3.- Poesía del Segundo
Renacimiento
3.3.- La Ascética y la mística
3.3.1.- Fray Luis de León
3.3.1.2.1.- De los nombres de Cristo
(1583-85)
Libro I.- Introducción
Introdúcese en el asunto con la idea de
un coloquio que tuvieron tres amigos en una casa de recreo
Era por el mes de junio, a las vueltas de la fiesta
de San Juan, a tiempo que en Salamanca comienzan a cesar los estudios,
cuando Marcelo, el uno de los que digo -que así le quiero llamar
con nombre fingido, por ciertos respetos que tengo, y lo mismo haré
a los demás-, después de una carrera tan larga como
es la de un año en la vida que allí se vive, se retiró,
como a puerto sabroso, a la soledad de una granja que, como
vuestra merced sabe, tiene mi monasterio en la ribera del Tormes,
y fuéronse con él, por hacerle compañía
y por el mismo respeto, los otros dos. Adonde habiendo estado algunos
días, aconteció que una mañana, que era la del
día dedicado al apóstol San Pedro, después de
haber dado al culto divino lo que se le debía, todos tres juntos
se salieron de la casa a la huerta que se hace delante de ella.
Es la huerta grande, y estaba entonces bien poblada de árboles,
aunque puestos sin orden; mas eso mismo
hacía deleite en la vista, y sobre todo, la hora y la sazón.
Pues entrados en ella, primero, y por un espacio pequeño, se
anduvieron paseando y gozando del frescor; y después se sentaron
juntos a la sombra de unas parras y junto a la corriente de una pequeña
fuente, en ciertos asientos. Nace la fuente de la cuesta que
tiene la casa a las espaldas, y entraba en la huerta por aquella parte;
y corriendo y tropezando, parecía reírse.
Tenían también delante de los ojos y cerca de ellos
una alta y hermosa alameda. Y más
adelante, y no muy lejos, se veía el río
Tormes, que aun en aquel tiempo, hinchiendo bien sus riberas,
iba torciendo el paso por aquella vega. El día era sosegado
y purísimo, y la hora muy fresca.
El Tormes en Cabrerizos, donde estaba el monasterio
de la Flecha
Así que, asentándose y callando por
un pequeño tiempo, después de sentados, Sabino, que
así me place llamar al que de los tres era el más mozo,
mirando hacia Marcelo y sonriéndose, comenzó a decir
así:
—Algunos hay a quien la vista del campo los
enmudece, y debe de ser condición de espíritus de entendimiento
profundo; mas yo, como los pájaros, en viendo lo verde, deseo
o cantar o hablar.
—Bien entiendo por qué lo decís
—respondió al punto Marcelo—; y no es alteza de
entendimiento, como dais a entender por lisonjearme o por consolarme,
sino cualidad de edad y humores diferentes, que nos predominan, y
se despiertan con esta vista, en vos de sangre
y en mí de melancolía.
Mas sepamos —dice— de Juliano —que éste será
el nombre del tercero— si es pájaro también o
si es otro metal.
—No soy siempre de uno mismo —respondió
Juliano—, aunque ahora al humor de Sabino me inclino algo más.
Y pues él no puede ahora razonar consigo mismo mirando la belleza
del campo y la grandeza del cielo, bien será que nos diga su
gusto acerca de lo que podremos hablar.
Entonces Sabino, sacando del seno un papel escrito
y no muy grande:
—Aquí —dice— está
mi deseo y mi esperanza.
Marcelo, que reconoció luego el papel, porque
estaba escrito de su mano, dijo, vuelto a Sabino y riéndose:
—No os atormentará mucho el deseo a
lo menos, Sabino, pues tan en la mano tenéis la esperanza,
ni aun deben ser ni lo uno ni lo otro muy ricos, pues se encierran
en un tan pequeño papel.
—Si fueren pobres —dijo Sabino—,
menos causa tendréis para no satisfacerme en una cosa tan pobre.
—¿En qué manera —respondió
Marcelo— o qué parte soy yo para satisfacer vuestro deseo,
o qué deseo es el que decís?
