MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA

El cuento europeo y España

02.- El exemplum y el milagro europeos

2.2.1.- Gonzalo de Berceo y Europa

2.2.1.1.- Teófilo
2.2.1.1.1.- Versiones italianas:
2.2.1.1.1.2.- Jacques de Voragine: LEGENDA SANCTORUM

2.2.1.1.1.2.1.- 3ª versión: San Basilio

5. Heradio, hombre venerable, tenía el propósito de consagrar a Dios a su única hija; pero el demonio, conocedor de ese proyecto, trató de impedir que lo llevara a cabo, haciendo que uno de los criados del piadoso varón se enamorara apasionadamente de la doncella. Pronto el ardoroso enamorado cayó en la cuenta de que su matrimonio con la hija de su amo era imposible: él era siervo y ella de condición noble; pero, dispuesto a salir adelante en su empeño, fue a ver a un mago y le prometió darle muchísimo dinero si con sus artes mágicas conseguía que el matrimonio se celebrase. El hechicero le dijo:
—Mi poder no llega a tanto; pero sí el de mi señor, el diablo. Si quieres acudir a él yo te daré una carta de recomendación y te atenderá; y si sigues sus indicaciones ten por seguro que conseguirás lo que pretendes.
—Dame esa carta —respondió el joven—. Haré lo que tú y él queráis.
El hechicero escribió una esquela en la que le decía al diablo: «Mi señor: movido por el mejor deseo de cumplir diligente y solícitamente el compromiso que contigo tengo adquirido de apartar de su religión al mayor número posible de cristianos y de someterlos a tu dominio para que tu partido crezca y se multiplique de día en día, te envío a este joven que arde de amor por una doncella. Te ruego que le ayudes, porque la solución favorable de este caso aumentará mi prestigio y contribuirá a que vengan otros muchos a solicitar mis servicios; con esto aumentaré también tu partido, pues ya sabes que a cuantos acuden a mí trato de ponerlos bajo tu bandera». El mago cerró la carta, se la entregó al joven y le dijo:
—Esta noche, a tal hora, te colocarás sobre la tumba de un pagano cualquiera, llamarás al demonio arrojando al mismo tiempo esta esquela hacia lo alto, y en seguida acudirá mi señor y te atenderá.
El joven hizo punto por punto cuanto el hechicero le indicó, y nada más arrojar la carta al aire, compareció ante él Satanás rodeado de infinidad de espíritus, leyó lo que el escrito decía y preguntó al joven:
—¿Crees en mí? Porque si no crees no puedo ayudarte a conseguir lo que deseas.
—Creo, señor, respondió él.
¿Reniegas de Jesucristo?
—Reniego.
—Los cristianos sois pérfidos; acudís a mí cuando me necesitáis, pero en cuanto conseguís lo que buscáis me abandonáis y tornáis a vuestro Cristo, que como es clemente os recibe y perdona. Si quieres, pues, que te ayude a salir adelante en lo que pretendes, es preciso que antes redactes y firmes con tu propia mano un documento en el que expresamente hagas constar que reniegas de tu fe en Jesucristo, de tu bautismo y de tu condición de cristiano, y que te entregas a mí para siempre, de por vida, y que aceptas la condenación eterna en el día del juicio.
El joven inmediatamente redactó un escrito en el que juraba que renunciaba a Jesucristo y se pasaba a las filas del diablo. Cumplido este trámite, Satanás llamó a los espíritus malignos encargados de promover la fornicación y les mandó que trabajasen el ánimo de la doncella hija de Heradio y no cesasen hasta haber conseguido encender en su corazón un amor apasionado hacia el joven aquel. Recibida esta orden, los espíritus se marcharon a cumplir inmediatamente la misión que les había sido confiada por su jefe. Su éxito fue fulgurante y rápido. La doncella comenzó a sentirse inflamada de amor hacia el siervo de su padre, con tal violencia, que de allí a poco se presentó ante Heradio y, postrándose a sus pies, le dijo:
—Padre mío, ten compasión de mí, te lo suplico. Desde hace algún tiempo vivo atormentada por un amor irresistible hacia tu criado; demuéstrame que eres un padre comprensivo y que me quieres de verdad, permitiéndome que me case con él. Lo amo tan apasionadamente, que sin él mi vida es una insoportable tortura y carece de sentido, hasta el punto de que, si no accedes a lo que te pido, moriré muy pronto y tú tendrás que dar cuenta a Dios de esta muerte en el día del juicio.
Heradio, entre clamores y gemidos, respondió:
—¡Desgraciado de mí! Pero ¿qué le sucede a esta hija mía? ¿Quién me ha robado el tesoro de mi corazón? ¿Quién ha apagado la dulce luz de mis ojos? Yo quería entregarte al esposo celestial para que esta entrega contribuyera a mi eterna salvación y tú me sales con la locura de fomentar en tu alma apetitos lascivos! ¡Hija mía! Deja que la cosas se hagan como las tenía previstas. Acepta mi plan de consagrarte al Señor. No me causes en mi vejez un dolor de esta naturaleza, que acabará conmigo y me llevará rápidamente a la tumba.
Sin atender a estas reflexiones, la hija interrumpió al padre, diciéndole:
—O me permites satisfacer cuanto antes mis deseos, o dentro de poco me verás muerta.
Llorando amargamente, a gritos, como loca, pasaba la joven sus días y sus noches. Desolado andaba el padre por la casa, quien al cabo, cediendo a los ayes dolorosos de su hija y a los consejos de sus amigos, con quienes consultó el serio problema que le preocupaba, permitió que la doncella se casara con el siervo y hasta le entregó toda la hacienda, diciéndole:
