01.- Pedro Alfonso,
el primer español autor de cuentos "europeo".
La disciplina
clericalis en Europa
Cuento XII.- El rey y el fabulista
04.- D. QUIJOTE DE LA MANCHA
1ª Parte. Capítulo XX
[...]-No hay que llorar -respondió Sancho-, que yo entretendré
a vuestra merced contando cuentos desde aquí al día,
si ya no es que se quiere apear y echarse a dormir un poco sobre la
verde yerba, a uso de caballeros andantes, para hallarse más
descansado cuando llegue el día y punto de acometer esta tan
desemejable aventura que le espera.
-¿A qué llamas apear o a qué dormir? -dijo don
Quijote-. ¿Soy yo, por ventura, de aquellos caballeros que
toman reposo en los peligros? Duerme tú, que naciste para dormir,
o haz lo que quisieres, que yo haré lo que viere que más
viene con mi pretensión.
-No se enoje vuestra merced, señor mío -respondió
Sancho-, que no lo dije por tanto.
Y, llegándose a él, puso la una mano en el arzón
delantero y la otra en el otro, de modo que quedó abrazado
con el muslo izquierdo de su amo, sin osarse apartar dél un
dedo: tal era el miedo que tenía a los golpes, que todavía
alternativamente sonaban. Díjole don Quijote que contase algún
cuento para entretenerle, como se lo había prometido, a lo
que Sancho dijo que sí hiciera si le dejara el temor de lo
que oía.
-Pero, con todo eso, yo me esforzaré a decir una historia que,
si la acierto a contar y no me van a la mano, es la mejor de las historias;
y estéme vuestra merced atento, que ya comienzo. “Érase
que se era, el bien que viniere para todos sea, y el mal, para quien
lo fuere a buscar...” Y advierta vuestra merced, señor
mío, que el principio que los antiguos dieron a sus consejas
no fue así comoquiera, que fue una sentencia de Catón
Zonzorino, romano, que dice: “Y el mal, para quien le fuere
a buscar”, que viene aquí como anillo al dedo, para que
vuestra merced se esté quedo y no vaya a buscar el mal a ninguna
parte, sino que nos volvamos por otro camino, pues nadie nos fuerza
a que sigamos éste, donde tantos miedos nos sobresaltan.
-Sigue tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, y del camino que hemos
de seguir déjame a mí el cuidado.
-“Digo, pues -prosiguió Sancho-, que en un lugar de Estremadura
había un pastor cabrerizo (quiero decir que guardaba cabras),
el cual pastor o cabrerizo, como digo, de mi cuento, se llamaba Lope
Ruiz; y este Lope Ruiz andaba enamorado de una pastora que se llamaba
Torralba, la cual pastora llamada Torralba era hija de un ganadero
rico, y este ganadero rico...”
-Si desa manera cuentas tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, repitiendo
dos veces lo que vas diciendo, no acabarás en dos días;
dilo seguidamente y cuéntalo como hombre de entendimiento,
y si no, no digas nada.
-De la misma manera que yo lo cuento -respondió Sancho-, se
cuentan en mi tierra todas las consejas, y yo no sé contarlo
de otra, ni es bien que vuestra merced me pida que haga usos nuevos.
-Di como quisieres -respondió don Quijote-; que, pues la suerte
quiere que no pueda dejar de escucharte, prosigue.
-“Así que, señor mío de mi ánima
-prosiguió Sancho-, que, como ya tengo dicho, este pastor andaba
enamorado de Torralba, la pastora, que era una moza rolliza, zahareña
y tiraba algo a hombruna, porque tenía unos pocos de bigotes,
que parece que ahora la veo.”
-Luego, ¿conocístela tú? -dijo don Quijote.
