SANTO
TOMÁS CANTUARIENSE
[El clérigo ignorante]
[2]Cuando santo Tomás
regía la diócesis de Cantorbery había
en ella un presbítero
que fue acusado ante él de que era
idiota, falto de juicio, y de que todos los días,
en lugar de celebrar la misa que las rúbricas señalaban,
decía la votiva de la Santísima
Virgen. El arzobispo castigó al susodicho presbítero
prohibiéndole celebrar misa.
Por aquellos días había escondido santo Tomás
debajo de su cama el cilicio que ordinariamente usaba, porque
estaba roto y quería coserlo por sí mismo, secretamente,
sin que nadie se enterara. La Virgen
María se apareció al sacerdote suspendido
de sus facultades sagradas y le dijo: «Ve a ver al arzobispo
y dile que aquella en cuyo honor celebrabas todos los días
la misma misa votiva, le ha cosido ya
su cilicio, que lo ha guardado en tal lugar, donde
lo encontrará, y hallará
un poco de hilo rojo que sobró de la compostura,
y dile también que te levante la pena de suspensión
que te impuso». El sacerdote cumplió el encargo
que la Virgen le hiciera. El arzobispo, por su parte, comprobó
que, en efecto, el cilicio estaba ya cosido, y lleno de asombro
y de admiración, levantó la pena de suspensión
al presbítero, exigiéndole
que guardara secreto sobre este episodio, para que
nadie se enterara de que bajo sus ropas usaba cilicio.
Alianza 1995
Otra versión
del mismo autor en el mismo libro
LA NATIVIDAD
[Clérigo ignorante]
7. En cierta parroquia había un sacerdote
de costumbres sencillas y honestas, pero tan corto y tan simple
que no sabía más misa que la votiva en honor
de la Bienaventurada Virgen María; por tanto, esa era
la que siempre celebraba. Alguien denunció este hecho
ante el obispo. Este llamó al sacerdote y le preguntó
si era cierto lo que sobre el particular le habían
dicho. El acusado respondió que sí, y alegó
en su descargo que aquella era la única misa que sabía.
El obispo desautorizó su modo de proceder, trató
de hacerle ver que estaba induciendo a error a sus feligreses,
le reprendió duramente, lo privó del oficio
de párroco y le prohibió que volviera a decir
esa misa. Mas aquella misma noche la Virgen María se
apareció al obispo, le recriminó severamente,
le preguntó por qué había tratado de
aquel modo a su devoto siervo, y le advirtió que, si
no reponía en su oficio al destituido párroco,
de allí a treinta días pagaría con la
muerte su improcedente actitud. A la mañana siguiente,
el obispo, temblando de miedo, llamó al sacerdote,
le pidió perdón, lo repuso en el cargo y le
ordenó que en adelante continuara celebrando la única
misa que sabía, es decir, la votiva en honor de Santa
María.
Alianza 1995