Literatura Española del Siglo XVI

4.- Prosa del Primer Renacimiento

4.1.- Fray Antonio de Guevara (1480?-1545)

4.1.2.2.- Menosprecio de Corte y alabanza de Aldea (1539)

Capítulo II

Que nadie debe aconsejar a nadie se vaya a la Corte o se salga de la Corte, sino que cada uno elija el estado que quisiere

[...] He aquí, pues, probado en cómo el ser buenos o ser malos no depende del estado que elegimos, sino de ser nosotros bien o mal disciplinados. Si aconsejamos a uno que viva en el aldea, dice que no se halla con rústicos; si le consejamos que salga de la Corte, dice que allí tiene negocios; si le aconsejamos que sirva en palacio, dice que no es nada entremetido; si le aconsejamos que sea eclesiástico, dice que no se amaña a rezar; si le aconsejamos que sea fraile, dice que no podrá ir a maitines; si le aconsejamos que siga la guerra, dice que no es amigo de poner en peligro la vida. Si le aconsejamos que se case, dice que no puede ver llorar muchachos; si le aconsejamos que guarde continencia, dice que es intolerable la soledad; si le aconsejamos que aprenda oficio, dice que no desciende él de tales parientes; si le aconsejamos que aprenda letras, dice que es flaco de cabeza; si le aconsejamos que se retraiga ya a su casa, dice que no se hallará sin conversación. Presupuesto que es verdad, como es verdad, todo esto, nadie debe aconsejar a nadie en cosa que toca a honra o al reposo de su vida; porque después más se quejará el tal de lo que entonces le aconsejaban que no de lo que después padece.

Capítulo VI

Que en el aldea son los días más largos y más claros, y los bastimentos más baratos.

Es privilegio de aldea que el que morare en ella tenga harina para cerner, artesa para amasar y horno para cocer, del cual privilegio no se goza en la corte ni en los grandes pueblos, a do de necesidad compran el pan que es duro, o sin sal, o negro o mal lludido, o avinagrado, o mal cocho, o quemado, o ahumado, o reciente, o mojado, o desazonado, o húmedo; por manera que están lastimados del pan que compraron y del dinero que por ello dieron. No es así, por cierto, en el aldea, ado comen el pan de trigo candeal, molido en buen molino, ahechado muy despacio, pasado por tres cedazos, cocido en horno grande, tierno del día antes, amasado con buena agua, blanco como la nieve y fofo como esponja. Los que viven en el aldea y amasan en su casa tienen abundancia de pan para su gente, no lo piden prestado a los vecinos, tienen que dar a los pobres, tienen salvados para los puercos, bollos para los niños, tortas para ofrecer, hogazas para los mozos, ahechaduras para las gallinas, harina para buñuelos y aun hojaldres para los sábados. [...]

[...] Es privilegio del aldea que todos los que moran en ella coman a do quisieren y a la hora que quisieren, lo cual no es así en la corte y grandes pueblos, ado les es forzado comer tarde y frío y desabrido, y aun con quien tienen por enemigo. ¡Oh!, bendita tú, aldea, a do comen al fuego si es invierno, en el portal si es verano, en la huerta si hay convidados, so el parral si hace calor, en el prado si es primavera, en la fuente si es Pascua, en las eras si trillan, en las viñas si plantan majuelo, a solas si traen luto, acompañados si es fiesta, de mañana si van camino, olla podrida si vienen de caza, todo cocido si no tienen dientes, todo asado si quieren arreciar, a la tarde si no lo han gana, o muy temprano si tienen apetito. Tres condiciones ha de tener la buena comida, es a saber: comer cuando lo ha gana, comer de lo que ha gana, comer con grata compañía; y al que faltaren estas condiciones, maldecirá lo que come y aun a sí mismo que lo come. [...]

Capítulo IX

Que en las cortes de los príncipes son muy pocos los que medran y son muy muchos los que se pierden.

En la corte a ninguno le conviene vivir con esperanza que otros le han de ayudar.