Entonces Sabino, desplegando el papel, leyó
el título, que decía: De los Nombres de Cristo;
y no leyó más. Y dijo luego:
Por cierto caso hallé
hoy este papel, que es de Marcelo,
adonde, como parece, tiene apuntados algunos de los Nombres con que
Cristo es llamado en la Sagrada Escritura, y los lugares de ella donde
es llamado así. Y como le vi, me puso codicia de oírle
algo sobre aqueste argumento, y por eso dije que mi deseo estaba en
este papel. Y está en él mi esperanza también,
porque, como parece de él, éste es argumento en que
Marcelo ha puesto su estudio y cuidado, y argumento que le debe tener
en la lengua; y así no podrá decirnos ahora lo que suele
decir cuando se excusa, si le obligamos a hablar, que le tomamos desapercibido.
Por manera que, pues le falta esta excusa y el
tiempo es nuestro, y el día santo y la sazón tan a propósito
de pláticas semejantes, no nos será dificultoso
el rendir a Marcelo, si vos, Juliano, me favorecéis.
—En ninguna cosa me hallaréis más
a vuestro lado, Sabino —respondió Juliano.
Y dichas y respondidas muchas cosas en este propósito,
porque Marcelo se excusaba mucho, o, a lo menos, pedía que
tomase Juliano su parte y dijese también; y quedando asentado
que a su tiempo, cuando pareciese, o si pareciese ser menester, Juliano
haría su oficio, Marcelo, vuelto a Sabino, dijo así:
—Pues el papel ha sido el despertador de esta
plática, bien será que él mismo nos sea la guía
en ella. Id leyendo, Sabino, en él; y de lo que en él
estuviese y conforme a su orden, así iremos diciendo, si no
os parece otra cosa.
—Antes nos parece lo mismo —respondieron
como a una Sabino y Juliano.
Luego Sabino, poniendo los ojos en el escrito, con
clara y moderada voz leyó así:
[DE LOS NOMBRES EN GENERAL]
.................
Pastor
Llámase Cristo Pastor; por qué
le conviene este nombre, y cuál es el oficio de pastor
Llámase también Cristo Pastor. Él
mismo dice en San Juan: «Yo soy buen pastor.»
Y en la epístola a los hebreos dice San Pablo de Dios: «Que
resucitó a Jesús, Pastor grande de ovejas.» Y
San Pedro dice del mismo: «Cuando apareciere el Príncipe
de los Pastores.» Y por los profetas es llamado de la misma
manera. Por Isaías, en el capítulo cuarenta; por Ezequiel,
en el capítulo treinta y cuatro; por Zacarías, en el
capítulo once.
Y Marcelo dijo luego:
-Lo que dije en el nombre pasado, puedo también
decir en éste: que es excusado probar que es nombre de Cristo,
pues Él mismo se le pone. Mas, como esto es fácil, así
es negocio de mucha consideración el traer a luz todas las
causas por qué se pone este nombre. Porque en esto que llamamos
Pastor se pueden considerar muchas cosas: unas que miran propiamente
a su oficio, y otras que pertenecen a las condiciones de su persona
y su vida. Porque lo primero, la vida pastoril
es vida sosegada y apartada de los ruidos de las ciudades,
y de los vicios y deleites de ellas. Es inocente, así por esto
como por parte del trato y granjería en que se emplea. Tiene
sus deleites, y tanto mayores cuanto
nacen de cosas más sencillas y más
puras y más naturales: de la vista
del cielo libre, de la pureza del aire, de la figura del campo, del
verdor de las yerbas, y de la belleza de las rosas y de las
flores. Las aves con su canto
y las aguas con su frescura le deleitan
y sirven. Y así, por esta razón, es vivienda
muy natural y muy antigua entre los hombres, que luego en los
primeros de ellos hubo pastores; y es muy usada por los mejores hombres
que ha habido, que Jacob y los doce patriarcas
la siguieron, y David fue pastor; y es muy alabada de todos, que,
como sabéis, no hay poeta, Sabino, que
no la cante y alabe.
