Jornada 7, novela 4ª.- Tofano
le cierra una noche la puerta de su casa a su mujer, la cual, no pudiendo
hacérsela abrir con súplicas, finge tirarse a un pozo
y arroja a él una gran piedra; Tofano sale de la casa y corre
allí, y ella entra en casa y le cierra a él la puerta
y con gritos lo injuria.
El rey, al sentir que terminaba la novela de Elisa,
sin esperar más, volviéndose hacia Laureta, le mostró
que le placía que ella narrase; por lo que ella, sin tardar,
así comenzó a decir:
¡Oh, Amor, cuántas
y cuáles son tus fuerzas, cuántos los consejos y cuántas
las invenciones! ¿Qué filósofo,
qué artista habría alguna vez podido o podría
mostrar esas sagacidades, esas invenciones, esas argumentaciones que
inspiras tú súbitamente a quien sigue tus huellas? Por
cierto que la doctrina de cualquiera otro es tarda con relación
a la tuya, como muy bien comprender se puede en las cosas antes mostradas;
a las cuales, amorosas señoras, yo añadiré una,
puesta en práctica por una mujercita
tan simple que no sé quién sino Amor
hubiera podido mostrársela.
Hubo hace tiempo en Arezzo un hombre rico,
el cual fue llamado Tofano. A éste
le fue dada por mujer una hermosísima mujer cuyo nombre fue
doña Ghita, de la cual él,
sin saber por qué, pronto se sintió
celoso, de lo que apercibiéndose la mujer sintió
enojo; y habiéndole preguntado muchas veces sobre la causa
de sus celos y no habiéndole sabido señalar él
sino las generales y malas, le vino al ánimo a la mujer hacerlo
morir del mal que sin razón temía [no
está encerrada; adulterio como consecuencia de los celos del
marido]. Y habiéndose apercibido
de que un joven, según su juicio muy de bien, la cortejaba,
discretamente comenzó a entenderse con él; y estando
ya las cosas tan avanzadas entre él y ella que no faltaba sino
poner en efecto las palabras con obras, pensó la señora
encontrar semejantemente un modo para ello.
Y habiendo ya conocido entre las malas costumbres
de su marido que se deleitaba bebiendo, no solamente comenzó
a alabárselo sino arteramente a invitarle a ello muy frecuentemente.
Y tanto tomó aquello por costumbre que casi todas las veces
que le venía en gana lo llevaba a embriagarse bebiendo; y cuando
lo veía bien ebrio, llevándolo
a dormir, por primera vez se reunió con su amante y
luego seguramente muchas veces continuó encontrándose
con él, y tanto se confió en las embriagueces de éste,
que no solamente había llegado al atrevimiento de traer a su
amante a casa sino que ella a veces se iba con
él a estarse gran parte de la noche en la suya, la cual
no estaba lejos de allí.
Y de esta manera continuando la enamorada mujer, sucedió que
el desgraciado marido vino a darse cuenta de que ella, al animarle
a beber, sin embargo, no bebía nunca; por lo que le entraron
sospechas de que fuese a ser lo que era, esto es, de que la mujer
le embriagase para poder hacer su gusto mientras él estaba
dormido. Y queriendo de ello, si fuese así,
tener pruebas, sin haber bebido en todo el día, mostrándose
una tarde el hombre más ebrio que pudiera haber en el hablar
y en las maneras, creyéndolo la mujer y no juzgando que necesitase
beber más, para dormir bien prestamente lo preparó.
Y hecho esto, según acostumbraba a hacer algunas veces, saliendo
de casa, a la casa de su amante se fue y allí hasta medianoche
se quedó.
Tofano, al no sentir a la mujer, se levantó y yéndose
a la puerta la cerró por dentro
y se puso a la ventana, para ver a la
mujer cuando volviese y hacerle manifiesto que se había percatado
de sus costumbres; y tanto estuvo que la mujer volvió, la cual,
volviendo a casa y encontrándose la puerta cerrada, se dolió
sobremanera y comenzó a tratar de ver si por la fuerza podía
abrir la puerta.
Lo que, luego de que Tofano lo hubo sufrido un tanto, dijo:
—Mujer, te cansas en vano porque dentro no podrás volver.
Vuélvete allí adonde has estado hasta ahora; y ten por
cierto que no volverás nunca aquí hasta que de esto,
en presencia de tus parientes y de los vecinos,
te haya hecho el honor que te conviene.
La mujer empezó a suplicar por el amor de Dios que hiciese
el favor de abrirle porque no venía de donde él pensaba
sino de velar con una vecina suya por
que las noches eran largas y ella no podía dormirlas enteras
ni velar sola en casa. Los ruegos no servían de nada porque
aquel animal estaba dispuesto a que todos
los aretinos supieran su vergüenza cuando ninguno la sabía.
