01.- Pedro Alfonso,
el primer español autor de cuentos "europeo".
La disciplina
clericalis en Europa
03.- HISTORIA DE LOS SIETE SABIOS DE ROMA
(S.XVI)
Capítulo IX
[...] E dixo el emperador:
— O buen maestro, dime como aconteció esso.
Y el otro dixo:
— Señor, no lo diré, sino que deys plazo a vuestro hijo de la muerte
hasta que yo os haya contado el exemplo; e si no vos reuocare de vuestro
propósito, entonce sea vuestra voluntad conplida.
Y el emperador otorgogelo y començó de dezir este exemplo según se
sigue:
—En vna ciudad fue vn cauallero viejo que tomó por muger vna mochacha
como vos, señor, teneys, la qual mucho amó, tanto, que cada noche
cerraua él mesmo las puertas de su casa e ponía las
llaues debaxo de su almohada donde dormía. E auia en aquella
ciudad esta costumbre, que de noche tañían vna campana, de manera
que, si después de auerla tañido se hallaua alguno en las plaças y
por las calles, los que rondauan la ciudad lo tomauan y le ponían
en prisión toda la noche, y en la mañana en la picota porque todo
el mundo le viesse. Acaeció que este cauallero, por
ser viejo, no contentaua a su muger en el acto carnal, y por esto
la muger amaua a otro; y cada noche tomaua las llaves dormiendo
su marido y se yua a su enamorado y después, mansamente, se tornaua
a la cama del marido. E haziendolo muchas veces, acaeció vna noche
que despertó el marido y hallóla menos. E buscando las llaves debaxo
de su almohada no las halló, y leuantóse luego e fue a la puerta
e hallóla abierta e cerróla por de dentro muy bien. E fecho esto subióse
a los corredores altos de la casa, e por vna ventana
miró hazia la plaça, e como fuesse acerca del tercero canto el gallo,
vino su muger de casa de su amigo; e como halló la puerta cerrada
estaua triste: empero con fiuzia tocó a la puerta e respondióle el
cauallero:
— Mala muger, ¿piensas que no te he provado muchas noches e sé que
te vas y eres aleuosa? Certificóte que ende te quedarás fasta que
vengan los que la ciudad velan e suene la canpana.
E dixo ella:
— Señor, ¿por que me leuantas esta fama? Que en verdad yo soy estado
llamada por vna esclaua de mi madre; e viendo que de tan buena gana
dormiades, no vos desperté; e assi tomé las llaves e fue a mi madre
que yaze tan doliente que yo creo que mañana le auremos de dar el
olio santo, e porque no me lo tomassedes a mal, dime priessa de venir
a vos y hela dexado en gran afrenta; e por ende, vos ruego que, por
amor de Dios, me abrays ante que la canpana tangan.
Y el respondió:
— Por cierto, no entrarás fasta que sea tañida la campana e
los veladores te prendan.
E dixo ella:
— Esto a ti e a mí e a todos los parientes nuestros sería
gran mengua; por tanto, por vn solo Dios te ruego que me dexes entrar.
Y el respondió:
— Recuérdate quantas vezes has dexado mi lecho e as cometido aleuosía;
ca mejor es que pagues aquí tus pecados que en el infierno.
Y ella replicó:
— Señor, por amor del que en la Cruz puso las espaldas, te ruego aue
merced de mí.
Respondió el cauallero:
— En vano trabajas, que no entrarás hasta que la campana suene.
Ella, oyendo esto, dixo:
— Señor, tú sabes que aquí cabe la puerta esta un pozo e si no me
abres, yo me echaré en él antes que la vergüença comporte.
Y él dixo:
— Plugiesse a Dios que ya te ouiesses echado en él e que nunca te
conociera.
E hablando, fue a reposar la luna e dixo ella:
— Señor, pues assi lo quereys, yo me quiero lançar en el pozo; mas
primero quiero ordenar mi testamento
e antes todas cosas, encomiendo mi anima
a la gloriosa Virgen María e a todos los Santos; e quiero que mi cuerpo
sea sepultado en la yglesia de Sant Pedro: las otras cosas háganse
como vos ordenardes.
