3.2.3.1.- Poesía amatoria
SONETO II
Voy siguiendo la fuerza de mi hado
por este campo estéril y ascondido;
todo calla y no cesa mi gemido
y lloro la desdicha de mi estado.
Crece el camino y crece mi cuidado,
que nunca mi dolor pone en olvido;
el curso al fin acaba, aunque extendido,
pero no acaba el daño dilatado.
¿Qué aprovecha en un duro afán
presente
rehuir, si se esculpe en la memoria,
y frescas muestra siempre las señales?
[¿Qué vale contra un mal siempre
presente
apartarse y huir, si en la memoria
se estampa, y muestra frescas las señales?]
Vuela Amor en mi alcance, y no consiente,
en mi afrenta, que olvide aquella historia
que descubrió la senda de mis males.
SONETO X
Rojo sol, que con
hacha luminosa
cobras el purpúreo y alto cielo,
¿hallaste tal belleza en todo el suelo
que iguale a mi serena Luz dichosa?
Aura süave, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco vuelo,
cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, ¿tocaste trenza más
hermosa?
Luna, honor
de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres y fijadas,
¿consideraste tales dos estrellas?
Sol puro, Aura, Luna, llamas de
oro,
¿oístes vos mis penas nunca usadas?
¿Vistes Luz más ingrata
a mis querellas?
[Este soneto correlativo,
con símiles tomados de elementos luminosos de la naturaleza,
recuerda un villancico religioso dedicado a la Virgen por Gil Vicente,
que puedes leer si pinchas
aquí]
SONETO XVII
Despoja la hermosa y verde frente
de los árboles altos el turbado
otoño, y dando paso al viento helado,
queda el lugar a la aura de Occidente.
Las plantas que ofendió con el presente
espíritu de céfiro templado
cobran honra y color, y esparce el prado
olor de bellas flores dulcemente.
Mas ¡oh triste!,
que nunca mi esperanza,
después que la abatió desnuda el hielo,
torna avivar para su bien perdido.
¡Cruda suerte de amor, dura mudanza,
firme a mi mal, que el variär del cielo
tiene contra su fuerza suspendido.
SONETO LXI
Cual de oro era el cabello ensortijado
y en mil varias lazadas dividido;
y cuanto en más figuras esparcido,
tanto de más centellas ilustrado;
tal, de lucientes hebras coronado,
Febo aparece en llamas encendido;
tal discurre en el cielo esclarecido
un ardiente cometa arrebatado.
Debajo el puro, propio y sutil velo
Amor, gracia, y valor, y la belleza
templada en nieve y púrpura se vía.
Pensara que se abrió esta vez el cielo,
y mostró su poder y su riqueza,
si no fuera la Luz del alma mía.
SONETO LXXII
Amor en mí se muestra todo fuego,
y en las entrañas de mi Luz
es nieve;
fuego no hay, que ella no torne nieve
ni nieve, que no mude yo en mi fuego.
La fría zona
abraso con mi fuego,
la ardiente mi Luz
vuelve helada nieve;
pero no puedo yo encender su nieve,
ni ella entibiar la fuerza de mi fuego.
Contrastan igualmente hielo
y llama;
que de otra suerte fuera el mundo hielo,
o su máquina toda viva llama.
Más fuera; porque ya resuelto en hielo,
o el corazón desvanecido en llama
ni temiera mi llama, ni su hielo.
SONETO XXVI
Subo con tan gran peso quebrantado
por esta alta, empinada, aguda sierra,
que aun no llego a la cumbre cuando yerra
el pie y trabuco al fondo despeñado.
Del golpe y de la carga maltratado,
me alzo a pena y a mi antigua guerra
vuelvo ¿mas qué me vale? Que la tierra
mesma me falta al curso acostumbrado.
Pero aunque en el peligro desfallesco
no desamparo el paso; que antes torno
mil veces a cansarme en este engaño.
Crece el temor y en la porfía cresco,
y sin cesar, cual rueda vuelve en torno,
así revuelvo a despeñarme al daño.
XXXVIII
Serena Luz en quien presente espira
divino amor, que enciende y junto enfrena
el noble pecho, que en la mortal cadena
al alto Olimpo levantarse aspira;
ricos cercos dorados, do se mira
tesoro celestial de eterna vena;
armonía de angélica sirena,
que entre las perlas y el coral respira,
¿cuál nueva maravilla, cuál ejemplo
de la inmortal grandeza nos descubre
aquesta sombra del hermoso velo?
Que yo en esa belleza que contemplo
(aunque a mi flaca vista ofende y cubre),
la inmensa busco y voy siguiendo al cielo.
CL .-Al conde de Gelves
Señor, si este dolor del mal que siento
yo veo quebrantado en mi memoria
y olvidada la triste y grave historia,
dura ocasión de todo mi tormento,
de España en voz alta y noble aliento
cantaré los trïunfos y victoria,
y alzando al cielo igual su eterna gloria
daré a vuestro valor insigne asiento.
Mas unas encrespadas trenzas de oro,
un resplandor divino, una armonía
y gracia nunca vista en este suelo,
una belleza a quien suspenso adoro,
impiden esta altiva empresa mía,
y en su furor me llevan hasta el cielo.