01.- Pedro Alfonso,
el primer español autor de cuentos "europeo".
La disciplina
clericalis en Europa
Cuento XXII.- El rústico y la avecilla
CLXXX.- SAN BARLAAM Y JOSAFAT
[...]y, después de disertar ampliamente sobre estas y otras
cuestiones, pasó a explicarle el error en que vivían
quienes daban culto a los ídolos, a demostrarle la necedad
de semejantes adoraciones, y a propósito de esto púsole
el siguiente ejemplo: un arquero tenía en su casa uno de esos
pajarillos que llaman ruiseñores; cierto día decidió
matarlo; mas cuando se disponía a retorcerle el cuello, el
ruiseñor habló y le dijo: «¡Hombre, espera
un momento! ¿Qué ganas con matarme? Soy tan poquita
cosa que aunque me comas tu vientre no se llenará: en cambio,
si permites que siga viviendo, te daré tres consejos que serán
para ti muy útiles si los llevas a la práctica».
Atónito quedó el arquero al oír hablar al ruiseñor,
y cuando se repuso de su sorpresa dijo al pajarillo: «Te prometo
que no te mataré si me das esos consejos a que acabas de referirte»
«Pues helos aquí —repuso el ruiseñor—
toma buena nota de ellos. No acometas jamás empresas imposibles,
no te apenes por la pérdida de cosa alguna irreparable, y,
finalmente, no des crédito a afirmaciones increíbles.
Si procuras tener en cuenta estas consignas, tus asuntos marcharán
bien.» Fiel a la promesa hecha, el arquero desistió de
matar al pajarillo, al que dio suelta y permitió que volara
libremente. El ruiseñor, en cuanto se vio libre de la mano
de su dueño emprendió un raudo vuelo, e instantes después,
desde el aire, dijo al arquero: «¡Qué infeliz eres!
¡Te has dejado engañar! Por haberme hecho caso acabas
de perder un gran tesoro; hágote saber que llevo en mis entrañas
una margarita de mayor tamaño que un huevo de avestruz».
Oído esto, el arquero, profundamente contrariado, trató
de recuperar al fugitivo pájaro y hablando con él le
decía: «Vuelve a mi casa y te trataré muy bien,
y, más adelante, si prefieres que te deje en libertad, te abriré
la puerta de la para que salgas de ella con todos los honores».
El ruiseñor desde la altura le respondió: «¿Cómo
me propones que vuelva a la jaula si acabas de demostrarme que eres
un necio y que no has hecho el menor caso de los tres consejos que
te di? Voy a probarte que no has hecho caso alguno de mi consejos:
ahora mismo estás pesaroso por haber perdido algo tan irrecuperable
como yo; pretendes capturarme, empresa imposible para ti, porque tú
no puedes volar para correr en pos de mí y darme alcance; y
has creído que tengo en mis entrañas una margarita mayor
que un huevo de avestruz, cosa a todas luces increíble, puesto
que todo mi cuerpo es más pequeño que uno de esos huevos».
Hasta aquí señor, llega la narración del ejemplo.
Vamos a sacar algunas de sus moralejas.
Quienes confían en los ídolos no son menos necios que
el arquero del precedente cuento, puesto que rinden adoración
a unas estatuas que ellos mismos han confeccionado, y consideran como
custodios y protectores suyos a unos objetos que no solo no protegen
nada sino que necesitan ser protegidos por sus presuntos custodiados.
(Alianza Forma, 82. Tomo 2, CLXXX, pág. 794)