Literatura Española del Siglo XVI

3.3.3.- San Juan de la Cruz (1542-1591)

3.3.3.4.- Obra poética

Ibn Ali ibn Muhammad al-Arabi (Murcia 1165- Damasco 1240)

Ibn Arabi a caballo con dos estudiantes

Tarjuman al-Ashwaq (Intérprete de amores) (h.1201-3) [36-38 años]

XIII

Gime una paloma acollarada y el amante entristecido [Cántico espiritual, v. 166]
compadece su pena y su gemido.
De los ojos dolientes corren por aquel duelo
lágrimas como de una fuente viva.
Le hablé como a mujer en la pérdida de su único hijo,
pues la pérdida del unigénito es el duelo más grande;
le hablé mientras caminaba el Dolor con nosotros.
Ella no puede verse, pero yo soy visible.

Siento dentro de mí el ardoroso amor por los arenales de 'Alij
donde se alzan sus tiendas,
donde habitan las de los grandes ojos,
las de miradas asesinas que tienen párpados enfermos
como funda para el filo de esas miradas.
No he cesado de beber las lágrimas que mi dolencia mueve
ocultando la pasión, recatándola al que me acusa,
hasta que, al graznar el cuervo en su partida,
la separación descubrió el amor del triste. [Cántico espiritual, v.1]
Marcharon sin cesar toda la noche, cortaron sus anillos,
y así fueron los camellos, bajo las literas, queja y lamento.
He enfrentado las razones de la muerte cuando
soltaron sus riendas y apretaron las cinchas.
La ausencia con amor es mi asesino,
el amor más pesado se hace fácil en el encuentro.
¿Cómo se me puede reprochar si yo la amo,
cuando ella es amable y hermosa en cualquier sitio?


XIV

Miró el rayo oriental y amó el oriente,
de fulgurar en occidente, el occidente hubiera amado,
pues mis ansias de amor son por el rayo y sus fulgores; [Llama de amor viva]
no deciden mi amor ni los lugares ni la tierra.

La brisa me ha narrado de ella un decir aprendido
del dolor y de mi pasión, de la tristeza y de mi sufrimiento,
del éxtasis y de mi razón, de la nostalgia y del amor,
de las lágrimas y de mis ojos, del fuego y de mi corazón.
Aquella a quien amas sólo está en tu pecho
y la brizan tus suspiros.
Yo le dije: Hazle saber que ella es
quien causa el fuego de mi corazón.
Sólo puede apagarlo la unión eterna,
y si arde más no es culpa del amante.

XV

Me abandonaron en al-Uthail y al-Naqá
y quedé derramando lágrimas con lamentos de amor ardiente.
¡Cuánto amo a aquella por cuyo amor me fundo como nieve!
¡Cuánto amo a aquella por cuyo amor quedo muriendo!
El vergonzoso rubor de sus mejillas
es el resplandor del alba acariciando al ocaso.
La paciencia ha acampado y el dolor ha levantado su tienda,
y yo entre los dos yazgo postrado,
¿quién me ayudará en mi dolor?,
¿quién me ayudará en mí amor? ¡Guiadme!
¿Quién me ayudará en mi tristeza?
¿Quién dará ayuda a un amante apasionado?
Cuando más escondidas guardo las penas del amor,
mis lágrimas y mis vigilias más revelan su violencia.
Y cuando digo: ¡Dame una mirada!,
se me dice: Sólo por piedad se te ha negado;
una mirada suya no te remediará,
pues es tan sólo el fulgor de un rayo que destella.
No olvido cuando el camellero aguijoneaba,
deseando partir con ellos en busca de al-Abraq.
Los cuervos de la separación graznaban por su causa.
Niegue Dios su protección a un cuervo que grazna.
El cuervo de la separación, ¿qué es sino un camello
que parte con los seres amados en marcha veloz y forzada?

XX
Mi dolencia la causa quien tiene sus ojos enfermos de amor.
¡Consoladme con su recuerdo!, ¡consoladme!
Revolotean tórtolas por entre los arriates y tristemente arrullan.
El dolor de aquella paloma es la causa de mi dolor.
[Cántico espiritual, vv. 168-166]
¡Cuánto amo la muchacha chispeante que avanza graciosa,
virgen guardada, entre las bellas!
Surge a la mirada como un astro, y cuando
se oculta, amanece en el horizonte de mi corazón.
¡Ruinas de Rama, ya perdidas!
¡Cuántas bellas de pechos altivos han contemplado!
¡Cuánto amo! Amo más que a mi vida a una gacela real,
que con toda mansedumbre pace en mí interior.
Su fuego es luz en mí
y luz es lo que apaga mis incendios.

