MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA

El cuento europeo y España

01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo".

La disciplina clericalis en Europa
 

Cuento II.- El amigo íntegro

03.- OLIVEROS DE CASTILLA Y ARTÚS DE ALGARVE: VERSIÓN POPULAR [La extensión de la novelita medieval impide incluírla aquí, y he optado por sustituírla con una versión popular murciana actual, que demuestra el impacto del tema y su pervivencia]

LOS HERMANOS MELLIZOS

Erase una vez una familia que tenía dos hijos. Se llamaban Pedro y Juan y habían nacido a la misma vez que unos caballos y unos perros.
Un día su madre les dijo:
-Hijos, ya sois grandes, por lo que debéis ir a buscar vuestro futuro.
La madre les dio un caballo, un perro y una espada a cada uno, y ambos se marcharon. Al llegar a un tramo del camino donde había un cruce, un hermano dijo al otro:
-Separémonos, toma este espejo, cuando lo veas ensangrentado ven, que estoy en peligro.
Cada hermano siguió su camino. Juan, que era el que había entregado el espejo, llegó a un pueblo donde estaban tocando las campanas, entonces preguntó a los vecinos el motivo de tal acontecimiento y un pastor respondió:
-Porque hay un dragón que todos los días tiene que comerse una persona y hoy le ha tocado a la princesa, pero el que mate al dragón se casará con ella.
Juan fue y mató al dragón. Como era muy grande y no podía cargar con él, le cortó la lengua y se fue a dormir a un establo con los animales. Mientras, un hombre se encontró al dragón y dijo que lo había matado él y que quería casarse con la princesa.
Al día siguiente, cuando iban a casarse, el perro de Juan interrumpió la ceremonia. El rey dijo:
-Guardias, sigan a ese perro.
El perro los llevó al establo donde estaba durmiendo Juan; éste explicó lo que había pasado y el rey mandó examinar al dragón por todos los hombres y médicos más importantes del reino y no le encontraron nada. Pero llegó un tonto, le abrió la boca y vieron que le faltaba la lengua, Juan la enseñó, y así se casó con la princesa.
Una noche cuando estaban durmiendo, Juan vio un castillo por la ventana y le preguntó a su mujer qué castillo era aquel, y ella le dijo que era El Castillo de Irás y no Volverás. Juan esperó que amaneciese y se fue al castillo en su caballo, llamó a la puerta y salió una mujer que le dijo:
-Pasa.
Cuando mismo pasó, se convirtió en piedra.
Al levantarse Pedro vio que el espejo estaba ensangrentado y entonces recordó lo que le había dicho su hermano, y se fue en su busca. Cuando llegó al pueblo, la gente empezó a decir:
-Ha regresado el príncipe.
Y entonces se dijo: "aquí ha estado mi hermano".
Por la noche cuando estaba acostado con la mujer de su hermano le preguntó lo mismo que Juan, y ella le dijo:
-¿No te lo he dicho ya? Es El Castillo de Irás y no Volverás.
Entonces Pedro pensó: "¡Ya está!, allí está mi hermano".
Por la mañana fue, mató a la vieja y lo salvó. Cuando venía con él, le dijo Juan a Pedro:
-¿Cómo has sabido dónde estaba?
Y Pedro le dijo:
-Cuando estaba acostado con tu mujer me dijo que habías venido aquí.
Juan se enfadó y sin pensarlo le clavó la espada. Cuando recapacitó dijo:
-¡Qué he hecho! Él me ha salvado y así le pago yo. Ahora, ¡qué puedo hacer!.
El cielo se abrió y le dijo:
-Corta a tu hijo, y de la sangre que salga le echas a tu hermano en la herida.
Así lo hizo y logró que se salvara.

(Isabel Ros Mateo, 45 años, Coy (Lorca).
Cuentos murcianos de tradición oral.Univ. Murcia, 93)

El tema de degollar al propio hijo aparece muy tempranamente en el Hitopadeza, colección de cuentos india de los siglos VI-VIII, aunque en esta versión se sacrifica al joven por fidelidad al rey y no por amistad:

