4.- Prosa del Primer Renacimiento
4.1.- Fray Antonio de Guevara (1480?-1545)
4.1.2.1.- Relox de príncipes y Libro
del Emperador Marco Aurelio (1529)
Capítulo II
De los maestros que tuvo Marco Aurelio Emperador,
y de las leyes que tenían los romanos en criar los moços.
No tenemos por auténcticas hystorias dónde, quándo,
cómo, en qué manera, en qué exercicios, con
qué personas o en qué tierras aya expendido lo más
de su vida este buen Emperador. Solamente en breves palabras dize
Julio Capitulino aver estado los veinte y tres años so encomienda
de Hadriano el Emperador, pero lo contrario se halla por otros hystoriadores.[...]
Caso que Annio Vero, su padre de Marco el Emperador (como arriba
diximos), huviese seguido el exercicio de la milicia, pero a su
hijo púsole en el camino de la sciencia. Era ley muy usada
y costumbre muy guardada en la pollicía romana [28] que todo
ciudadano que gozava de la libertad de Roma, que, en compliendo
diez años su hijo, no le pudiese por las calles más
dexar andar vagabundo. No avía de permittir el censor que
regía a Roma y mirava los barrios cada día della más
de hasta diez años al niño que fuese niño:
dende en adelante era obligado su padre o criarle fuera del ámbito
de Roma o salir por fiador que su hijo no haría ninguna locura.
Quando Roma triumphava y por su pollicía Roma al mundo regía
(cosa por cierto monstruosa de ver entonces y no menos espantosa
a nosotros de oír agora), ver en Roma quatrocientos mill
vezinos, entre los quales eran más de los dozientos mill
moços, y que tuviese tan enfrenado el brío de tanta
iuventud, que al hijo de Cathón castigaron por atrevido,
y a un hermano del buen Cina desterraron por vagabundo.
Si no nos engaña Cicerón en el libro De las leyes
romanas, ningún romano avía ser osado atravesar por
las calles de Roma si no llevava en la mano la señal del
officio de que bivía, porque todos cognosciesen que bivía
de su trabajo y no del sudor ageno, y esta ley por todos igualmente
era guardada: el Emperador llevava un blandón ardiendo delante
de sí; el cónsul, unas hachas de armas; los sacerdotes,
unos pileos a manera de escofias; los senadores, unas conchas en
los braços; los censores, una tablilla pequeña; los
tribunos, unas muças; los centuriones, unas tovas; los oradores,
un libro; los gladiatores, una espada; los sastres, unas tijeras;
los herreros, un martillo; los plateros, un crisol; y assí
de todos los otros offiçios.
Podemos collegir de lo sobredicho que, pues Marco el Emperador fue
nascido en Roma, sus padres desde la niñez le darían
buena criança. Y caso que nos sean los prinçipios
de su moçedad occultos, a lo menos somos çiertos sus
medios y fines aver sido muy gloriosos. Su padre, Annio Vero, quiso
que su hijo Marco, dexadas las armas, siguiese el estudio, y por
cierto es de pensar que fue esto hecho más por la cordura
del padre que no por la covardía del hijo.
[Armas/Letras] Si los hechos de los
muertos no engañan a los que somos bivos y el caso se iuzga
por iuyzios claros y se sentençia por personas maduras, hallaremos
que pocos han sido los que se [29] han perdido por letras y muy
menos los que se han ganado por armas. Rebolvamos todos los libros
y pesquisemos por todos los reynos, y el fin dirános aver
pocos en sus reynos muy dichosos en armas y iuncto con esto tener
muchos muy famosos en letras. Demos de todo esto exemplo y verán
ser verdad lo que digo: no tuvieron más de un rey Nino los
assyrios, un Hormesta los siciomios, un Licurgio los lacedemonios,
un Prometheo los aegypcios, un Machabeo los hebreos, un Hércoles
los griegos, un Alexandro los macedonios, un Pyrrho los epirotas,
un Héctor los troianos, un Theutonio los cymbros, un Biriato
los hispanos, un Haníbal los pennos, un Iulio César
los romanos.
