MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA

El cuento europeo y España

01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo".

La disciplina clericalis en Europa
 

Cuento XIX.- Los dos burgueses y el rústico

02.- HECATOMMITTI de Cinthio

DÉCADA PRIMERA DE LAS CIEN NOVELAS, EN QUE SOLAMENTE SE TRATA DE LO QUE A LOS INTERLOCUTORES LES AGRADA.

NOVELA III.
Argumento.
Tres hombres tienen solo un pan que comer y cada uno le pretende, quítanse de contienda con decir que le lleve el que soñare mejor sueño, queda así el concierto y duermen, pero viene a ser que el uno deja a los dos burlados.

Abominaron extrañamente las honestas damas la maldad y desvergüenza de madona Juana, y pesóles mucho que no llevase de mano del marido la justa pena de su infame culpa. Mas a los galanes dio gusto ver que tan astutamente se hubiese librado del peligro a que tan cercana estuvo, y afirmaron algunos ser verdad lo que comúnmente se dice, que las mujeres saben un punto más que el diablo. Horacia entonces, a quien por ser tercera en las suertes tocaba la tercera novela, dijo:
-Muriera Máximo si no dijera mal de mujeres, pero no me espanto que lo haga pues es propia condición suya y no está en sí ni parece que vive sino cuando las apoca, las menosprecia y las trae debajo.
-¿Pues dónde puedo yo estar mejor -respondió él-, que sobre ellas? principalmente cuando, como vos, son hermosas.
-También me maravillara, -replicó ella-, si pudiera decir palabra que no la echárades a mala parte, a fe que sois más malicioso que yo pensaba. Y no sé quien me impide (pues llega ahora mi novela) que no muestre en ella cuán poca fe tienen los hombres con las mujeres, y que a esta causa no es maravilla que ellas quieran pagarlos en la mesma moneda. Pero no quiero tratar de cosas tan infames y aborrecibles, sino dejado esto aparte mostraros, mediante un breve y verdadero exemplo, cómo muchas veces la profunda ciencia y sabiduría de algunos queda aniquilada y vencida de una agudeza y natural discreción de otros, que sin haber leído ni estudiado saben todo aquello que les conviene. Y puesto que en parte parecerá lo que oiréis más alto sujeto que al bajo ingenio de una mujer pertenece, no por eso dejaré de contarlo de la mesma suerte que me lo contó a mi uno de los que en la novela se introducen, estando en casa del señor Colones de donde habemos partido.

