Literatura Española del Siglo XVI

2.2.- Otros poetas del primer Renacimiento

2.2.3.- Gutierre de Cetina (1520-57)

Gutierre de Cetina por Pacheco

SONETOS

32

Aires süaves, que mirando atentos
escucháis la ocasión de mis cuidados,
mientras que la triste alma acompañados
con lágrimas os cuenta sus tormentos,

así alegres veáis los elementos,
y en lugares do estáis enamorados
las hojas y los ramos delicados
os respondan con mil dulces acentos.

De lo que he dicho aquí, palabra fuera
dentre estos valles salga, a do sospecha
pueda jamás causarme aquella fiera.

Yo deseo callar, mas ¿qué aprovecha?:
que la vida, que ya se desespera,
para tanto dolor es casa estrecha.

33

Dulce, sabrosa, cristalina fuente,
refugio al caluroso ardiente estío,
adonde la beldad del ídol mío
hizo tu claridad más transparente,

¿qué ley permite, qué razón consiente
un pecho refrescar helado y frío,
en quien fuego de amor, fuerza ni brío
ni muestra de piedad jamás se siente?

¡Cuánto mejor harías si lavases
de este mi corazón tantas mancillas
y el ardor que lo abrasa mitigases!

Aquí serían, Amor, tus maravillas,
si en estas ondas un señal mostrases
de mis penas a quien no quiere oíllas.

34

Pues todavía queréis ir mis suspiros
do siempre soléis ser tan mal tratados,
trabajad de llegar disimulados,
quizá con tal ardid querrán oíros.

Sabe Amor si quisiera hora seguiros
para ver si osaréis ser tan osados;
mas, ¿para qué?, si van dos mil cuidados
míos allá, tras vos, para serviros.

Si os llegáis, al llegar, con la osadía
que hora partís de mí, decilde manso:
"Señora, pïedad, ¿por qué tan fiera?"

Mas si, como he temor, de sí os desvía,
básteos darle a entender con un descanso
cómo el verme sin él hace que muera.

50

Pincel divino, venturosa mano,
perfecta habilidad, única y rara,
concepto altivo do la envidia avara,
si te piensa enmendar, presume en vano.

Delicado matiz, que el ser humano
nos muestra cual el cielo lo mostrara;
beldad cuya beldad se ve tan clara,
que al ojo engaña el arte soberano.

Artífice ingenioso, ¿qué sentiste
cuando tan cuerdamente contemplabas
el sujeto que muestran tus colores?

Dime: si como yo la vi la viste,
el pincel y la tabla en que pintabas
y tú, ¿cómo no ardéis, cual yo, de amores?

82

Cercado de temor, lleno de espanto, 
en la barca del triste pensamiento, 
los remos en las manos del tormento, 
por las ondas del mar del propio llanto,

navegaba Vandalio; y si algún tanto 
la esperanza le da propicio el viento, 
la imposibilidad en un momento 
le cubre el corazón de obscuro manto.

«Vandalio, ¿qué harás hora? —decía—. 
Fortuna te ha privado de la estrella 
que era en el golfo de la mar tu guía».

Y andándola a buscar, ciego sin ella, 
cuando por más perdido se tenía, 
la vio ante los nublados ir más bella.

85

Entre armas, guerra, fuego, ira y furores
que al soberbio francés tienen opreso, 
cuando el aire es más turbio y más espeso, 
allí me aprieta el fiero ardor de amores. 

Miro el cielo, los árboles, las flores
y en ellos hallo mi dolor expreso; 
que en el tiempo más frío y más avieso 
nacen y reverdecen mis temores. 

Digo llorando: «¡Oh dulce primavera!, 
¿cuándo será que a mi esperanza vea, 
verde, prestar al alma algún sosiego?» 

Mas temo que mi fin mi suerte fiera 
tan lejos de mi bien quiere que sea 
entre guerra y furor, ira, armas, fuego

MADRIGAL

OJOS CLAROS Y SERENOS

Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?

Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquél que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.

¡Ay, tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.