¡Oh!, triste del cortesano, el cual, si viene a pobreza, ninguno le socorre; si cae enfermo, nadie le visita; si allí se muere, todos le olvidan; si anda pensativo, nadie le consuela; si es virtuoso, pocos le alaban; si es travieso, todos le acusan; si es descuidado, nadie le avisa; si es rico, todos le piden; si está empeñado, nadie le empresta; si está preso, nadie le fía; y aun si no es algo privado, no tiene ningún amigo.
En la corte no hay cosa más rara de hallar y más cara de comprar que es la verdad. En las cortes de los príncipes y en las casas de los grandes señores, de tres géneros de gentes hay mucha abundancia, es a saber: quien se atreva a murmurar, quien sepa lisonjear y quien ose mentir. Al príncipe engáñanle los lisonjeros; a los privados, los negociantes; a los señores, los mayordomos; a los ricos, los truhanes; a los mozos, las mujeres; a los viejos, la codicia; a los prelados, los parientes; a los clérigos, la avaricia; a los frailes, la libertad; a los presuntuosos, la ambición; a los maliciosos, la pasión; a los agudos, la afección; a los prudentes, la confianza; a los locos, la sospecha; y aun a todos juntos, la fortuna.

Capítulo XI

Que en las cortes de los príncipes son tenidos en mucho los cortesanos recogidos y muy notados los disolutos.

[...] [Gorrones] Vergüenza he de decirlo, mas no lo dejaré de decir y es que muchos hijos de buenos que andan en la corte, con poca vergüenza y menos crianza se van a entrar, a comer, a jugar y aun a murmurar en las casas do nunca sus padres entraron y con quienes nunca sus pasados se compadecieron, en lo cual ofenden a los muertos y escandalizan a los vivos. Si ellos lo hiciesen con intención de atajar enojos o preciarse de cristianos, no era cosa de reprender sino de infinito loar; mas hácenlo ellos porque les dan un sayo de seda, o una buena comida, o un caballo para la justa, o una joya para su amiga; de manera que como mozos y muy mozos abaten la autoridad de su casa por interés de una miseria.
Hay otros mancebos en la corte que, si no son de tan alta estofa, son a lo menos de buena parentela, los cuales tienen por oficio de ruar todo el día las calles, irse por las iglesias, entrar en los palacios, hablar con correos, visitar los prados y hablar con los extranjeros, y esto no para más de para irse a la hora del comer y cenar a las mesas de los señores a contar las nuevas y decir chocarrerías; y si de la corte no tienen que decir, a ellos nunca les falta en qué mentir. [...]

Capítulo XIV

De muchos trabajos que hay en las cortes de los reyes, y que hay muchos aldeanos mejores que cortesanos.

[...]¡Oh, cuántos discretos aran en los campos y cuántos necios andan en los palacios! ¡Oh, cuántos hombres de juicios delicados y de sesos reposados viven en las aldeas, y cuántos cortesanos rudos de ingenio y huecos de seso residen en la corte! ¡Oh, cuántos en las cortes de los príncipes tienen oficios muy preeminentes, a los cuales en una aldea de cien vecinos no los hicieran alcaldes! ¡Oh, cuántos salen de las cortes hechos corregidores, a los cuales no hicieron los labradores aun regidores! ¡Oh, cuántos se asientan en palacio a dar consejo, los cuales en la aldea no tendrían voto en concejo! ¡Oh, cuántas buenas razones se dicen entre labradores dignas de notar y cuántas se dicen delante de los reyes dignas de mofar! ¡Oh, cuántas personas inhábiles hay en las cortes muy mejoradas y cuántas habilidades hay por las aldeas por no se emplear mohosas! ¡Oh, cuántos en las cortes de los príncipes valen y prevalecen, no porque tienen habilidad, sino porque les sobra autoridad, y cuántos y cuántos se quedan en las aldeas olvidados y arrinconados, más por falta de autoridad que por mengua de habilidad![...]

Capítulo XV

Que entre los cortesanos no se guarda amistad ni lealtad, y de cuán trabajosa es la corte.

[...] Tiene la corte un no sé qué, un no sé dónde, un no sé cómo y un no te entiendo, que cada día hace que nos quejemos, que nos alteremos, que nos despidamos, y por otra parte, no nos da licencia para irnos.[...]