E dicho esto llegóse al pozo e lançó dentro una gran piedra que ende
estaua y escondióse cabe la puerta. Y el cauallero, como oyó el golpe
de la piedra, dixo llorando:
— Guay de mí, que mi muger se ha ahogado.
Y decendió luego y corrió al pozo;
y ella, estando escondida, como vido la puerta abierta, luego entró
en casa e cerró la puerta e subióse a
las varandas mas altas e púsose a la ventana; entre tanto estuuo el
cauallero cabe el pozo llorando e diziendo:
— O desuenturado que he perdido mi tan querida e amada muger; maldita
sea la hora en que cerré la puerta.
E oyendo ella esto e burlando, le dixo:
— O viejo maldito, ¿como estás ay a tal hora? ¿no te basta
mi cuerpo?, ¿por que vas cada noche de puta
en puta e dexas mi cama?
E como él oyó la boz de su muger gozóse mucho e dixo:
— Bendito sea Dios que aun no eres muerta; mas dime, señora, ¿por
que dizes estas cosas?, ca yo te quise castigar e por ello cerré la
puerta e no paraua mientes a tu peligro; e por eso, quando oy el ruydo
pensé que te auías echado en el pozo; e por ello, descendí
presto por te ayudar.
E dixo ella:
— Mientes, nunca tal cometí; bien parece por cierto verdad aquel dicho
vulgar: "el que de algún crimen es ensuziado siempre trabaja
deponer a los otros en él"; e por ello me dizes tú
lo que hazer acostumbras; yo te juro que tú estarás ende hasta que
la campana sea tañida e las guardas complirán en ti su ley.
E dixo el cauallero:
— ¿Por qué me leuantas esto, que yo viejo soy e toda mi vida
he estado en esta ciudad, de manera que nunca desto fui diffamado?
Por tanto, ruegote que me abras e no hagas vergüenza a ti e a mí.
Y ella respondió:
— Cierto, en vano hablas; mejor es que hagas aquí penitencia que en
el infierno. Mira lo que dize el sabio:
que al pobre soberuio e al rico mentiroso e al viejo loco, aborrece
Dios. Tú eres mentiroso aunque rico. ¿Qué necessidad tuuiste
de levantar tan grande mentira? Después que as tenido a tu plazer
la flor de mi mocedad, te has tornado loco, e aún más, que te vas
a ver tus mancebas, e por ende muestra Dios milagro que seas aquí
punido, para que no perezcas para siempre, e por ende, sufre con paciencia
la pena de tus pecados.
E dixo él:
— Señora, Dios es misericordioso, e no demanda al pecador, saluo contrición
y emienda; dexadme agora entrar e de grado me quiero emendar.
E dixo ella:
— ¿Qual diablo te ha fecho tan buen predicador? Por cierto, no entrarás.
E hablando assí la campana sonó. Oyendo esto el cauallero,
dixo:
— Señora, ya tocan la campana: déxame entrar, porque no sea
auergonzado.
Y ella respondió:
— Este tocar pertenece a la salud de tu anima, porque suffras con
paciencia la pena.
Dicho esto, las escuchas yuan por toda la ciudad e hallaron al cauallero
en la placa e dixeronle:
— Amigo, no parece bien que a esta hora estéys aquí.
E quando ella les oyó, dixoles:
— Señores, vengadme deste viejo maldito enuellacado,
ca vosotros sabeys bien quien e cuya hija soy; ca este maldito cada
noche dexa mi cama e va a sus mancebas; e yo, esperando siempre que
se emendaría no lo quería dezir a mis parientes e ninguna cosa ha
aprouechado, E por tanto, vos pido por merced que le prendays e.cumplays
en ello lo que manda la ley.
Y entonces las guardas prendiéronle e castigáronle toda la noche en
la prisión. E después, en la mañana, pusiéronle con mucha vergüenza
en la picota.