¡Hija mía desgraciada! ¡Puesto que te empeñas en ello, anda y cásate con él!
Casáronse, pues, la noble y el esclavo. Como éste ni entraba en la iglesia, ni hacía la señal de la cruz, ni se encomendaba a Dios, algunos, que lo notaron, preguntaron a la esposa:
— ¿Sabes que tu marido, con quien te empeñaste en casarte, ni acude al templo ni siquiera es cristiano?
Ella, al comprobar que esto era cierto, asustada y postrada en tierra comenzó a arañarse el rostro en señal de dolor, a golpearse el pecho y a decir:
— ¡Ay, infeliz de mí! ¿Por qué habré nacido? Y ya que nací ¿por qué no moriría al salir del vientre de mi madre?
Después refirió a su esposo lo que de él le habían dicho. Este le aseguró que todo aquello era completamente falso. Mas ella le replicó:
— Si quieres que te crea, tendrás que acompañarme mañana a la iglesia.
Ante esta intimación, el marido, comprendiendo que no podría seguir ocultando su situación, contó a su esposa cuanto le había ocurrido. Llena de dolor y profundamente afligida, la recién casada fue a ver a san Basilio y le refirió cuanto su marido le había contado y le suplicó que los ayudara a ella y a su esposo a salir del embrollo en que se hallaban metidos. San Basilio llamó al esposo, oyó de sus labios el relato de lo sucedido y luego le preguntó:
—¡Hijo! ¿Quieres volver a Dios?
—Sí señor; quiero, pero no puedo, porque he renegado de Cristo y he entregado al demonio un documento firmado por mí en el que hago constar que me he consagrado definitivamente a su servicio.
El santo lo tranquiliza diciéndole:
—No te preocupes; Dios es misericordioso; si te arrepientes y regresas a El, te perdonará.
Acto seguido, san Basilio trazó la señal de la cruz sobre la frente del joven; luego lo recluyó en una celda. Tres días después fue a visitarle y le preguntó:
—¿Cómo te encuentras?
El recluso le respondió:
—Muy acobardado. No puedo soportar los gritos que los demonios dan constantemente a mi alrededor ni el terror que me causan con sus amenazas; a cada paso y a cada momento me presentan el escrito que firmé diciéndome: "nosotros no fuimos en tu busca; fuiste tú quien acudiste a nosotros."
—Hijo mío, —replicó el santo. —No temas; ten confianza; y, sobre todo, cree.
San Basilio, tras confortarlo y entregarle algo de comida que le había llevado, trazóle de nuevo sobre su frente la señal de la cruz y se marchó, dejándole nuevamente en la soledad de su reclusión. Pero algunas fechas después volvió a visitarle y le preguntó:
—¡Hijo mío! ¿Cómo te va?
El recluso respondió:
—¡Padre! Ya no los veo a mi alrededor, pero desde lejos siguen gritándome y dándome a entender que si vuelvo con ellos me recibieran con agrado.
Dejóle el santo otra ración de comida, signóle la frente con la cruz, salió de la celda, cerró su puerta por fuera, se marchó y continuó orando por él durante cuarenta días, al cabo de los cuales hízole la tercera visita.
—¡Hijo mío!, ¿Qué tal te va? —le preguntó.
—¡Bien!, santo Dios. Hoy he visto la lucha que en mi favor sostenías contra el demonio y cómo le vencías.
El obispo sacó al recluso de su celda y se lo llevó consigo. Después reunió en la catedral al clero, a los religiosos y al pueblo, y cuando todos estuvieron reunidos tomó con sus manos una de las del penitente, y así asiduos se encaminaron hacia el templo. Al llegar a la puerta principal, ambos fueron asaltados por Satanás y una legión de diablos. Lucifer, invisiblemente se apoderó del joven y comenzó a tirar fuertemente de el para desasirlo de san Basilio.
—¡Padre mío! ¡Ayúdame! —dijo a gritos el penitente.
Satanás tiraba de él con tanta fuerza, que en uno de aquellos tirones arrastró también al obispo, a quien el joven continuaba agarrado. Entonces san Basilio se encaró con el demonio y le dijo:
—¡Infame! ¿No te basta con tu propia perdición? ¿Por qué pretendes perder también a éste a quien acaba de reconquistar mi Dios?
A voces, de modo que muchos de cuantos estaban en la catedral lo oyeron, contestó el diablo:
—Te equivocas, Basilio.
Al oír esto, el público que llenaba el templo, exclamó a coro:
—Kyrie, eleison. (¡Señor ten piedad de nosotros!)
Basilio dijo al demonio:
—¡Que Dios te confunda!
El demonio replicó:
—¡Basilio!, repito que te equivocas; has de saber que yo no fui tras éste, sino que fue él quien voluntariamente me buscó a mí, renegó de Cristo y se sometió. Tengo la prueba de lo que digo en este documento.
Basilio le contestó:
—No cesaremos de orar hasta que nos entregues ese escrito.
Inmediatamente, san Basilio elevó sus manos hacia el cielo y empezó a orar. De pronto el papel se escapó de las manos del diablo, describió una parábola en el aire y, a la vista de todos, vino a caer en las del santo obispo, que lo atrapó, lo mostró al joven y le preguntó:
—¿Conoces esta cédula?
—Sí; yo mismo la escribí, respondió el interpelado.
Acto seguido san Basilio rasgó el papel, introdujo al joven en la iglesia, lo reconcilió con Dios, hízolo digno de participar nuevamente en los misterios sagrados, lo instruyó convenientemente y, después de darle algunos consejos, lo devolvió a su esposa.

Alianza 1995