Literatura Española del Siglo XVI

3.- Poesía del Segundo Renacimiento

3.3.- La Ascética y la mística

3.3.1.- Fray Luis de León

3.3.1.2.2.- La perfecta casada (1583)

A doña María Varela Osorio.
En que se habla de las leyes y condiciones del estado del matrimonio, y de la estrecha obligación que corre a la casada de emplearse en el cumplimiento de ellas.


Este nuevo estado en que Dios ha puesto a Vmd., sujetándola a las leyes del santo matrimonio, aunque es, como camino real, más abierto y menos trabajoso que otros, pero no carece de sus dificultades y malos pasos; y es camino adonde se tropieza también, y se peligra y yerra, y que tiene necesidad de guía como los demás. Porque el servir al marido y el gobernar la familia, y la crianza de los hijos y la cuenta que juntamente con esto se debe al temor de Dios y a la guarda y limpieza de la conciencia, todo lo cual pertenece al estado y oficio de la mujer que se casa, obras son que cada una por sí pide mucho cuidado, y que todas juntas, sin particular favor de cielo, no se pueden cumplir.

Capítulo VI

Pondérase la obligación de madrugar en las casadas, y persuade a ello con una hermosa descripción de las delicias que suele traer consigo la mañana. Avísase también que el levantarse de la cama ha de ser para arreglar a los criados y proveer a la familia.

“Madrugó y repartió a sus gañanes las raciones; la tarea de sus mozas.” [Proverbios, 31.15]

[...] Así que no sólo la casa, sino también la salud pide a la buena mujer que madrugue. Porque cierto es que es nuestro cuerpo del metal de los otros cuerpos, y que la orden que guarda la naturaleza para el bien y conservación de los demás, esa misma es la que conserva y da salud a los hombres. Pues ¿quién no ve que a aquella hora despierta el mundo todo junto, y que la luz nueva, saliendo, abre los ojos de los animales todos, y que, si fuese entonces dañoso dejar el sueño, la naturaleza, que en todas las cosas generalmente y en cada una por sí esquiva y huye el daño, y sigue y apetece el provecho, o que, para decir la verdad, es ella eso mismo que a cada una de las cosas conviene y es provechoso, no rompiera tan presto el velo de las tinieblas que nos adormecen, ni sacara por el Oriente los claros rayos del sol, o, si los sacara, no les diera tantas fuerzas para nos despertar? Porque si no despertase naturalmente la luz, no le cerrarían las ventanas tan diligentemente los que abrazan el sueño. Por manera que la naturaleza, pues nos envía la luz, quiere sin duda que nos despierte. Y pues ella nos despierta, a nuestra salud conviene que despertemos. [...]

[...]Y es cosa digna de admiración que, siendo estos señores en todo lo demás grandes seguidores, o por mejor decir, grandes esclavos de su deleite, en esto sólo se olvidan de él y pierden por un vicioso dormir lo más deleitoso de la vida, que es la mañana. Porque entonces la luz, como viene después de las tinieblas y se halla como después de haber sido perdida, parece ser otra y hiere el corazón del hombre con una nueva alegría; y la vista del cielo entonces y el colorear de las nubes y el descubrirse la aurora, que no sin causa los poetas la coronan de rosas, y el aparecer la hermosura del sol es una cosa bellísima.
Pues el cantar de las aves, ¿qué duda hay sino que suena entonces más dulcemente? Y las flores y las yerbas y el campo todo despide de sí un tesoro de olor. Y como cuando entra el rey de nuevo en alguna ciudad se adereza y hermosea toda ella, y los ciudadanos hacen entonces plaza y como alarde de sus mejores riquezas, así los animales, y la tierra y el aire y todos los elementos, a la venida del sol se alegran y, como para recibirle, se hermosean y mejoran y ponen en público cada uno sus bienes. Y como los curiosos suelen poner cuidado y trabajo por ver semejantes recibimientos, así los hombres concertados y cuerdos, aun por sólo el gusto, no han de perder esta fiesta que hace toda la naturaleza al sol por las mañanas. Porque no es gusto de un solo sentido, sino general contentamiento de todos; porque la vista se deleita con el nacer de la luz, y con la figura del aire, y con el variar de las nubes; a los oídos las aves hacen agradable armonía; para el oler, el olor que en aquella sazón el campo y las yerbas despiden de sí, es olor suavísimo. Pues el frescor del aire de entonces templa con grande deleite el humor calentado con el sueño, y cría salud y lava las tristezas del corazón, y no sé en qué manera le despierta a pensamientos divinos, antes que se ahogue en los negocios del día. [...]
[...] Vmd., que es hija de luz, levántese con ella y abra la claridad de sus ojos cuando descubriere sus rayos el sol, y con pecho puro levante sus manos limpias al Dador de la luz, ofreciéndole con santas y agradecidas palabras su corazón; y después de hecho esto y de haber gozado del gusto del nuevo día, vuelta a las cosas de su casa, entienda en su oficio, que es lo otro que pide en esta letra el Espíritu Santo a la buena casada, como fin a quien se ordenó lo primero, que habemos dicho, del madrugar.
Porque no se entiende que, si madruga la casada, ha de ser para que, rodeada de botecillos y arquillas, como hacen algunas, se esté sentada tres horas afilando la ceja, y pintando la cara, y negociando con su espejo que mienta y la llame hermosa. Que, demás del grave mal que hay en este artificio postizo, del cual se dirá en su lugar, es no conseguir el fin de su diligencia, y es faltar a su casa por ocuparse en cosas tan excusadas, que fuera menos mal el dormir. [...]