En aquellos días, un príncipe cuyo nombre era Viravara, el cual venía de un país extranjero, se acercó al guarda que estaba en la puerta de palacio y le dijo: -"Yo soy hijo de un rey y voy buscando a quien servir: preséntame a tu soberano". Introducido por el guardia a presencia del rey, dijo: -"Señor, si tenéis necesidad de mis servicios, señaladme soldada". -"¿Cuál es tu soldada?", preguntó Zudraka. -"Cuatrocientas monedas de oro cada día", respondió Viravara. -"¿Con qué cuentas para ganarlas?", repuso el rey. -"Con dos brazos y una espada", contestó Viravara. -"No es suficiente", dijo el rey. Al oír esto Viravara, le saludó y salió. Entretanto los consejeros dijeron al rey: -"Señor, con darle la soldada de cuatro días, puede V.M. conocer cual es su merecimiento; y si es digno de tal paga lo aceptáis, o lo despedís en caso contrario". Obedeciendo el consejo de sus ministros, lo llamó y, después de darle betel, le entregó el salario.[...]
El rey investigó secretamente el uso que hacía del salario, la mitad del cual daba Viravara a los dioses y brahmanes, la mitad del resto a los afligidos y el sobrante lo gastaba en comida y aseo. Después de que diariamente hacía el reparto, vigilaba día y noche, espada en mano, la puerta de palacio. Sólo cuando el rey se lo mandaba se retiraba a su casa. A la mitad de la noche del decimocuarto día de la luna oscura, oyó el rey gritos de lamento. -"¿Quién es el que está en la puerta?", dijo así que oyó los gritos. -"Señor, contestó él, soy yo, Viravara". El rey dijo: -"Anda a ver qué son esos lamentos". -"Como V.M. ordene", contestó Viravara y salió. Entonces el rey pensó: -"He enviado solo a este príncipe en tan espesa oscuridad; no he obrado bien; voy, pues, a seguirle y ver por mí mismo lo que es esto". Enseguida cogió la espada y, siguiendo a su criado, salió de la ciudad. Mientras tanto Víravara había visto llorando a una mujer, joven y hermosa, adornada de toda suerte de joyas, y le preguntó: -"¿Quién eres y por qué causa lloras tan amargamente?" -"Soy, respondió ella, Lakxmi [Fortuna] del rey Zudraka: largo tiempo he reposado placentera en la sombra de sus brazos; mas por haber ofendido a una diosa, pasados tres días, el rey ha de morir; yo quedaré viuda: feliz como ahora no viviré; por esto lloro". Viravara le preguntó:-"¿No hay medio alguno para que con el favor de la diosa pueda continuar viviendo?" -"Si tú, respondió Lakxmi, con tu propia mano cortas la_cabeza a tu hijo Zaktidhara, joven dotado de treinta y dos excelencias, y se la presentas en ofrenda a la diosa Durga, el rey vivirá cien años y yo seré feliz". Así que acabó de decir esto, desapareció de su vista. Víravara marchó al momento a su casa y despertó a su mujer y a su hijo, que profundamente dormían. Éstos, sacudiendo el sueño, se levantaron. Contóles entonces todo lo que le había dicho Lakxmi. Al