¡Compañeros!, tomad las riendas
para que mis ojos contemplen las huellas de su tienda,
y cuando lleguéis a ella, desmontad,
y allí, ¡compañeros!, ¡llorad conmigo!
Deteneos conmigo un momento junto a esas ruinas
y lloremos juntos. Yo lloraré por lo pasado.
Esta pasión me ha herido sin saetas.
Esta pasión me mata sin espada.
Decidme, cuando llore en aquel sitio,
¿me ayudaréis en mi llanto?, ¿me ayudaréis?

Recordadme las leyendas de Hind y Lubna,
Sulaima, Zainab y de 'Inan,
habladme además de Hájir y Zarúd
y sus pastos de gacelas.
Llorad por mí con los versos de Qays y Layla,
de Mayya y del infortunado Ghaylán.
Hace tiempo que añoro la doncella elocuente,
prosa y verso, cátedra y claridad.
Una princesa de los reyes de Persia,
de la más noble tierra, de Isfáhán.
Es la hija del Iraq, la hija de mi imán,
pero yo soy su opuesto, hijo de yemení.
Señores míos, ¿habéis visto u oído
que los opuestos se unan jamás?
Si nos hubierais visto en Rama cambiando,
con pasión, copas sin manos,
con nuestra pasión que conversaba
dulce y gozosa aunque sin lengua,
[Cántico espiritual, vv. 86-95]
hubierais visto algo que arrebata a la razón,
Yemen y el Iraq en abrazo estrecho.

Mintió el poeta que dijo antes de mi tiempo,
aunque conmigo acertó su inteligencia:
Tú que das las Pléyades en matrimonio a Cánope,
Dios te bendiga, ¡cómo pudieron encontrarse!
La una es siria cuando se muestra
y Cánope se muestra pero en Yemen.

XXIII

De madrugada se detuvieron en el valle de 'Aqíq,
después de cruzar tantas gargantas profundas.
Apenas despuntó la aurora cuando
vieron una señal refulgente sobre la cima de una montaña
que ni el águila puede alcanzar aunque lo intente,
e incluso el buitre anida más abajo.
Con adornos incrustados y soportes altivos como 'Aqúq,
había unas líneas escritas con un mensaje:
"¿No habrá quien ayude al amante desterrado, anheloso,
con su pensamiento por encima de los astros,
pero hollado con los pies como apagando un fuego?
Su mansión está en esta cumbre de águilas,
pero ha muerto en sus lágrimas corno quien se ahoga en el mar.
Amor le entregó a los infortunios
en este lugar, sin un alma compasiva.
¡Los que venís a las aguas de la vieja fuente!
¡Los que vivís en el valle de 'Aqíq!
¡El que busca, peregrino, la Ciudad Santa!
¡Los que seguís este camino!
Tened piedad de mí, que he sido despojado,
poco antes de la aurora, casi al salir el sol,
por una resplandeciente doncella, joven y esbelta
que difundía un aroma de penetrante almizcle,
con un embriagado balanceo como de ramas
que el viento dobla, como seda virgen,
con flancos terribles como las líneas redondas de la duna
temblando como la joroba del camello garañón.
No me acusó por mi pasión, el censor,
ni me reprochó por mi amor el amigo.
Si tal hiciera el censor,
mi sollozo hubiera sido la respuesta.
Mi nostalgia es mi cabalgadura, mi tristeza es mi vestido,
mi pasión lo que bebo por la mañana y mis lágrimas lo que de noche bebo."

XXV

¡Qué dolor en mi corazón!

¡Qué dolor!

¡Qué gozo en mi alma!

¡Qué gozo!

En mi corazón arde la pasión, como un fuego,
En mi alma se ha puesto una luna de tiniebla.

¡Oh almizcle!

¡Oh luna!

¡Oh ramos sobre la duna!

¡Qué verde!

¡Qué esplendor!

¡Cuánto aroma!

