MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA

El cuento europeo y España

01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo".

La disciplina clericalis en Europa
 

Cuento XIV.- El pozo

03.- HISTORIA DE LOS SIETE SABIOS DE ROMA (S.XVI)

Capítulo IX

[...] E dixo el emperador:
— O buen maestro, dime como aconteció esso.
Y el otro dixo:
— Señor, no lo diré, sino que deys plazo a vuestro hijo de la muerte hasta que yo os haya contado el exemplo; e si no vos reuocare de vuestro propósito, entonce sea vuestra voluntad conplida.
Y el emperador otorgogelo y començó de dezir este exemplo según se sigue:
—En vna ciudad fue vn cauallero viejo que tomó por muger vna mochacha como vos, señor, teneys, la qual mucho amó, tanto, que cada noche cerraua él mesmo las puertas de su casa e ponía las llaues debaxo de su almohada donde dormía. E auia en aquella ciudad esta costumbre, que de noche tañían vna campana, de manera que, si después de auerla tañido se hallaua alguno en las plaças y por las calles, los que rondauan la ciudad lo tomauan y le ponían en prisión toda la noche, y en la mañana en la picota porque todo el mundo le viesse. Acaeció que este cauallero, por ser viejo, no contentaua a su muger en el acto carnal, y por esto la muger amaua a otro; y cada noche tomaua las llaves dormiendo su marido y se yua a su enamorado y después, mansamente, se tornaua a la cama del marido. E haziendolo muchas veces, acaeció vna noche que despertó el marido y hallóla menos. E buscando las llaves debaxo de su almohada no las halló, y leuantóse luego e fue a la puerta e hallóla abierta e cerróla por de dentro muy bien. E fecho esto subióse a los corredores altos de la casa, e por vna ventana miró hazia la plaça, e como fuesse acerca del tercero canto el gallo, vino su muger de casa de su amigo; e como halló la puerta cerrada estaua triste: empero con fiuzia tocó a la puerta e respondióle el cauallero:
— Mala muger, ¿piensas que no te he provado muchas noches e sé que te vas y eres aleuosa? Certificóte que ende te quedarás fasta que vengan los que la ciudad velan e suene la canpana.
E dixo ella:
— Señor, ¿por que me leuantas esta fama? Que en verdad yo soy estado llamada por vna esclaua de mi madre; e viendo que de tan buena gana dormiades, no vos desperté; e assi tomé las llaves e fue a mi madre que yaze tan doliente que yo creo que mañana le auremos de dar el olio santo, e porque no me lo tomassedes a mal, dime priessa de venir a vos y hela dexado en gran afrenta; e por ende, vos ruego que, por amor de Dios, me abrays ante que la canpana tangan.
Y el respondió:
— Por cierto, no entrarás fasta que sea tañida la campana e los veladores te prendan.
E dixo ella:
— Esto a ti e a mí e a todos los parientes nuestros sería gran mengua; por tanto, por vn solo Dios te ruego que me dexes entrar.
Y el respondió:
— Recuérdate quantas vezes has dexado mi lecho e as cometido aleuosía; ca mejor es que pagues aquí tus pecados que en el infierno.
Y ella replicó:
— Señor, por amor del que en la Cruz puso las espaldas, te ruego aue merced de mí.
Respondió el cauallero:
— En vano trabajas, que no entrarás hasta que la campana suene.
Ella, oyendo esto, dixo:
— Señor, tú sabes que aquí cabe la puerta esta un pozo e si no me abres, yo me echaré en él antes que la vergüença comporte.
Y él dixo:
— Plugiesse a Dios que ya te ouiesses echado en él e que nunca te conociera.
E hablando, fue a reposar la luna e dixo ella:
