02.- HECATOMMITTI de
Cinthio
DÉCADA PRIMERA DE LAS
CIEN NOVELAS, EN QUE SOLAMENTE SE TRATA DE LO QUE A LOS INTERLOCUTORES
LES AGRADA.
NOVELA III.
Argumento.
Tres hombres tienen solo un pan que comer y cada uno le pretende,
quítanse de contienda con decir que le lleve el que soñare
mejor sueño, queda así el concierto y duermen, pero
viene a ser que el uno deja a los dos burlados.
Abominaron extrañamente
las honestas damas la maldad y desvergüenza de madona Juana,
y pesóles mucho que no llevase de mano del marido la justa
pena de su infame culpa. Mas a los galanes dio gusto ver que tan
astutamente se hubiese librado del peligro a que tan cercana estuvo,
y afirmaron algunos ser verdad lo que comúnmente se dice,
que las mujeres saben un punto más que el diablo. Horacia
entonces, a quien por ser tercera en las suertes tocaba la tercera
novela, dijo:
-Muriera Máximo si no dijera mal de mujeres, pero no me
espanto que lo haga pues es propia condición suya y no
está en sí ni parece que vive sino cuando las apoca,
las menosprecia y las trae debajo.
-¿Pues dónde puedo yo estar mejor -respondió
él-, que sobre ellas? principalmente cuando, como vos,
son hermosas.
-También me maravillara, -replicó ella-, si pudiera
decir palabra que no la echárades a mala parte, a fe que
sois más malicioso que yo pensaba. Y no sé quien
me impide (pues llega ahora mi novela) que no muestre en ella
cuán poca fe tienen los hombres con las mujeres, y que
a esta causa no es maravilla que ellas quieran pagarlos en la
mesma moneda. Pero no quiero tratar de cosas tan infames y aborrecibles,
sino dejado esto aparte mostraros, mediante un breve y verdadero
exemplo, cómo muchas veces la profunda ciencia y sabiduría
de algunos queda aniquilada y vencida de una agudeza y natural
discreción de otros, que sin haber leído ni estudiado
saben todo aquello que les conviene. Y puesto que en parte parecerá
lo que oiréis más alto sujeto que al bajo ingenio
de una mujer pertenece, no por eso dejaré de contarlo de
la mesma suerte que me lo contó a mi uno de los que en
la novela se introducen, estando en casa del señor Colones
de donde habemos partido.
Después de otras miserias
de que se vio cercada la insigne ciudad que habemos desamparado,
le sobrevino la falta irremediable de bastimentos que todos sabemos,
pues dichoso podía llamarse el romano que tenía,
no lo necesario para satisfacer la hambre, sino lo forzoso para
sustentar la vida. Porque la multitud perversa de los enemigos
soldados había de modo consumido todas las cosas al vivir
humano pertenecientes que nada proprio tenían, y así
esperaban para sustentarse lo que movidos de solo interés
y cudicia acarreaba la gente forastera; lo cual todo, o por dineros
o por fuerza, lo tomaban para sí los contrarios. Sucedió,
pues, que en el mayor rigor desta desventura estaban juntos en
una casa tres hombres nobles, el uno filósofo, el otro
astrólogo y el otro soldado, los cuales hallaron en ella
tanta cantidad de harina cuanta bastó para hacer un pan
tan pequeño que pudo cocerse en la ceniza: y pareciéndoles,
por estar todos tres fatigados de la hambre, que no era bastante
aquella comida para solo uno, cuanto más para todos, determinaron
que uno solo le comiese, pues partido entre los tres sería
de ningún provecho. Mas aunque en eso convinieron, levantóse
nueva discordia sobre quién había de ser el que
de todo el pan gozase. Porque el filósofo alegaba que de
razón se debía a él como al más noble,
por saber como sabía todas las causas y efectos de la naturaleza.
También el astrólogo, que en nada se estimaba por
menor que él, dijo:
-Si la nobleza nace del saber, a mí se me debe dar y no
al filósofo, porque él apenas llega al conocimiento
de las cosas que están debajo de la luna, de su naturaleza
mudables, inconstantes y perecederas, y yo penetro los cielos,
y me voy de uno en otro por mi gusto, teniendo conocimiento de
las cosas eternas, que son siempre unas mesmas, cuyo perfecto
ser no se muda ni está sujeto a las continuas mudanzas
del tiempo.
