MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA

El cuento europeo y España

01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo".

La disciplina clericalis en Europa

 

Cuento XIII.- La perrilla que lloraba

05.- GESTA ROMANORUM

CAP. 28.- SOBRE EL EXECRABLE ENGAÑO DE LAS VIEJAS

Había una emperatriz en cuyo reino vivía un caballero que tenía una esposa noble, casta y honesta. Sucedió que el caballero marchó de peregrinación, pero antes había dejado dicho a su esposa:
—No te pongo guardián alguno sino a ti misma, porque estoy convencido de que no lo necesitas.
Una vez preparada la comitiva, partió. La esposa, por su parte, permaneció en casa viviendo castamente. Sucedió en cierta ocasión que, presionada por las súplicas de una vecina suya, acudió a la casa de ésta para tomar parte en un banquete, aunque una vez terminado, regresó de nuevo a casa. Sin embargo, un joven, en cuanto la vio, quiso amarla con ardiente pasión, y para conseguirlo envió a su casa numerosos mensajeros con la pretensión de ser amado por ella en la misma proporción que su pasión anhelaba. Como fueran rechazados todos los emisarios, él mismo en persona se presentó en casa de la dama. Al comprobar que era totalmente rechazado, cayó enfermo a causa del dolor. A menudo iba a casa de ella, pero de nada le sirvió porque la dama lo rechazaba de todos los modos posibles. Un día aconteció que acudió a la iglesia afligido y triste; se encontró con una vieja reputada de santa por su modo de vida, la cual, al verlo triste, le preguntó por el motivo de su tristeza.
—¿De qué me sirve contestarte?, respondió él.
—Es conveniente que pongas al descubierto tu herida, dijo ella por su parte, si esperas que surta efecto la obra del médico. Así pues, muéstrame la causa de tanto dolor y te curaré con la ayuda de Dios.
Al oír esto, el joven le confesó que amaba a una señora.
—Ve rápidamente a tu casa y en breve tiempo te curaré, dijo la vieja.
Dicho lo cual, el joven se dirigió a casa y la vieja regresó a la suya. Esta vieja tenía una perrilla a la que obligó a ayunar dos días. Al tercero, cuando estaba hambrienta, le dio de comer pan de mostaza. Al comerlo, sus ojos derramaban lágrimas sin cesar por causa del amargor. Entonces la vieja se dirigió con la perrilla a casa de la señora a la que el joven amaba tanto. Al instante fue recibida por la señora con todo miramiento, precisamente porque tenía reputación de santa. Cuando ambas se hubieron sentado, la señora dirigió su mirada a la perrilla, que no cesaba de llorar, y muy extrañada preguntó por el motivo.
—¡Oh queridísima señora!, respondió la vieja, no preguntes por qué llora, pues tiene tanto dolor que difícilmente podría decírtelo.
La señora, sin embargo, insistía más y más para que se lo contase. Entonces la vieja dijo:
—Esta perrilla era mi hija, muy casta y honesta, de la que un joven se enamoró vehementemente, pero era tan casta que rechazó totalmente aquel amor. Por ese amor no correspondido murió el joven, afligido de tanto dolor, y por esa culpa Dios convirtió a mi hija en una perrilla, como tú misma puedes ver.
Después de pronunciar estas palabras, la vieja comenzó a llorar, diciendo:
—Cada vez que mi hija recuerda que era una joven tan hermosa y ahora es una perrilla, no puede consolarse, es más, incita a todos a llorar por su gran dolor.
Al escuchar este relato, la señora pensaba para sí: «¡Ay de mí!, pues de un modo semejante me ama un joven y está enfermo por culpa de mi amor». Y contó a la vieja todo lo sucedido. La vieja, al oírlo, dijo:
—¡Oh queridísima señora!, no desprecies el amor del joven, no sea que tú también te conviertas en una perrilla como mi hija, lo que supondría un daño intolerable.
—¡Oh buena matrona!, respondió la dama, dame un consejo adecuado para que no me convierta en una perrilla.
—Envía rápidamente a por ese joven y haz su voluntad sin dilación, dijo la vieja.
—Ruego a tu santidad que vayas a su casa y lo traigas contigo, repuso a su vez la señora, pues podría producirse un escándalo si otra persona fuese a buscarlo.
—Estoy de acuerdo contigo; con mucho gusto lo traeré, respondió la anciana.
Marchó y trajo consigo al joven, el cual se acostó con la señora. Y de este modo, la señora cometió adulterio por culpa de la vieja.

Moralización

Queridísimos, este caballero es Cristo; la casta y bella esposa es el alma, limpia por el bautismo, a quien Dios concedió el libre arbitrio, que dejó a su voluntad cuando ascendió al Padre desde este mundo. Esta mujer, a saber, el alma, es invitada a un banquete cuantas veces se inclina a la concupiscencia carnal, pues vivir siempre en medio de delicias es un banquete para el hombre carnal. Al instante, un joven, esto es, la vanidad del mundo, la solicita con halagos por todos los medios a su alcance para que se una a él y, en caso de no acceder a sus deseos, se acerca a una vieja, es decir, al diablo, el cual la rodea intentando devorar su alma, esto es, le pide solícitamente con todo su poder de persuasión que consienta en el pecado. ¿Y cómo? Ciertamente le muestra una perrilla llorando. La perrilla es la esperanza de una larga vida y una confianza desmedida en la misericordia de Dios, de la que muchos abusan tanto que con frecuencia se cae en el pecado. [...]

(AKAL,04)