Capítulo XIX

Do el autor cuenta las virtudes que en la corte perdió y las malas costumbres que allí cobró

[...] Quiero contar mis propósitos, y verán cuán vario fui en ellos; porque era de tan mala yacija ni corazón, que en todas las cosas buscaba descanso y en todas ellas hallaba peligro y tormento. Propuse muchas veces de salirme de la corte, y luego a la hora me arrepentía; proponía de estarme en casa, y luego apostataba; proponía de no ir a palacio, y luego iba otro día; proponía de no hablar en vacante, y luego la pedía; proponía de más no me enojar, y luego me apasionaba; proponía de a nadie visitar, y luego me derramaba; hacía del enojado, y luego me amansaba; capitulaba conmigo de estudiar, y luego me cansaba; determinaba de irme a la mano, y luego sobresalía; finalmente, digo quese me han pasado todos mis años llenos de santos deseos y vacíos de buenas obras [...]

Capítulo XX

De cómo el autor se despide del mundo con muy delicadas palabras. Es capítulo muy notable.

Quédate adiós, mundo, pues no hay que fiar de ti ni tiempo para gozar de ti; porque en tu casa, ¡oh, mundo!, lo pasado ya pasó, lo presente entre las manos se pasa, lo por venir aún no comienza, lo más firme ello se cae, lo más recio muy presto quiebra y aun lo más perpetuo luego fenece; por manera que eres más difunto que un difunto y que en cien años de vida no nos dejas vivir una hora.
Quédate adiós, mundo, pues prendes y no sueltas, atas y no aflojas, lastimas y no consuelas, robas y no restituyes, alteras y no pacificas, deshonras y no halagas, acusas sin que haya quejas y sentencias sin oír partes; por manera que en tu casa, ¡oh, mundo!, nos matan sin sentenciar y nos entierran sin nos morir.
Quédate adiós, mundo, pues en ti ni cabe ti no hay gozo sin sobresalto, no hay paz sin discordia, no hay amor sin sospecha, no hay reposo sin miedo, no hay abundancia sin falta, no hay honra sin mácula, no hay hacienda sin conciencia, ni aun hay estado sin queja, ni amistad sin malicia.
Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio prometen para no dar, sirven a no pagar, convidan para engañar, trabajan para no descansar, halagan para matar, subliman para abatir, ríen para morder, ayudan para derrocar, toman para no dar, prestan a luego tornar, y aun honran para infamar y castigan sin perdonar.
Quédate adiós, mundo, pues en tu casa abaten a los privados y subliman a los abatidos, pagan a los traidores y arrinconan a los leales, honran a los infames e infaman a los famosos, alborotan a los pacíficos y dan rienda a los bulliciosos, saquean a los que no tienen y dan más a los que tienen, libran al malicioso y condenan al inocente, despiden al más sabio y dan salario al que es más necio, confíanse de los simples y recátanse de los avisados; finalmente, allí hacen todos todo lo que quieren y muy pocos lo que deben.
Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio a nadie llaman por su nombre propio; porque al temerario llaman esforzado; al cobarde, recogido; al importuno, diligente; al descuidado, pacífico; al pródigo, magnánimo; al escaso, modesto; al hablador, elocuente; al necio, callado; al disoluto, enamorado; al honesto, frío; al entremetido, cortesano; al vindicativo, honroso; al apocado, sufrido; y al malicioso, simple; y al simple, necio; por manera que nos vendes, ¡oh, mundo!, el envés por revés y el revés por envés.
Quédate adiós, mundo, pues traes a todo el mundo engañado, es a saber: que a los ambiciosos prometes honras; a los inquietos, mudanzas; a los malignos, privanzas; a los flojos, oficios; a los codiciosos, tesoros; a los voraces, regalos; a los carnales, deleites; a los enemigos, venganzas; a los ladrones, secreto; a los viejos, reposo; a los mancebos, tiempo; y aun a los privados, seguro.
Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ni saben guardar verdad ni mantener fidelidad; porque a unos traes desvelados, a otros amodorridos, a otros atónitos, a otros embobecidos, a otros desatinados, a otros descaminados, a otros desesperados, a otros pensativos, a otros alterados, a otros abobados, a otros afrentados y a todos juntos asombrados.