El soldado que oyó a los dos hablar de cosas tan altas
y excelentes, dijo entre sí:
-Si este negocio ha de ir por esta vía, sin ninguna duda
puedo dar por ninguno el derecho que a él tengo y me pertenece.
Pero con todo, aunque no se conocía apto ni suficiente
para vencerles con razones a entrambos, no por eso quiso tampoco
dejar de proseguir adelante con la empresa, antes en la forma
que le dictó su natural discurso, comenzó a decir
desta suerte.
-Yo, señores, sé muy cierto de mí que no
sabré oponerme con argumentos ni razones a las vuestras,
para probar con ellas mi nobleza, la cual en nada es menor que
la vuestra, puesto que haya usado más tiempo el ejercicio
de las armas que el revolver los libros de las ciencias en que
vosotros sois maestros. Lo que sé decir es que las letras
no servirían de nada si no hubiese armas que defendiesen
a los que las profesáis de las injurias que os harían
los enemigos si por temor nuestro no lo dejasen. Nosotros somos
los que os damos tiempo y espacio para las contemplaciones y os
hacemos en ellas vivir quietos: somos también aquellos
por cuyo valor las leyes y la vida civil y política se
conserva y mantiene, y continuamente es de nosotros sustentado
cuanto hay de honesto y provechoso entre los hombres. Lo cual
todo si como es razón se considera, juzgaréis sin
falta que soy de tanta más excelencia y valor que entrambos,
cuanto el conservar se levanta y sobrepuja a todo aquello que
sin el conservador vendría a resolverse en nada.
Habiendo, pues, llegado a tales términos la contienda,
y teniéndose cada uno por más digno del premio,
no se ponía fin a la diferencia ni medio a la hambre que
a todos tres molestaba. A cuya causa el soldado, que de agudo
ingenio era, y como más mozo que los dos tenía mucha
más gana de comer, dijo:
-Ya señores, como veis, las lucientes estrellas salen a
hermosear el cielo y el pan aún no está cocido;
a mí me parece (y entiendo que seguiréis mi parecer
en esto) que lo pongamos a cocer en el fuego y nos echemos a dormir
todos, y aquel se le lleve en despertando a quien el cielo hubiere
concedido que sueñe mejor sueño.
Riéronse entre sí el filósofo y el astrólogo
de lo que el soldado propuso, teniéndole por ignorante
por ver que cautelosamente había propuesto aquello, casi
asegurándose de poder fingir tal sueño que se adelantase
en bondad a los suyos. Concedieron con él muy de buena
gana: y teniendo los dos por cierto que el uno dellos había
de llevarse el premio, comenzaron todos a fingir que dormían
aunque en varios aposentos, y en levantándose, uno y otro
de los dos letrados fingió haber soñado durmiendo
las más extrañas cosas que jamás se oyeron.
Porque el filósofo dijo haber visto en visión al
maestro de la Naturaleza sacar fuera de la confusa masa que llamamos
Caos (por estar allí la mezcla de todas las cosas que habían
de criarse) con maravilloso orden y artificio todo aquello que
en él estaba confuso, y dar a las cosas simples sus cualidades,
junto con los determinados lugares y asientos. Y que puesto que
hubiese visto cuatro simples cuerpos, conviene a saber, fuego,
aire, tierra y agua, entre sí discordes y de contraria
naturaleza, no obstante eso, los vido luego disponer de suerte
para la creación de cuanto había de producirse,
que en la generación de las cosas se concordaban amigablemente.
