MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA
El cuento europeo y España
01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo".
La X. De la muger moça e su marido e de la suegra e del adúltero. Que los engaños do las mugeres sean sin número se prueua destas fábulas siguientes: Un mercader, partiendo para vna feria,
dexó en guarda la muger a su suegra, porque gela tuuiesse honesta
e castamente; mas esta muger del mercader, consentiendo en ello su madre,
rescibió por enamorado non honestamente a vn ombre moço,
e para contratar su amistad vino el mancebo a la posada della conuidado,
e después que fue aparejado de comer, estando esto jouen e la
madre e fija comiendo con grand plazer, he aquí donde vino el
mercader de la feria e llamó a la puerta; como non oviesse lugar
donde se acoger ni fuyr ni asconder, estaua el mancebo e non menos la
muger en grand congoxa, non sabiendo lo que deuían fazer; mas
la suegra, que era vieja artera, por reparar
al peligro, consejó prestamente al mancebo que tomasse vna espada
sacada, e que se parasse bajo a la puerta donde llamaua el marido mostrando
ferocidad e braueza, e que non respondiesse cosa alguna, saluo que fiziesse
ademanes como quería ferir e llagar al que llamaua a la puerta,
lo qual todo cumplió el jouen segund que la vieja lo hauía
consejado. En tanto la muger tiró de vn
cordel que estaua atado con la cerradura de la puerta, e abrió
el postigo de casa de manera que el marido pudiosse entrar, el qual
començando entrar por el postigo, vio estar aquel ombre con la
espada desnuda en la mano, e assí cessó la entrada, preguntándole
«¿quién eres tú», e él non le
respondiendo nada, por lo qual causó en sí más
miedo. La suegra, viendo esto, dixo:
—Calla, mi
amado fijo.
Mas marabillándose el mercader
de esta cosa, dixo:
—Mi amada
señora madre, ¿qué es esto?
Responde ella:
—Fijo honrado, el caso es éste.
Aquí vinieron tres ombres tras este ombre que está a la
puerta queriéndolo matar, e nosotras lo dexamos aquí entrar
con la mano en la espada assí, porque entonces estaua la puerta
abierta, e él piensa agora que tú eres alguno dellos,
e por miedo que ha non te responde.
A la qual dixo el mercader:
—O como aveys mucho bien obrado
en escapar a este hombre de la muerte.
E assí seguramente entrando
en casa, saludó aquel mancebo e lo fizo assentar consigo, e fablando
de grand amistad con él, lo embió con paz, tomándolo
por amigo conoscido para adelante.
Dijo el discípulo: —Me has dicho cosas admirables,
pero la que más me maravilla es aquella presuntuosa audacia.
Quiero, sin embargo, que me expliques aún, si no te es pesado,
algo acerca de sus ingenios. Cuanto más cosas me digas, tanto
mayores descubrimientos me harás.
A lo que el maestro dijo:
—¿No tienes bastante
con estas cosas? Te he contado ya tres ejemplos, ¿y tú
no desistes todavía de instigarme?
Replicó el discípulo:
—Diciendo tres fábulas
exageras el número, pero sonaron a pocas las palabras. Di ahora
un cuento que llene mis oídos con sus largas palabras y así
me bastará.
Contestó al maestro:
—Cuida que no suceda entre
nosotros lo que pasó entre un rey y su fabulista.
—¿Qué ocurrió,
querido maestro?
—Lo siguente: [XII. EJEMPLO
DEL REY Y SU FABULISTA]
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