-Cuando ninguno la loara -dijo Sabino
entonces- basta para quedar muy loada lo que dice de ella el Poeta
latino, que en todo lo que dijo venció a los demás,
y en aquello parece que vence a sí mismo: tanto son escogidos
y elegantes los versos con que lo dice. Mas, porque, Marcelo,
decís de lo que es ser Pastor, y del caso que de los pastores
la poesía hace, mucho es de maravillar con qué juicio
los poetas, siempre que quisieron decir algunos accidentes
de amor, los pusieron en los pastores,
y usaron, más que de otros, de sus personas para representar
esta pasión en ellas; que así lo hizo Teócrito
y Virgilio. Y ¿quién no
lo hizo, pues el mismo Espíritu Santo,
en el libro de los Cantares,
tomó dos personas de pastores, para por sus figuras de ellos
y por su boca hacer representación del increíble amor
que nos tiene? Y parece, por otra parte, que son personas
no convenientes para esta representación los pastores,
porque son toscos y rústicos.
Y no parece que se conforman ni que caben las
finezas que hay en el amor, y lo muy propio y grave de él
con lo tosco y villano.
-Verdad es, Sabino -respondió Marcelo-
que usan los poetas de lo pastoril para decir del amor; mas no tenéis
razón en pensar que para decir de él hay personas más
a propósito que los pastores, ni en quien se represente mejor.
Porque puede ser que en las ciudades se sepa
mejor hablar; pero la fineza del sentir es del campo y de la soledad.
Y, a la verdad, los poetas antiguos, y cuanto más antiguos
tanto con mayor cuidado, atendieron mucho a huir de lo lascivo
y artificioso, de que está lleno el amor que en
las ciudades se cría, que tiene poco de verdad, y mucho
de arte y de torpeza. Mas el pastoril, como tienen los pastores los
ánimos sencillos y no contaminados con vicios, es puro y ordenado
a buen fin; y como gozan del sosiego y libertad de negocios que les
ofrece la vida sola del campo, no habiendo en él cosa que los
divierta, es muy vivo y agudo. Y ayúdales a ello también
la vista desembarazada, de que continuo gozan, del cielo y de la tierra
y de los demás elementos; que es ella en sí una imagen
clara, o por mejor decir, una como escuela de amor puro y verdadero.
Porque los demuestra a todos amistados entre
sí y puestos en orden, y abrazados, como si dijésemos,
unos con otros, y concertados con armonía grandísima,
y respondiéndose a veces, y comunicándose sus virtudes,
y pasándose unos en otros y ayuntándose y mezclándose
todos, y con su mezcla y ayuntamiento sacando de continuo a luz y
produciendo los frutos que hermosean el aire y la tierra. Así
que los pastores son en esto aventajados a los otros hombres. Y así,
sea esta la segunda cosa que señalamos en la condición
del Pastor; que es muy dispuesto al bien querer.
Y sea la tercera lo que toca a su oficio,
que aunque es oficio de gobernar y regir, pero
es muy diferente de los otros gobiernos. Porque lo uno, su gobierno
no consiste en dar leyes ni en poner mandamientos, sino en apacentar
y alimentar a los que gobierna. Y lo segundo, no guarda una regla
generalmente con todos y en todos los tiempos, sino en cada tiempo
y en cada ocasión ordena su gobierno conforme al caso particular
del que rige. Lo tercero, no es gobierno el suyo que se reparte y
ejercita por muchos ministros, sino él solo administra todo
lo que a su grey le conviene; que él la apasta y la abreva,
y la baña y la trasquila, y la cura y la castiga, y la reposa
y la recrea y hace música, y la ampara y defiende. Y últimamente,
es propio de su oficio recoger lo esparcido y traer a un rebaño
a muchos, que de suyo cada uno de ellos caminara por sí. Por
donde las sagradas Letras, de lo esparcido y descarriado y perdido
dicen siempre que son como ovejas que no tienen Pastor; como en San
Mateo se ve y en libro de los Reyes y en otros lugares. De
manera que la vida del pastor es inocente y sosegada y deleitosa,
y la condición de su estado es inclinada al amor, y su ejercicio
es gobernar dando pasto, y acomodando su gobierno a las condiciones
particulares de cada uno, y siendo él solo para los que gobierna
todo lo que le es necesario, y enderezando siempre su obra a esto,
que es hacer rebaño y grey.