Y habiéndoles contado en particular la creación
de las cosas inanimadas, vino a tratar de las sustancias animadas
y dijo que vio formar algunas insensibles y sin movimiento de
lugar a lugar que natural les fuese; otras sensibles mas de poca
virtud y poco diferentes de las hierbas y plantas; y otros animales
perfectos que eran movibles y sensibles. Y de aquí fue
discurriendo por todos sus efectos y naturalezas hasta que llegó
al hombre. Y entonces dijo haber visto cómo el hacedor
eterno le dio espíritu e intelecto divino, y no solo le
hizo señor de lo que había criado pero le concedió
potestad para poderse hacer (mediante la lumbre de la razón)
poco menos que divino, dándole asimismo autoridad para
formar y establecer leyes y ordenanzas con que no solo él
a sí propio se rigiese sino con que también gobernase
los pueblos y familias, enseñándoles el modo de
vivir loablemente, de ganar sempiterno honor viviendo entre nosotros
y en el cielo (libres de la prisión terrena) eterna y felicísima
vida entre los bienaventurados.
Después que atentamente hubo oído el soldado estas
y otras maravillas que acerca de la naturaleza de las cosas contó
el filósofo, las cuales por evitar prolijidad no refiero,
dijo:
-No sé ahora, señor, si el astrólogo podrá
tanto que se aventaje y os gane la joya: pero sé decir
que es admirable vuestro sueño y que según me parece
la mesma naturaleza mientras dormíades os hizo entera muestra
de todos sus secretos.
Esto dicho, se puso con atención a oír lo que el
astrólogo diría: el cual en viendo que le esperaban,
comenzó de esta suerte:
-Tanto sospecho que ha de parecer mejor mi sueño que el
del filósofo cuanto el discurrir por las cosas celestiales
trae consigo mayor nobleza y excelencia que el dar noticia de
las naturales que son de suyo corruptibles, si no en todo, al
menos en los particulares, que esotras son incorruptibles y eternas.
Aquí dijo luego que había caminado desde la tierra
a la Esfera del agua y después a la del aire y que pasada
la del fuego llegó al cerco de la Luna el cual, como es
el primero de los cuerpos celestes subiendo hacia arriba, es el
último de todos bajando desde el estrellado a él,
donde vido obscurísima la Luna, tanto que para dar luz
la recebía del sol prestada; y que según está
más lejos o más cerca de la luz que se le comunica,
así la vio mostrarse a un tiempo llena, a otro media, a
otro semicircular. Pasó desde allí al cielo de Mercurio,
luego al de Venus y de aquel a la Esfera del Sol, el cual le pareció
que era, no el ojo del mundo, sino el corazón del cielo
y la verdadera fuente de la luz, a quien dijo que vio discurrir
y caminar en vía oblicua por doce mostruosos Signos, para
hacernos a nosotros la revolución del año. Prosiguió
diciendo haber desde allí pasado donde tiene su asiento
Marte, estrella furiosa, siendo la de Júpiter que más
arriba estaba, afable y benigna: y luego de haber subido a la
tarda estrella de Saturno, de suyo triste y melancólica,
y desde ésta a la octava Esfera a quien llaman primer móvil,
que contiene en sí todas las otras, y no hallando otras
sobre ésta, vido ser vana la opinión de aquellos
que sin la octava quieren que haya otra que en lo tocante a los
movimientos haga lo mesmo que ella hace. La cual vido adornada
de estrellas muy lucientes, fijas y estables, y no vagas y errantes
como las siete primeras. Y añadió a esto haberla
visto caminar en espacio de veinticuatro horas, con movimiento
velocísimo, desde el Oriente al Occidente: y que, aunque
las otras con movimiento contrario caminaban y eran tardas en
rematar su curso, no obstante eso las traía consigo el
octavo cielo del Oriente al Ocaso. Diciendo ser esto causa que
aunque el Sol no cumpla su curso sino en espacio de un año
entero, y la Luna de un mes, y los demás Planetas según
su tiempo, sean arrebatados todos juntos conforme al movimiento
del octavo cielo y el Sol cada día nos nazca a nosotros
y por el semejante nos falte, y nazca y falte igualmente a los
que habitan el otro Polo. Y que de la contrariedad de estos celestes
movimientos, había sentido nacer un son lleno de tanta
suavidad y armonía que sería imposible oírse
otro como él entre nosotros, aunque pusiesen toda su industria,
ayudada de voces e instrumentos, todos los hombres del mundo.
