03.- DIRECTORIUM HUMANAE VITAE de Juan
de Capua
Y viendo esto, rechacé los libros de medicina
y vilipendio, y me propuse seguir la ley y la fe. Y cuando me
convencí de ello, supe que es mejor esto que estudiar y
dedicarme a la medicina. En los libros de medicina no encontré,
en efecto, alusiones a la fe y a la ley, ni vi en ellos ningún
camino hacia la ley, buena o mala. Entre las naciones y los pueblos
del mundo unos poseyeron leyes y lenguas desde sus antepasados,
otros las observan para recompensa, deleite y vana gloria de este
mundo; pero todo el mundo piensa que poseen la verdad y la equidad.
Quizás haya quien acepte una de esas leyes, y niegue su
primer fundamento, cayendo así en el error y la estulticia;
otro estará contra las leyes, siendo ello conocido por
Dios y por sus santos; otro rechazará el derecho y la ley
del prójimo y argumentará contra ellas. De todas
formas, a mí me pareció bien investigar sobre las
lenguas, gentes y dichos de los sabios, para ver qué dicen
y cómo responden, y distinguir así quizás
lo verdadero de lo falso, elegir lo verdadero y permanecer en
ello con sencillez de corazón y bondad de obra. Y es que
no me gusta a mí creer en lo que no conozco ni adherirme
a lo que no entiendo. Y dedicándome a ello, pregunté,
busqué y no encontré sino a autores que alababan
su propia ley y vituperaban la ajena. De ahí entendí
que se dejaban llevar por la pasión y con ella actuaban,
y no según la justicia y la equidad, a no ser que alguno
la practicara; y no encontré en ellos algo que me mostrara
la justicia, para que los hombres inteligentes la puedan conocer
y ésta pueda a ellos agradar. Y viendo esto, no quise seguir
a ninguno de ellos, sabiendo que, si creía a alguno de
ellos en un tema en el que yo era ignorante, sería yo como
aquel crédulo engañado por lo que oyó:
Fue cierto ladrón una noche a robar a casa de un rico en
compañía de sus compinches; subieron juntos al techo
de la casa para entrar en ella. El dueño de la casa se
despertó ante el ruido y calló, a sabiendas de que
a aquella hora no podían ser sino ladrones. Y despertando
a su esposa le dijo en voz baja: «Pienso que hay ladrones
en el techo de nuestra casa. Pregúntame en voz alta, de
forma que ellos puedan oír, lo siguiente: "Dime cómo
y dónde conseguiste tantas riquezas"; yo no te contestaré;
tú vuélvelo a preguntar varias veces hasta que te
lo diga.» Lo hizo así la mujer y le preguntó
como él había dicho. Él respondió:
«¿Por qué preguntas esto? Puesto que Dios
te ha traído tan grandes riquezas y bienes, come, goza
y bebe, y no me preguntes lo que no te puedo decir, no sea que
nos oiga alguien, nos conozca y nos cause daño.»
Y dijo la mujer: «Por favor, dímelo, ya que nadie
puede oírnos ni escuchar nuestras palabras»; y dijo
el hombre: «Sábete que estas riquezas que ves y posees
conmigo no las conseguí sino robando y engañando»;
a lo que respondió la mujer: «¿Cómo
puede ser esto, si eres bueno y justo ante mí y ante todos
los que te conocen, y nunca ha habido nadie que sospechara que
eres malo?»; a ello respondió el hombre: «Lo
hacía con sabiduría e inteligencia, y llevaba a
cabo mis acciones cauta y furtivamente, para que nadie se diera
cuenta»; dijo la mujer: «¿Cómo lo hacías?»;
dijo él: «Iba en noches de luna llena, subía
al tejado de la casa donde intentaba robar, y acercándome
a la ventana por donde entraban los rayos de la luna, decía
siete veces el siguiente conjuro: Sulem, sulem [soulam
o choulam= sésamo]; después, me abrazaba al rayo
de la luna y descendía sin daño a la casa; y cuando
estaba abajo, me colocaba frente a la luna y de nuevo repetía
siete veces el conjuro sulem, sulem, y se me descubrían
todos los bienes y tesoros de la casa; y cogiendo los que quería,
me abrazaba de nuevo al rayo de la luna y subía, ileso
y sin ruido, llevándome las riquezas.» Al oír
los ladrones esto, se alegraron mucho y dijeron: «Ya hemos
descubierto lo que para nosotros es mejor que todos los tesoros
de oro y plata y que todas las riquezas que podamos encontrar
en esta casa; hemos encontrado, en efecto, la ciencia que nos
quitará toda duda y temor; estaremos seguros con este cuidado.»
Y esperando un rato hasta que pensaron que el dueño y su
esposa dormían, se levantó el primero de ellos y
subiendo por la ventana, por la que entraban los rayos de la luna,
pronunció el conjuro diciendo siete veces sulem, sulem;
y abrazándose al rayo de la luna, pensando que descendería
con él, cayó de bruces al suelo. Y levantándose
el dueño, le golpeó sobremanera dicíéndole:
«¿A qué has venido?, ¿quién
eres tú?»; y él respondió: «Yo
soy un crédulo que he sido engañado porque creí
lo que oí, antes de comprobarlo; merezco todo lo que me
estás haciendo, porque creí en tus palabras y me
engañaste con ellas.»
Y sucedió que, como tenía miedo de dar crédito
a algo que me perjudicara, decidí estudiar las leyes y
elegir las mejores; y no encontré en lo que se me decía
nada que se adueñara de mi mente, en lo cual pudiera creer
y a lo cual pudiera adherirme. Lejos de mí, dije, puesto
que no he encontrado en ellas nada en que apoyarme; para mí
será lo mejor permanecer en la ley de mis padres. Pero
no encontré el camino para permanecer en ella; y me dije:
«Si digo que permanezco en ella por esto o por aquello,
será grande aquel que considerando a sus padres como magos
le sigue, aun siendo reprendido por los demás.» Y
me acordaba de aquel que tenía malas costumbres en la comida
y era criticado por los demás; él respondía
diciendo: «Así comían mis padres y los padres
de mis padres.» Y puesto que no encontré motivo para
permanecer en la ley de mis padres, quise de nuevo investigar
en las lenguas y en las leyes y conocer su verdad.
(Directorium humanae vitae. Juan de Capua
en Fábulas latinas medievales. Ed. E. Sánchez
Salor, AKAL, 92, págs. 46-7)