¡Oh boca sonriente, cuya humedad adoro!
¡Saliva cuya miel he probado!
¡Luna revelada, con las mejillas cubiertas
del rojo del atardecer!.
Desnuda de sus velos,
sería tormento y por ello es esquiva.
Sol mañanero que escala los cielos,
ramo de duna en un jardín plantado,
lo contemplo sin pausa, con temor reverente,
y riego el ramo con suave lluvia celestial.
Cuando se levanta es maravilla en la mirada,
cuando se pone es causa de mi muerte.
Desde que la belleza puso sobre su frente
corona de oro virgen, amo el oro.
Si Satán hubiera contemplado en Adán
el fulgor de su rostro, no se hubiera revuelto.
Si Hermes hubiera interpretado las líneas
que la belleza escribió sobre su rostro, no hubiera escrito nada.
Si la reina de Saba la hubiera visto sobre el trono,
no pensara en el suyo, ni en palacios.
¡Oh el sarh en el valle, el ban en la espesura!,
enviadme con la brisa vuestro perfume,
cargado del aroma dulce
de las flores entre tus valles y colinas.

¡Oh ban del valle!, muéstrame tus ramas
y brotes suaves como las líneas de su cuerpo.
Narra la brisa la juventud pasada
[Cántico espiritual, v. 66 ss.]
en Hájir, en Miná y Qubá,
y en las dunas donde el valle se tuerce, junto al vedado,
y en La'la', donde pacen las gacelas.
No es extraño, no es raro
que un hombre se enamore de las bellas
y, cuando arrulla la paloma,
con el nombre de su amada se extasíe.

Y ¡qué gozo!

XXVI

La cita es en la vuelta del valle entre los pedregales.
Haz que se arrodillen las monturas, pues aquí termina la jornada.
No busques más, ni clames otra vez:
¡Hájir! ¡Báriq! ¡Thahmad!,
y retoza como lo hacen las doncellas amigas, de pechos altivos,
y reposa como reposan las tímidas gacelas,
en un jardín armonioso donde zumban los insectos,
y donde con gozo responde el trino de un pájaro.
Sus laderas son suaves como es suave su brisa.
Unas nubes traen el rayo y otras más finas el trueno
y las gotas resbalan entre las grietas de las nubes,
[Cántico espiritual, vv. 176 ss.]
como llanto que un amante derrama por la separación.
Bebe las primicias de su vino con su embriaguez
y goza del cantar que allí se dice
—¡oh vino exquisito!—, que desde el tiempo de Adán narra
sobre el jardín del Edén una tradición verdadera.
[Cántico espiritual, vv. 84-85]
Las hermosas vírgenes acercaron sus labios rezumantes,
como almizcle y nos dieron de beber generosamente.

XXVIII

Entre al-Naqá y La'la'
están las gacelas de Dhat al-Ajra',
que pacen al abrigo
de frondosa vegetación y descansan.
Nunca la luna nueva se alzó
en el horizonte de esta colina
sin que yo deseara
por temor reverente que no hubiera surgido.
Nunca saltó chispa
de luz de este pedernal
sin que mi sentimiento deseara
que no hubiera brillado.
¡Corred, lágrimas!
No las contengáis, ojos míos!
¡Suspiros, alzaos!
¡Quiébrate, corazón!
Y tú, camellero, camina lento
pues el fuego está en mi corazón.
Mis lágrimas se han agotado,
tan caudalosas corrieron por miedo a la separación.
Tanto que cuando llegue el momento de la partida,
no encontrarás ojos que lloren.
Parte ya hacia el valle de las dunas rizadas,
el lugar donde ellas pacen y yo muero.
Allí están las que amo,
junto a la fuente de Ajra'.
Pregunta quién puede ayudar
a un joven enamorado al que se dijo adiós,
cuyos dolores le han arrojado
en la incertidumbre, último rastro de tierra perdida.

¡Luna bajo la oscuridad!
Toma de él algo y deja algo,[...]

XXX

Entre los tamarices de al-Naqá hay una nidada de perdices,
la belleza ha tendido su tienda sobre ellas,
y en el corazón de los desiertos de Idám
pacen junto a ellas camellos y gacelas.
¡Compañeros!, deteneos y haced hablar
las huellas de un aduar en ruinas desde que partieron.
Y llorad por el corazón que un joven abandonó
en aquella partida. ¡Llorad y gemid!
Quizá nos digan hacia dónde fueron,
si a los arenales del vedado o a Qubá.
Ensillaron, sus camellos sin que yo lo advirtiera;
¿fue a causa de un descuido o me faltó la vista?
Ni lo uno ni lo otro, fue
el desmayo de un sobrecogimiento.
¡Oh penas fugitivas y dispersas
tras ellos, en su busca, en todas direcciones!
Clamé a todos los vientos:
¡Tú, el del norte, el del sur, el del este!
¿Sabéis algo de los que han pasado?
[Cántico espiritual, vv. 16 ss.]
Yo no encuentro más que mi pena por su marcha.
El viento del este traslada sus palabras que
los matorrales de shih han oído a las flores de las colinas:
"A quien la dolencia de la pasión hizo enfermar
que busque su consuelo en leyendas de amor".