-No la conocí yo -respondió Sancho-, pero quien me contó
este cuento me dijo que era tan cierto y verdadero que podía
bien, cuando lo contase a otro, afirmar y jurar que lo había
visto todo. “Así que, yendo días y viniendo días,
el diablo, que no duerme y que todo lo añasca, hizo de manera
que el amor que el pastor tenía a la pastora se volviese en
omecillo y mala voluntad; y la causa fue, según malas lenguas,
una cierta cantidad de celillos que ella le dio, tales que pasaban
de la raya y llegaban a lo vedado; y fue tanto lo que el pastor la
aborreció de allí adelante que, por no verla, se quiso
ausentar de aquella tierra e irse donde sus ojos no la viesen jamás.
La Torralba, que se vio desdeñada del Lope, luego le quiso
bien, más que nunca le había querido.”
-Ésa es natural condición de mujeres -dijo don Quijote-:
desdeñar a quien las quiere y amar a quien las aborrece. Pasa
adelante, Sancho.
-“Sucedió -dijo Sancho- que el pastor puso por obra su
determinación, y, antecogiendo sus cabras, se encaminó
por los campos de Estremadura, para pasarse a los reinos de Portugal.
La Torralba, que lo supo, se fue tras él, y seguíale
a pie y descalza desde lejos, con un bordón en la mano y con
unas alforjas al cuello, donde llevaba, según es fama, un pedazo
de espejo y otro de un peine, y no sé qué botecillo
de mudas para la cara; mas, llevase lo que llevase, que yo no me quiero
meter ahora en averiguallo, sólo diré que dicen que
el pastor llegó con su ganado a pasar el río Guadiana,
y en aquella sazón iba crecido y casi fuera de madre, y por
la parte que llegó no había barca ni barco, ni quien
le pasase a él ni a su ganado de la otra parte, de lo que se
congojó mucho, porque veía que la Torralba venía
ya muy cerca y le había de dar mucha pesadumbre con sus ruegos
y lágrimas; mas, tanto anduvo mirando, que vio un pescador
que tenía junto a sí un barco, tan pequeño que
solamente podían caber en él una persona y una cabra;
y, con todo esto, le habló y concertó con él
que le pasase a él y a trecientas cabras que llevaba. Entró
el pescador en el barco, y pasó una cabra; volvió, y
pasó otra; tornó a volver, y tornó a pasar otra.”
Tenga vuestra merced cuenta en las cabras que el pescador va pasando,
porque si se pierde una de la memoria, se acabará el cuento
y no será posible contar más palabra dél. “Sigo,
pues, y digo que el desembarcadero de la otra parte estaba lleno de
cieno y resbaloso, y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver.
Con todo esto, volvió por otra cabra, y otra, y otra...”
-Haz cuenta que las pasó todas -dijo don Quijote-: no andes
yendo y viniendo desa manera, que no acabarás de pasarlas en
un año.
-¿Cuántas han pasado hasta agora? -dijo Sancho.
-¡Yo qué diablos sé! -respondió don Quijote.
-He ahí lo que yo dije: que tuviese buena cuenta. Pues, por
Dios, que se ha acabado el cuento, que no hay pasar adelante.
-¿Cómo puede ser eso? -respondió don Quijote-.
¿Tan de esencia de la historia es saber las cabras que han
pasado, por estenso, que si se yerra una del número no puedes
seguir adelante con la historia?
-No señor, en ninguna manera -respondió Sancho-; porque,
así como yo pregunté a vuestra merced que me dijese
cuántas cabras habían pasado y me respondió que
no sabía, en aquel mesmo instante se me fue a mí de
la memoria cuanto me quedaba por decir, y a fe que era de mucha virtud
y contento.
-¿De modo -dijo don Quijote- que ya la historia es acabada?
-Tan acabada es como mi madre -dijo Sancho.
-Dígote de verdad -respondió don Quijote- que tú
has contado una de las más nuevas consejas, cuento o historia,
que nadie pudo pensar en el mundo; y que tal modo de contarla ni dejarla,
jamás se podrá ver ni habrá visto en toda la
vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no
me maravillo, pues quizá estos golpes, que no cesan, te deben
de tener turbado el entendimiento.
-Todo puede ser -respondió Sancho-, mas yo sé que en
lo de mi cuento no hay más que decir: que allí se acaba
do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras.
(Alianza, 96)