Veamos, pues, ahora si Cristo tiene esto,
y las ventajas con que lo tiene; y así veremos cuán
merecidamente es llamado Pastor. Vive en los
campos Cristo, y goza del cielo libre, y ama la soledad y el
sosiego; y en el silencio de todo aquello que pone en alboroto la
vida, tiene puesto Él su deleite. Porque así como lo
que se comprende en el campo es lo más puro de lo visible,
y es lo sencillo y como el original de todo lo que de ello se compone
y se mezcla, así aquella región de vida adonde vive
aqueste nuestro glorioso bien, es la pura verdad y la sencillez de
la luz de Dios, y el original expreso de todo lo que tiene ser, y
las raíces firmes de donde nacen y adonde estriban todas las
criaturas. Y si lo habemos de decir así, aquellos son los elementos
puros y los campos de flor eterna vestidos, y los mineros de las aguas
vivas, y los montes verdaderamente preñados de mil bienes altísimos,
y los sombríos y repuestos valles, y los bosques de la frescura,
adonde, exentos de toda injuria, gloriosamente florecen la haya y
la oliva y el lináloe, con todos los demás árboles
del incienso, en que reposan ejércitos de aves en gloria y
en música dulcísima que jamás ensordece. Con
la cual región si comparamos este nuestro miserable destierro,
es comparar el desasiego con la paz, y el desconcierto y la turbación
y el bullicio y disgusto de la más inquieta ciudad, con la
misma pureza y quietud y dulzura. Que aquí
se afana y allí se descansa; aquí
se imagina y allí se ve; aquí
las sombras de las cosas nos atemorizan y asombran; allí
la verdad asosiega y deleita. Esto es
tinieblas, bullicio, alboroto; aquello
es luz purísima en sosiego eterno.
Bien y con razón le conjura a este Pastor la esposa pastora
que le demuestre este lugar de su pasto. «Demuéstrame,
dice, ¡oh querido de mi alma!, adónde apacientas y adónde
reposas en el mediodía.» Que es con razón mediodía
aquel lugar que pregunta, adonde está la luz no contaminada
en su colmo y adonde, en sumo silencio de todo lo bullicioso, sólo
se oye la voz dulce de Cristo, que, cercado de su glorioso rebaño,
suena en sus oídos de Él sin ruido y con incomparable
deleite, en que, traspasadas las almas santas, y como enajenadas de
sí, sólo viven en su Pastor. Así que es
Pastor Cristo por la región donde vive, y también lo
es por la manera de vivienda que ama, que es el sosiego de la soledad,
como lo demuestra en los suyos a los cuales llama siempre a la soledad
y retiramiento del campo. Dijo a Abraham: «Sal de tu tierra
y de tu parentela, y haré de ti grandes gentes.» A Elías,
para mostrársele, le hizo penetrar el desierto. Los hijos de
los profetas vivían en la soledad del Jordán.
De su pueblo, dice Él mismo por el Profeta que le sacará
al campo y le retirará a la soledad, y allí le enseñará.
Y en forma de Esposo, ¿qué otra cosa pide a su esposa
sino esta salida?: «Levántate, dice, amiga mía,
y apresúrate y ven; que ya se pasó el invierno, pasóse
la lluvia, fuese; ya han aparecido en nuestra tierra las flores, y
el tiempo del podar es venido. La voz de la tortolilla se oye, y brota
ya la higuera sus higos, y la uva menuda da olor. Levántate,
hermosa mía, y ven.» Que quiere que les sea agradable
a los suyos aquello mismo que Él ama; y así como Él
por ser Pastor ama el campo, así los suyos, porque han de ser
sus ovejas, han de amar el campo también; que las ovejas tienen
su pasto y su sustento en el campo.