No es assí de los hombres doctos, porque si los griegos tienen
a Homero, no menos Grecia se iacta de los Siete Sabios, a los quales
creemos más en su philosophía que no a Homero en las
guerras de Troia, porque tan diffícil será hallar
una verdad en Homero como una mentira en estos sabios [Épica
mentirosa/filosofía e historia verdaderas]. Por semejante,
los antiguos romanos no sólo tuvieron a Cicerón muy
eloqüente, pero también a Salustio, y a Lucano, y a
Tito Livio, y a Marco Varrón, con otro esquadrón de
varones muy aprobados, los quales dexaron tanto crédito en
sus escripturas por dezir las verdades, quanto se perdió
Cicerón en el Senado por usar de lisonjas. Y como dezimos
de estos pocos griegos y latinos, podríamos dezir de los
assyrios, persas, medos, argivos, acayos, pennos, gallos, germanos,
britanos, hispanos, en las quales naciones todas sin comparación
dexaron de sí más memoria y honraron su patria los
que esclarecieron por letras que no los que se señalaron
por armas.
Dexadas, pues, las hystorias peregrinas, y tornando a la criança
de nuestro emperador Marco Aurelio (como cuenta Eutropio en el libro
De Caesaribus), según que este excellente varón
deprendió muchas y diversas sciencias, assí tuvo muchos
y diversos maestros para enseñárselas. Estudió
Grammática con un maestro que se llamava Eufornión;
Música con otro que se llamava Gémino Cómmodo;
Eloqüencia con Alexandro Greco y con Orosio, Apro, Frontón
y Pulión. En Philosophía natural tuvo por maestros
a Cómmodo Calcedónico, varón anciano y que
expuso a Homero, y a Sexto Cheronense, [30] sobrino del famoso Plutarco.
Estudió assimesmo leyes, y fue su maestro Volusio Meciano.
Precióse este Emperador de saber pintar y debuxar, en cuya
arte fue su maestro Diogeneto, en aquellos tiempos famoso pintor.
Trabajó assimesmo saber y escudriñar a qué
se extendía el arte de Nigromancía, por cuya occasión
yva públicamente a oír a Polonio. Y porque no le quedase
algo de deprender, diose sobre todas las sciencias a la Cosmographía,
en la qual tomó por maestros a Junio Rústico, el qual
después escrivió su vida, y a Cina Catulo, que escrivió
la muerte suya y la vida de Cómmodo, su hijo. De estos varones
excellentes que florecían en aquellos tiempos fue doctrinado
en las virtudes y enseñado en las sciencias [Cortesano
perfecto, humanista] .
Llorando Cicerón la antigua pollicía de Roma porque
vía gran perdimiento en la república presente, dize
en su Rhetórica que los antiguos romanos allí
ponían siempre los ojos de donde pensavan poderles nascer
mayores peligros. Cinco cosas tenían en Roma entre las otras
sobre las quales avía suprema vigilancia, en las quales ni
el Senado se descuidava, ni ley alguna dispensava, y eran éstas:
los sacerdotes que fuesen honestos; las vírgines vestales,
muy castas; los censores, muy justos; los capitanes, muy esforçados;
y los que enseñavan a moços, muy virtuosos. No se
permittía en Roma el que era maestro de sciencias fuese discípulo
de vicios. [31]
Capítulo XXXI
De lo que dixo un villano del Danubio en presençia
del Emperador Marco a todo el Senado de Roma. Es cosa notable.
[El texto del Villano del Danubio
tuvo dos redacciones. En azul tienes algunas de las variantes de
la segunda con respecto a la primera.]