La mujer, viendo que el suplicar no le
valía, recurrió a las amenazas
y dijo:
—Si no me abres te haré el hombre más desgraciado
que existe.
A quien Tofano repuso:
—¿Y qué puedes hacerme?
La mujer, a quien Amor había ya aguzado con sus consejos el
entendimiento, repuso:
—Antes de sufrir la vergüenza que quieres hacerme pasar
sin razón, me arrojaré a este
pozo que está cerca, en el cual luego cuando me encuentren
muerta, nadie creerá sino que tú,
en tu embriaguez me has arrojado allí, y así,
o tendrás que huir y perder lo
que tienes y ser puesto en pregones, o te
cortarán la cabeza como al asesino mío que realmente
habrás sido.
Nada se movió Tofano de su necia opinión
con estas palabras; por la cual cosa, la mujer dijo:
—Pues ya no puedo sufrir este fastidio tuyo, ¡Dios te
perdone! Pon en su sitio esta rueca mía, que la dejo aquí.
Y dicho esto, siendo la noche tan oscura que apenas habrían
podido verse uno al otro por la calle, se fue la mujer hacia el pozo;
y, cogiendo una grandísima piedra
que había al pie del pozo, gritando «¡Dios, perdóname!»,
la dejó caer dentro del pozo.
La piedra, al llegar al agua, hizo un grandísimo ruido, el
que al oír Tofano creyó firmemente que se había
arrojado dentro; por lo que, cogiendo el cubo con la soga, súbitamente
se lanzó fuera de casa para ayudarla
y corrió al pozo.
La mujer, que junto a la puerta de su casa se había escondido,
al verlo correr al pozo se refugió en casa y se
cerró dentro y se fue a la ventana
y comenzó a decir:
—Hay que echarle agua cuando uno lo bebe,
no luego por la noche.
Tofano, al oírla, se vio burlado y volvió a la puerta;
y no pudiendo entrar, le comenzó a decir que le abriese.
Ella, dejando de hablar bajo como hasta
entonces había hecho, gritando
comenzó a decir:
—Por los clavos de Cristo, borracho fastidioso,
no entrarás aquí esta noche; no puedo sufrir más
estas maneras tuyas: tengo que hacerle ver a
todo el mundo quién eres y a qué
hora vuelves a casa por la noche.
Tofano, por su parte, irritado, le comenzó a decir injurias
y a gritar; de lo que sintiendo el ruido los vecinos se levantaron,
hombres y mujeres, y se asomaron a las ventanas y preguntaron qué
era aquello.
La mujer comenzó a decir llorando:
—Es este mal hombre que me vuelve borracho por la noche a casa
o se duerme por las tabernas y luego vuelve a estas horas; habiéndolo
aguantado mucho y no sirviendo de nada, no pudiendo aguantar más,
he querido hacerle pasar esta vergüenza
de cerrarle la puerta de casa para ver si se enmienda.
El animal de Tofano, por su parte, decía
cómo había sido la cosa y la amenazaba.
La mujer a sus vecinos les decía:
—¡Ved qué hombre! ¿Qué
pensaríais si yo estuviera en la calle como está él
y él estuviese en casa como estoy yo? Por Dios que dudo
que no creyeseis que dice la verdad:
bien podéis ver el seso que tiene. Dice
que he hecho lo que yo creo que ha hecho él. Creyó
que me asustaría arrojando no sé qué al pozo,
pero quisiera Dios que se hubiese tirado él
de verdad y ahogado, que el vino que ha bebido de más se habría
aguado muy bien.
Los vecinos, hombres y mujeres, comenzaron todos a reprender a Tofano
y a echarle la culpa a él y a insultarle por lo que decía
contra su mujer; y en breve tanto anduvo el rumor de vecino en vecino
que llegó hasta los parientes de la mujer.
Los cuales llegados allí, y oyendo la cosa a un vecino y a
otro, cogieron a Tofano y le dieron tantos palos
que lo dejaron molido; luego, entrando en la casa, tomaron las cosas
de la mujer y con ella se volvieron a su casa, amenazando a Tofano
con cosas peores. Tofano, viéndose malparado y que sus celos
le habían llevado por mal camino, como quien bien quería
a su mujer, recurrió a algunos amigos de intermediarios; y
tanto anduvo, que en paz volvió a llevarse la mujer a su casa,
a la que prometió no ser celoso nunca
más; y además de ello, le dio licencia
para que hiciese cuanto gustase, pero tan prudentemente que él
no se apercibiera. Y así, a modo
del tonto villano quedó cornudo y apaleado. Y viva el
amor (y muera la avaricia) y viva la compañía.