Y luego dijo: ¡Oh tú, viento del norte!,
cuenta algo como lo mío o más maravilloso,
y también, ¡oh tú, viento sureño!, relata algo
como yo o aún más dulce.
El del norte contestó: Siento un gozo
que los vientos del norte y sur comparten,
todo mal se embellece en su amor,
y mi tormento se hace dulce cuando ella se complace.
¿Para qué y por qué y con qué razón
lamentas el dolor y te quejas de enfermedad
y cuando te prometen sólo miras
su resplandor como rayo que miente?
La nube ha escrito sobre la manga del cielo encapotado
con el fulgor del relámpago un bordado de oro.
Sus lágrimas han corrido sobre
la bandeja de sus mejillas e hicieron brotar llamas.
Una rosa que surge de las lágrimas.
Un narciso que desprende lluvia maravillosa,
al quererla tomar, deja caer
los rizos de sus sienes, torcidos como escorpiones.
[Cántico espiritual, vv. 111 ss.]
El sol aparece cuando sonríe.
Señor, ¡cuánta luz su saliva contiene!
La noche se cierra si derrama
su pelo de azabache y tan espeso.
Las abejas se agolpan hacia la humedad de su boca.
¡Oh señor, qué dulce es su frescura!,
cuando se inclina se parece a una rama,
cuando mira placentera flechas afiladas brotan de sus ojos.

¿Cuánto tiempo murmurarás amoroso en las dunas de Hájir
a las hermosas, oh galán árabe?
¿Qué soy yo sino árabe, y por ello
enamorado de mujeres de tez blanca, apasionado de las bellas?
Nada importa si es un amanecer mi amor
o es ocaso, mientras ella esté en él.
Siempre que dije: "¿Sí?", pensaron: "Se negó",
y cuando subieron a la altura o bajaron a la ribera
yo atravesé desiertos, incitando su búsqueda.
Mi corazón es el Samirí del tiempo; siempre que
ve huellas busca la que se hizo de oro.
Y cuando llega el día o el ocaso
es el gran Alejandro buscando el camino.
¡Cuántas veces clamé ansiando la unión!
¡Cuántas veces, clamé por temor a su marcha!
[Cántico espiritual, vv. 26 ss.]
"¡Oh, hijos de Zaura! Ella es una luna
nacida entre vosotros, que en mí se pone."
¡Ay de mí! ¡Mi Dios! A causa de ella, ¡ay de mí!
Cuántas veces he gritado tras ella: ¡Ay de mí!
¡Pobre de mí!, pobre de mí por este mancebo
al que, cuantas veces la paloma canta, se le desvanece.

XXXIII

Hablo a las palomas que arrullan en el boscaje
entre las ramas, con variados tonos de dolor,
y sin lágrimas lloran por su amante,
mientras lágrimas de tristeza manan de mis ojos.
Y pregunto con mis ojos abundantes
de llanto que delata mi sentir:
"¿Sabes algo de la que amo?
¿Ha reposado al mediodía a la sombra de tus ramas?" [Cántico espiritual, vv. 16 ss.]

XXXIX

¡Daría mi vida por las doncellas tan blancas y ruborosas
que jugaban conmigo al besar el Pilar y la Piedra!
Cuando te pierdes tras ellas, sólo te guía
su perfume, huella exquisita.
Nunca me sorprendió la oscuridad de una noche sin luna,
sin que su recuerdo me hiciera viajar bajo la luna.
Cuando entre sus cabalgaduras se me hace de noche,
la noche se hace como sol al romper el día. [Noche oscura]
Cortejo por mi amor a una de ellas,
la más bella, sin par en la humanidad.
Cuando desvela el rostro descubre un esplendor
como sol que apunta en oriente sin fin.
Su blanco rostro pertenece al sol
y son de la noche sus rizos tan negros,
sol y noche juntándose, forma maravillosa.
Por ella estoy de noche en luz de día,
y al mediodía, por su pelo, en noche. [Noche oscura, vv. 21 ss.]

