En el jardín de Brighton,
colegio de señoritas, hay dos estatuas: la de la fundadora
y la del profesor más famoso. Cierta noche –todo
el colegio, dormido- una estudiante traviesa salió
a escondidas de su dormitorio y pintó sobre el suelo,
entre ambos pedestales, huellas de pasos. Leves pasos de mujer,
decididos pasos de hombre que se encuentran en la glorieta
y se hacen el amor a la hora de los fantasmas. Después
se retiró con el mismo sigilo, regodeándose
por adelantado. A esperar que el jardín se llene de
gente. ¡Las caras que pondrán! Cuando al día
siguiente fue a gozar la broma vio que las huellas habían
sido lavadas y restregadas: algo sucias de pintura le quedaron
las manos a la estatua de la señorita fundadora.
El gato de Cheshire
Losada, 1965