Después de otras miserias de que se vio cercada la insigne ciudad que habemos desamparado, le sobrevino la falta irremediable de bastimentos que todos sabemos, pues dichoso podía llamarse el romano que tenía, no lo necesario para satisfacer la hambre, sino lo forzoso para sustentar la vida. Porque la multitud perversa de los enemigos soldados había de modo consumido todas las cosas al vivir humano pertenecientes que nada proprio tenían, y así esperaban para sustentarse lo que movidos de solo interés y cudicia acarreaba la gente forastera; lo cual todo, o por dineros o por fuerza, lo tomaban para sí los contrarios. Sucedió, pues, que en el mayor rigor desta desventura estaban juntos en una casa tres hombres nobles, el uno filósofo, el otro astrólogo y el otro soldado, los cuales hallaron en ella tanta cantidad de harina cuanta bastó para hacer un pan tan pequeño que pudo cocerse en la ceniza: y pareciéndoles, por estar todos tres fatigados de la hambre, que no era bastante aquella comida para solo uno, cuanto más para todos, determinaron que uno solo le comiese, pues partido entre los tres sería de ningún provecho. Mas aunque en eso convinieron, levantóse nueva discordia sobre quién había de ser el que de todo el pan gozase. Porque el filósofo alegaba que de razón se debía a él como al más noble, por saber como sabía todas las causas y efectos de la naturaleza. También el astrólogo, que en nada se estimaba por menor que él, dijo:
-Si la nobleza nace del saber, a mí se me debe dar y no al filósofo, porque él apenas llega al conocimiento de las cosas que están debajo de la luna, de su naturaleza mudables, inconstantes y perecederas, y yo penetro los cielos, y me voy de uno en otro por mi gusto, teniendo conocimiento de las cosas eternas, que son siempre unas mesmas, cuyo perfecto ser no se muda ni está sujeto a las continuas mudanzas del tiempo.
El soldado que oyó a los dos hablar de cosas tan altas y excelentes, dijo entre sí:
-Si este negocio ha de ir por esta vía, sin ninguna duda puedo dar por ninguno el derecho que a él tengo y me pertenece.
Pero con todo, aunque no se conocía apto ni suficiente para vencerles con razones a entrambos, no por eso quiso tampoco dejar de proseguir adelante con la empresa, antes en la forma que le dictó su natural discurso, comenzó a decir desta suerte.
-Yo, señores, sé muy cierto de mí que no sabré oponerme con argumentos ni razones a las vuestras, para probar con ellas mi nobleza, la cual en nada es menor que la vuestra, puesto que haya usado más tiempo el ejercicio de las armas que el revolver los libros de las ciencias en que vosotros sois maestros. Lo que sé decir es que las letras no servirían de nada si no hubiese armas que defendiesen a los que las profesáis de las injurias que os harían los enemigos si por temor nuestro no lo dejasen. Nosotros somos los que os damos tiempo y espacio para las contemplaciones y os hacemos en ellas vivir quietos: somos también aquellos por cuyo valor las leyes y la vida civil y política se conserva y mantiene, y continuamente es de nosotros sustentado cuanto hay de honesto y provechoso entre los hombres. Lo cual todo si como es razón se considera, juzgaréis sin falta que soy de tanta más excelencia y valor que entrambos, cuanto el conservar se levanta y sobrepuja a todo aquello que sin el conservador vendría a resolverse en nada.
Habiendo, pues, llegado a tales términos la contienda, y teniéndose cada uno por más digno del premio, no se ponía fin a la diferencia ni medio a la hambre que a todos tres molestaba. A cuya causa el soldado, que de agudo ingenio era, y como más mozo que los dos tenía mucha más gana de comer, dijo:
-Ya señores, como veis, las lucientes estrellas salen a hermosear el cielo y el pan aún no está cocido; a mí me parece (y entiendo que seguiréis mi parecer en esto) que lo pongamos a cocer en el fuego y nos echemos a dormir todos, y aquel se le lleve en despertando a quien el cielo hubiere concedido que sueñe mejor sueño.