Y dijo más, que mirando la tierra desde la altura de aquel
cielo que a los otros con arrebatado curso mueve, casi tuvo vergüenza
de haber nacido en ella, viendo que era como un pequeño
punto en respecto de las demás Esferas. Y así se
maravillaba de que los mortales por tan poca cosa tuviesen no
solo pleitos y contiendas sino fieras y sangrientas batallas,
pues toda la circunferencia de ella le parecía desde allá
menor que un grano de mijo. A cuya causa, preguntando allá
arriba por qué razón a los de acá abajo les
parece tan grande la tierra, dijeron que esto procede de que nosotros
tenemos sobre la niña del ojo aquel pequeño cuerpo,
el cual nos ocupa de suerte la vista que lo que apenas es algo
nos parece grandísimo. Discurriendo después desto
por varias cosas acerca de los movimientos y naturaleza de los
Planetas, no menos bellas que admirables, en cuya relación
se gastaría mucho tiempo, puso fin a su fingido sueño.
Aunque el soldado no había revuelto tantos libros como
eran necesarios para aprender lo que los dos sabían, con
todo eso en lo que le importaba era de más ciencia y discreción
que ellos, y a esta causa mientras le contaban las maravillas
que decían haber soñado, se riyó entre sí
mil veces de oír semejantes ficciones. Mas cuando vido
que callaba el astrólogo dijo:
-No dejo de conocer que verdaderamente me pongo a gran riesgo
en querer igualar mi sueño con los de tan insignes hombres
en las ciencias como vosotros, pues vuestras letras debían
mostrarme claramente que estando como estáis entrambos
ocupados día y noche en tales contemplaciones, no podíais
soñar durmiendo sino admirables cosas, si es verdad lo
que he oído decir: y es que el sueño representa
a la virtud fantástica (a quien él no ocupa) lo
que el hombre ha tratado despierto. Y por tanto fuera justo que
al principio de nuestra contienda reconociera la ventaja y os
dejara la victoria, pues podía imaginar sin hacer experiencia
dello que yo, cuyo ejercicio es la guerra, y mi trato lanzas y
espadas, sin haber subido nunca más alto de lo que me lleva
mi caballo, no podía soñar sino cosas terrenas y
materiales. Más pues en efecto concertamos que cada uno
contase su sueño, por no pervertir el orden que ya dimos
quiero contar lo que durmiendo se me ha representado. Entretanto,
pues, que junto con vosotros dormía, soñé
que los enemigos habían puesto cerco a mi tierra, por lo
cual me fue forzoso tomar las armas y subir a caballo para defendella.
Y después de haber alcanzado victoria de los contrarios,
en compañía de los capitanes y soldados mis compañeros,
me pareció que al tiempo que volvía a mi casa alegre
del felice suceso, se me puso delante una doncella afligida y
maltratada, y llorando me pidió favor contra un hombre
que se había della aficionado, y no pudiendo conseguir
el fin que deseaba en sus amores (por la honestidad de la dama),
la acusó de infame y deshonesta al magistrado, donde era
fuerza que fuese condenada a muerte o que buscase un caballero
que la librase por armas de la falsa acusación que la había
puesto. Parecióme entonces que yo, movido del llanto de
la infelice dama y de la justa causa por que a defender su honra
me llamaba, entré en estacado con su enemigo amante y puesta
la mano a la espada, después de haber gran rato con mucho
trabajo combatido, salí del falso caballero victorioso
y salvé la honra de la inocente dama. Soñé
después desto que hallándome muy debilitado, así
por lo que trabajé en defender mi patria como en conservar
el honor de la doncella, deseoso de recobrar las perdidas fuerzas
y de sustentar la vida, fui donde estaba el pan y me lo comí
todo. Este, señores, es mi sueño: el cual aunque
de menos quilates y valor que los vuestros, he querido decírosle,
no con intento de igualarle a ninguno dellos, sino para darme
por vencido. Por tanto quiero, pues desisto del derecho que tenía,
dejaros la contienda a entrambos y que entre los dos determinéis
cual es más digno del premio que debe de estar ya cocido.
