MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA

El cuento europeo y España

01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo".

La disciplina clericalis en Europa

Cuento XIII.- La perrilla que lloraba

01.- LAS MIL Y UNA NOCHES

NOCHES 584-5

»También, ¡oh, rey!, me han contado otra historia acerca de la astucia de las mujeres.» «¿Qué te han contado?»
«Un joven libertino vio una mujer, bella, elegante, graciosa y perfecta, que no tenía igual. Se enamoró de ella y sintió por ella una ardiente pasión; pero la mujer no había cometido jamás adulterio ni deseaba cometerlo. Sucedió que cierto día su marido partió para determinado país, y entonces cada día y varias veces el joven le enviaba mensajes, a los que ella no contestaba. Entonces el joven se presentó a una vieja que habitaba cerca de su casa, y, después de saludarla, se quejó del amor que se había apoderado de él y de la pasión que sentía por aquella mujer, y le dijo que le gustaría poseerla.
—Yo me comprometo a arreglar el asunto —dijo la vieja—; no te preocupes, pues yo, si Dios (¡ ensalzado sea!) quiere, lograré lo que deseas.
Al oírla hablar así, el joven le dio un dinar y se marchó. Por la mañana la vieja fue a ver a la mujer y reanudó las relaciones que había tenido con ella y empezó a visitarla diariamente, a comer y a cenar en su casa e incluso a aceptar alimentos para sus hijos. Aquella vieja siguió divirtiendo y entreteniendo agradablemente a la mujer, hasta el punto de que la corrompió y no podía separarse de ella ni un instante.
A1 salir de casa de la mujer, la vieja tomó durante algunos días la costumbre de untar un trozo de pan con grasa y pimienta y de dárselo a una perra, por lo que ésta empezó a seguirla por su clemencia y su bondad. Cierto día la vieja tomó mucha pimienta y grasa y se la ofreció: los ojos de la perra, después de haber comido, empezaron a lagrimear, a causa del ardor de la pimienta. El animal iba tras ella llorando y la joven se asombró mucho y le dijo:
—Madre mía, ¿por qué llora esta perra?

—Hija mía —le contestó la vieja—, esta perra tiene una extraña historia: era una mujer joven, graciosa, bella y agradable, amiga y compañera mía. Un joven del barrio se enamoró de ella y la amaba mucho y apasionadamente hasta el extremo de que se vio obligado a guardar cama, y varias veces al día le enviaba recados con la esperanza de que ella tuviera compasión de él; pero ella se negaba. Yo le aconsejé y le dije: "Hija mía, obedécele en todo lo que te diga, y ten piedad y compasión de él". Mas ella no aceptó mis consejos, hasta que el joven perdió la paciencia y se quejó a unos amigos suyos que se valieron de magia con ella y transformaron su aspecto humano en canina. La joven, al enterarse de lo ocurrido, ver el estado en que se hallaba y la transformación que había experimentado, y al no hallar ser humano sino yo que tuviera compasión de ella, se vino a mi casa a implorar mi benevolencia, besándome manos y pies, mientras lloraba y sollozaba. Yo al reconocerla, le dije: "Yo te aconsejé a menudo, pero mis consejos de nada te han servido."»

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche quinientas ochenta y cinco, refirió :

«Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [la vieja prosiguió:]