Riéronse entre sí el filósofo y el astrólogo de lo que el soldado propuso, teniéndole por ignorante por ver que cautelosamente había propuesto aquello, casi asegurándose de poder fingir tal sueño que se adelantase en bondad a los suyos. Concedieron con él muy de buena gana: y teniendo los dos por cierto que el uno dellos había de llevarse el premio, comenzaron todos a fingir que dormían aunque en varios aposentos, y en levantándose, uno y otro de los dos letrados fingió haber soñado durmiendo las más extrañas cosas que jamás se oyeron. Porque el filósofo dijo haber visto en visión al maestro de la Naturaleza sacar fuera de la confusa masa que llamamos Caos (por estar allí la mezcla de todas las cosas que habían de criarse) con maravilloso orden y artificio todo aquello que en él estaba confuso, y dar a las cosas simples sus cualidades, junto con los determinados lugares y asientos. Y que puesto que hubiese visto cuatro simples cuerpos, conviene a saber, fuego, aire, tierra y agua, entre sí discordes y de contraria naturaleza, no obstante eso, los vido luego disponer de suerte para la creación de cuanto había de producirse, que en la generación de las cosas se concordaban amigablemente. Y habiéndoles contado en particular la creación de las cosas inanimadas, vino a tratar de las sustancias animadas y dijo que vio formar algunas insensibles y sin movimiento de lugar a lugar que natural les fuese; otras sensibles mas de poca virtud y poco diferentes de las hierbas y plantas; y otros animales perfectos que eran movibles y sensibles. Y de aquí fue discurriendo por todos sus efectos y naturalezas hasta que llegó al hombre. Y entonces dijo haber visto cómo el hacedor eterno le dio espíritu e intelecto divino, y no solo le hizo señor de lo que había criado pero le concedió potestad para poderse hacer (mediante la lumbre de la razón) poco menos que divino, dándole asimismo autoridad para formar y establecer leyes y ordenanzas con que no solo él a sí propio se rigiese sino con que también gobernase los pueblos y familias, enseñándoles el modo de vivir loablemente, de ganar sempiterno honor viviendo entre nosotros y en el cielo (libres de la prisión terrena) eterna y felicísima vida entre los bienaventurados.
Después que atentamente hubo oído el soldado estas y otras maravillas que acerca de la naturaleza de las cosas contó el filósofo, las cuales por evitar prolijidad no refiero, dijo:
-No sé ahora, señor, si el astrólogo podrá tanto que se aventaje y os gane la joya: pero sé decir que es admirable vuestro sueño y que según me parece la mesma naturaleza mientras dormíades os hizo entera muestra de todos sus secretos.
Esto dicho, se puso con atención a oír lo que el astrólogo diría: el cual en viendo que le esperaban, comenzó de esta suerte:
-Tanto sospecho que ha de parecer mejor mi sueño que el del filósofo cuanto el discurrir por las cosas celestiales trae consigo mayor nobleza y excelencia que el dar noticia de las naturales que son de suyo corruptibles, si no en todo, al menos en los particulares, que esotras son incorruptibles y eternas.
Aquí dijo luego que había caminado desde la tierra a la Esfera del agua y después a la del aire y que pasada la del fuego llegó al cerco de la Luna el cual, como es el primero de los cuerpos celestes subiendo hacia arriba, es el último de todos bajando desde el estrellado a él, donde vido obscurísima la Luna, tanto que para dar luz la recebía del sol prestada; y que según está más lejos o más cerca de la luz que se le comunica, así la vio mostrarse a un tiempo llena, a otro media, a otro semicircular. Pasó desde allí al cielo de Mercurio, luego al de Venus y de aquel a la Esfera del Sol, el cual le pareció que era, no el ojo del mundo, sino el corazón del cielo y la verdadera fuente de la luz, a quien dijo que vio discurrir y caminar en vía oblicua por doce mostruosos Signos, para hacernos a nosotros la revolución del año. Prosiguió diciendo haber desde allí pasado donde tiene su asiento Marte, estrella furiosa, siendo la de Júpiter que más arriba estaba, afable y benigna: y luego de haber subido a la tarda estrella de Saturno, de suyo triste y melancólica, y desde ésta a la octava Esfera a quien llaman primer móvil, que contiene en sí todas las otras, y no hallando otras sobre ésta, vido ser vana la opinión de aquellos que sin la octava quieren que haya otra que en lo tocante a los movimientos haga lo mesmo que ella hace. La cual vido adornada de estrellas muy lucientes, fijas y estables, y no vagas y errantes como las siete primeras. Y añadió a esto haberla visto caminar en espacio de veinticuatro horas, con movimiento velocísimo, desde