02.- LIBRO DEL CABALLERO ZIFAR
Ilustración del cuento en el manuscrito
de París
CASTIGOS DEL REY DE MENTÓN
De cómo dixo el
físico al cavallero que pasase mientes, que más
amargas eran las penas del infierno que las melezinas que él
dava.
“[...]Cavallero –dixo
el físico-, para mientes que muy amargas son las penas
del infierno que esta melezina por aventura si la podrás
sufrir; pero la buena andança pocos son los que la saben
bien sofrir e la mala sí, ca la sufren amidos, maguer non
quieran. Onde, pues buen consejo non quieres tomar, miedo he que
habrás a tomar mal consejo, de que te fallarás mal.
E conteçerte ha como contesçíó a un
caçador que tomava aves con sus redes.” “-¿E
cómo fue eso?” –dixo el rey.
De cómo andava
un caçador por el canpo armando sus redes e llamando las
aves con sus dulçes cantos para tomar la calandria.
Dize el cuento que un caçador
fue a caça con sus redes e tomó una calandria e
non más, e tornóse para su casa e metió mano
a un cuchiello para la degollar e comerla. E la calandria le dixo:
-¡Ay, amigo! ¡Que grant pecado fazes en me matar!
¿E non vees que te non puedes fartar de mí, ca só
muy pequeña vianda para tamaño cuerpo como el tuyo?
E por ende, tengo que farías mejor en me dar de mano e
dexarme bevir, e darte he ya tres consejos buenos de que te puedes
aprovechar, si bien quisieres usar de ellos.
-Çertas –dixo el caçador-, mucho me plaze,
e si un buen consejo me dieres, yo te dexaré e darte he
de mano.
-Pues dóte el primer consejo –dixo la calandria-:que
non creas a ninguno aquello que vieres e entendieres que non puede
ser. El segundo, que te non trabajes en pos la cosa perdida, si
entendieres que non puede ser. El tercero, que non acometas cosa
que entiendas que non puedas acabar. E estos tres consejos semejantes
uno de otro te dó, pues uno me demandaste.
-Çertas –dixo el caçador-, buenos tres consejos
me has dado.
E soltó la calandria e dióle de mano. E la calandria
andando bolando sobre la casa del caçador, fasta que vio
que iva a caça con sus redes, e allá fue bolando
en derecho de él por el aire, parando mientes si se acordaría
de los consejos que le diera, e si usaría de ellos. E andando
el caçador por el canpo armando sus redes, llamando las
aves con sus dulçes cantos, dixo la calandria que andava
en el aire:
-¡O mesquino! ¡Cómo fueste engañado
de mí!
-¿E quién eres tú? –dixo el caçador.
-Yo só la calandria que diste oy de mano por los consejos
que te yo di.
-Non fui engañado, segunt yo cuido –dixo el caçador-,
ca buenos consejos me diste.
-Verdat es –dixo la calandria-, si bien los aprendiste.
-Pero –dixo el caçador a la calandria- dime en qué
fui engañado de ti.
-Yo te lo diré –dixo la calandria-: si tú
sopieras la piedra preçiosa que tengo en el vientre, que
es más grande que un huevo de estrús, çierta
só non me dieras de mano, ca fueras rico para siempre jamás
si me la tomaras, e yo perdiera la fuerça para acabar lo
que quisieses.
El caçador quando lo oyó, fincó muy triste
e muy cuitado, cuidando que era así como la calandria dezía,
e andava en pos ella por engañarla otra vegada con sus
dulçes cantos. E la calandria, como era escarmentada, guardávase
de él e non quería desçender del aire; e
díxole:
-¡O loco, qué mal aprendiste los consejos que te
di!
-Çertas –dixo el caçador-, bien me acuerdo
de ellos.
-Puede ser –dixo la calandria-, mas non los aprendiste bien;
e si los aprendiste, non sabes obrar de ellos.
-¿E cómo non? –dixo el caçador.
-Tú sabes –dixo la calandria- que dixe al primero
consejo que non quisieres creer a ninguno lo que vieses e entendieses
que non podría ser.
-Verdat es –dixo el caçador.
-¿Pues cómo –dixo la calandria- as tu a creer
que en tan pequeño cuerpo como el mío pudiese caber
tan grant piedra como el huevo de ostrús? Bien devías
entender que non es cosa de creer. El segundo consejo te dixe
que non trabajases en la cosa perdida si entendieses que [non]
la podieses cobrar.
-Verdat es –dixo el caçador.
-¿Pues por qué te trabajas –dixo la calandria-
en cuidar que me podrás prender otra vez en tus lazos con
tus dulçes cantos? ¿E non sabes que de los escarmentados
se fazen los arteros? Çertas, bien devías entender
que, pues una vegada escapé de tus manos, que me guardaré
de meterme en tu poder; e grant derecho sería que me matases
como quisiste fazer la otra vegada, si me de ti non guardase.
E en el terçero consejo te dixe que non acometieses cosa
que entendieses que non podieses acabar.
-Verdat es –dixo el caçador.
-E pues tu vees –dixo la calandria- que yo ando bolando
por do quiero en el aire, que tú non puedes sobir a mí
nin as poder de lo fazer, ca non lo as por natura, e non devías
acometer de ir en pos de mí, pues non puedes bolar así
como yo.
-Çertas –dixo el caçador-, yo non folgaré
fasta que te tome por arte o por fuerça.
-Sobervia dizes –dixo la calandria-, e guárdate,
ca Dios de alto faze caer los sobervios.
E el caçador pensando en cómo podría bolar
para tomar la calandria, tomó sus redes e fuese para la
villa. E falló un trasechador que estava trasechando ante
muy grant gente; e díxole:
-Tú, trasechador, que muestras uno por al, e fazes creer
a los omes lo que non es, ¿poderme ías fazer que
semajase ave e podiese bolar?
-Sí podría –dixo el trasechador-: toma las
péñolas de las aves e pégalas a ti con çera
e finche de péñolas todo el cuerpo e las piernas
fasta en la uñas; e sube a una torre alta e salta de la
torre e ayúdate de las péñolas quanto podieres.
E el caçador fízolo así. E quando saltó
de la torre cuidando bolar, non pudo nin sopo, ca non era de su
natura, e cayó en tierra e quebró e murió.
E grant derecho era, ca non quiso creer el buen consejo que le
davan; él crovo el mal consejo que non podía ser
por razón de natura.
E el rey quando oyó esto, tobo que el
físico le dava buen consejo e tomó su castigo [...]
(Ed. J. González Muela. Castalia. 82)