05.- QUIJOTE de Avellaneda
6ª Parte, cap. XXI.
[...] -Por cierto –dijo
un canónigo-, señor Sancho, que vuesa merced tiene
bravo ingenio, y que gustaré no poco, y lo mismo creo harán
todos estos señores, de oírle contar algún
cuento igual a los que nos han referido el señor soldado
y reverendo ermitaño, pues siendo tanta su memoria y habilidad,
no dejará de ser el que nos contare muy curioso.
-Yo les prometo a vuesas mercedes –dijo Sancho- que tocan
tecla a la cual responderán más de dos docenas de
flautas; porque sé los más lindos cuentos que se
pueden imaginar; y si gustan, les contaré uno diez veces
mejor que los referidos, aunque muy más corto y verdadero.
-Quítate allá, animalazo –dijo don Quijote-;
¿qué has de contar que sea de consideración?
Saldrásnos a moler con una frialdad a mí y a estos
señores, como me moliste en el bosque en que encontré
con aquellos seis valerosos gigantes en figura de batanes, con
la necia historia de Lope Ruiz, cabrerizo extremeño, y
de su pastora Torralba, vagamunda perdida por sus pedazos, hasta
seguirle enamorada dellos, después de reconocida y llorosa
por los melindrosos desdenes con que le trató (ordinario
efecto del amor en las mujeres, que buscadas huyen y huidas buscan),
desde Portugal hasta las orillas del Guadiana, en las cuales atollaron
sus cabras tu cuento, y mis narices con el mal olor con que atrevido
las sahumaste.
-¡Malillo, pues, era el cuento! –dijo Sancho-; y a
fe que me huelgo que vuesa merced se le acuerden tan bien sus
circunstancias, para que por ellas y las del que agora referiré,
si me dan grato silencio todos, conozca la diferencia que hay
del uno al otro.
Rogaron todos a Don Quijote le dejase contar su cuento; y dándole
él licencia para ello, y entonando Panza su voz, comenzó
a decir:
“-Érase que se era, que en hora buena sea, y el mal
para la manceba del abad, frío y calentura para la amiga
del cura, dolor de costado para la ama del vicario, y gota de
coral para el rufo del sacristán, hambre y pestilencia
para los contrarios de la Iglesia.
-¿No lo digo yo –dijo Don Quijote-, que este animal
es afrentabuenos y no ha de decir sino dislates? ¡Miren
la arenga de los diablos que ha tomado para su cuento, tan larga
como la Cuaresma!
-¿Pues son malos los arenques para ella, cuerpo de mi sayo?
–dijo Sancho-. No me vaya vuesa merced a la mano, y verá
si digo bien; ya me iba engolfando en lo mejor de la historia,
y agora me la ha hecho desgarrar de la mollera; escuchen, si quieren,
con Barrabás, pues yo les he escuchado a ellos.
Érase, como digo, volviendo a mi cuento, señores
de mi alma, un Rey y una Reina, y este Rey y esta Reina estaban
en su reino, todos al que era macho llamaban el Rey, y a la que
era hembra la Reina. Este Rey y esta Reina tenían un aposento
tan grande como aquel que en mi lugar tiene mi señor Don
Quijote para Rocinante; en el cual tenían el Rey y la Reina
muchos reales amarillos y blancos, y tantos, que llegaban hasta
el techo. Yendo días y viniendo días, dijo el Rey
a la Reina:
“-Ya ves, Reina deste Rey, los muchos dineros que tenemos;
¿en qué, pues, os parece sería bueno emplearlos,
para que dentro de poco tiempo ganásemos muchos más
y mercásemos nuevos reinos?
“Dijo luego la Reina al Rey:
“-Rey y señor, paréceme que sería bueno
que los comprásemos de carneros.
“Dijo el Rey:
“-No, Reina, mejor sería que los comprásemos
de bueyes.
“-No, Rey, -dijo la Reina-; mejor será, si bien lo
miras, emplearlos en paños y llevarlos a la feria del Toboso.