el Oriente al Occidente: y que, aunque las otras con movimiento contrario caminaban y eran tardas en rematar su curso, no obstante eso las traía consigo el octavo cielo del Oriente al Ocaso. Diciendo ser esto causa que aunque el Sol no cumpla su curso sino en espacio de un año entero, y la Luna de un mes, y los demás Planetas según su tiempo, sean arrebatados todos juntos conforme al movimiento del octavo cielo y el Sol cada día nos nazca a nosotros y por el semejante nos falte, y nazca y falte igualmente a los que habitan el otro Polo. Y que de la contrariedad de estos celestes movimientos, había sentido nacer un son lleno de tanta suavidad y armonía que sería imposible oírse otro como él entre nosotros, aunque pusiesen toda su industria, ayudada de voces e instrumentos, todos los hombres del mundo. Y dijo más, que mirando la tierra desde la altura de aquel cielo que a los otros con arrebatado curso mueve, casi tuvo vergüenza de haber nacido en ella, viendo que era como un pequeño punto en respecto de las demás Esferas. Y así se maravillaba de que los mortales por tan poca cosa tuviesen no solo pleitos y contiendas sino fieras y sangrientas batallas, pues toda la circunferencia de ella le parecía desde allá menor que un grano de mijo. A cuya causa, preguntando allá arriba por qué razón a los de acá abajo les parece tan grande la tierra, dijeron que esto procede de que nosotros tenemos sobre la niña del ojo aquel pequeño cuerpo, el cual nos ocupa de suerte la vista que lo que apenas es algo nos parece grandísimo. Discurriendo después desto por varias cosas acerca de los movimientos y naturaleza de los Planetas, no menos bellas que admirables, en cuya relación se gastaría mucho tiempo, puso fin a su fingido sueño. Aunque el soldado no había revuelto tantos libros como eran necesarios para aprender lo que los dos sabían, con todo eso en lo que le importaba era de más ciencia y discreción que ellos, y a esta causa mientras le contaban las maravillas que decían haber soñado, se riyó entre sí mil veces de oír semejantes ficciones. Mas cuando vido que callaba el astrólogo dijo:
-No dejo de conocer que verdaderamente me pongo a gran riesgo en querer igualar mi sueño con los de tan insignes hombres en las ciencias como vosotros, pues vuestras letras debían mostrarme claramente que estando como estáis entrambos ocupados día y noche en tales contemplaciones, no podíais soñar durmiendo sino admirables cosas, si es verdad lo que he oído decir: y es que el sueño representa a la virtud fantástica (a quien él no ocupa) lo que el hombre ha tratado despierto. Y por tanto fuera justo que al principio de nuestra contienda reconociera la ventaja y os dejara la victoria, pues podía imaginar sin hacer experiencia dello que yo, cuyo ejercicio es la guerra, y mi trato lanzas y espadas, sin haber subido nunca más alto de lo que me lleva mi caballo, no podía soñar sino cosas terrenas y materiales. Más pues en efecto concertamos que cada uno contase su sueño, por no pervertir el orden que ya dimos quiero contar lo que durmiendo se me ha representado. Entretanto, pues, que junto con vosotros dormía, soñé que los enemigos habían puesto cerco a mi tierra, por lo cual me fue forzoso tomar las armas y subir a caballo para defendella. Y después de haber alcanzado victoria de los contrarios, en compañía de los capitanes y soldados mis compañeros, me pareció que al tiempo que volvía a mi casa alegre del felice suceso, se me puso delante una doncella afligida y maltratada, y llorando me pidió favor contra un hombre que se había della aficionado, y no pudiendo conseguir el fin que deseaba en sus amores (por la honestidad de la dama), la acusó de infame y deshonesta al magistrado, donde era fuerza que fuese condenada a muerte o que buscase un caballero que la librase por armas de la falsa acusación que la había puesto. Parecióme entonces que yo, movido del llanto de la infelice dama y de la justa causa por que a defender su honra me llamaba, entré en estacado con su enemigo amante y puesta la mano a la espada, después de haber gran rato con mucho trabajo combatido, salí del falso caballero victorioso y salvé la honra de la inocente dama. Soñé después desto que hallándome muy debilitado, así por lo que trabajé en defender mi patria como en conservar el honor de la doncella, deseoso de recobrar las perdidas fuerzas y de sustentar la vida, fui donde estaba el pan y me lo comí todo. Este, señores, es mi sueño: el cual aunque de menos quilates y valor que los vuestros, he querido decírosle, no con intento de igualarle a ninguno dellos, sino para darme por vencido. Por tanto quiero, pues desisto del derecho que tenía, dejaros la contienda a entrambos y que entre los dos determinéis cual es más digno del premio que debe de estar ya cocido.
