1.3.- Características del
Renacimiento
1.3.1.- Admiración por el mundo clásico
Esta admiración se extiende a todas las
manifestaciones del Renacimiento, incluídas las ideas políticas.
En El Príncipe de Maquiavelo (1469-1525)
se utilizan las referencias al Imperio Romano para justificar actuaciones
militares de otro modo inadmisibles. Puedes leer algunos fragmentos:
Sandi di Tito: Maquiavelo
Capítulo III.
[...]Los romanos, en las provincias de las cuales
se hicieron dueños, observaron perfectamente estas reglas.
Establecieron colonias, respetaron a los menos poderosos sin aumentar
su poder, avasallaron a los poderosos y no permitieron adquirir
influencia en el país a los extranjeros poderosos. Y quiero
que me baste lo sucedido en la provincia de Grecia como ejemplo.
Fueron respetados acayos y etolios, fue sometido el reino de los
macedonios, fue expulsado Antíoco, y nunca los méritos
que hicieron acayos o etolios los llevaron a permitirles expansión
alguna ni las palabras de Filipo los indujeron a tenerlo corno
amigo sin someterlo, ni el poder de Antíoco pudo hacer
que consintiesen en darle ningún Estado en la provincia.
Los romanos hicieron en estos casos lo que todo príncipe
prudente debe hacer, lo cual no consiste simplemente en preocuparse
de los desórdenes presentes, sino también de los
futuros, y de evitar los primeros a cualquier precio. Porque previniéndolos
a tiempo se pueden remediar con facilidad; pero si se espera que
progresen, la medicina llega a deshora, pues la enfermedad se
ha vuelto incurable.
Sucede lo que los médicos dicen del tísico: que
al principio su mal es difícil de conocer, pero fácil
de curar, mientras que, con el transcurso del tiempo, al no haber
sido conocido ni atajado, se vuelve fácil de conocer, pero
difícil de curar. Así pasa en las cosas del Estado:
los males que nacen en él, cuando se los descubre a tiempo,
lo que sólo es dado al hombre sagaz, se los cura pronto;
pero ya no tienen remedio cuando, por no haberlos advertido, se
los deja crecer hasta el punto de que todo el mundo los ve.
Pero como los romanos vieron con tiempo los inconvenientes, los
remediaron siempre, y jamás les dejaron seguir su curso
por evitar una guerra, porque sabían
que una guerra no se evita, sino que se difiere para provecho
ajeno. La declararon, pues, a Filipo y a Antíoco
en Grecia, para no verse obligados a sostenerla en Italia; y aunque
entonces podían evitarla tanto en una como en otra parte,
no lo quisieron. Nunca fueron partidarios de ese consejo, que
está en boca de todos los sabios de nuestra época:
«hay que esperarlo todo del tiempo»; prefirieron confiar
en su prudencia y en su valor, no ignorando que el tiempo puede
traer cualquier cosa consigo, y que puede engendrar tanto el bien
como el mal, y tanto el mal como el bien.
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Capítulo IV
[...]Por ejemplo, los numerosos principados que
había en España, Italia y Grecia explican las recuentes
revueltas contra los romanos y mientras perduró el recuerdo
de su existencia, los romanos nunca estuvieron seguros de su conquista;
pero una vez el recuerdo borrado, se convirtieron, gracias a la
duración y al poder del imperio, en sus seguros dominadores.
Y así después pudieron, peleándose entre
sí, sacar la parte que les fue posible en aquellas provincias,
de acuerdo con la autoridad que tenían en ellas; porque,
habiéndose extinguido la familia de sus antiguos señores,
no se reconocían otros dueños que los romanos. Considerando,
pues, estas cosas, no se asombrará nadie de la facilidad
con que Alejandro conservó el Estado de Asia, y de la dificultad
con que los otros conservaron lo adquirido como Pirro y muchos
otros. Lo que no depende de la poca o mucha virtud del conquistador,
sino de la naturaleza de lo conquistado.
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Capítulo V
[...]Ahí están
los espartanos y romanos como ejemplo de ello. Los espartanos ocuparon
a Atenas y Tebas, dejaron en ambas ciudades un gobierno oligárquico,
y, sin embargo, las perdieron. Los romanos,
para conservar a Capua, Cartago y Numancia, las arrasaron, y no
las perdieron. Quisieron conservar a Grecia como lo habían
hecho los espartanos, dejándole sus leyes y su libertad,
y no tuvieron éxito: de modo que se vieron obligados
a destruir muchas ciudades de aquella provincia para no perderla.
Porque, en verdad, el único medio seguro
de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla.
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