Estando malo el Emperador, como en el capítulo
passado avemos dicho, un día estando con él muchos
médicos y oradores, movióse la plática de hablar
quán mudada estava Roma, no sólo en los edifiçios,
pero aun en las costumbres, y quán poblada de lisonjeros
y despoblada de hombres que osasen dezir las verdades. Entonçes
tomó la plática el Emperador y dixo estas palabras:
«En el año primero
que fui cónsul, vino un pobre pajés [villano]
de las riberas del Danubio a pedir iusticia al Senado contra
un çensor que hazía muchos desafueros en su pueblo.
[Descripción] Él tenía
la cara pequeña, los labios grandes,
los ojos hundidos, [el
color adusto], el cabello
herizado, la cabeça sin bonete, los çapatos de
un cuero de puercoespín, el sayo de pelos de cabra, la çinta
de iuncos marinos [y la barba larga y espesa,
las cejas que le cubrían los ojos, los pechos y el cuello cubierto
de vello como de oso] y un azebuche en la mano. Fue cosa de
ver su persona y monstruosa de oýr su plática. Por cierto,
quando le vi entrar en el Senado, pensé que era algún
animal en figura de hombre y, de que le oý, iuzgué ser
uno de los dioses, si dioses ay entre hombres. Y como fuese costumbre
en el Senado que primero fuesen oýdas las querellas de los
pobres que las demandas de los ricos, dándole lugar a este
villano començó su plática, en la qual se mostró
tan osado como en las vestiduras estremado y dixo assí:
"¡O, Padres Conscriptos!, ¡o,
Pueblo venturoso! Yo, Mileno, vezino de las riparias ciudades
del Danubio, saludo a [124] vosotros, los senadores que estáis
aquí en el Sacro Senado ayuntados.
Los hados lo permittiendo, y nuestros dioses nos desamparando,
los capitanes de Roma con su sobervia subiectaron a las gentes
de la triste Germania. Grande es vuestra gloria, ¡o, romanos!,
por las batallas que por el mundo avéis dado; pero si los
escriptores dizen verdad, mayor será vuestra infamia en
los siglos advenideros por las crueldades que en los innocentes
avéis hecho.
Mis antepassados poblaron cabe el Danubio porque, haziéndoles
mal la tierra seca, se acogesen al agua húmida; y si les
enojase el agua inconstante, se tornasen seguros a la tierra firme.
Pero ¿qué diré? Ha sido tan grande vuestra
cobdicia de tomar bienes agenos,
y tan famosa vuestra sobervia de mandar
en tierras estrañas, que ni la
mar nos pudo valer en sus abismos, ni la tierra segurar
en sus cuevas. Pero yo espero en los iustos dioses que, como vosotros
a sinrazón fuistes a echarnos de nuestras casas y tierra,
otros vernán que con razón hos echen a vosotros
de Italia y Roma.
Infallible regla es el que toma a otro por fuerça lo ageno
pierda el derecho que tiene a lo suyo proprio. Mirad, romanos,
yo, aunque soy villano para cognoscer quién es iusto en
lo que tiene o quién es tyranno en lo que possee, esta
regla tengo: todo lo que los malos con su tyrannía
allegaren en muchos días se lo quitarán los dioses
en un día, y por contrario todo lo que los buenos perdieron
en muchos años se lo tornarán los dioses en una
hora. Creedme una cosa, y no dubdes en ella, que de la iniusta
ganançia de los padres viene la iusta perdida después
en los hijos, y si los dioses no quitan a los malos cada cosa
que ganan luego como la ganan, es la razón porque dissimulando
con ellos ayunten poco a poco muchas cosas, y después quando
estén más descuidados se las quiten todas iunctas.
Y este es iusto juizio de los dioses, que pues ellos hizieron
mal a muchos, alguno les haga mal a ellos.
¡O!, con quánta lástima se pierde lo que en
muchos años y con muchos sudores se gana. Por cierto el
hombre cuerdo [125] si es cuerdo no es possible en cosa agena
que tome gusto. Y torno a dezir: el hombre que tiene cosa agena,
estoy espantado cómo puede vivir sola una hora, pues vee
que los dioses tiene iniuriados, los vezinos escandalizados, los
enemigos contentos, los amigos perdidos, a los que lo robó
agraviados, y sobre todo su persona puesta en peligro.
