los peregrinos de Jerusalén, y más de su elección milagrosa con el dedo de Santo Tomás?
PEDRO.- Así le ven todos ésos como Juan nuestro compadre a Jerusalén, ni tiene qué hacer con el camino. Sabed en dos palabras que es burla llamarle preste Juan, porque no es sacerdote ni trae hábitos de ello, sino un rey que se llama el preto Juan, y los que le ponen, describiendo la Asia en las tablas de ella, no saben lo que se hacen; por una parte confina con el reino de Egipto y por otra del reino de Melinde; por la parte occidental confina con los etíopes interiores; por la de oriente con la mar Bermeja, y de esto da testimonio el rey Manuel de Portugal en la epístola al papa León décimo. Difiere de la iglesia romana en algunas ceremonias, como la griega. El año de 1534 enviaron a Portugal doctores que aprendiesen la lengua española, los cuales declararon, cuando la supieron, el uso de sus sacramentos. Dicen lo primero que San Filipo les predicó el Evangelio, y que constituyeron los apóstoles que se pudiesen casar los sacerdotes, y si tomaren algún clérigo o obispo con hijo bastardo, pierde por el mismo caso todos sus beneficios. Bautízanse cada año el día de la Epifanía, no porque lo tengan por necesario, sino por memoria y conmemoración del bautismo de Jesucristo: «Et quotidie accipiunt corpus Christi». Tienen su confesión y penitencia, aunque no extremaunción ni confirmación. En el punto que pecan van a los pies del confesor; no comulgan los enfermos, porque a nadie se puede dar el sacramento fuera de la iglesia. Los sacerdotes viven de sus manos y sudor, porque no hay rentas, sino cosa de mortuorios. Dicen una sola misa; santifican el sábado como los judíos; eligen un patriarca de la orden de Santo Antonio Eremita, cuyo oficio es ordenar; no tienen moneda propia, sino peregrina de otros reinos, sino oro y plata por peso.
JUAN.- Ya, ya comenzaba a hacer de mi oficio como vos del vuestro y cerrar toda nuestra plática, cuando a propósito del preste Juan, el preto Juan, como decía, me vino a la memoria el arca de Noé. Deseo saber si cae a esa parte y qué cosa es, porque todos los que vienen nos la pintan cada cual de su manera.
PEDRO.- La misma pintura y retrato os pueden dar que los pintores de Dios padre y de San Miguel, a quien nunca vieron. En Armenia la alta, junto a una ciudad que se llama Agorre, hay unas altísimas montañas, donde está; pero es imposible verse ni nadie la vio, tanta es la niebla que sobre ella está perpetuamente, y nieve tiene sobre sí veinte picas en alto. Ella, en fin, no se puede ver ni sabemos si es arca ni armario ni nave; antes mi parecer es que debía de ser barca, y de allí vino la invención del navegar a los hombres, y es cosa que lleva camino serlo, pues había de andar sobre las aguas, y Beroso, escritor antiguo, la llama así; y cierto yo tengo para mí que fue el primero Noé que enseñó navegar. Esta tierra cae debajo el señorío del Sofi, que es rey de Persia. Tiene este reino muy buenas ciudades, principalmente Hechmeazin, donde reside su patriarca, como acá Roma; Taurez, donde tiene su corte el Sofi, que se llama Alaziaquin. Año de 1558 mató su hijo por reinar; Cara, Hemet, Bidliz tienen cada diez mil casas; Hazu, cinco mil; Urfa, cinco mil casas, y otras mil ciudades. No difiere la Iglesia de los armenios de la romana tanto como la griega, y así nuestro Papa les da licencia que puedan decir por acá misas cuando vienen a Santiago, porque sacrifican con hostia y no con pan levado, como los griegos. Cerca de este está el Gurgistan, que llaman el Gorgi, un rey muy poderoso, cristiano, sujeto a la Iglesia griega, y tiene debajo de sí nueve reinos. En este reino ni en el de el Sofi no consienten vivir judíos. Tampoco me olvido yo de las cosas como Mátalas. Deseo saber qué es lo que apuntasteis de vuestro oficio, que yo ya tengo más deseo de escuchar que de hablar.
JUAN.- Por tema del sermón tomo el refrán del vulgo: que del predicador se ha de tomar lo que dice, y no lo que hace; y en recompensa de la buena obra que al principio me hicisteis de apartarme de mi mala vida pasada, quiero, representando la venidera, que hagáis tal fin cuales principios habéis llevado, y todo se hará fácilmente menospreciando los regalos de acá que son muy venenosos e infeccionan más el alma que todas las prisiones y ramos de infieles. Puédese colegir de toda la pasada vida la obligación en que estáis de servir a Dios y que ningún pecado venial hay que no sea en vos mortal, pues para conocerlos sólo vos bastáis por juez. Simónides, poeta, oyendo un día a Pausanias, rey de Lacedemonia, loarse cuán prósperamente le habían sucedido todas las cosas, y como burlándose preguntó alguna cosa dicha sabiamente, aconsejole que no se olvidase de que era hombre. Esta respuesta doy yo sin demandármela, Filipo, rey de Macedonia, teniendo nueva de tres cosas que prósperamente le habían sucedido en un día, puestas las manos y mirando al cielo dijo: «¡Oh, fortuna, págame tantas felicidades con alguna pequeña desventura!», no ignorando la grande envidia que la fortuna tiene de los buenos sucesos. Teramenes, uno de los treinta tiranos, habiendo sólo escapado cuando se le hundió la casa con mucha gente, y teniéndole todos por beato, con gran clamor: «¡Oh fortuna! -dice-, ¿para cuándo me guardas?» No pasó mucho tiempo que no le matasen los otros tiranos. Grande ingratitud usaríais para con Dios si cada día no tuvieseis delante todas esas mercedes para darle gracias por ellas, y aun me parece que no hay más necesidad, para quererle y amarle mucho, de representarlas en la memoria, y será buena oración y meditación, haciendo de este mundo el caso que él merece, habiendo visto en tan pocos años por experiencia los galardones que a los que más le siguen y sirven da, y cómo a los que le aborrecen es de acero que no se acaba, y a los que no de vidrio, que falta al mejor tiempo. Comparaba muy bien Platón la vida del hombre al dado, que siempre tiene de estar deseando buena suerte, y con todo eso se ha de contentar con la que cayere. Eurípides jugó del vocablo de la vida como merecía. La vida, dice, tiene el nombre; mas el hecho es trabajo. ¿Habéis aprendido, como San Pablo, contentaros con lo que tenéis, como dice en la carta a los filipenses? Sé ser humilde y mandar, haber hambre y hartarme, tener necesidad y abundar de todas las cosas; todas las cosas puedo en virtud de Cristo, que me da fuerzas; ¿qué guerra ni paz, hambre o pestilencia bastará a privaros de una quieta y sosegada vida, y que no estiméis en poco todas las cosas de Dios abajo? Mas como hablando San Pablo con los romanos: ¿por ventura la angustia, la aflicción, la persecución, la hambre, el estar desnudo, el peligro? Persuadido estoy ya, dice, que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados y potestades, ni lo presente ni por venir, ni lo alto ni lo bajo, ni criatura ninguna nos podrá apartar del amor y afición que tengo a Dios.

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