Y entonce dixo el maestro al emperador:
— Señor, ¿aueysme entendido?
Y le dixo:
— Sí.
Y el maestro dixo entonce:
— Señor, si por las palabras de vuestra muger matardes a vuestro hijo,
peor vos contecerá que aquel cauallero.
Dixo el emperador:
— Aquella fue una maldita muger, que assi echó a su marido a perder,
e yo te prometo que, por amor deste exemplo no morirá oy mi hijo.
Versiones castellanas del Sendebar
(Ángel González Palencia. C.S.I.C. 1946)
Puedes leer otra
versión más breve del cuento en una refundición
de la Historia de los siete sabios de Roma modernizada, que
es testimonio de la aceptación popular del libro. En ella el
cuento aparece en el capítulo IV:
H I S T O R I A DE L O S S I E T E
S A B I O S DE R O MA
N U E VA EDICIÓN R E F U N D I DA DE LA QUE COMPUSO MARCOS
PÉREZ
Cap. IV
Dio Cesarino inmediatamente orden
para que a Florentino le cargasen de cadenas; lo cual, sabido por el
segundo maestro, llamado Lelulo, se presentó a el y le dijo:
—Veo, señor, que con
vuestra conducta queréis imitar a un caballero que por engaño
de su mujer fue puesto en una picota: y por si no lo sabéis os
lo contaré.
«Cierto caballero, casado con
una hermosa joven a quien amaba mucho, guardaba todas las noches debajo
de su almohada las llaves de las puertas. Había en la
ciudad la costumbre de tocar una campana en dando las nueve de la noche;
a cuya señal nadie podía después andar por las
calles, y si alguno encontraban las rondas, le ponían en la cárcel,
y a la mañana siguiente salía a la picota, donde le tenían
todo el día a la pública vergüenza. La esposa del
caballero algunas noches, después que éste se dormía,
tomaba las llaves y salía de la casa. Sucedió una noche
que se había acostado muy temprano, que hallándose la
mujer fuera como en las anteriores, el marido despertó, halló
de menos las llaves; fue a la puerta y
la encontró abierta; cerró por dentro muy bien y se subió
a una ventana. Llegó en esto la
mujer y no pudiendo entrar en la casa principió a dar grandes
gemidos. El marido furioso desde la ventana la decía:
—Mala mujer, ¿así
burlabas mi vigilancia? te aseguro que ahí estarás hasta
que llegue la ronda y te encuentre.
Respondió ella:
—Querido mío, no así
me calumnies: te aseguro yo también que apenas te dormiste vino
una criada de mi madre a decirme que la pobre señora estaba gravemente
enferma, y yo por no despertarte salí en silencio: como se acerca
la hora del toque de la campana, yo por no tener que pasar la noche
fuera de casa sin avisártelo, he venido dejando a mi madre en
grande riesgo.
El caballero la juró que no
entraría en la casa por aquella noche: antes bien cuando llegase
la ronda pediría que la llevasen para ser al otro día
puesta en la picota. Ella, deshaciéndose en llanto, lo amenazó
con que antes de sufrir tal afrenta se tiraría en un pozo que
había cerca de la puerta. Siguió el marido negándose,
y ella cogiendo una gruesa piedra la arrojó con fuerza en el
pozo y se escondió detrás del brocal. Cuando sonó
el golpe de la piedra en el agua, el caballero creyó que había
sido el cuerpo de su mujer, y arrepentido de su crueldad, corrió
al pozo por si podía salvarla. En el momento que la mujer le
vio salir a la calle, corrió a entrarse en su casa, y sonando
en aquel instante la campana, cerró la
puerta dejando al caballero fuera. Vino al mismo tiempo la ronda,
y encontrándole en la calle le llevó a la prisión,
sin que le valiesen protestas ni juramentos. Al día siguiente
sufrió el afrentoso castigo de la picota como cualquiera delincuente.»
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