Infame es entre los hombres y reo a los dioses el hombre que tiene
tan caninos los deseos de su coraçón, y tan sueltas
las riendas de sus obras, que lo poco del pobre le paresçe
mucho y lo mucho suyo le paresce poco. ¡O!, quán
maldito es el hombre (ni me da más que sea griego, que
sea latino) que sin más consideraçión quiere
trocar la fama con la infamia, la iusticia
con la iniusticia, la rectitud con la tyrannía, la verdad
por la mentira, lo cierto por lo dubdoso, teniendo astío
por lo proprio y moriendo por lo ageno. El que tiene por
principal intento allegar hazienda para los hijos y no buscar
buena fama entre los buenos, justa cosa es pierda los tales bienes
y sin fama quede infame entre los malos. Sepan todos los cobdiciosos,
si no lo saben, que jamás entre hombres nobles se alcançó
fama buena sino derramándose la hazienda mala. No se podrá
suffrir muchos días ni menos encobrirse muchos años
ser el hombre tenido por rico entre los ricos y por honrado entre
los honrados, porque o le han de infamar que allegó las
riquezas con mucha cobdicia, o las guarda agora con sobrada avariçia.
¡O!, si los cobdiciosos tuviesen tanta cobdicia de su honra
propria como tienen de la hazienda agena, yo hos iuro que ni la
polilla de la cobdicia les royese el reposo de la vida, ni el
cánçer de la infamia los destruyese la fama después
en la muerte.
Oýd, romanos, oýd esto que hos quiero dezir, y plega
a los dioses que lo sepáis gustar. Yo veo que todos
aborreçen la sobervia y ninguno sigue la mansedumbre,
todos condemnan el adulterio y a ninguno veo continente, todos
maldizen la intemperançia y a ninguno veo templado, todos
loan la paçiençia y a ninguno veo suffrido, todos
reñegan de la pereza y a todos veo que huelgan, todos blasfeman
de la avariçia y a todos veo que roban. Una cosa veo, y
[126] no sin lágrimas la digo, que todos con sola la lengua
blasonan de las virtudes y después ellos mesmos con todos
sus miembros sirven a los viçios. No digo esto por los
romanos que están en el Illýrico, sino por los senadores
que veo en este Senado. Vosotros, los romanos, en vuestras vanderas
al derredor de vuestras armas traéis por mote estas palabras:
«Romanorum est debellare superbos et parcere subiectis.»
Por cierto mejor diríades: «Romanorum est spoliare
innocentes et inquietare quietos», porque vosotros los romanos
no sois sino mollidores de gentes quietas y robadores de sudores
agenos. [127]
Capítulo XXXII
Cómo el villano prosigue su plática.
Dize cosas más particulares al Senado, espeçial
contra los romanos crueles y juezes tyrannos.
Pregúntohos, ¡o, romanos!, qué
actión teníades vosotros, siendo criados cabe el
río Tíberim, a nosotros, que nos estávamos
a las riberas del Danubio. ¿Por aventura vístesnos
de vuestros enemigos ser amigos, o a nosotros declararnos por
vuestros enemigos? ¿Por aventura oýstes dezir que,
dexando nuestras tierras, poblamos tierras
agenas? ¿Por ventura oýstes que, levantándonos
contra nuestros señores, perturbamos
reynos agenos? ¿Por ventura embiástesnos
algún embaxador que nos combidase a ser vuestros amigos,
o vino alguno de nuestra parte a Roma a desafiaros
como a nuestros enemigos? ¿Por ventura murió
algún rey en nuestra tierra que en su testamento hos dexase
por herederos, o hallastes algunas
leyes antiguas por las quales nosotros hemos de ser vuestros vassallos?
Por cierto en Alemania tan aýna sentimos
vuestra tyrannía como oýmos vuestra fama.
