04.- GESTA ROMANORUM
CAP. 167.- SOBRE LA OBLIGACIÓN
DE ESCUCHAR EL BUEN CONSEJO
Un cazador capturó una
avecilla de nombre ruiseñor y, cuando se disponía
a matarla, el ruiseñor obtuvo la facultad de hablar y le
dijo: «¿Qué vas a ganar, hombre, con matarme?,
pues no conseguirás llenar tu barriga conmigo; en cambio,
si me sueltas, te daré tres consejos y, si los cumples,
podrás sacar gran provecho de ello». El cazador,
asombrado del parlamento del ruiseñor, prometió
que lo dejaría libre si le descubría esos tres consejos
tan ventajosos. «Escucha, pues», dijo el ruiseñor.
«El primero es: "Nunca te empeñes en conseguir
lo que no puede ser alcanzado". Escucha el segundo: "Nunca
sientas pena por una cosa perdida e irrecuperable". Escucha
el tercero: "Nunca des crédito a una palabra no creíble".
Observa estos tres consejos y te irá bien». El cazador,
en efecto, le dejó libre como había prometido. El
ruiseñor, pues, voló libre por el cielo cantando
dulcemente, pero terminado el canto, le dijo: «¡Ay
de ti, hombre!, eres un desgraciado, pues has tenido una mala
idea que te ha hecho perder un gran tesoro, porque hay en mi vientre
una margarita, que supera el tamaño de un huevo».
El cazador, al oírlo, se entristeció mucho porque
lo había dejado marchar. Tendió su red e intentó
cazarlo de nuevo, diciéndole: «Ven a mi casa y te
cuidaré con sumo esmero y te alimentaré con mis
propias manos y te dejaré volar a tu voluntad». «Ahora
veo con certeza que eres un necio», contestó el ruiseñor,
«pues de los tres consejos que te confié no has cumplido
ninguno; sientes pena por una cosa perdida e irrecuperable, puesto
que no eres capaz de cazarme a pesar de que lo has intentado con
tu red; creíste que había una gema en mis entrañas
cuando yo, toda entera, no soy capaz de alcanzar las dimensiones
de un huevo. Eres un necio y vivirás siempre en tu necedad».
Entonces se alejó volando. El hombre, sin embargo, dolorido
y triste regresó a su casa y no volvió a ver al
ruiseñor.
Moralización
Queridísimos, éste puede ser considerado cualquier
buen cristiano que fue lavado en el bautismo de la mancha del
pecado original; en el bautismo recibió flechas puntiagudas,
es decir, las virtudes contra el diablo, el mundo y la carne.
Recibió un ruiseñor, es decir, a Nuestro Señor
Jesucristo, cuando renunció al diablo y a todas sus pompas.
Y Nuestro Señor cantó dulcemente cuando dirigió
su oración al Padre Celestial en favor del género
humano; sin embargo, el miserable pecador pensó matar a
este ruiseñor, es decir a Nuestro Señor Jesucristo,
cada vez que pensó cometer un pecado mortal, como dice
el apóstol: «De nuevo ponen todo su empeño
en crucificar al Hijo de Dios». Pero prestad atención
con toda diligencia, pues Dios te dio tres mandatos y, si el hombre
los guarda con atención, podrá alcanzar un gran
provecho, etc. Este rey es la Trinidad, en la que hay tres personas
y un solo Dios, cosa que nunca podremos entender mientras estemos
en este cuerpo mortal, según lo que dice el apóstol:
«Ahora vemos en enigma, después veremos según
es». Y la fe no tiene mérito si la razón humana
se apoya en la experiencia. Del mismo modo, el Salvador respondió
en el evangelio a una mujer que preguntaba: «Di que estos
dos hijos míos se sienten, etc.». Respondió
el Salvador: «No sabes lo que pides». Algo por el
estilo decía Pedro, a quien le preguntaba sobre la consumación
de los siglos, etc. Dijo: «No es competencia vuestra conocer
los tiempos o el momento, etc.». Mirad, éstos se
quedaban admirados de entender aquello que no pudieron conseguir.
Otra interpretación
De otro modo, este ejemplo puede ser aplicado a todos aquellos
que sienten inclinación por los honores y las riquezas.
Ejemplo de Lucifer, que apeteció una cosa que le era imposible
conseguir, cuando decía: «Ascenderé hasta
el tercer cielo». ¿Qué sigue, por tanto, después?
Cayó en el infierno. Lo mismo puede decirse de nuestro
primer padre, que quiso ser Dios comiendo una manzana; por ello
fue expulsado del paraíso y encontró la muerte para
él y para todos nosotros. Os aconsejo, por tanto, que vosotros,
ricos y poderosos del mundo, no intentéis conseguir lo
que no debe ser conseguido, como son los bienes temporales y los
honores del siglo, pues nunca podrán ser alcanzados de
verdad sin daño para el alma, según dice el apóstol:
«El que quiera hacerse rico, caerá en los lazos del
diablo». Y, aunque obtuvieses cosas buenas, serás
defraudado cuando más esperanzado estés por disfrutar
de ellas. Ejemplo de aquel rico que decía: «Destruiré
mis graneros». Y la misma noche cayó muerto. El segundo
mandato es: «No sentirás dolor por una cosa perdida
e irrecuperable». Queridísimos, debéis saber
que por cosa perdida debemos entender la salud, del cuerpo o las
riquezas que Dios quita a quien ama, de acuerdo con aquello: «Flagela
a todo hijo a quien quiere». Pero cuando algunos se vuelven
ciegos, cojos o privados de algún otro miembro o les son
robadas sus riquezas, sienten un dolor superior a lo que es posible
creer y no dan gracias a Dios, como Esaú, que sentía
gran dolor por haber perdido la bendición del padre y,
sin embargo, no pudo conseguirla. El tercer mandato es: «No
deposites tu confianza en una palabra falta de crédito».
Muchos han sido engañados, queridísimos, con esta
palabra por el diablo, el mundo y la carne. El diablo sugiere
muchas cosas y promete cosas falsas que son increíbles,
como ocurrió con nuestro primer padre, que dio crédito
al diablo, cuando dijo: «Si coméis del árbol,
seréis como dioses». Creyó y fue engañado,
y por eso fue expulsado del paraíso. La promesa del diablo
era increíble por dos razones; en primer lugar, porque
era mentira; en segundo, porque Dios le avisó con antelación:
«En cualquier hora en que comáis del árbol,
moriréis». Sin embargo, todavía ahora algunos
creen en el diablo, en el mundo y en la carne, pues al punto los
siguen y consienten en el pecado y dicen: «El huevo es tan
precioso, etc.». Por el huevo se entiende el mundo, que
es redondo. El mundo dice al hombre: «Es bueno disfrutar
del mundo en la juventud, pues, aunque lo hagamos y caigamos en
el pecado, todavía es mayor la disposición de Dios,
es decir, la misericordia divina, que nuestra miseria».
Contra tales dice el Salmista: «No te apiades de todos los
que obran iniquidad». Esforcémonos, pues...
(AKAL, 04)