oírlo Zaktidhara dijo lleno de gozo; -"Dichoso soy yo que con tal sacrificio vengo a ser útil para salvar el imperio de mi rey. Padre, ¿qué esperas? No dudes; pues en todo tiempo digno es de honor el sacrificio del cuerpo por tal causa". La madre de Zaktidhara dijo: -"Tal sacrificio digno es de nuestra sangre; pues si no lo haces ¿cómo has de ser merecedor del sustento que el rey te da?" Habiendo hecho estas reflexiones, se encaminaron todos al templo de Durga. Ya en él, se prosternó Viravara ante la diosa y dijo: -"¡Oh diosa! séme propicia; haz que sea victorioso el gran Zudraka. ¡Acepta esta víctima!" Dicho esto, cortó la cabeza a su hijo. Enseguida se dijo: "Hecho está ya el pago del sustento que debo al rey; ahora, la vida sin mi hijo es un tormento". Así que hizo esta reflexión se cortó la cabeza. Entonces la mujer, afligida por la pena de haber perdido hijo y esposo, siguió su ejemplo. El rey, que había oído y visto todo esto, con gran asombro se dijo:
-"Se ven nacer y morir seres insignificantes como yo lo soy: semejantes a éste, ni han existido ni existirán en el mundo.
¿De qué me sirve ahora la soberanía privada de tal sostén?" Y levantó enseguida la espada para cortarse la cabeza, cuando se le apareció ante los ojos la diosa Durga, que le detuvo la mano, diciéndole: -"¡Hijo, detén tu arrojo! No te es permitido atentar contra tu vida real". Se prosternó ante ella el rey, diciendo enseguida: -"¡Oh diosa! no quiero seguir disfrutando ni de mi vida ni de mi fortuna: si me tienes compasión, toma los días de vida que me quedan y haz que viva este príncipe con su mujer y su hijo; de otro modo voy a terminar lo empezado"'. La diosa respondió: -"Satisfecha estoy de tu sincera virtud y del tierno afecto que tienes a tu criado: vete y sé victorioso; que recobre la vida este príncipe con su mujer y su hijo". Al punto resucitaron Viravara, su mujer y su hijo y se marcharon a casa. E1 rey, sin ser visto por éstos, llegó a la terraza de su palacio y allí se entregó al sueño.
Cuando después volvió Viravara a la puerta de palacio y fue interrogado por el rey, le contestó: -"Señor, la mujer que lloraba, así que me vio desapareció: nada más sé de lo sucedido". Satisfecho el rey al oír tal respuesta, con admiración se dijo: ¡Cuan digno es éste de todo elogio por su gran virtud!
Porque: Se debe hablar con amabilidad, pero sin sentimentalismo; se debe ser héroe sin jactancia; caritativo, dando limosna a persona que la merezca, y resuelto sin ser provocador.
Tal es la virtud distintiva de los grandes hombres: en éste está toda.
A la mañana siguiente reunió el rey su corte y, habiendo relatado a sus consejeros todo lo sucedido, en prueba de afecto dio a Viravara la soberanía de Karnata. Siendo esto así, ¿por qué hemos de tener al extranjero por enemigo? En todas partes hay hombres buenos, malos y medianos [...]