XLI

¡Dios guarde al pájaro sobre el han!
Él me reveló la verdadera historia:
que las amadas ensillaron sus monturas y al amanecer partieron.
Así también yo viajo, y en mi corazón
hay un incendio inflamado por su ausencia.
Traté de alcanzarlas en la noche oscura,
[Noche oscura]
clamando por ellas y siguiendo sus huellas,
no tenía más guía que el soplo perfumado de su amor.
Alzaron el velo y la oscuridad se hizo luz,
y las monturas marcharon a la luz de la luna.
Así envié mi llanto delante de las cabalgaduras

y los viajeros exclamaron: ¿Cuándo ha manado este río?,
incapaces de cruzarlo.
Yo dije: Mis lágrimas corren copiosas
como si el tronar, el fulgurar del rayo
y el volar de las nubes a la caída de la lluvia
fueran palpitaciones del corazón ante el resplandor de sus dientes
y las lágrimas derramadas por los viajeros que se marchan.
Tú que has comparado la suavidad de sus formas
con la suavidad de la rama tierna y verde,
si hubieras invertido la imagen como
lo hice yo, tu consideración sería más justa,
pues la suavidad de las ramas se asemeja a la de sus formas
y la rosa en los arriates es como la rosa de su rubor.

XLVII

¡Ay la paloma en el ban de Dhat al-Ghadá!
Me angustia el vacío de que me has cargado.
¿¡Quién podrá soportar la pena del amor!?
¿¡Quién podrá beber la amargura del destino!?
La pasión y el dolor me hacen clamar:
¡Ojalá me cuidara quien me hizo doliente!
Pasó por mi puerta burladora,
a escondidas, cubriéndose con el velo y esquivándome. [Noche oscura]

No me duele que se me oculte,
pero sí que me obligue a aceptar su esquivez.

LIII

Cuando nos encontramos para decir adiós, nos ves
en el apretado abrazo como una letra doble.
Aunque nuestros cuerpos son dos,
la mirada sólo distingue uno.
[Noche oscura v. 25]

Es a causa tan sólo de mi delgadez y su luz,
y, si yo no gimiera, no se advertiría mi presencia.


LIV

Dicen que los soles habitan la alta esfera,
y, ¿dónde está el palacio del sol sino en la esfera?
Cuando un trono se alza sobre el estrado,
sólo le falta un rey que en él se siente.
Cuando el corazón despide la ignorancia,
se hace santuario para el ángel.
Ella tomó posesión de mí y yo de ella,
porque cada uno posee su compañero.
Que yo soy suyo es evidente
y que ella es mía porque dice: Llega hasta mí.
[Noche oscura]
¡Camellero!, deja el camino,
no pases de largo con los viajeros el Dar al-Falak.
Un santuario en la ribera, junto a Musanná,
te aflige con su amor y no es consuelo.
¡Si tan sólo el Señor de la pasión
te diera a ti mi amor y mi pena!,
pues ni Zarúd o Hájir
o Salam son mansiones que te afligen.
Sin cesar buscaste para el ardor de tu pasión
la nube de la unión y no llegó a cubrirte.
La gloria de su poder te ha humillado,
¡ojalá que igual que te humilló, te mostrara su amor!
¡Ojalá, pues su majestad se pone a mostrarse amante,
ojalá te dejara a ti mostrarte!

LV

En la ausencia nostalgia me consume,
hallarte no me sacia.
Nostalgia son presencia y lejanía.
Su encuentro es un dolor inesperado,
es pasión el remedio todavía.
Porque contemplo una visión que aumenta
la mayor unión, fulgor y majestad en su belleza.
No hay quien escape a una pasión que crece
vecina a la hermosura en mística armonía.

LVII

¡Oh soplo del viento!, di a las gacelas de Najd:
"Yo mantengo el pacto que sabéis."
Di a la doncella de la tribu que nuestra cita es en el vedado, [Cántico espiritual, vv. 136 ss.]
al amanecer del sábado, junto a las colinas de Najd,
sobre la colina roja hacia los lindes,
a la derecha de los riachuelos y el mojón solitario.
Y si dice verdad y siente
por mí el mismo deseo angustioso que yo
por ella, nos encontraremos al calor del mediodía
en su tienda, a escondidas, en el acuerdo más íntimo, [Cántico espiritual, vv. 76 ss.]
y revelaremos la pasión que ambos sufrimos,
las duras tribulaciones y las penas de nuestro amor.
¿Son sueños confusos o albricias llegadas al dormir,
o discurso de un tiempo en el que yo hablaba de felicidad?
Quizá quien trajo una vez los deseos traiga su objeto
a mi presencia y sus jardines me brinden la rosa.


Casidas de amor profano y místico. Ibn Zaydun. Ibn Arabi
Estudio y traducción: Vicente Cantarino
Porrúa. México 1977

(Las ilustraciones son de la edición)