— Señor, pues assi lo quereys, yo me quiero lançar en el pozo; mas primero quiero ordenar mi testamento e antes todas cosas, encomiendo mi anima a la gloriosa Virgen María e a todos los Santos; e quiero que mi cuerpo sea sepultado en la yglesia de Sant Pedro: las otras cosas háganse como vos ordenardes.
E dicho esto llegóse al pozo e lançó dentro una gran piedra que ende estaua y escondióse cabe la puerta. Y el cauallero, como oyó el golpe de la piedra, dixo llorando:
— Guay de mí, que mi muger se ha ahogado.
Y decendió luego y corrió al pozo; y ella, estando escondida, como vido la puerta abierta, luego entró en casa e cerró la puerta e subióse a las varandas mas altas e púsose a la ventana; entre tanto estuuo el cauallero cabe el pozo llorando e diziendo:
— O desuenturado que he perdido mi tan querida e amada muger; maldita sea la hora en que cerré la puerta.
E oyendo ella esto e burlando, le dixo:
— O viejo maldito, ¿como estás ay a tal hora? ¿no te basta mi cuerpo?, ¿por que vas cada noche de puta en puta e dexas mi cama?
E como él oyó la boz de su muger gozóse mucho e dixo:
— Bendito sea Dios que aun no eres muerta; mas dime, señora, ¿por que dizes estas cosas?, ca yo te quise castigar e por ello cerré la puerta e no paraua mientes a tu peligro; e por eso, quando oy el ruydo pensé que te auías echado en el pozo; e por ello, descendí presto por te ayudar.
E dixo ella:
— Mientes, nunca tal cometí; bien parece por cierto verdad aquel dicho vulgar: "el que de algún crimen es ensuziado siempre trabaja deponer a los otros en él"; e por ello me dizes tú lo que hazer acostumbras; yo te juro que tú estarás ende hasta que la campana sea tañida e las guardas complirán en ti su ley.
E dixo el cauallero:
— ¿Por qué me leuantas esto, que yo viejo soy e toda mi vida he estado en esta ciudad, de manera que nunca desto fui diffamado? Por tanto, ruegote que me abras e no hagas vergüenza a ti e a mí.
Y ella respondió:
— Cierto, en vano hablas; mejor es que hagas aquí penitencia que en el infierno. Mira lo que dize el sabio: que al pobre soberuio e al rico mentiroso e al viejo loco, aborrece Dios. Tú eres mentiroso aunque rico. ¿Qué necessidad tuuiste de levantar tan grande mentira? Después que as tenido a tu plazer la flor de mi mocedad, te has tornado loco, e aún más, que te vas a ver tus mancebas, e por ende muestra Dios milagro que seas aquí punido, para que no perezcas para siempre, e por ende, sufre con paciencia la pena de tus pecados.
E dixo él:
— Señora, Dios es misericordioso, e no demanda al pecador, saluo contrición y emienda; dexadme agora entrar e de grado me quiero emendar.
E dixo ella:
— ¿Qual diablo te ha fecho tan buen predicador? Por cierto, no entrarás.
E hablando assí la campana sonó. Oyendo esto el cauallero, dixo:
— Señora, ya tocan la campana: déxame entrar, porque no sea auergonzado.
Y ella respondió:
— Este tocar pertenece a la salud de tu anima, porque suffras con paciencia la pena.
Dicho esto, las escuchas yuan por toda la ciudad e hallaron al cauallero en la placa e dixeronle:
— Amigo, no parece bien que a esta hora estéys aquí.
E quando ella les oyó, dixoles:
— Señores, vengadme deste viejo maldito enuellacado, ca vosotros sabeys bien quien e cuya hija soy; ca este maldito cada noche dexa mi cama e va a sus mancebas; e yo, esperando siempre que se emendaría no lo quería dezir a mis parientes e ninguna cosa ha aprouechado, E por tanto, vos pido por merced que le prendays e.cumplays en ello lo que manda la ley.
Y entonces las guardas prendiéronle e castigáronle toda la noche en la prisión. E después, en la mañana, pusiéronle con mucha vergüenza en la picota.