“Anduvieron en esto haciendo varios arbitrios, diciendo
la Reina no a cuanto el Rey decía si; y el Rey sí
a cuanto la Reina decía no. A la postre, postre, vinieron
ambos en que sería bueno ir con los dineros a Castilla
la Vieja o tierra de Campos, do, por haber muchos gansos, los
podrían emplear en ellos, mercándolos a dos reales;
y añadía la Reina, que dio este consejo:
“-Y luego mercados, los llevaremos a vender a Toledo, do
se venden a cuatro reales, y a pocos caminos multiplicaremos así
infinitamente el dinero en breve tiempo.
“Al fin el Rey y la Reina llevaron todos sus dineros a Castilla
en carros, coches, carrozas, literas, caballos, acémilas,
machos, mulas, jumentos y otras personas deste compás.
-Tales como la suya serían todos –dijo Don Quijote-:
¡maldígate Dios a ti y a quien tiene paciencia para
oírte!
-Ya es la segunda vez que me desbarata –replicó Sancho-,
y creo que es de invidia de ver la gravedad de la historia y elegancia
con que la refiero; y si eso es, déla por acabada.
Que no permitiese tal rogaron todos a Don Quijote, y a Sancho
pidieron con instancia que prosiguiese. Hízolo, diciendo,
porque estaba de buen humor:
“-Consideren, señores, con tanto real qué
tantos gansos comprarían el Rey y la Reina; que yo sé
de cierto que eran tantos, que tomaban más de veinte leguas:
en fin, está España tal de gansos, cual estuvo el
mundo de agua en tiempo de Noé.
-Y si fuera cuales estuvieron de fuego Sodoma y Gomorra y las
demás ciudades –dijo Bracamonte-, cuáles quedaran
los gansos, señor Panza?
-Para la mía buenos y bien asados, señor Bracamonte;
pero ni eso fue, ni se me da nada, pues no me hallé en
ello: lo que sé es que el Rey y la Reina iban con ellos
por los caminos hasta que llegaron a un grandísimo río...
-Que, sin duda –dijo el Jurado- sería Manzanares,
pues su grandísima puente segoviana muestra que antiguamente
sería caudalosísimo.
-Solo sé –replicó Sancho- que por no haber
en él pasadizo, llegados el Rey y la Reina a su orilla,
dijo el uno al otro:
“-¿Cómo habemos de pasar agora estos gansos?
Porque si los soltamos, se irán nadando por el río
abajo, y no los podrá después coger el diablo de
Palermo; por otra parte, si los queremos pasar en barcas, no los
podremos recoger en un año.
“-Lo que me parece –dijo el Rey- es que hagamos hacer
luego en este río una puente de palo, tan angosta, que
solo pueda pasar por ella un ganso; y así, yendo uno tras
otro, ni se nos descarriarán, ni tendremos trabajo de pasarlos
todos juntos.
“Alabó la Reina la traza; y efectuada, comenzaron
uno a uno a pasar los gansos.
Calló Sancho en esto; y Don Quijote le dijo:
-Pasa tú con ellos, con todos los diablos, y acabemos ya
con su pasaje y con el cuento. ¿Para qué te paras?
¿Hásete olvidado?
No respondió palabra Sancho a su amo, lo cual visto por
el ermitaño, le dijo:
-Pase vuesa merced, señor Sancho, adelante con el cuento;
que en verdad que es lindísimo.
A esto respondió él, diciendo:
-Aguárdense, ¡cuerpo non de Cristo, y qué
súpitos son! Dejen pasar los gansos, y pasará el
cuento adelante.
-Dadlos por pasados –replicó uno de los canónigos.
-No, señor –dijo Sancho-: gansos que ocupan veinte
leguas de tierra no pasan tan presto; y así resuélvase
en que no pasaré adelante con mi cuento, ni lo puedo hacer
con buena conciencia, hasta que los gansos no estén de
uno en uno desotra parte del río, en que no tardarán
más que un par de años, cuando mucho.
Con esto se levantaron del suelo, riendo todos como unos locos,
sino Don Quijote, que le quiso dar a todos los diablos... (págs.
179-181)
(Espasa Calpe, 47)