Aquí acabó con el sueño y la pretensión
el soldado, a cuya causa, viendo el filósofo y el astrólogo
que como perdidoso les dejaba el pan a ellos solos, comenzaron
nueva contienda, quiriendo probar cada uno que le merecía
mejor que el otro. Y después de haber dicho y vuelto a
decir su razón entrambos, visto que no aprovechaba, se
resumieron en que igualmente le partiesen, pareciéndoles
no haber ganado poco en que el soldado por sentencia suya contra
sí mesmo pronunciada, se apartase de la acción y
derecho que a él tenía. Hecho este concierto se
fueron al fuego donde quedó cociéndose, cuya ceniza
estaba de la mesma suerte que al irse a dormir la dejaron; y dieron
gracias a Dios por haber hecho que el soldado (el cual podía
tomársele por fuerza) que se contentase con lo que su avara
fortuna quiso darle. Mas entre estas alabanzas de lo bien que
les había sucedido, tomó uno dellos un palo y comenzó
a menear la ceniza hacia un cabo y hacia otro: y visto que no
parecía el pan, volviéndose el que le buscaba al
compañero, dijo:
-El mal que veo, señor, en esto, es que ni está
aquí lo que buscamos y parece.
-¿Cómo que no está ahí?, -respondió
el otro-; pues ahí le pusimos y la ceniza estaba de la
misma manera que la dejamos, no sé yo qué se pueda
haber hecho.
Llamaron luego tristes y confusos al soldado y dijéronle:
-¿Qué ha sido esto, gentilhombre, sabéis
cómo el pan no parece?
-¿Es posible que no le halláis?, -respondió
él.
-No le hallamos -replicaron ellos-, y así creemos sin duda
que vos os le habéis comido.
-¿No estaba la ceniza -preguntó él-, de la
manera que la dejamos?
- “Ni más ni menos -respondieron ellos-, pero con
todo eso no parece lo que en ella pusimos porque vos lo debéis
de haber sacado.
-Habiendo yo dormido tanto como vosotros, replicó el soldado,
¿cómo puedo haber hecho eso? Yo no sé lo
que ha sido, pero quiero deciros lo que acerca deste caso siento.
No sería maravilla si habiendo subido vosotros con las
alas de la fantasía allá donde no se come ni se
bebe, y habiéndome yo estado como os he dicho en la tierra,
hubiese durmiendo soñado la verdad en las cosas terrenas,
como vosotros queréis darme a entender que las vistes en
las inmortales y divinas. Y que por el consiguiente, así
como vuestra sutil imaginación ha llevado a vuestro entendimiento
a la mesa de las cosas celestiales, donde admirablemente os habéis
holgado, así hubiese yo gozado en esta miserable bajeza
del pobre manjar que cuanto al cuerpo había de ser de uno
de nosotros. Y finalmente como los dos habéis satisfecho
el espiritual apetito en aquella abundante y suntuosa mesa, así
hubiese yo tomado de esta ceniza el manjar conveniente a mi hambre,
como material que soy y de no sutil ni delicado ingenio; puesto
que cómo ello habrá sido no lo sabré decir:
solo sé que habiendo soñado que comía el
pan, hallé ser verdad, como en efecto también vosotros
lo halláis.
Conocieron entonces el filósofo y el astrólogo que
con mucha agudeza habían sido burlados del soldado y que
él, sin haber tratado libros ni aprendido ciencias, supo
más que ninguno dellos en este caso. A cuya causa desfogaran
en él de buena gana el concebido enojo en venganza de la
recebida afrenta, pero no hallándose en disposición
de hacerlo, por estar ellos sin armas y él armado, ellos
debilitados con la hambre y él con nuevo esfuerzo y brío
por lo que había comido, se quedaron con el daño
y con la burla, conociendo aunque tarde que para tratar cosas
del mundo se requiere más que asistir contino a las contemplaciones,
sin inclinar jamás el ánimo a lo que les conviene,
y que los que esto hacen, cuando después no pueden remediarse,
echan de ver que podían ser llamados sabios pero no prudentes
ni discretos.
Primera parte de las Cien Novelas de M. Juan
Baptista Giraldo Cinthio...
Traducidas de su lengua toscana por Luis Gaytán de Vozmediano.
Toledo, 1590