Porque, a la verdad, Juliano, los que han de ser apacentados por Dios
han de desechar los sustentos del mundo, y salir de sus tinieblas
y lazos a la libertad clara de la verdad, y a la soledad, poco seguida,
de la virtud, y al desembarazo de todo lo que pone en alboroto la
vida; porque allí nace el pasto que mantiene en felicidad eterna
nuestra alma y que no se agosta jamás. Que adonde vive y se
goza el Pastor, allí han de residir sus ovejas, según
que al una de ellas decía: «Nuestra conversación
es en los cielos.» Y como dice el mismo Pastor: «Las sus
ovejas reconocen su voz y le siguen.» Mas si es Pastor Cristo
por el lugar de su vida, ¿cuánto con más razón
lo será por el ingenio de su condición, por las amorosas
entrañas que tiene, a cuya grandeza no hay lengua ni encarecimiento
que allegue? Porque, demás de que todas
sus obras son amor, que en nacer nos amó y viviendo
nos ama, y por nuestro amor padeció muerte, y todo lo que en
la vida hizo y todo lo que en el morir padeció, y cuanto glorioso
ahora y asentado a la diestra del Padre negocia y entiende, lo ordena
todo con amor para nuestro provecho.
Así que, demás de que todo su obrar es amar, la afición
y la terneza de entrañas, y la solicitud y cuidado amoroso,
y el encendimiento e intensión de voluntad con que siempre
hace esas mismas obras de amor que por nosotros obró, excede
todo cuanto se puede imaginar y decir. No hay madre así solicita,
ni esposa así blanda, ni corazón de amor así
tierno y vencido, ni título ninguno de amistad así puesto
en fineza, que le iguale o le llegue. Porque antes que le amemos nos
ama; y, ofendiéndole y despreciándole locamente, nos
busca; y no puede tanto la ceguedad de mi
vista ni mi obstinada dureza, que no
pueda más la blandura ardiente de su misericordia dulcísima.
Madruga, durmiendo nosotros descuidados del peligro que nos amenaza.
Madruga, digo: antes que amanezca se levanta; o, por decir verdad,
no duerme ni reposa, sino asido siempre al aldaba de nuestro corazón,
de continuo y a todas horas le hiere y le dice, como en los Cantares
se escribe: «Ábreme, hermana mía, amiga mía,
esposa mía, ábreme; que la cabeza traigo llena de rocío,
las guedejas de mis cabellos llenas de gotas de la noche.» «No
duerme, dice David, ni se adormece el que guarda a Israel.»
Libro III.- Dedicatoria
A don Pedro Portocarrero, del Consejo de Su Majestad
y del de la Santa y General Inquisición
Se da solución a algunos reparos que se
hicieron sobre los dos libros anteriores, y se hace la apología
del castellano
De los dos libros pasados que publiqué para
probar en ellos lo que se juzgaba de aqueste escribir, he entendido,
muy ilustre Señor, que algunos han hablado mucho y por diferente
manera. Porque unos se maravillan que un teólogo,
de quien, como ellos dicen, esperaban algunos grandes tratados llenos
de profundas cuestiones, haya salido al fin con un libro en
romance. Otros dicen que no eran para romance las cosas que
se tratan en estos libros, porque no son capaces
de ellas todos los que entienden romance. Y otros hay que no
los han querido leer, porque están en su lengua; y dicen
que, si estuvieran en latín, los leyeran. Y de aquellos que
los leen, hay algunos que hallan novedad en
mi estilo, y otros que no quisieran diálogos,
y otros que quisieran capítulos;
y que, finalmente, se llegaran más a
la manera de hablar vulgar y ordinaria de todos, porque fueran
para todos más tratables y más comunes.
Y porque juntamente con estos libros publiqué una declaración
del capítulo último de los Proverbios, que intitulé
La perfecta casada, no ha faltado quien diga que no era de
mi persona ni de mi profesión decirles a las mujeres casadas
lo que deben hacer. A los cuales todos responderé,
si son amigos, para que se desengañen;
y, si no lo son, para que no se contenten.