Capítulo VIII

Cuánto debe evitar la mujer buena el ocio; y de los vicios y malas resultas que de él nacen.

“Ciñóse de fortaleza, y fortificó su brazo. Tomó gusto en el granjear; su candela no se apagó de noche. Puso sus manos en la tortera, y sus dedos tomaron el huso.” [Proverbios, 31.17-9]

[...] Lo que propiamente toca a la mujer casada, eso diré solamente; porque cuanto de suyo es la mujer más inclinada al regalo y más fácil a enmollecerse y desatarse con el ocio, tanto el trabajo le conviene más. Porque si los hombres, que son varones, con el regalo conciben ánimo y condición de mujeres y se afeminan, las mujeres, ¿qué serán sino lo que hoy día son muchas de ellas? Que la seda les es áspera, y la rosa dura, y les quebranta el tenerse en los pies, y del aire que suena se desmayan, y el decir la palabra entera les cansa, y aun hasta lo que dicen lo abortan, y no las ha de mirar el sol, y todas ellas son un melindre y un lixo y un asco. Y perdónenme porque les pongo este nombre, que es el que ellas más huyen, o, por mejor decir, agradézcanme que tan blandamente las nombro.
Porque quien considera lo que deben ser y lo que ellas mismas se hacen, y quien mira la alteza de su naturaleza y la bajeza en que ellas se ponen por su mala costumbre, y coteja con lo uno lo otro, poco dice en llamarlas así; y si las llamase cieno, que corrompe el aire y le inficiona, y abominación aborrecible, aún se podía tener por muy corto. Porque teniendo uso de razón y siendo capaces de cosas de virtud y loor, y teniendo ser que puede hollar sobre el cielo y que está llamado al gozo de los bienes de Dios, le deshacen tanto ellas mismas y se aniñan así con delicadez y se envilecen en tanto grado, que una lagartija y una mariposilla que vuela tiene más tomo que ellas, y la pluma que va por el aire, y el aire mismo, es de más cuerpo y substancia. Así que debe mirar mucho en esto la buena mujer, estando cierta que, en descuidándose en ello, se volverá en nada. Y como los que están de su naturaleza ocasionados a algunas enfermedades y males, se guardan con recato de lo que en aquellos males les daña, así ellas entiendan que viven dispuestas para esta dolencia de nadería y melindrería, o no sé cómo la nombre, y que en ellas el regalo es rejalgar, y guárdense de él como huyen la muerte y conténtense con su natural poquedad y no le añadan bajeza, ni la hagan más apocada; y adviertan y entiendan que su natural es femenil, y que el ocio él por sí afemina, y no junten a lo uno lo otro, ni quieran ser dos veces mujeres. He dicho el extremo de nada a que viene las muelles y regaladas mujeres, y no digo la muchedumbre de vicios que de esto mismo en ellas nacen, ni oso meter la mano en este cieno. Porque no hay agua encharcada y corrompida que críe tantas y tan malas sabandijas, como nacen vicios asquerosos y feos en los pechos de estas damas delicadas de que vamos hablando. Y en una de ellas, que pinta en los Proverbios el Espíritu Santo, se ve algo de esto, de la cual dice así: "Parlera y vagabunda, y que no sufre estar quieta, ni sabe tener los pies en su casa; ya en la puerta, ya en la ventana, ya en la plaza, ya en los cantones de la encrucijada, y tiende por dondequiera sus lazos. Vio un mancebo, y llegóse a él, y prendióle, y díjole con cara relamida blanduras: «Hoy hago fiesta, y he salido en tu busca, porque no puedo vivir sin tu vista, y al fin he hecho en ti presa. Mi cámara he colgado con hermosas redes, y mi cuadra con tapices de Egipto; de rosas y de flores, de mirra y lináloe, está cubierto el suelo todo y la cama. Ven, y bebamos la embriaguez del amor, y gocémonos en dulces abrazos, hasta que apunte la aurora.»"
Y si todas las ociosas no salen a lo público de las calles, como ésta salía, sus escondidos rincones son secretos testigos de sus proezas, y no tan secretos que no se dejen ver y entender. Y la razón y la naturaleza de las cosas lo pide. Que cierto es que produce malezas el campo que no se rompe y cultiva; y que con el desuso el hierro se toma de orín y se consume, y que el caballo holgado se manca. Y demás de esto, si la casada no trabaja ni se ocupa en lo que pertenece a su casa, ¿qué otros estudios o negocios tiene en que se ocupar?
Forzado es que, si no trata de sus oficios, emplee su vida en los oficios ajenos, y que dé en ser ventanera, visitadora, callejera, amiga de fiestas, enemiga de su rincón, de su casa olvidada y de las casas ajenas curiosa; pesquisidora de cuanto pasa, y aun de lo que no pasa inventora, parlera y chismosa; de pleitos revolvedora, jugadora también y dada del todo a la risa y a la conversación y al palacio, con lo demás que por ordinaria consecuencia se sigue, y se calla aquí agora por ser cosa manifiesta y notoria.
Por manera que, en suma y como en una palabra, el trabajo da a la mujer o el ser, o el ser buena, porque sin él, o no es mujer sino asco, o es tal mujer, que sería menos mal que no fuese. Y si con esto que he dicho se persuaden a trabajar, no será menester que les diga y enseñe cómo han de tomar el huso y la rueca, ni me será necesario rogarles que velen, que son las otras dos cosas que les pide el Espíritu Santo, porque su misma afición buena se las enseñará.
Y así, dejando esto aquí, pasaremos a lo que se sigue.

