MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA

El cuento europeo y España

01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo".

La disciplina clericalis en Europa
 

Cuento XV.- Los diez cofres

03.- GESTA ROMANORUM

CAP. 118.- SOBRE LA FALACIA Y EL ENGAÑO

Un caballero llegó a Egipto pensando dejar a buen recaudo su dinero allí; preguntó si vivía allí alguna persona de confianza a quien pudiese confiar su dinero y oyó que había un anciano. Se dirigió a él para entregarle mil talentos. Después se fue de peregrinación. Concluida la peregrinación, se dirigió al anciano a quien había confiado los talentos y le reclamó lo entregado, pero él, lleno de maldad, aseguró que nunca le había visto. El caballero, defraudado de semejante manera, se entristeció mucho. Todos los días iba a reclamárselo suplicando con blandas palabras que le devolviese lo suyo. El defraudador le increpaba con el fin de que dejase de repetir semejantes cosas de él o, incluso, para que no volviese. En una ocasión, cuando se retiraba apesadumbrado de allí, se tropezó con una anciana vestida con ropa propia de ermitaño, que tenía en la mano un bastón con el que apartaba las piedras que hallaba en el camino para que los transeúntes no se hicieran daño en los pies. Al verlo ella llorar, y dándose cuenta de que era extranjero, conmovida por la piedad lo llamó y preguntó qué le había sucedido. Él le contó detalladamente cómo había sido estafado por aquel anciano.
Amigo, si es verdad lo que me dices, intervino la anciana, te daré un consejo sano.
Dios me es testigo de que digo la verdad, contestó el caballero.
Tráeme un hombre de tu tierra que pueda ser considerado de confianza por sus palabras y por sus hechos, le pidió ella.
El caballero trajo un hombre de confianza. La vieja, entonces, ordenó a aquel hombre que comprara diez cuévanos pintados de colores llamativos por fuera y candados con cerraduras de hierro y le mandó llenarlos con piedras plateadas. El caballero hizo exactamente lo que la mujer le había ordenado. La mujer, cuando todo estuvo dispuesto, dijo:
Ahora busca diez hombres para que vengan conmigo y con tu compañero a la casa de tu estafador llevando consigo los cestos. Yendo uno tras otro, a paso lento y en orden, entrará el primero lo más rápidamente posible y se quedará quieto junto a nosotros. Entonces, entra tú con decisión y exige el dinero. Yo confío en Dios que te será devuelto tu dinero.
La vieja fue a la casa del defraudador en compañía del socio del estafado y dijo:
Señor, este hombre extranjero está hospedado en mi casa y quiere ir a su patria, pero está buscando antes un hombre honrado y fiel a quien confiar el dinero que tiene guardado en diez cestos, hasta su regreso. Te ruego, por tanto, que por el amor de Dios y por mí lo guardes en tu casa. Y puesto que he oído y sé que eres honrado y fiel, no quiero que el dinero sea guardado por otro, sino solo por ti.
Mientras pronunciaba estas palabras, he aquí que entró el primer criado con un cuévano. Al verlo el estafador, creyó que era verdad lo que la vieja había dicho. A continuación entró el caballero, como había ordenado la vieja. En cuanto lo vio el defraudador, temiendo que, si pedía el dinero y no se lo devolvía, el otro no le confiaría su dinero para que se lo guardare, se acercó a él en plan adulador y le dijo:
Amigo, ¿dónde has estado? Ven y toma el dinero, el que me confiaste hace ya tiempo.
El caballero, en efecto, recibió contento su dinero por lo que dio gracias a Dios y a la anciana. La vieja, por su parte, al verlo, se levantó y dijo:
Señor, este hombre y yo iremos junto al lugar donde se hallan los restantes cestos y les meteremos prisa para que los traigan; tú, mientras tanto, espera hasta que volvamos y guarda bien lo que hemos traído.
Y de este modo, el caballero recuperó su dinero gracias a la vieja.

Moralización

Queridísimos, este caballero es cualquier cristiano que se pasa toda la vida de peregrinación en este mundo, ya que todos los días realiza el mismo ritual en dirección a la muerte; éste entregó a un anciano, sin las debidas precauciones por culpa del pecado, diez talentos, esto es, los diez mandamientos del Señor; este anciano es el mundo, lleno de engaños, por lo que si nos deleitamos en las cosas mundanas y depositamos nuestra confianza en el mundo, perderemos los mandamientos divinos y difícilmente podremos recuperarlos en el cielo si no lo hacemos, hombre desgraciado, por medio de una verdadera contrición, confesión y satisfacción. Esta anciana, vestida con hábito de peregrino, es la recta conciencia que sin cesar retira las piedras, esto es, las malas acciones, del camino de tu corazón para que no se ofendan los pies de los buenos pensamientos. Dime, ¿cómo debes recuperar lo que has perdido por el pecado? Ciertamente, es preciso que hagas venir de tu patria, es decir, de tu corazón, diez hombres, esto es, diez obras de penitencia, de manera que por cada uno de los preceptos que infringiste por el pecado, conviene que realices un acto de misericordia o penitencia, pues según el bienaventurado Agustín ningún bien queda sin recompensa, ni ningún mal sin castigo. Igualmente, es preciso que tenga un cuévano bien atado, a saber, un corazón contrito y adornado de buenas virtudes, lleno de pequeñas piedras. Estas piedras en el corazón son la meditación en las cinco llagas de Cristo y la memoria de su pasión, que conviene tener siempre presente en la lucha contra el diablo, el mundo y la carne; en prefiguración de esto se dice en el libro primero de los Reyes que David dio muerte a Goliat con su cayado de pastor y con la honda y con cinco piedras. David es representado con mano fuerte y significa a Cristo; la honda significa el amor que él trae del cielo al mundo, del mundo a la cruz; las cinco piedras son las cinco llagas: Goliat es el diablo, que finalmente es muerto por las cinco piedras, esto es, las llagas; por tanto, si mantienes de un modo continuado en el cuévano de tu corazón estas piedras, podrás volver a encontrar las virtudes perdidas por el pecado y, de esta manera, marchar con alegría a tu patria, esto es, a la vida eterna.

(AKAL, 04)