Y entonce dixo el maestro al emperador:
— Señor, ¿aueysme entendido?
Y le dixo:
— Sí.
Y el maestro dixo entonce:
— Señor, si por las palabras de vuestra muger matardes a vuestro hijo, peor vos contecerá que aquel cauallero.
Dixo el emperador:
— Aquella fue una maldita muger, que assi echó a su marido a perder, e yo te prometo que, por amor deste exemplo no morirá oy mi hijo.


Versiones castellanas del Sendebar
(Ángel González Palencia. C.S.I.C. 1946
)

Puedes leer otra versión más breve del cuento en una refundición de la Historia de los siete sabios de Roma modernizada, que es testimonio de la aceptación popular del libro. En ella el cuento aparece en el capítulo IV:

H I S T O R I A DE L O S S I E T E S A B I O S DE R O MA
N U E VA EDICIÓN R E F U N D I DA DE LA QUE COMPUSO MARCOS PÉREZ

Cap. IV

Dio Cesarino inmediatamente orden para que a Florentino le cargasen de cadenas; lo cual, sabido por el segundo maestro, llamado Lelulo, se presentó a el y le dijo:
—Veo, señor, que con vuestra conducta queréis imitar a un caballero que por engaño de su mujer fue puesto en una picota: y por si no lo sabéis os lo contaré.
«Cierto caballero, casado con una hermosa joven a quien amaba mucho, guardaba todas las noches debajo de su almohada las llaves de las puertas. Había en la ciudad la costumbre de tocar una campana en dando las nueve de la noche; a cuya señal nadie podía después andar por las calles, y si alguno encontraban las rondas, le ponían en la cárcel, y a la mañana siguiente salía a la picota, donde le tenían todo el día a la pública vergüenza. La esposa del caballero algunas noches, después que éste se dormía, tomaba las llaves y salía de la casa. Sucedió una noche que se había acostado muy temprano, que hallándose la mujer fuera como en las anteriores, el marido despertó, halló de menos las llaves; fue a la puerta y la encontró abierta; cerró por dentro muy bien y se subió a una ventana. Llegó en esto la mujer y no pudiendo entrar en la casa principió a dar grandes gemidos. El marido furioso desde la ventana la decía:
—Mala mujer, ¿así burlabas mi vigilancia? te aseguro que ahí estarás hasta que llegue la ronda y te encuentre.
Respondió ella:
—Querido mío, no así me calumnies: te aseguro yo también que apenas te dormiste vino una criada de mi madre a decirme que la pobre señora estaba gravemente enferma, y yo por no despertarte salí en silencio: como se acerca la hora del toque de la campana, yo por no tener que pasar la noche fuera de casa sin avisártelo, he venido dejando a mi madre en grande riesgo.
El caballero la juró que no entraría en la casa por aquella noche: antes bien cuando llegase la ronda pediría que la llevasen para ser al otro día puesta en la picota. Ella, deshaciéndose en llanto, lo amenazó con que antes de sufrir tal afrenta se tiraría en un pozo que había cerca de la puerta. Siguió el marido negándose, y ella cogiendo una gruesa piedra la arrojó con fuerza en el pozo y se escondió detrás del brocal. Cuando sonó el golpe de la piedra en el agua, el caballero creyó que había sido el cuerpo de su mujer, y arrepentido de su crueldad, corrió al pozo por si podía salvarla. En el momento que la mujer le vio salir a la calle, corrió a entrarse en su casa, y sonando en aquel instante la campana, cerró la puerta dejando al caballero fuera. Vino al mismo tiempo la ronda, y encontrándole en la calle le llevó a la prisión, sin que le valiesen protestas ni juramentos. Al día siguiente sufrió el afrentoso castigo de la picota como cualquiera delincuente.»

Así, señor, consultad vuestro corazón antes de cegaros por las palabras de vuestra esposa.

Puedes leer completa la breve versión del libro si pinchas abajo

http://biblioteca.cchs.csic.es/digitalizacion_tnt/pdfs/P_000790979_000790979000001_V00.pdf