Capítulo XI

De cómo el traje y manera de vestir de la perfecta casada ha de ser conforme a lo que pide la honestidad y la razón. Aféase el uso de los afeites, y condénanse las galas y atavíos, no sólo con razones tomadas de la misma naturaleza de las cosas, sino también con dichos y sentencias de los Padres de la Iglesia y autoridades de la Sagrada Escritura.

“Hizo para sí aderezos de cama; holanda y púrpura es su vestido.” [Proverbios, 31.22]

[...] Y porque en esto, y señaladamente en los afeites del rostro, hay grande exceso, aun en las mujeres que en lo demás son honestas, y porque es aquéste su propio lugar, bien será que digamos algo de ellos aquí.
Aunque, si va a decir la verdad, yo confieso a Vmd. que lo que me convida a tratar de esto, que es el exceso, eso mismo me pone miedo. Porque ¿quién no temerá de oponerse contra una cosa tan recibida? O ¿quién tendrá ánimo para osar persuadirles a las mujeres a que quieran parecer lo que son? O ¿qué razón sanará la ponzoña del solimán?
Y no sólo es dificultoso este tratado, pero es peligroso también, porque luego aborrecen a quien esto les quita. Y así querer ahora quitárselo yo, será despertar contra mí un escuadrón de enemigos. Mas ¿qué les va en que yo las condene, pues tienen tantos otros que las absuelven? Y si aman aquellos que, condescendiendo con su gusto de ellas, las dejan asquerosas y feas, muy más justo es que siquiera no me aborrezcan a mí, sino que me oigan con igualdad y atención; que tanto agora en esto les quiero decir será solamente enseñarles que sean hermosas, que es lo que principalmente desean. Porque yo no les quiero tratar del pecado que algunos hallan y ponen en el afeite, sino solamente quiero dárselo a conocer, demostrándoles que es un fullero engañoso que les da al revés de aquello que les promete; y que, como en un juego que hacen los niños, así él diciendo que las pinta, las burla y entizna; para que, conocido por tal, hagan justicia de él y le saquen a la vergüenza con todas sus redomillas al cuello. [...]