A los unos, porque justo es satisfacerlos; y a los otros, porque gusten
menos de no estar satisfechos; a aquéllos, para que sepan lo
que han de decir; a éstos, para que conozcan lo
poco que nos dañan sus dichos.
Porque los que esperaban mayores cosas de mí,
si las esperaban porque me estiman en algo, yo les soy muy deudor;
mas, si porque tienen en poco éstas que
he escrito, no crean ni piensen que en la Teología,
que llaman, se tratan ningunas ni mayores que las que tratamos aquí,
ni más dificultosas, ni menos sabidas, ni más dignas
de serlo. Y es engaño común
tener por fácil y de poca estima todo lo que se escribe en
romance, que ha nacido o de lo mal que usamos
de nuestra lengua, no la empleando sino en
cosas sin ser, o de lo poco que entendemos de ella creyendo
que no es capaz de lo que es de importancia. Que lo uno es vicio y
lo otro engaño, y todo ello falta nuestra,
y no de la lengua ni de los que se esfuerzan a poner en ella
todo lo grave y precioso que en alguna de las otras se halla.
Así que no piensen, porque ven romance, que es de poca estima
lo que se dice; mas, al revés, viendo
lo que se dice, juzguen que puede ser de mucha estima lo que se escribe
en romance, y no desprecien por la lengua las cosas, sino por ellas
estimen la lengua, si acaso las vieron, porque es muy de creer
que los que esto dicen no las han visto ni leído. Más
noticia tienen de ellas, y mejor juicio hacen
los segundos que las quisieran ver en latín, aunque
no tienen más razón que los primeros en lo que piden
y quieren. Porque, pregunto: ¿por qué las quieren más
en latín? No dirán que por entenderlas mejor, ni
hará tan del latino ninguno que profese entenderlo mas que
a su lengua; ni es justo decir que, porque fueran entendidas
de menos, por eso no las quisieran ver en romance, porque es
envidia no querer que el bien sea común
a todos, y tanto más fea cuanto el bien es mejor.
Mas dirán que no lo dicen sino por las cosas mismas que, siendo
tan graves, piden lengua que no sea vulgar, para que la gravedad del
decir se conforme con la gravedad de las cosas. A lo cual se responde
que una cosa es la forma del decir, y otra la
lengua en que lo que se escribe se dice. En la forma del decir,
la razón pide que las palabras y las
cosas que se dicen por ellas sean conformes, y que lo humilde
se diga con llaneza, y lo grande con estilo más levantado,
y lo grave con palabras y con figuras cuales convienen. Mas, en lo
que toca a la lengua, no hay diferencia, ni
son unas lenguas para decir unas cosas, sino en todas hay lugar para
todas; y esto mismo de que tratamos no se escribiera como debía
por sólo escribirse en latín, si se escribiera vilmente;
que las palabras no son graves por ser latinas,
sino por ser dichas como a la gravedad le conviene, o sean
españolas o sean francesas.
Que si, porque a nuestra lengua la llamamos vulgar, se imaginan que
no podemos escribir en ella sino vulgar y bajamente, es grandísimo
error; que Platón escribió
no vulgarmente ni cosas vulgares en su lengua
vulgar, y no menores ni menos levantadamente las escribió
Cicerón en la lengua que era vulgar
en su tiempo; y, por decir lo que es más vecino a mi hecho,
los santos Basilio y Crisóstomo
y Gregorio Nacianceno
y Cirilo, con toda la antigüedad
de los griegos, en su lengua materna griega (que, cuando ellos vivían,
la mamaban con la leche los niños y la hablaban en la
plaza las vendederas), escribieron los
misterios más divinos de nuestra fe, y no dudaron de poner
en su lengua lo que sabían que no había de ser entendido
por muchos de los que entendían la lengua: que es otra razón
en que estriban los que nos contradicen, diciendo que no
son para todos los que saben romance estas cosas que yo escribo
en romance. Como si todos los que saben latín,
cuando yo las escribiera en latín, se
pudieran hacer capaces de ellas, o como si todo lo que se escribe
en castellano, fuese entendido de todos los que saben castellano y
lo leen. Porque cierto es que en nuestra lengua, aunque poco cultivada
por nuestra culpa, hay todavía cosas, bien o mal escritas,
que pertenecen al conocimiento de diversas artes, que los que no tienen
noticia de ellas, aunque las lean en romance, no las entienden.