Y más hos diré: que el nombre
de romanos y las crueldades de tyrannos iunctamente en
un día llegaron a nuestros pueblos. Ya no sé qué
me diga, romanos, del descuido de los dioses y del atrevimiento
de los hombres, porque veo que el que tiene mucho tyranniza al
que tiene poco; y el que tiene poco, aunque le es infamia, sirve
al que tiene mucho; y la cobdiçia desordenada se conçierta
con la malicia secreta; y la malicia secreta da lugar al robo
público; y al robo público no ay quien le vaya a
la mano. Y de aquí viene que la cobdiçia de un [128]
malo es necessario complirse en periuyzio de muchos buenos.
Una cosa hos quiero dezir: o los dioses se han de descuidar, o
los hombres han de fenesçer, o el
mundo se ha de acabar, o el mundo no será mundo,
o la fortuna hincará el clavo, o lo que ganastes en ochoçientos
años vernéis a perder en ocho días, y como
hos hezistes señores de muchos, vernéis a ser esclavos
de todos. Por cierto iniustos serían los dioses si esto
no viesen los que vernán en los siglos advenideros, porque
el hombre que se hizo tyranno por fuerça, iusto es que
le tornen esclavo por iustiçia. Y ya que nos tomastes la
nuestra mísera tierra, ¿es verdad que nos guardáis
en iusticia?
Espantado estoy de vosotros, los romanos, embiarnos unos juezes
tan simples, que por los dioses iuro que ni vuestras leyes saben
declarar, ni las nuestras entender. Yo no sé qué
les mandáis acá, pero diré lo que hazen allá.
Toman lo que les dan en público, coechan lo que desean
en secreto, castigan gravemente al pobre, dissimulan con el dinero
del rico, consienten muchos males por llevarles después
más derechos. Quien no tiene hazienda, no cure pedirles
iusticia, y finalmente, so color que son iuezes del Senado de
Roma, dizen que pueden robar aquella tierra.
¿Qué es esto, romanos? ¿Nunca
ha de tener fin vuestra sobervia en mandar y vuestra cobdicia
en robar? Dezid qué queréis: si lo avéis
por nuestros hijos, cargadlos de hierros y hazedlos esclavos;
si lo avéis por algo de nuestras haziendas, yd y tomadlas
todas; si no hos contentan nuestros serviçios, mandad cortarnos
las cabeças, porque no será tan crudo el cuchillo
en nuestras gargantas como son vuestras tyrannías en nuestros
coraçones. ¿Sabéis que avéis hecho?:
que nos hemos iuramentado de no llegar más a nuestras mugeres
y de matar a nuestros hijos por no los dexar en manos de tan crudos
tyrannos. Más queremos suffrir los bestiales movimientos
de la carne por veinte o treinta años que no morir con
tan gran lástima dexando los hijos
esclavos. [...]
[...] pero también
creo que las crueldades que vosotros en nosotros habéis hecho,
y la ingratitud que con los dioses habéis tenido, aún
no las habéis pagado; mas tengo gran certenidad que todo
lo habéis de pagar, y en este caso podría ser que
como ahora nos tratáis como a
esclavos, algún
día nos reconoceréis por señores.
Después que en este camino he visto
las bravas montañas, las diversas provincias, las muchas
naciones, las tierras ásperas, las gentes tan bárbaras,
las muchas y muchas millas que
hay de Germania a Roma, yo no sé qué locura le tomó
a Roma de enviar a conquistar a Germania; porque, si lo hizo con
codicia de sus tesoros, sin comparación fue más el
dinero que se gastó en conquistarla, y ahora se gasta en
sustentarla, que no le renta ni rentará por muchos años
Germania, y podrá ser que primero la tenga perdida que no
saquen la costa que hicieron por ella. Si
me decís, romanos, que no por
más fue Germania conquistada de Roma, sino porque Roma tuviese
esta gloria de
verse señora de Germania, también es esto vanidad
y locura; porque muy poco aprovecha tener los muros de los pueblos
ganados, y tener los corazones
de los vecinos perdidos. Si
decís que por eso conquistastes
a Germania, por ampliar y ensanchar los términos
de Roma, también me parece esa
una muy frívola causa, porque no es de hombres cuerdos aumentar
en tierra y disminuír en honra.