[...]Querría yo saber de estas mendigantes hermosas, si tendrían por hermosa la mano que tuviese seis dedos. ¿Por ventura no la hurtarían a los ojos? ¿No harían alguna invención de guante para encubrir aquel dedo añadido? Pues ¿tienen por feo en la mano un dedo más, y pueden creer que dos dedos de enjundia sobre el rostro les es hermoso?[...]
[...]¿Es por ventura alguna de ellas pequeña? Embute los chapines de corcho. ¿Es otra muy luenga? Trae una suela sencilla, y anda la cabeza metida en los hombros, y hurta esto al altor. ¿Es falta de carnes? Afórrase de manera que todos dicen que no hay más que pedir. ¿Crece en barriga? Estréchase con fajas como si trenzase el cabello, con que va derecha y cenceña ¿Es sumida de vientre? Como con puntales hace la ropa adelante. ¿Es bermeja de cejas? Encúbrelas con hollín. ¿Es acaso morena? Anda luego el albayalde por alto. ¿Es demasiadamente muy blanca? Friégase con la tez del humero. ¿Tiene algo que sea hermoso? Siempre lo trae descubierto. ¿Pues qué, si los dientes son buenos? Forzoso es que se ande riendo. Y para que vean todos que tiene gentil boca, aunque no esté alegre, todo el santo día se ríe, y trae entre los dientes siempre algún palillo de murta delgado, para que, quiera que no, en todos tiempos esté abierta la boca.[...]

[...]Éste, pues, sea su verdadero aderezo; y para lo que toca a la cara, hagan como hacía alguna señora de este reino. Tiendan las manos y reciban en ellas el agua sacada de la tinaja, que con el aguamanil su sirviente les echare, y llévenla al rostro; y tomen parte de ella en la boca, y laven las encías, y tornen los dedos por los ojos, y llévenlos por los oídos y detrás de los oídos también, y hasta que todo el rostro quede limpio no cesen; y después, dejando el agua, límpiense con un paño áspero, y queden así más hermosas que el sol.

Capítulo XV

Cuánto importa que las mujeres no hablen mucho y que sean apacibles y de condición suave.

“Su boca abrió en sabiduría y ley de piedad en su lengua.” [Proverbios, 31.26]

[...] Conocí yo una mujer que, cuando comía, reñía; y cuando venía la noche, reñía también; y el sol cuando nacía la hallaba riñendo; y esto hacía el día santo y el día no santo, y la semana y el mes; y por todo el año no era otro su oficio sino reñir. Siempre se oía el grito y la voz áspera, y la palabra afrentosa y el deshonrar sin freno: y ya sonaba el azote, y ya volaba el chapín, y nunca la oí que no me acordase de aquello que dice el poeta:

Thesifone, ceñida de crudeza,
la entrada, sin dormir de noche y día,
ocupa; suena el grito, la braveza,
el lloro, el crudo azote, la porfía.

Y así era su casa una imagen del infierno en esto, con ser en lo demás un paraíso; porque las personas de ella eran no para mover a la braveza, sino para dar contento y descanso a quien lo mirara bien. Por donde, cargando yo el juicio algunas veces en ello, me resolví en que de todo aquel vocear y reñir no se podía dar causa alguna que colorada fuese, si no era querer digerir con aquel ejercicio las cenas, en las cuales de ordinario esta señora excedía.
Y es así que en estas bravas, si se apuran bien todas las causas de esta su desenfrenada y continua cólera, todas ellas son razones de disparate. La una, porque le parece que cuando riñe es señora; la otra, porque la desgració el marido, y halo de pagar la hija o la esclava; la otra, porque su espejo no le mintió, ni la mostró hoy tan linda como ayer, de cuanto ve levanta alboroto. A la una embravece el vino, a la otra su no cumplido deseo, y a la otra su mala ventura.

Un chapín como el que la señora arrojaba

Puedes leer los Proverbios que empleó Fray Luis para encabezar y estructurar su obra pinchando aquí

Si quieres leer el libro completo puedes hacerlo en la dirección de abajo

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