—Pero, hija mía, cuando la vi en tal situación, me conmoví y la invité a quedarse conmigo. Ahora se halla en este estado, y cada vez que recuerda su anterior condición, llora.
Al oír las palabras de la vieja, la joven quedó aterrorizada y exclamó:
—¡ Madre mía! Por Dios, me has dado miedo con este relato.
—¿De qué tienes miedo?, le preguntó la vieja.
—Un hermoso joven me ama y me ha enviado muchas veces mensajes, pero yo los he rechazado. Ahora temo que me ocurra lo que le ocurrió a esta perra.
—Pues ten cuidado, hija mía, y no lo contraríes: temo mucho por ti. Si no sabes dónde está, descríbemelo y yo te llevaré junto a él, pero no permitas que nadie te quiera mal.
La joven se lo describió, y ella se hizo la indiferente y le hizo creer que no lo conocía.
—Ahora iré a preguntar por él, concluyó la vieja.
Cuando se alejó, fue a ver al joven y le dijo:
—Tranquilízate. Ya he engañado a la joven. Mañana al mediodía irás y te plantarás al principio de la calle hasta que yo vaya a buscarte y te lleve a su casa, donde podrás pasar feliz el resto del día y toda la noche.
El joven se alegró mucho, le dio dos dinares y añadió:
—Cuando haya satisfecho mi deseo te daré diez dinares más.
La vieja regresó junto a la joven y le dijo:
—Ya lo he encontrado y le he hablado de tu asunto; pero está muy indignado contra ti y resuelto a hacerte daño. Sin embargo, yo he insistido en que venga mañana a la hora de la oración del mediodía.
La mujer se alegró mucho y le dijo:
—Madre mía, si se aplaca y viene mañana al mediodía te daré diez dinares.
—Cuando venga, recuerda que sólo a mí se deberá, replicó la vieja.
A1 llegar el día la vieja le dijo:
—Prepara la comida, embellécete, ponte tus mejores vestidos, mientras voy a buscarlo y lo traigo.
La joven empezó a embellecerse y a preparar la comida mientras la vieja salía a esperar al joven. Pero éste no se presentó, y ella se puso a buscarlo y al no hallarle se dijo:
—¿Qué hago? ¿Habrá de perderse la comida que la joven ha preparado y los dinares que me ha prometido? No he de permitir que este ardid se frustre, sino que buscaré otro joven y se lo llevaré.
Y mientras daba vueltas por la calle vio a un joven hermoso y de buen ver, en cuyo rostro se apreciaban huellas de un viaje. Se acercó a él; lo saludó y le preguntó:
—¿Quieres comer y beber y tener una joven dispuesta?
—¿Dónde está eso?, preguntó el hombre.
—En mi casa, fue la respuesta; y el hombre se fue con ella. La vieja iba delante, sin saber que aquel hombre era el marido de la joven. Al llegar a la casa llamó, la joven abrió y corrió presurosa a vestirse y perfumarse. La vieja introdujo al joven en el salón, pues era muy astuta.
Cuando entró la joven y su mirada se posó en su marido, junto al cual estaba sentada la vieja, con astucia y habilidad se apresuró inmediatamente a trazarse un plan. Se quitó el zapato del pie y apostrofó al marido: —¿Dónde está la fidelidad que nos juramos? ¿Cómo te atreves a traicionarme y a obrar conmigo de este modo? Cuando me enteré de que habías regresado quise poner a prueba tu fidelidad por medio de esta vieja, que te ha hecho caer en la trampa que te preparé. Ahora estoy segura acerca de ti: has violado el compromiso que había entre tú y yo. Creía que eras puro, antes de que te viera con mis propios ojos en compañía de esta vieja: tú te das a las mujeres perversas.
Y empezó a pegarle en la cabeza con el zapato, mientras él hacía protestas de inocencia jurándole que jamás la había traicionado ni había hecho nunca nada de lo que ella le acusaba. Él juraba en nombre de Dios (¡ensalzado sea!), pero ella seguía pegándole, al mismo tiempo que lloraba y gritaba, llamando:
—¡Acudid, musulmanes!, y cuando él le tapaba la boca, ella le mordía.
El hombre estaba ya sumiso, le besaba manos y pies; pero ella no se contentaba y seguía pegándole con la mano. Luego, la mujer le hizo seña a la vieja de que le sujetase la mano. La vieja se adelantó y empezó a besarle manos y pies hasta que logró que los dos se sentaran. Una vez sentados, el marido se puso a besar la mano de la vieja, y a decirle:
—¡ Dios (¡ensalzado sea!) te recompense con toda clase de bienes, ya que me has salvado de ella!
Y la vieja quedó asombrada ante la astucia y el ingenio de aquella mujer.
He aquí un ejemplo, ¡oh, rey!, de la astucia y del ingenio de las mujeres.»
Después de que el rey hubo oído al visir sacó la moraleja de su relato y renunció a dar muerte a su hijo.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.

(Planeta, 90, págs. 317-321))