Quédate adiós, mundo, pues en tu compañía el que acierta va más perdido, el que te halla es peor librado, el que te habla es más afrentado, el que te sigue va más descaminado, el que te sirve es peor pagado, el que te ama es peor tratado, el que te contenta va más descontento, el que te halaga es más lastimado, el que más priva es más desprivado, y el que en ti fía es más engañado.
Quédate adiós, mundo, pues para contigo ni aprovecha dones que te den, servicios que te hagan, lisonjas que te digan, regalos que te prometan, caminos que te sigan, fidelidad que te guarden, ni aun amistad que te tengan.
Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio a todos engañas, a todos derruecas, a todos infamas, a todos acoceas, a todos castigas, a todos lastimas, a todos atropellas, a todos amenazas, a todos enriscas, a todos despeñas, a todos enlodas, a todos acabas y aun a todos olvidas.
Quédate adiós, mundo, pues en tu compañía todos lamentan, todos suspiran, todos sollozan, todos gritan, todos lloran, todos se quejan, todos se mesan y aun todos se acaban.
Quédate adiós, mundo, pues en tu casa no aprendemos sino a aborrecer hasta matar, hablar hasta mentir, amar hasta desesperar, comer hasta regoldar, beber hasta revesar, tratar hasta robar, recuestar hasta engañar, porfiar hasta reñir y aun pecar hasta morir.
Quédate adiós, mundo, pues andando en pos de ti, la infancia se nos pasa en olvido, la puericia en experiencias, la juventud en vicios, la viril edad en cuidados, la senectud en quejas y aun el tiempo en vanas esperanzas.
Quédate adiós, mundo, pues de tu palacio sale la cabeza cargada de canas, los ojos de legañas, las orejas de sordedad, las narices de reuma, la frente de arrugas, los pies de gota, los muslos de ciática, el estómago de humores, el cuerpo de dolores y aun el corazón de cuidados.
Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ninguno quiere ser bueno, lo cual parece muy claro en que cada día empozan traidores, arrastran salteadores, degüellan homicianos, queman herejes, quintan a perjuros, destierran a bulliciosos, enmordazan a blasfemos, enclavan a traviesos, ahorcan a ladrones y aun cuartean a falsarios.
Quédate adiós, mundo, pues tus criados no tienen otro pasatiempo sino ruar calles, mofar de los compañeros, recuestar damas, enviar recaudos, engañar a muchas vírgenes, ojear ventanas, escribir cartas, tratar con las alcahuetas, jugar a los dados, relatar vidas de prójimos, pleitear con los vecinos, contar nuevas, fingir mentiras, buscar regalos e inventar vicios nuevos.
Quédate adiós, mundo, pues que en tu casa a ninguno veo contento; porque si es pobre, querría tener; si es rico, querría valer; si es abatido, querría subir; si es olvidado, querría medrar; si es flaco, querría poder; si es injuriado, querríase vengar; si es privado, querría permanecer; si es ambicioso, querría mandar; si es codicioso, querríase extender; y si es vicioso, querríase holgar.
Quédate adiós, mundo, pues en ti no hay cosa fija ni segura, porque a los homenajes hienden los rayos, a los molinos llevan las crecientes, a los ganados daña la roña, a los árboles come el coco, a los panes tala la langosta, a las viñas taza el pulgón, a la madera desentraña la carcoma, a las colmenas yerman los zánganos y aun a los hombres matan los enojos.
Quédate adiós, mundo, pues no hay en tu palacio quien quiera bien a otro, porque la onza pelea con el león, el rinoceronte pelea con el cocodrilo, el águila con el avestruz, el elefante con el minotauro, el jerifalte con la garza, el sacre con el milano, el oso con el toro, el lobo con la yegua, el cuclillo con el picazo, el hombre con el hombre y todos juntos con la muerte.
Quédate adiós, mundo, pues en tu casa no hay cosa que no nos dé pena, porque la tierra se nos abre, el agua nos ahoga, el fuego nos quema, el aire nos destempla, el invierno nos arrincona, el verano nos congoja, los canes nos muerden, los gatos nos arañan, las arañas nos emponzoñan, los mosquitos nos pican, las moscas nos importunan, las pulgas nos despiertan, las chinches nos enojan y, sobre todo, los cuidados nos desvelan.