(Espasa Calpe, 60)

El tema de degollar al propio hijo aparece también en un cuento recogido en el presente siglo en África, en Burkina Faso, que presenta un sorprendente parecido con la novelita de Oliveros de Castilla y con el cuento murciano:

Les deux amis [traducción más abajo]

Il y a longtemps, très longtemps, à l’époque où les animaux, les humains et les êtres de la terre parlaient le même langage, dans un village vivaient deux amis: Kpaana et Diakilo. Tous deux étaient célibataires. Kpaana avait sa fiancée dans un village lointain.
Un jour, sur décision des beaux-parents, Kpaana accompagné de son ami Diakilo, alla pour Tomoanga le village de la fiancée Podiabo. La nuit les trouva à mi-chemin et en pleine brousse. Il trouverent refuge au pied d'un grand arbre pour la nuit.
Rornpu par la fatigue, Kpaana ne tarda pas à s'endormir. Au milieu de la nuit, Diakilo qui n'arrivait pas à trouver le sommeil, entendit des voix qui venaient du sommet du grand arbre sous lequel ils étaient couchés. Diakilo vit des choses étranges, tous les jeunes arbres autour s'arrachaient et venaient se poser sur les principales branches du grand arbre qui vraisemblablement était leur chef. Effrayé, Diakilo se tint coi et prêta plus attention.
— Bonsoir chef! dit un arrivant.
— Bonsoir Diaba! répondit le grand arbre.
—Aujourd'hui vous avez reçu des étrangers?
— Oui, ils sont deux, répondit le grand arbre.
— Ils vont chercher une femme, revela Diaba.
— Ah oui!
— Mais avant qu'ils n'arrivent chez leur beau pére, l'accompagnant aura un malheur, poursuivit Diaba.
— Comment ça? s'étonna le chef.
— Quant ils seront en vue de la concession de leur futur beau-pére, l'accompagnant sera mordu par un serpent, il n'en mourra pas, mais il deviendra aveugle, sur le champ, conclut Diaba qui, de toute évidence, devait étre le chef du groupe. Sur ces mots, et au moment où retentissaient les premiers chants des oiseaux annonciateurs du lever du
jour, tous les autres arbres saluèrent leur chef et regagnèrent leurs emplacements habituels.
Diakilo resta songeur tout le reste de la nuit. Quand son ami Kpaana se réveilla, il ne fit pas cas de l'étrange conversation de la nuit. Ils reprirent leur voyage. A la nuit tombante, ils arrivèrent en vue du village de Podiabo. A quelques centaines de metres du domicile de Podiabo, Diakilo, qui précédait son ami, fut mordu par un serpent qui traversait la sente. Avant que Kpaana puisse faire un geste son ami perdit la vue. Kpaana l'aida à parvenir à la concession du beau-père. Ils demeurèrent trois jours au village de Podiabo, en dépit des soins, aucun médicament ne vint à bout de la cécité subite de Diakilo.
Au quatriéme jour, Kpaana et son ami, prirent congé de leur belle famille, accompagnés de Podiabo.
Comme à l’aller, la nuit les obligea à se refugier en même endroit, sous le même grand arbre. Diakilo et Podiabo ne tardèrent pas à sombrer dans un lourd sommeil.
Contrairement à l’aller, Kpaana qui n'arrivait pas à fermer l’oeil, se morfondait de la subite cécité de son meilleur ami. Que ne dira-t-on pas au village?
Comme aussi à l’aller, les arbres environnants arrivèrent les uns après les autres. L'arbre charlatán Diaba, après les salutations d'usage et échange de quelques points de vue sur la vie de leur société, prit la parole en premier:
— Chef, que vous avais-je dit, vos étrangers ne sont-ils pas de retour avec une femme? l'accompagnant n'est-il pas devenu aveugle?
— C'est vrai Diaba, tout ce que tu avais dit s'est réalisé, tu es toujours fort, rétorqua le chef.
— Maís le mari de la femme, s'il veut rendre la vue à son ami, il le peut, dit encore Diaba. ;
— Ah Bon! Comment va-t-il s'y prendre? demanda le chef.
— Voilá! reprit Diaba. Une fois de retour au village. La femme ne lardera pas à être en grossesse; elle enfantera d'un garçon. S'il veut alors que son ami recouvre la vue, il doit se saisir du nouveau-né qu'il égorgera; ensuite, il recueillera son sang qu'il donnera à son ami afin qu'il se lave le visage. C'est à ce seul prix que son ami pourra à
nouveau admirer la lumière du jour.
Au petit matin, les arbres quittèrent leur chef. Au réveil de ses compagnons, Kpaana ne fit pas part à son ami Diakilo des étranges paroles entendues au cours de la nuit. Le trio se remit en route.
Un an après cette randonnée memorable au village de Podiabo, la femme de Kpaana mit au monde un beau garçon.
Trompant la vigilance des vieilles, Kpaana se saisit du bébé qu'il égorgea et en recueillit le sang immédiatement avant qu'il ne se coagule. Il le remit à son ami qui s'en lava le visage sans savoir de quoi il s'agissait. Aussitôt, il recouvra la vue. Les deux amis s'étreignirent de joie. Aprés les congratulations et les jubilations, Diakilo voulut voir le nouveau-né.
C'est alors que Kpaana lui expliqua à son tour comment les choses se sont passées. Il fut très touché, et rapporta les paroles entendues lors du voyage, sous le grand arbre. Chacun mesura l'estime que l'autre avait pour lui. Même Diakilo se savait en danger et a continué pourant le voyage. Kpaana n'a pas hesité à égorger son unique fils. Podiabo qui avait commencé à haïr son époux du fait de l’infanticide finit par se réjouit car la cécité de Diakilo la chagrinait autant que son mari.
Ensemble, ils se rendirent à la case de Podiabo pour prendre la dépouille du bébé afín de l'ensevelir. Grande fut leur surprise: le bébé dont la gorge avait été tranchée était vivant et gesticulait. Tous trois s'en furet que plus heureux.

Josaphat Coulidiaty
Cuentos de la abuela Lamudi,
Contes du Burkina Faso, vol. 1, 2006