Si decís que
nos enviastes a conquistar a fin de que no fuésemos
bárbaros ni
viviésemos como tiranos,
sino que nos queríades hacer vivir
debajo de buenas leyes y
fueros, tal sea mi vida si la cosa así sucediera; pero ¿cómo
es posible que vosotros deis orden de vivir a los extranjeros, pues
quebrantáis las leyes de
vuestros antepasados? [...]
[...] ¿Es
verdad que nos guardáis justicia y tenéis en paz y
tranquilidad la tierra? No por cierto, sino que los que van allá
nos toman la
hacienda, y los que estáis acá
nos robáis la fama, diciendo
que pues somos una gente sin ley, sin razón y sin rey, que
como bárbaros incógnitos
nos pueden tomar por esclavos. Muy engañados vivís
en este caso, oh romanos; ca no me parece que con razón nos
pueden llamar gentes sin razón, pues tales cuales nos criaron
nuestros dioses, nos estamos en nuestras
casas propias, sin desear, ni buscar
ni tomar tierras ajenas. Con mucha más razón podemos
decir ser vosotros gente sin razón, pues no contentos con
la dulce y fértil Italia, os andáis derramando sangre
por toda la tierra. Que digáis nosotros merecer ser esclavos
a causa que no tenemos príncipe que nos mande, ni senado
que nos defienda; a esto os respondo que pues no teníamos
enemigos, no curábamos de ejércitos, y que pues era
cada uno contento con su suerte, no teníamos necesidad de
superbo senado que gobernase; que siendo como éramos,
todos iguales, no
consentíamos haber entre nosotros príncipes; porque
el oficio de los príncipes es suprimir a los tiranos y conservar
en paz a los pueblos. Que digáis no haber en nuestra tierra
república ni policía,
sino que vivíamos como viven
los brutos animales en una montaña, tampoco en esto, como
en lo otro, tenéis razón; pero nosotros no consentíamos
en nuestras tierras tratantes mentirosos ni bulliciosos, ni hombres
que de otras tierras nos trujesen aparejos para ser viciosos y regalados;
de manera que como en el vestir éramos honestos, y en el
comer nos preciábamos de sobrios, no teníamos necesidad
de muchos tratos [...]
No lo avíades de hazer assí, romanos. Antes, la tierra
[129] tomada por fuerça ha de ser muy mejor regida, porque
los míseros captivos, viendo que les administran recta iustiçia,
olvidarían la tyrannía passada y domeñarían
sus coraçones a la servidumbre perpetua. Pues ¿monta
que si nos venimos a quexar de los agravios que hazen vuestros çensores
allá en el Danubio, que nos oyréis los que estáis
aquí en el Senado? ¿Sabéis lo que hazéis?
Oýd, que yo hos lo diré. [Pretendiente
en Cortes] Viene un pobre muy pobre a pediros aquí
iusticia, y como no tiene dineros que dar, ni vino que presentar,
ni azeite que prometer, cumplen con él de palabra, dizen
que se verá su iustiçia, házenle gastar
lo poco que tiene, no le dan nada de lo mucho que pide, y
assí el mísero miserable que vino con quexa de uno
se torna con quexa de todos, maldiziendo a sus crudos hados y exclamando
a sus dioses iustos.