Aquí acabó con el sueño y la pretensión el soldado, a cuya causa, viendo el filósofo y el astrólogo que como perdidoso les dejaba el pan a ellos solos, comenzaron nueva contienda, quiriendo probar cada uno que le merecía mejor que el otro. Y después de haber dicho y vuelto a decir su razón entrambos, visto que no aprovechaba, se resumieron en que igualmente le partiesen, pareciéndoles no haber ganado poco en que el soldado por sentencia suya contra sí mesmo pronunciada, se apartase de la acción y derecho que a él tenía. Hecho este concierto se fueron al fuego donde quedó cociéndose, cuya ceniza estaba de la mesma suerte que al irse a dormir la dejaron; y dieron gracias a Dios por haber hecho que el soldado (el cual podía tomársele por fuerza) que se contentase con lo que su avara fortuna quiso darle. Mas entre estas alabanzas de lo bien que les había sucedido, tomó uno dellos un palo y comenzó a menear la ceniza hacia un cabo y hacia otro: y visto que no parecía el pan, volviéndose el que le buscaba al compañero, dijo:
-El mal que veo, señor, en esto, es que ni está aquí lo que buscamos y parece.
-¿Cómo que no está ahí?, -respondió el otro-; pues ahí le pusimos y la ceniza estaba de la misma manera que la dejamos, no sé yo qué se pueda haber hecho.
Llamaron luego tristes y confusos al soldado y dijéronle:
-¿Qué ha sido esto, gentilhombre, sabéis cómo el pan no parece?
-¿Es posible que no le halláis?, -respondió él.
-No le hallamos -replicaron ellos-, y así creemos sin duda que vos os le habéis comido.
-¿No estaba la ceniza -preguntó él-, de la manera que la dejamos?
- “Ni más ni menos -respondieron ellos-, pero con todo eso no parece lo que en ella pusimos porque vos lo debéis de haber sacado.
-Habiendo yo dormido tanto como vosotros, replicó el soldado, ¿cómo puedo haber hecho eso? Yo no sé lo que ha sido, pero quiero deciros lo que acerca deste caso siento. No sería maravilla si habiendo subido vosotros con las alas de la fantasía allá donde no se come ni se bebe, y habiéndome yo estado como os he dicho en la tierra, hubiese durmiendo soñado la verdad en las cosas terrenas, como vosotros queréis darme a entender que las vistes en las inmortales y divinas. Y que por el consiguiente, así como vuestra sutil imaginación ha llevado a vuestro entendimiento a la mesa de las cosas celestiales, donde admirablemente os habéis holgado, así hubiese yo gozado en esta miserable bajeza del pobre manjar que cuanto al cuerpo había de ser de uno de nosotros. Y finalmente como los dos habéis satisfecho el espiritual apetito en aquella abundante y suntuosa mesa, así hubiese yo tomado de esta ceniza el manjar conveniente a mi hambre, como material que soy y de no sutil ni delicado ingenio; puesto que cómo ello habrá sido no lo sabré decir: solo sé que habiendo soñado que comía el pan, hallé ser verdad, como en efecto también vosotros lo halláis.
Conocieron entonces el filósofo y el astrólogo que con mucha agudeza habían sido burlados del soldado y que él, sin haber tratado libros ni aprendido ciencias, supo más que ninguno dellos en este caso. A cuya causa desfogaran en él de buena gana el concebido enojo en venganza de la recebida afrenta, pero no hallándose en disposición de hacerlo, por estar ellos sin armas y él armado, ellos debilitados con la hambre y él con nuevo esfuerzo y brío por lo que había comido, se quedaron con el daño y con la burla, conociendo aunque tarde que para tratar cosas del mundo se requiere más que asistir contino a las contemplaciones, sin inclinar jamás el ánimo a lo que les conviene, y que los que esto hacen, cuando después no pueden remediarse, echan de ver que podían ser llamados sabios pero no prudentes ni discretos.


Primera parte de las Cien Novelas de M. Juan Baptista Giraldo Cinthio...
Traducidas de su lengua toscana por Luis Gaytán de Vozmediano. Toledo, 1590