Quédate adiós, mundo, pues por tu tierra ninguno puede andar seguro, porque a cada paso se topan piedras a do tropiecen, puentes de do caigan, arroyos a do se ahoguen, cuestas a do se cansen, truenos que nos espanten, ladrones que nos despojen, compañías que nos burlen, nieves que nos detengan, rayos que nos maten, lodos que nos ensucien, portazgos que nos cohechan, mesoneros que nos engañan y aun venteros que nos roben.
Quédate adiós, mundo, pues en tu casa, si no hay hombre contento, tampoco le hay sano; porque unos tienen bubas; otros, sarna; otros, tiña; otros, cáncer; otros, gota; otros, ciática; otros, piedra; otros, ijada; otros, cuartana; otros, pleuresía; otros, asma; y aun otros, locura.
Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ninguno hace lo que otro hace, porque si uno canta, otro cabe él llora; si uno ríe, otro cabe él suspira; si uno come, otro cabe él ayuna; si uno duerme, otro cabe él vela; si uno habla, otro cabe él calla; si uno pasea, otro cabe él huelga; si uno juega, otro cabe él mira; y aun si uno nace, otro a pared y medio muere.
Quédate adiós, mundo, pues no hay criado en tu palacio que no sea de algún defecto notado, porque si es alto, declina a giboso; si tiene buen rostro, es en los ojos bizco; si tiene buena frente, es angosto de sienes; si tiene buena boca, fáltanle los dientes; si tiene buenas manos, tiene malos cabellos; si tiene buena voz, habla algo gangoso; si es suelto, es también sordo; si es recio, es algo cojo; y aun si es bermejo, no escapa de malicioso.
Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ninguno vive de lo que otro, porque unos siguen la corte, otros navegan la mar, otros andan en ferias, otros aran los campos, otros pescan los ríos, otros sirven señores, otros andan caminos, otros aprenden oficios, otros gobiernan reinos y aun otros roban los pueblos.
Quédate adiós, mundo, pues en tu casa ni son conformes en el vivir, ni tampoco en el morir, porque unos mueren niños, otros mozos, otros viejos, otros ahorcados, otros ahogados, otros cuarteados, otros despeñados, otros hambrientos, otros ahítos, otros hablando, otros durmiendo, otros apercibidos, otros descuidados, otros alanceados y aun otros intoxicados.
Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ni se parecen en la condición ni menos en la conversación, porque si uno es sabio, otro es necio; si uno agudo, otro es torpe; si uno hábil, otro es rudo; si uno animoso, otro cobarde; si uno callado, otro boquirroto; si uno sufrido, otro bullicioso, y aun si uno es cuerdo, otro es loco.
Quédate adiós, mundo, pues no hay quien contigo pueda vivir y menos se apoderar, porque si como poco, estoy flaco; y si mucho, ando hinchado; si camino, cánsome; si estoy quedo, entorpézcome; si doy poco, llámanme escaso; y si mucho, pródigo; si estoy solo, asómbrome; y si acompañado, importúnome; si visito a menudo, tómanlo a importunidad; y si de tarde en tarde, a presunción; si sufro injurias, dicen que es poquedad; y si las vengo, que es crueldad; si tengo amigos, importúnanme; y si enemigos, persíguenme; si estoy siempre en un lugar, siento hastío; y si me mudo a otro, enójome; finalmente digo que lo que aborrezco me hacen tomar y lo que amo no puedo alcanzar.
¡Oh, mundo inmundo!, yo que fui mundano conjuro a ti, mundo, requiero a ti, mundo, ruego a ti, mundo, y protesto contra ti, mundo, no tengas ya más parte en mí; pues yo no quiero ya nada de ti ni quiero más esperar en ti, pues sabes tú mi determinación, y es que:

Posui finem curis;
spes et fortuna, valete.

Aquí se acaba el libro llamado Menosprecio de corte y alabanza de aldea, compuesto por el ilustre señor don Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, Predicador y Cronista y del Consejo de Su Majestad, en el cual se tocan muchas y muy buenas doctrinas para los hombres que aman el reposo de sus casas y aborrecen el bullicio de las cortes. Fue impreso en la muy leal y muy noble villa de Valladolid por industria del honrado varón impresor de libros Juan de Villaquirán, a dieciocho de junio. Año de mil y quinientos y treinta y nueve.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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http://www.filosofia.org/cla/gue/gueca.htm