Los dos amigos

Hace mucho, mucho tiempo, en la época en que los animales, los humanos y los seres de la tierra hablaban el mismo lenguaje, en un pueblo vivían dos amigos: Kpaana y Diakilo. Los dos eran solteros. Kpaana tenía su novia en un pueblo lejano.
Un día, por deseo de sus suegros, Kpaana, acompañado de su amigo Diakilo, fue a Tomoanga, el pueblo de su novia Podiabo. La noche los sorprendió a medio camino y en plena selva. Encontraron refugio al pie de un gran árbol para pasar la noche.
Roto de fatiga, Kpaana no tardó en dormirse. A media noche Diakilo, que no llegaba a conciliar el sueño, oyó voces que venían de la cima del gran árbol bajo el cual estaban acostados. Diakilo vio cosas extrañas, todos los árboles jóvenes de alrededor se arrancaban y venían a posarse en las principales ramas del gran árbol, que aparentemente era su jefe. Asustado, Diakilo se dio un punto en la boca y prestó más atención.
- ¡Buenas noches!, dijo un recién llegado.
- ¡Buenas noches, Diaba!, respondió el gran árbol.
- ¿Hoy has recibido a unos extranjeros?
- Si, son dos, respondió el gran árbol.
- Van a buscar a una mujer, informó Diaba.
- ¡Ah, sí!
- Pero antes de que lleguen a casa de su suegro, al acompañante le ocurrirá una desgracia, prosiguió Diaba.
- ¿Cómo es eso?, se asombró el jefe.
- Cuando estén a la vista de las propiedades de su futuro suegro, el acompañante será mordido por una serpiente; no morirá, pero quedará ciego en el acto, concluyó Diaba, el cual, evidentemente, debía ser el jefe del grupo.
Tras estas palabras, y en el momento en que sonaban los primeros cantos de los pájaros anunciando el amanecer, todos los otros árboles saludaron a su jefe y volvieron a sus sitios habituales.
Diakilo quedó pensativo el resto de la noche. Cuando su amigo Kpaana se despertó, no hizo caso de la extraña conversación de la noche. Reemprendieron el viaje. Al caer la noche, llegaron a ver el pueblo de Podiabo. A varios centenares de metros del domicilio de Podiabo, Diakilo, que precedía a su amigo, fue mordido por una serpiente que atravesaba la senda. Antes de que Kpaana pudiera hacer el menor gesto, su amigo perdió la vista. Kpaana lo ayudó a llegar a la casa de su suegro. Se quedaron tres días en el pueblo de Podiabo y pese a los cuidados, ningún medicamento acabó con la ceguera súbita de Diakilo.
Al cuarto día, Kpaana y su amigo se despidieron de su familia política, acompañados por Podiabo.
Como a la ida, la noche les obligó a refugiarse en el mismo lugar, bajo el mismo gran árbol. Diakilo y Podiabo no tardaron en sumirse en un pesado sueño.
Al contrario que a la ida, Kpaana, que no lograba cerrar los ojos, se lamentaba de la súbita ceguera de su mejor amigo. ¿Qué dirían de ella en el pueblo?
También como a la ida, los árboles de alrededor llegaron unos junto a otros. El árbol charlatán Diaba, después de los saludos habituales y de cambiar algunas opiniones acerca de la vida de su comunidad, tomó la palabra el primero:
- Jefe ¿qué le había dicho?¿sus extranjeros no están de regreso con una mujer? ¿el compañero no se ha quedado ciego?
- Es verdad, Diaba, todo lo que habías dicho se ha cumplido, tú siempre aciertas, replicó el jefe.
- Pero el marido de la mujer, puede, si quiere, devolver la vista a su amigo, dijo Diaba
- ¡Bien! ¿Cómo puede hacerlo? preguntó el jefe.
- ¡De esta manera!, contestó Diaba. Una vez de regreso en el pueblo, la mujer no tardará en quedarse embarazada; dará a luz a un niño. Si quiere entonces que su amigo recobre la vista, debe tomar al recién nacido y degollarlo; enseguida recogerá su sangre y la dará a su amigo para que se lave el rostro. Solo a ese precio su amigo podrá de nuevo admirar la luz del día.
Al amanecer, los árboles dejaron a su jefe. Al despertar sus compañeros, Kppana no informó a su amigo Diakilo de las extrañas palabras oídas en el transcurso de la noche. El trío continuó su camino.
Un año después de esta excursión memorable al pueblo de Podiabo, la mujer de Kpaana puso en el mundo un hermoso niño.
Burlando la vigilancia de las viejas, Kpaana se apoderó del bebé, lo degolló y recogió su sangre inmediatamente antes de que se coagulara. Se la dio a su amigo, que se lavó el rostro sin saber de qué se trataba. Inmediatamente recuperó la vista. Los dos amigos se abrazaron con alegría. Después de las felicitaciones y el júbilo, Diakilo quiso ver al recién nacido.
Entonces Kpaana le explicó a su vez cómo habían pasado las cosas. Muy afectado, contó las palabras oídas en su viaje, bajo el gran árbol. Cada uno apreció la estima que el otro sentía por él. Diakilo se sabía en peligro y sin embargo continuó el viaje. Kpaana no dudó en degollar a su único hijo. Podiabo, que comenzó por odiar a su esposo a causa del infanticidio, acabó por alegrarse porque la ceguera de Diakilo la apenaba tanto como a su marido.
Juntos, fueron a casa de Podiabo para tomar los despojos del bebé y enterrarlo. Grande fue su sorpresa: el bebé al que se había cortado la garganta estaba vivo y se movía. Los tres fueron muy felices.

[Traducción: Carmen Hernández Valcárcel]