Yo vivo de varear avellotas en el invierno y de segar miesses en
el verano, y algunas vezes pesco por mi passatiempo, de manera que
todo lo más de mi vida passo solo en el campo. ¿Y
no sabéis por qué? Pues oýd, que yo hos lo
diré. Veo tantas tyrannías en vuestros çensores,
házense tantos robos a los míseros pobres, oyo tantas
quexas en aquel reyno y espero tan poco remedio de aqueste Senado,
que determino como malaventurado de desterrarme de mi casa y dulçe
compañía porque no sienta mi coraçón
tanta lástima. Gran trabajo es suffrir un revés de
fortuna, pero mayor es quando se comiença el mal a sentir
y no se puede remediar; pero sin comparaçión es mayor
quando lleva mi pérdida remedio, y el que puede no quiere
y el que quiere no puede remediarlo. ¡O!, crudos romanos,
si solo de traer a la memoria los trabajos que passamos mi lengua
se entorpeçe, mis nervios se descoyuntan, mis ojos lloran
sangre y mis carnes se consumen, ¿qué será,
dezidme, allá en mi tierra verlo con los ojos, oýrlo
con los oýdos, gustarlo con la persona? Por cierto el coraçón
se parte, y el ánima se desmaya, y las entrañas se
rompen, y creo que los dioses aun nos tienen manzilla.
No hos quiero rogar que de mis palabras no toméis escándalo,
porque vosotros, los romanos, si sois romanos, [130] bien veréis
que las fatigas que nos vienen de los hombres,
entre los hombres, con los hombres y por mano de los hombres, no
es de maravillar que las sientan los hombres como hombres.
Una cosa sola me consuela, y muchas vezes con otros malaventurados
como yo la pongo en plática, y es que pienso son tan iustos
mis dioses, que sus castigos bravos no vienen sino de nuestras maldades
crudas, y que nuestra culpa secreta los despierta a que hagan de
nosotros iustiçia pública.
Pero de una cosa estoy muy turbado y que a los dioses nunca puedo
tomar tino: ¿por qué a un bueno por pequeña
culpa dan mucha pena y a un malo por muchas culpas no dan ninguna
pena, dissimulando con unos y nada perdonando a otros? Paresce el
parescer que grave agravio nos hazen los dioses: querernos affligir
por mano de tales hombres, los quales, si iusticia huviese en el
mundo quando nos castigan con sus manos no merescían tener
las cabeças sobre sus hombros. Esto digo, romanos: que por
los dioses immortales iuro que en quinze días solos que he
estado en Roma, he visto hazer aquí tales y tantas cosas
en este Senado, que si la menor dellas se hiziese en el Danubio,
más pobladas estuviesen las horcas de ladrones que no las
parras de uvas. Y pues ya mi deseo se ha visto do deseava y mi coraçón
ha descansado en derramar la ponçoña que tenía,
si en algo hos ha offendido mi lengua, he aquí me tiendo
en este suelo para que lo pague mi garganta. Por cierto, más
quiero ganar honra en offreçerme a la muerte que no que la
ganéis vosotros comigo en quitarme la vida.
Y aquí acabó el rústico
su plática. Pues dize agora el Emperador:
¿Qué hos paresce, amigos? ¡Qué
núcleo de nuez, qué oro
de escoria, qué grano de paja,
qué rosa de espina, qué
cañada de hueso allí se descubrió! ¡Qué
razones tan altas, qué palabras
tan bien dichas, qué verdades
tan verdaderas y qué maliçias
tan descubiertas descubrió! A ley de bueno [131] vos iuro,
y assí me vea libre del mal que tengo, que una hora estuvo
el villano tendido en la tierra y todos nosotros las cabeças
baxas espantados, no podiéndole responder una palabra. Otro
día, avido nuestro acuerdo en el Senado, proveýmos iuezes
de nuevo para el Danubio y mandamos que nos diese por
escripto todo aquel razonamiento, porque se pusiesen en el
libro de los buenos hechos estrangeros que está en el Senado.
Y aquel rústico por lo que dixo fue hecho en libertad patricio
y que su persona fuese de Roma vezino y para siempre del erario público
sustentado». [132]
Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión
de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación
José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de
Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994
Si quieres leer el
libro completo, puedes pinchar abajo
http://www.filosofia.org/cla/gue/guema.htm
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