MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA

El cuento europeo y España

01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo".

La disciplina clericalis en Europa
 

Cuento XXIV.-El ladrón y rayo de luna

03.- DIRECTORIUM HUMANAE VITAE de Juan de Capua

Y viendo esto, rechacé los libros de medicina y vilipendio, y me propuse seguir la ley y la fe. Y cuando me convencí de ello, supe que es mejor esto que estudiar y dedicarme a la medicina. En los libros de medicina no encontré, en efecto, alusiones a la fe y a la ley, ni vi en ellos ningún camino hacia la ley, buena o mala. Entre las naciones y los pueblos del mundo unos poseyeron leyes y lenguas desde sus antepasados, otros las observan para recompensa, deleite y vana gloria de este mundo; pero todo el mundo piensa que poseen la verdad y la equidad. Quizás haya quien acepte una de esas leyes, y niegue su primer fundamento, cayendo así en el error y la estulticia; otro estará contra las leyes, siendo ello conocido por Dios y por sus santos; otro rechazará el derecho y la ley del prójimo y argumentará contra ellas. De todas formas, a mí me pareció bien investigar sobre las lenguas, gentes y dichos de los sabios, para ver qué dicen y cómo responden, y distinguir así quizás lo verdadero de lo falso, elegir lo verdadero y permanecer en ello con sencillez de corazón y bondad de obra. Y es que no me gusta a mí creer en lo que no conozco ni adherirme a lo que no entiendo. Y dedicándome a ello, pregunté, busqué y no encontré sino a autores que alababan su propia ley y vituperaban la ajena. De ahí entendí que se dejaban llevar por la pasión y con ella actuaban, y no según la justicia y la equidad, a no ser que alguno la practicara; y no encontré en ellos algo que me mostrara la justicia, para que los hombres inteligentes la puedan conocer y ésta pueda a ellos agradar. Y viendo esto, no quise seguir a ninguno de ellos, sabiendo que, si creía a alguno de ellos en un tema en el que yo era ignorante, sería yo como aquel crédulo engañado por lo que oyó:
Fue cierto ladrón una noche a robar a casa de un rico en compañía de sus compinches; subieron juntos al techo de la casa para entrar en ella. El dueño de la casa se despertó ante el ruido y calló, a sabiendas de que a aquella hora no podían ser sino ladrones. Y despertando a su esposa le dijo en voz baja: «Pienso que hay ladrones en el techo de nuestra casa. Pregúntame en voz alta, de forma que ellos puedan oír, lo siguiente: "Dime cómo y dónde conseguiste tantas riquezas"; yo no te contestaré; tú vuélvelo a preguntar varias veces hasta que te lo diga.» Lo hizo así la mujer y le preguntó como él había dicho. Él respondió: «¿Por qué preguntas esto? Puesto que Dios te ha traído tan grandes riquezas y bienes, come, goza y bebe, y no me preguntes lo que no te puedo decir, no sea que nos oiga alguien, nos conozca y nos cause daño.» Y dijo la mujer: «Por favor, dímelo, ya que nadie puede oírnos ni escuchar nuestras palabras»; y dijo el hombre: «Sábete que estas riquezas que ves y posees conmigo no las conseguí sino robando y engañando»; a lo que respondió la mujer: «¿Cómo puede ser esto, si eres bueno y justo ante mí y ante todos los que te conocen, y nunca ha habido nadie que sospechara que eres malo?»; a ello respondió el hombre: «Lo hacía con sabiduría e inteligencia, y llevaba a cabo mis acciones cauta y furtivamente, para que nadie se diera cuenta»; dijo la mujer: «¿Cómo lo hacías?»; dijo él: «Iba en noches de luna llena, subía al tejado de la casa donde intentaba robar, y acercándome a la ventana por donde entraban los rayos de la luna, decía siete veces el siguiente conjuro: Sulem, sulem [soulam o choulam= sésamo]; después, me abrazaba al rayo de la luna y descendía sin daño a la casa; y cuando estaba abajo, me colocaba frente a la luna y de nuevo repetía siete veces el conjuro sulem, sulem, y se me descubrían todos los bienes y tesoros de la casa; y cogiendo los que quería, me abrazaba de nuevo al rayo de la luna y subía, ileso y sin ruido, llevándome las riquezas.» Al oír los ladrones esto, se alegraron mucho y dijeron: «Ya hemos descubierto lo que para nosotros es mejor que todos los tesoros de oro y plata y que todas las riquezas que podamos encontrar en esta casa; hemos encontrado, en efecto, la ciencia que nos quitará toda duda y temor; estaremos seguros con este cuidado.» Y esperando un rato hasta que pensaron que el dueño y su esposa dormían, se levantó el primero de ellos y subiendo por la ventana, por la que entraban los rayos de la luna, pronunció el conjuro diciendo siete veces sulem, sulem; y abrazándose al rayo de la luna, pensando que descendería con él, cayó de bruces al suelo. Y levantándose el dueño, le golpeó sobremanera dicíéndole: «¿A qué has venido?, ¿quién eres tú?»; y él respondió: «Yo soy un crédulo que he sido engañado porque creí lo que oí, antes de comprobarlo; merezco todo lo que me estás haciendo, porque creí en tus palabras y me engañaste con ellas.»
Y sucedió que, como tenía miedo de dar crédito a algo que me perjudicara, decidí estudiar las leyes y elegir las mejores; y no encontré en lo que se me decía nada que se adueñara de mi mente, en lo cual pudiera creer y a lo cual pudiera adherirme. Lejos de mí, dije, puesto que no he encontrado en ellas nada en que apoyarme; para mí será lo mejor permanecer en la ley de mis padres. Pero no encontré el camino para permanecer en ella; y me dije: «Si digo que permanezco en ella por esto o por aquello, será grande aquel que considerando a sus padres como magos le sigue, aun siendo reprendido por los demás.» Y me acordaba de aquel que tenía malas costumbres en la comida y era criticado por los demás; él respondía diciendo: «Así comían mis padres y los padres de mis padres.» Y puesto que no encontré motivo para permanecer en la ley de mis padres, quise de nuevo investigar en las lenguas y en las leyes y conocer su verdad.


(Directorium humanae vitae. Juan de Capua
en Fábulas latinas medievales. Ed. E. Sánchez Salor, AKAL, 92, págs. 46-7)