Mas a los que dicen que no leen estos mis libros
por estar en romance, y que en latín los leyeran, se
les responde que les debe poco su lengua,
pues por ella aborrecen lo que, si estuviera en otra, tuvieran por
bueno.
Y no sé yo de dónde les nace el estar con ella tan mal;
que ni ella lo merece, ni ellos saben tanto de la latina que no sepan
más de la suya, por poco que de ella sepan, como de hecho saben
de ella poquísimo muchos. Y de éstos son los que dicen
que no hablo en romance porque no hablo
desatadamente y sin orden, y porque pongo en las palabras concierto,
y las escojo y les doy su lugar; porque piensan que hablar romance
es hablar como se habla en el vulgo; y no conocen que el bien hablar
no es común, sino negocio de particular juicio, así
en lo que se dice como en la manera como se dice. Y negocio que de
las palabras que todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido
de ellas, y aun cuenta a veces las letras, y
las pesa, y las mide y las compone, para que, no solamente
digan con claridad lo que se pretende
decir, sino también con armonía
y dulzura. Y si dicen que no es estilo
para los humildes y simples, entiendan que, así como
los simples tienen su gusto, así los sabios y los graves y
los naturalmente compuestos no se aplican bien a lo que se escribe
mal y sin orden, y confiesen que debemos tener cuenta con ellos, y
señaladamente en las escrituras que son para ellos solos, como
aquesta lo es.
Y si acaso dijeren que es novedad, yo
confieso que es nuevo y camino no usado
para los que escriben en esta lengua poner en
ella número, levantándola del decaimiento ordinario.
El cual camino quise yo abrir, no por
la presunción que tengo de mí -que sé bien la
pequeñez de mis fuerzas-, sino para que los que las tienen,
se animen a tratar de aquí adelante su lengua como los sabios
y elocuentes pasados, cuyas obras por tantos siglos viven, trataron
las suyas; y para que la igualen en esta parte
que le falta con las lenguas mejores, a las cuales, según mi
juicio, vence ella en otras muchas virtudes. Y por el mismo
fin quise escribir en diálogo, siguiendo
en ello el ejemplo de los escritores antiguos, así sagrados
como profanos, que más grave y elocuentemente escribieron.
Resta decir algo a los que dicen que no fue
de mi cualidad ni de mi hábito el escribir del oficio de la
casada, que no lo dijeran si consideraran primero que es oficio
del sabio, antes que hable, mirar bien lo que dice. Porque pudieran
fácilmente advertir que el Espíritu
Santo no tiene por ajeno de su autoridad escribirles a los
casados su oficio, y que yo, en aquel libro, lo que hago solamente
es poner las mismas palabras que Dios escribe y declarar lo que por
ellas les dice, que es propio oficio mío, a quien por título
particular incumbe el declarar la Escritura.
Demás de que del teólogo y del filósofo es decir
a cada estado de personas las obligaciones que tienen; y, si no es
del fraile encargarse del gobierno de las casas ajenas, poniendo en
ello sus manos, como no lo es sin duda ninguna, es propio del fraile
sabio y del que enseña las leyes de Dios, con la especulación
traer a luz lo que debe cada uno hacer, y decírselo. Que es
lo que yo allí hago, y lo que hicieron
muchos sabios y santos, cuyo ejemplo, que he tenido por blanco así
en esto como en lo demás que me oponen, puede conmigo más
para seguir lo comenzado que para retraerme de ello estas imaginaciones
y dichos que, además de ser vanos, son de pocos. Y cuando
fueran de muchos, el juicio sólo de V. M. y su aprobación
es de mayor peso que todos. Con lo cual alentado, con buen ánimo
proseguiré lo que resta, que es lo que los de Marcelo hicieron
y platicaron después, que fue lo que ahora sigue.
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